29/4/09

22º pasaje, cap 7

―Mas es nada en comparación con lo que a la dama le espera, puesto que sobre ella caerá a un tiempo la ira de un marido, el dolor de un padre, la vergüenza y desmedro de todo un pueblo y el peso que La Orden tuviera a bien ejercer en relación a sus faltas. Ante delitos mayores que los de él no tendrá más que desamparo.

»Por lo que puedo intuir la situación está próxima a agravarse, y de ser así, tal vez no tarden en seguir mis pasos, convirtiéndose ambos en un recuerdo ―añadió con gravosa malignidad, como si se regocijara de ser precursor y participe de que hubiera de serles infligido aquel futuro padecimiento.

Fue entonces cuando, aprovechando el intervalo aquella prolífica exposición se vio interrumpida cortésmente con un gesto del cortesano, haciendo valer el permiso que se le confirió, siendo dicha petición concedida con otro gesto de idéntica cortesía.

―Temo no haberos comprendido. ¿Tendríais la gentileza de explicarme en que modo podría ella agravar dichas faltas? ―preguntó Garin, al tiempo que creía dilucidar una realidad destinada a cambiarlo todo.

―En el modo en que difiere la agresión al asesinato ―respondió el heraldo raudo y con aquietada firmeza.

«¿Podría residir algo de certidumbre en lo que alcanzo a intuir?»

―Lamento tener que confesaros que pese a lo clarificadora que pudiera resultar tal aseveración, sigo sin saber a qué os referís ―indicó el anciano, fingiendo total desconocimiento. Algo que le hacía sentir que lo que habría de serle revelado influiría en los acontecimientos.

―Tal vez el hecho de que os personarais posteriormente a la circunstancia de la que se hace alusión os ha predispuesto a defender una causa que desconocéis ―apuntó el heraldo con sarcasmo.

―Permitidme que os prive del desconocimiento si como tal existe, poniéndoos al tanto de que fue la dama, y no vuestro tutelado, la que agredió al que se halla postrado. Es por ello que aún no puede conocerse la sentencia ―argumentó gozoso.

ABANDONAR EL NIDO

¿Qué cuando estaréis preparados?
Cuando la verdad en sí misma deje de tener sentido,
y no sea más que aquello que queráis que sea.

Garin

Y fue así como el eclesiástico le proporcionó, sin tomar conciencia, el instrumento con que someterlo. Cuanto Garin argumentó hasta entonces carecía de esa solidez que el conocimiento otorga. De esta forma, predispuso el destino que el heraldo fuera derrotado por su jactancia cuando más próximo estaba de la victoria. Ebrio de seguridad blandió razonamientos que desvirtuaron la esperanza, una esperanza a la que se aferró con tal firmeza que murió por su mano. Mas privado de tal conocimiento siguió sosteniéndola. Orgullosamente mostraba su cadáver al cortesano, lejos de suponer que su indiscreción le había dado muerte.

Sin que aún se hubiese consumado, Garin pudo sentir las mieles del éxito. Debido a su veteranía, le bastaba una mirada para saber cuán cerca estaba un enemigo de ser doblegado. Y pese a que la contienda había tocado a su fin, la conversación habría de verse dilatada el tiempo que Garin creyó adecuado.

Antes de asestar el golpe definitivo, el cortesano tuvo a bien prolongar el martirio de su adversario hasta que la satisfacción que con ello sintiera, mitigara con creces los trastornos que fueron ocasionados por este encuentro.


ANTE LOS HERMANOS DE LA ORDEN


Libraos de todo obstáculo antes de recorrer el camino. Desconfiad de todo aquél cuyos pasos se vean regidos por la fe, porque un hombre que no piensa por sí mismo puede ser más peligroso que el peor conjurador.

Aunque de algún modo parecen predecibles, son conocedores de lo que de ellos espera, y capaces de relegar cualquier sentimiento en pos de causas lidiadas en su nombre.

Corromped si podéis a aquellos fanáticos, hasta que mueran ahogados por la misma justicia que proclaman.

Garin

26/4/09

21º pasaje, cap 7

―Si tenemos en cuenta que la falta está clara, y que la disparidad de rango no ha de ser lo suficientemente grande entre el Señor de Thárin y el marido de la dama como para que pudiera verse eximido de ofrecer una compensación personal; y siendo un hecho que ambos caballeros son hombres de armas, no se podría dar pie ha que ningún paladín interceda sin que esto se interpretara como un claro gesto de cobardía o debilidad.[1] El heredero de La Casa de Bánum querrá hacer valer su derecho en un duelo que de seguro no será pactado a primera sangre. Y aunque con esto no pretendo desmerecer la validez de vuestro tutelado en el manejo de la espada, éste está muy lejos de llegar a ser tal que pudiera medirse con uno de los héroes vivos de nuestro tiempo. Tal vez el más grande de los paladines que la Fe haya conocido, por mucho que se hubiera acomodado. Es por ello que sólo se pospondrá su muerte. Habrá de ser la misma mano que en otro tiempo tuvo la entereza y el furor para librar a La Orden de su mayor enemigo la que dé raudo cumplimiento, restituyendo indirectamente la sentencia que el edicto ha de negarnos.

»¿No os parece qué una vez más los dioses se prestan ha enmendar errores humanos con una notoria muestra de justicia poética? ―preguntó jactancioso, convencido de que el peso de su planteamiento era tal, que no habría de existir la forma de que se viera recusado, siendo el cortesano el que permaneció en silencio en aquella ocasión.

La prolongación de aquella charla unida al constreñido mutismo que Garin adoptó, fue acogido por el capitán como el preludio de un alzamiento que al precio de su vida le conduciría a la victoria. Una nueva aseveración que venía a proclamar que su alegato era irrecusable. Con cada replica ganaba en confianza, y la bruna sombra de temor que aquel gigante protocolario ejercía sobre él comenzó a desmitificarse, al quedar expuesta de una manera tan perentoria a la luz de lo que le resultaba un razonamiento lógico.«Sigue hablando, que sean tus propias palabras las que me pongan al tanto y tu mera indiscreción lo que termine de condenarte» pensó el cortesano, manteniendo su mutismo.

[1] N. del autor: Pese a la importancia de la ofensa, resulta impropio que alguien de más alto linaje se bata en duelo con caballeros que estén por debajo de su condición, en casos como estos se nombra a un paladín.

23/4/09

20º pasaje, cap 7

―No ha de faltaros razón en buena parte de aseveraciones. Como bien habéis dicho, el breve remanente de vida que os alumbra no vale el llevar a cabo en detrimento suyo, un acto que en verdad os condenaría en exceso. Y tan verdad como esto ha de ser que el que intercedierais movido por el deber os hace participe, pero no responsable.

Después de todo, como referisteis, no sois más que un peón con escasas implicaciones; tan carente de culpa como de mérito alguno.

»Por otro lado y aunque resulte irrefutable que vuestro tutelado obtendrá la inmunidad por lo acaecido en lo que a La Orden respecta no terminan ahí sus faltas. Sólo habrá de quedar exonerado hasta que finalice el Concilio. Cuando esto ocurra se abrirá la veda, y aunque mi tiempo de cazador hubiera expirado, el Señor de Thárin no se verá favorecido por el cambio, puesto que él designado a ocupar mi lugar traerá idénticas intenciones, y una motivación mayor que la que me estaría permitido albergar.

»Sabed que aunque el castigo que sobre él se avecina no diferirá del que La Orden le hubiera impuesto, si lo harán los motivos que lo condicionen a ello, ya que estos serán más vergonzosos, y la muerte que ha de aguardarle menos piadosa que la que yo le habría otorgado.

»¿Quién desconoce que el daño infligido al que se pretende ajusticiar suele ser más remiso y acerbo cuando el deber de dar muerte viene ligado a la necesidad moral de hacerlo? Bien es sabido que todo marido tiene derecho a salvaguardar el honor si intuye que éste pudiera estar viéndose dañado o quedando su reputación en entredicho, mas si su esposa es vista de noche y a escondidas con otro caballero este derecho ha de tornarse deber, y todo hombre que se precie de serlo se hace valedor de los medios a su alcance para limpiar tal afrenta. Y como bien habréis podido apreciar nos encontramos ante uno de estos casos en el que se reúnen diversas particularidades, haciéndolo para vuestro tutelado tan insólito como contraproducente.»Pese a considerarme bastante ducho en cuanto se refiere a este tipo de leyes vos habréis de saber de ellas más que yo, por ende no os privéis de corregirme si en algo creéis que errara ―puntualizó el capitán en mitad de la charla, antes de entrar a profundizar con más firmeza.

20/4/09

19º pasaje, cap 7

»De todas formas si queréis que con un poco de sangre lave esta ofensa me ofrezco a dárosla, y si no, decid el lugar y la hora y que las espadas de nuestros paladines busquen la verdad en un encuentro a primera sangre ―se lanzó a decir el cortesano, restándole toda la importancia posible a los planteamientos que el mismo aportaba para dirimir la contienda, como si todo lo demás hubiera quedado atrás zanjado con firmeza.


SÓLO UN CAMINO CARECE DE GLORIA


Poca diferencia puede hallarse entre dos contendientes entregados por entero a sus respectivas causas.

No sólo la victoria es digna de alabanzas. Si se luchó con coraje, la derrota como tal no existe.
La vergüenza, sin embargo, sólo está reservada para los que sucumben al miedo, que retroceden o se rinden, eligiendo dicha vergüenza como una lastimera alternativa a la muerte.

Súlian de Edar


Y fue así como la animadversión que lo predispuso a dar muerte al anciano sucumbió bajo un interminable cúmulo de razonamientos, razonamientos que aunque lo condicionaron a desistir, no le hicieron doblegarse o mostrar cordialidad. Y lejos de lo que podía esperar, tras sopesar las palabras de Garín, el heraldo se vio amparado por cuantiosas verdades de cosecha propia, y que no sólo secundaban los criterios del cortesano, puesto que de igual modo trajeron consigo nuevas perspectivas que, por otros caminos, podrían desembocar en el cumplimiento de sendas sentencias. Ante semejante posibilidad cuanto derrotismo sentía quedó atrás, y henchido de esperanza, con el espíritu renovado, se valió de ellas para presentar batalla.

Abiertamente se mostró altanero. Se autoproclamó caudillo de conceptos, y tal fue su fervor, que sólo la arrogancia tuvo cabida en sus maneras; haciendo gala de uno de los preceptos iniciales del libro sagrado “Los Senderos de la Fe”: “Por numerosos que fueran los obstáculos en su camino, la justicia siempre habrá de remontarlos sin perder su cauce”.

17/4/09

18º pasaje, cap 7

»Si lo pensamos bien ni tan siquiera en la venganza podríais escudaros, porque nada hice para merecerla. No ha de atribuírsele a mi persona el mérito de haberos derrotado, puesto que correspondió desde siempre a esa misiva que tanto veneráis. Y que sería vuestra si decidierais vivir.

»Sea como fuere, creo que podréis regocijaros, pese a todo, ya que supongo que no habría de serme difícil convencer al Señor de Thárin para que, aún después de muerto, os la cediera a tiempo para que fuera quemada junto con vuestros restos ―explicó Garin sirviéndose de venenosos criterios que, pesar de su crudeza, no pudieron ser censurados al hallarse amparados por la verdad. Y todo ocurría sin que en ningún momento se quebrantase el vínculo que, de un tiempo a esta parte, se creó entre sus miradas.

―¿Tan seguro estáis de la carencia de motivos por los que debería privaros de la sangre? ―interrogó el capitán rebosarte de acritud.

―Tanto que si me dais una sola razón amparable en las leyes por la que habría de dárseme muerte, a causa del modo o maneras que para con vos he demostrado, yo mismo evitaré, aquí y ahora, que tengáis que ensuciar con mi sangre las manos de aquél que hasta este día ha contado con una inmaculada reputación ―se apresuró a responder Garin con total convicción. ―Nada podríais achacarme que hubiera de ir más lejos que una satisfacción de sangre, por haberme atrevido a tocaros para evitar que os deshonrarais.

14/4/09

17º pasaje, cap 7

«Queda claro que tu fanatismo te exonera de todo miedo a morir, y que la vida de los demás te importa menos que la tuya propia. Ya conozco tus virtudes y defectos. Quieran éstos seguir conduciéndome de la mano, ahora que me hallo a las puertas del recóndito lugar donde se esconde tu debilidad.

»¿Quieres argumentos?, pues yo te daré tantos y tan convincentes que no habrás de existir para ti nada más verosímil que las razones que habré de ofrecerte»―Todo religioso, incluso antes de ser ordenado, sabe de que la vida no es el bien más preciado que puede perder. Recordad que pese a vuestras faltas aún sois paradigma de virtud. Un heraldo que mostró tal rectitud que se hizo merecedor de portar el ojo de dioses. Es por ello que no debéis olvidar que por breve e insignificante que la vida de este hombre que tenéis ante vos pueda pareceros, tan cargada de años y exenta de virtud, tan flemática o ajena a las emociones, una vida que al fin y al cabo habría de estar tan carente de valor que, a nadie, ni tan siquiera a él mismo le importaría que le sobreviniera o no la muerte, es este hombre, pese a su insignificancia, el que habrá de arrastraros a vos si levantáis vuestra mano contra él. Si os entregáis a la sencilla labor de ejecutarlo sin contar con un “por qué” que lo justifique, estaréis escupiendo con bellaquería sobre los ideales por los que habéis vivido, y todo el sentido que hasta ese momento hubisteis de dar a la justicia moriría con él. Y dado que sabéis también como yo que ese “por qué” no existe, y que ni aún uniendo todas mis faltas tendríais una que me hiciera merecer que mi sangre fuera derramada en tal grado, creo que puedo estar tranquilo, y sentirme sabedor de que no habrá de ser el heraldo que tengo ante mí el que hoy ponga fin a mis días; aunque me resulta imposible aventurarme a ofrecer un criterio similar en lo que a vuestro “yo” primitivo se refiere.

12/4/09

16º pasaje, cap 7

«La sucesión de latidos empieza a amainar; el espíritu se aquieta. La presión sobre la empuñadura disminuye, y, pese a no deshacerse la presa, el forcejeo se atenúa. Comienza a dar muestra de su declive. Es el momento propicio para que vuelva a hostigarlo con comentarios que poco habrían de diferir con la sobria severidad paterna».

―¡Moderaos capitán!, ¡de sobra sabéis que la espada nunca estuvo destinada a solventar tales causas! ―interpeló el anciano. Y tras mantenerse unos instantes aferrado de forma preventiva a su brazo se desligó de él sin apartar la vista, para desandar los dos pasos que representaron el origen de las hostilidades. Sin embargo, y aun apaciguada considerablemente, la tensión se mostraba más reacia a desaparecer de lo que cabría esperar, dejando ver que aparte de los motivos evidentes había algo que el cortesano no supo apreciar. Pero aun así se mantuvo allí, mostrando, pese a lo palpable que resultaba su indefensión, la más circunspecta actitud, sin que por ello el arresto se viera desvirtuado.

―Antes, cuando jactancioso y ajeno a todo comedimiento impartisteis vuestro criterio sobre cómo habrían de castigarme, afirmasteis que sea como fuere yo ya estaba muerto. Pese a que conozco cada código, cada precepto, e incluso cada nueva acotación hecha en los textos sagrados, no pienso aseverar o desmentir ese axioma que con tanta seguridad habéis tenido a bien desvelarme. Mas supongamos por un instante que estáis en lo cierto, y que en realidad gozáis de una visión tan clara de mi destino. Y siendo así decidme: ¿qué habría de impedirme arrastraros conmigo? ―interrogó el heraldo con sorna, dando pie a que las palabras dejaran a su paso el amargo regusto de una latente amenaza. Una amenaza que se mantuvo suspendida en el aire y en todo momento ratificada por su expresión corporal, ya que éste, ahora conscientemente, se aferraba de un modo tan relajado como resuelto a la empuñadura.

10/4/09

15º pasaje, cap 7

«Deja que el rencor fluya más y más hasta alcanzar su cenit, puesto que habrá de bastarme sobrevivir al arrojo del primer envite. Una vez conseguido, sólo me restará instarte, con comentarios que se tornaran en pernicioso remedio, para que el plazo de desgobierno se vea considerablemente acortado, estando la vuelta de la razón tan teñida de culpa y remordimiento por el agravio que tus acciones infligieron a preceptos propios y ajenos, que aquejado de estos males tu voluntad sucumbirá con docilidad ante ellos».

―¿Desde cuándo habéis dispuesto, La Orden o vos mismo, tomar como precepto el castigar verdades? ―inquirió Garin sin demostrar más agitación que la que pudiera atribuirle el forcejeo. Y aunque al igual que en ocasiones anteriores toda réplica le estuvo negada, logró, al entrar en contacto con una razón que trataba de reconquistar un territorio que momentos antes cedido, que el reducto de inquina que se exponía en sus ojos se diluyera paulatinamente. La situación se mantuvo, y en tanto que el heraldo intentaba dirimir aquella contienda personal, entregado a ahuyentar, pese al dulzor de su llamada, los dictados concebidos por el instinto, Garin conservó trabada la mano que sostenía el arma, al tiempo que permanecía expectante, llevando un control preciso y exhaustivo de cómo oscilaban las emociones en el rostro de su adversario. Y aunque el sentimiento de animadversión se imponía, mostrándose como la nota dominante, descubrió que no perduraría al carecer de sustento. Era bien sabido por el anciano que en todo proceso de transición emocional es la duda la que impera si está implícita en él. Aquejado el individuo de tan ominosa sensación termina por perder el arrojo, al tiempo que atormentado por la vergüenza de haber llevado a cabo actos tan irreflexivos, adquiere un desmedido sentido de la sensatez que, en ocasiones, los predispone a mostrar una mayor mansedumbre.

8/4/09

14º pasaje, cap 7

―Cuidaos del influjo que la ira ejercer sobre vos. Haced acopio de estoicidad y confinadla en el lugar más recóndito que hallarais en vuestro interior, ya que apartándola imposibilitaréis que os humille campando a su antojo. Así solo le seria posible recorrer el angosto camino que la conduciría al exterior, cuando la voluntad no hubiera de ponerle impedimento alguno o, los dioses no lo quieran, tuvierais que valeros de ella para dirimir una verdadera afrenta ―expuso Garin, pese a las advertencias y sin el menor comedimiento. Fue esta perentoria conjugación de criterios y maneras, tan impregnados adrede en ominosa ironía, lo que propició que el heraldo se dejara guiar por el impulso que habría de condicionarlo a dar fiel cumplimiento a la llamada que su lado primitivo hizo a la sangre. Y con cuanta determinación se vio predispuesto se entregó a privar, de un rápido y enérgico tirón, la espada de su vaina. Mas cuando la hoja se hallaba próxima a ser liberada el intento se vio frustrado por el cortesano, el cual, con ambas manos y echando el cuerpo, la restituyó a su lugar de origen. Sin embargo, y pese al desconcierto, el capitán no cejó en su empeño, e infructuosamente trató de zafarse de su oponente. Y fue durante el breve intervalo, en el que ambos se debatieron por hacer valer sus propósitos en tan impropia pugna, cuando el cortesano tuvo a bien dirigirse a su contendiente sin apartar la mirada, y con palabras en las que imperaba un apremio carente de temor.

6/4/09

13º pasaje, cap 7

Pese a dar la firme impresión de que a Garin se le iba la contienda de las manos innecesariamente, o que desconocía lo cerca que estaba de convertirse en la inminente víctima de uno de aquellos repentinos brotes de irracionalidad que amedrentaron a algunos y privaron de existencia a otros, no era así. Hasta tal punto creyó tener, desde que se perfilaron los primeros indicios del rencor, plena conciencia del modo en que debía de llevarse esta situación, que no sólo optó por mantenerse al tanto, siguiendo encarecidamente su progresión, sino que se entregó con metódica determinación a contribuir en su desarrollo. Y así fue como valiéndose apenas de un puñado de alusiones, encausó sus formas e instigó al inherente mal que en él moraba, para que en ningún momento se viera truncado tan prospero crecimiento.

Lejos de amilanarse y fiel a la aplicación de unos procedimientos tan eficaces como poco ortodoxos, el viejo cortesano hizo desaparecer, en apenas un par de pasos y sin perder el contacto visual, la distancia que los separaba. Con aquel gesto, primero de otros que habrían de sucederlo, se ponía de manifiesto todo un alarde de la más calmosa sobriedad. Y fue cuando el trayecto difícilmente hubiera podido ser más corto, que dejó que sus fríos y huesudos dedos descansaran con convicción sobre el anverso la mano que sostenía la espada.

Un gesto que no estaría exento de contrariedad, pese a que dicha contrariedad guardó más relación con el descubrimiento que hizo por medio de él, que con la repulsa sentida por tan inapropiada toma de contacto. Y mientras se bandeaba a merced del desconcierto en mitad de aquel alubión de dudas descollaron varias ideas, condenadas a mantenerse a la espera de saber cual acogería como valida, siendo una de las que más se perfilaba para ello, la que afirmaba que aquella acción involuntaria no era más que una sutil arenga de los dioses para librar a la Fe de tan pernicioso elemento.

«Esto ya dura demasiado, y es mi paciencia la que empieza a agotarse. Me obligas a adoptar medidas drásticas ante situaciones que debieron caer por su peso.
»Acabemos de una vez».

4/4/09

12º pasaje, cap 7

«Apenas un paso y terminará tu angosto camino. Y cuando estés al borde del abismo yo estaré allí para ofrecerte un incentivo que no hallaras en ti mismo».

―Sabed que sí por el motivo que fuese lo considerarais adecuado, ni tan siquiera tendríais que hacer referencia de ello, con un simple adiós salido de vuestros labios haríais que cada segundo de esta aciaga noche se tornará en un mal sueño, que con el devenir del tiempo dejaría de tener cabida en la memoria ―expuso Garin, brindándole una salida relativamente digna. Y pese a que fue su propio interés lo que motivó la búsqueda de un acuerdo que no se hallara exento de sensatez, no hizo más que inducir al heraldo a abjurar aún más de perentoria anexión de criterios. Hasta tal punto fue así, que cada una de las insinuaciones que conformaban esta propuesta lapidaron salvajemente el ánimo y la quietud de aquel irascible instinto, acrecentado su ira cuando se hallaba próxima a tomar una forma definida.

―Tal vez, al igual que en ocasiones anteriores, queráis achacar las ofensivas incoherencias diseminadas a lo largo de vuestra amplia exposición a otro de esos repentinos ataques de ancianidad de los que antes os lamentabais con viveza. De ser así, y por consideración a tan desapacibles trastornos que tan molestamente vienen y van, me mostraré para con vos más paciente, aunque también más claro.

Debido a las circunstancias, quiero hacer especial hincapié en un punto que se ha de considerar vital. No deseo, ni estoy dispuesto a consentir, que sigáis dándome vuestra opinión en lo que respecta a mi persona. Y es por ello que quiero pediros encarecidamente que hagáis cuanto vuestras insuficiencias os permitan para recordar esta petición como si de un precepto se tratara.

»Sabed que, pese a lo arduo que pudiera pareceros llevar a cabo semejante ejercicio de concienciación, seria muy acertado por vuestra parte que os entregarais a él respetando mi voluntad, ya que con esto no sólo daréis pie a que las negociaciones lleguen a buen término, sino que además se impedirá que, consciente o inconscientemente, sigáis tratando de escudar o empequeñecer las faltas de vuestro tutelado o de la dama al compararlas con las mías. Tenéis que entender que me sería muy difícil contenerme si proseguís con la exposición de conceptos y criterio que, a mi modo de ver, resultan tan mezquinos como inconsecuentes ―aclaró el capitán, al tiempo que dejaba entrever que, tras la ominosa quietud de su acusado cinismo, no existía más sustento que el de unos ánimos enervados por el pernicioso efecto que sobre ellos ejercía la furia, furia que al no hallar acomodo en su cuerpo lo hacia estremecer.

2/4/09

La clausula de lo portadores del ojo de dioses (Apéndice)

Pese a ello, y lejos de que les fuera ofrecida algún tipo de inmunidad, debían cumplir castigo por las faltas que sobre estos hubieran de pesar. La única diferencia es que en según que casos se purgaban de otra forma. En éste en concreto podría serle aplicada la mayor de las penas que se le infringía a uno de los escogidos, la cual no era otra que la muerte social.
Durante un ritual que ha de allbergar cierta similitud con el que se le realiza a los enemigos de la Fe en el que se procede a la excomunión antes de darles muerte ; estos son desposeídos del don, previa amputación del brazo que posee la marca, de este modo, le es restituida parcialmente su humanidad. Y a excepción de dicha fe, se les obliga a dejar atrás todo aquello que de alguna manera estuviera ligado a cualquiera de sus vidas pasadas.*
A cambio del cumplimiento de estos requisitos se les ofrece un nuevo comienzo privado de dignidad, en el que habrán de dedicarse íntegramente a la redención.

A pesar de su escaso numero, pueden hallarse en alguna de las colonias más alejadas del continente, algún que otro sacerdote que, lisiado y relegado de cargo, deambula cumpliendo sus muchos quehaceres. De este modo la indirecta exposición de su vergüenza es menor y habrá de estar mejor avenida, debido al hecho de que sólo habrá de hacerse extensible a los escasos desconocidos que compartan con él este recóndito lugar por motivos similares. Y si por algún casual alguien cometiera la indiscreción de preguntar por él, al tomar conciencia de su prolongada ausencia o incluso sabiendo de su paradero, o hubiera de aludir a su persona, se haría referencia con visible severidad que aquel que portó del ojo de dioses ha muerto.

*(2) N. del autor: Cuando un aprendiz toma los votos pierde todo vínculo con sus orígenes y familiares empezando desde cero una nueva vida; y del mismo modo ocurre con los que son desbeatificados.