17/7/09

Un buen momento para pronunciarse

Bueno pues tras bastante tiempo se dejó atras otra de las partes de la novela. Antes que nada dar las gracias a los que comentais por aquí, a los más discretos que lo haceis por messenger y a los que tengo la suerte de tenenos cerquita. Gracias por leerme, gracias por compartir conmigo esta experiencia tan interesante, gracias en el caso de algunos por convertirse casi en padrinos del textos y dedicar tanto tiempo a analizarlo y hacerme ver errores de todo tipo, por abrirme los ojos en tantos aspectos y hacerme ver buena parte de lo que estaba mal o era mejorable. Creo que el texto, aunque sigue necesitando algunos cuidados más mejoró bastante.

Deciros que lo más parecido a la versión más pulida la teneis en Ngc3660, por si alguno gusta de ver los posibles cambios. Hubo muchas correciones y sobre todo poda (creo que más de 30 folios).

Y todo lo que está colgado hasta aquí se dejará reposar un tiempo y ya volvere a mirarlo para lo que espero sea el pulido definitivo, al menos por mi parte.

Comentaros tambien que hay escrita parte 3 y 4(y desde ya os adelanto algo más de acción y cierto toque más oscuro, incluso con tintes de terror en algunos casos), aunque quiero mirarmelos con algo más de calma antes de volver a la carga.


Y bueno no quiero dar mucho calor con el tema, pero si alguien se mojara en hacer una critica general de esta parte 2 le quedaría muy agradecido. La verdad es que tengo serías dudas en según que aspectos y me gustaría que quedaran atras.


Un abrazo. Y gracias a todos por estar ahí

14/7/09

Cap 11 (8)

Apoyándose pesadamente en la pared y tratando de valerse de unas piernas que se negaban a responderle se giró como pudo, para buscar el auxilio de la única persona próxima, y al hacerlo lo descubrió a su lado, exponiendo una quietud que en modo alguno resultaba corriente. De entre todos los factores a tener en cuenta cabía destacar el más imperceptible, uno que nunca habría sido pasada por alto por personas más receptivas. Personas entre las que el maestro de ceremonia se habría encontrado de no ser por las circunstancias. Pese a que el joven no se hallaba tan cerca de la ventana como para verse expuesto a la luz estaba envuelto por ella, como si ésta, hubiera recorrido la estancia para acceder a él. Y bañado por su ignominioso influjo aquel cuerpo desnudo adquirió un halo antinatural. Mas en momentos en los que uno se siente tan próximo a la extinción, la muerte del sentido común precede a la propia, no habiendo cabida para otro pensamiento que no fuera el de aferrarse a la esperanza que el joven pudiera traer consigo. Fue entonces cuando el maestro de ceremonias intentó apelar a él, como si la necesidad de ayuda no resultara evidente, pero por más que quiso valerse de las palabras, éstas, ajenas a su bienestar, se negaron a cumplir su cometido, impidiendo que se expresara de un modo coherente.

―No os entiendo, señor ―le respondió el muchacho con incontestables trazas de ironía.

Sin perder su sobriedad el efebo se acercó a la agonizante figura a la que fue ofrendado, aparentando que se esforzaba por oír cuanto tuviera que decirle, siendo su fingido interés lo que alentó al maestro a volver a repetir con angustioso énfasis su petición, sin que el resultado de ésta hubiera de diferir del anterior.

―Disculpad, pero no puedo complaceros si no sé que se os ofrece ―declaró el muchacho parcamente, mientras contemplaba gozoso como el pánico campeaba por el rostro de su “anfitrión”.

La desesperación instó al maestro a precipitarse sobre el muchacho, extendiendo los brazos para asirse a él. Pero éste tomando conciencia decidió apartarse y dejarlo caer, para acto seguido arrodillarse junto a él. Lo observó y al hacerlo se encontró con su desconsolado mirar, al tiempo que de sus labios emergió un intento de palabra que bien podría haberse parecido a ayuda.

―¿Queréis que os ayude? Por su puesto. Permitidme señor ―dijo agarrándolo por debajo de los brazos. Y una vez alzado, no sin cierta dificultad, lo apoyó contra la pared, para asirlo de manera más cómoda. Apenas en los brazos del muchacho creyó que los síntomas remitían, que el dolor que tan abruptamente sobrevino lo abandonaba de forma lenta pero progresiva.

―No os preocupéis, porque estoy resuelto a hacer cuanto esté en mi mano para acabar con vuestro sufrimiento ―afirmó el muchacho mientras lo cargaba, y al pasar frente a la ventana lo arrojó por ella de un violento empellón.

13/7/09

Cap 11 (7)

Durante un instante se mantuvo inmerso en la duda, temeroso de retomar la vigilia. Y aunque tratándose de él la curiosidad estaría más presente que el de temor decidió actuar con cautela. Próximo al marco de la ventana aguzó el oído, sintiéndose al hacerlo aliviado y por ende exento de todo peligro al comprobar que se mantenía la charla, o al menos alcanzaba a oir la voz del cortesano aunque considerablemente más baja. Aquello le hizo intuir que ambas comitivas se alejaban, e impelido a conocer el desenlace retomó con negligencia a su pernicioso pasatiempo. Y pese a no ser visto, lo hizo justo cuando el capitán de los Heraldos impuso el ojo al ver la sombra del muchacho.

Dándose por descubierto y conocedor de lo que la imposición representaba fue incapaz de sobrellevar el creciente desasosiego ejercido por un influjo más allá de lo humano. Influjo que arrancó un lamento. Apenas tomó conciencia de que había sido maldecido el castigo se hizo presente en su cuerpo, como una ola que se encrespa antes de golpear con avidez las rocas para librarlas de toda inmundicia, presagiándose su desenlace. Fue como si cuantas dolencias lo acompañaron en estos últimos años acometieran al unísono con un ímpetu desconocido. La rigidez se apoderó de su cuerpo al sentir como un brazo invisible se introducía por su garganta negándole el aire, ansioso de asir su corazón con la mano, de aferrarse a él con sus fornidos dedos invasores. La sudoración y el mareo precedieron al vómito, y aquel lacerante dolor del pecho se propagó hasta afectar a la espalda y el brazo izquierdo. En aquellos instantes en los que la vida se iba, parecía representar un enorme pez abotargado, arrancado del agua y arrojado a la orilla para esperar entre estertores una indigna muerte. Pero pese a lo precaria que resultaba una situación como ésa, mayor si cabe para alguien con una carencia de estoicidad tan acusada, se aferró indómitamente a la vida, siendo el mismo miedo a morir quien lo predisponía a hacerlo. Más allá del ahogo se entreoía una palabra con tendencia a morir antes de consumarse, una palabra imposible de articular mientras boqueaba nerviosamente, y no era otra que piedad.

11/7/09

Cap 11 (6)

―¿Qué ocurre, señor? ―preguntó con una voz que casi no le salía del cuerpo. Mas no obtuvo respuesta. ―¿Señor? ―insistió, al tiempo que se levantaba para acercarse. Pero advirtiendo el maestro de ceremonias, ahora sí, una presencia que se le antojó molesta, se limitó a mandarlo callar con desprecio, siendo esto lo que fomentó que el joven sintiera curiosidad. Y sin hacer ruido se aproximó, para una vez allí asomarse con naturalidad, como si nada hubiera de temer al hacerlo.

Al tomar consciencia de ello el maestro lo derribó de un violento manotazo, y acto seguido se volvió amenazante, tratando de paliar la ira y temor que tomó posesión de sus nervios. Todo aire le resultara escaso, y ante esto se limitó, al igual que en pretéritos envites, a posar la mano sobre el pecho para aquietar su latir. Mientras el habla le estuvo vedada todo resentimiento fue expresado con su ojeroso mirar de sapo, y con su vuelta, se dirigió al muchacho con crueldad. Y éste, lejos de mostrar miedo o nerviosismo, se limitó a asentir sin apartar la mano de la parte del rostro golpeada, tras la cual, y a resulta de un labio roto, asomaron entre sus dedos un par de gotas de sangre, que se derramaron sin reservas por el dorso de ésta.

―¡Maldito seas muchacho! No sé si te habrán visto ¡Pero te juro que como esto afecte a mí persona haré que te desuellen vivo! ¿Me has oído? ―inquirió. ―¡Ahora vuelve a la cama y quédate en ella! ¡Y ay de ti si vuelves a importunarme! ―añadió amenazante, y manteniendo sobre él su mirada hasta que acató su mandato. Tras lo cual dio la espalda al que parecía ser el mensajero enviado por el destino para evitar que la exposición al pecado se prolongara.

9/7/09

Cap 11 (5)

Instantes más tarde se incorporó, apreciando un murmullo que enturbiaba la unión entre el silencio y la sombra. Y todo reducto de pereza se vio desterrado cuando sus ojos fueron testigos de una verdad que no supo asumir. Pese a lo absurda o risible que dicha visión hubiera parecido en otras circunstancias, toda sensación quedó supeditada al desconcierto. Resultaba difícil aceptar el encontrar al maestro de ceremonias en actitud tan impropia. Allí estaba acuclillado e intentando cubrir con la manta su voluminoso cuerpo, como si se tratara de un chiquillo que exento de recato se entregara a sus travesuras sin que hubiera de importarle nada más. Lo apreció agitado y como sus cambios de postura arrancaban a sus labios cuantiosas quejas, todos ellos teñidos de manifiesta amargura, al tiempo que con ambas manos se friccionaba con fuerza muslos y tobillos, intentando combatir sin resultado hormigueos y calambres. Más allá de lo que indicaba el sentido común se mantenía en aquel lugar, no importándole cumplir una penitencia que para alguien como él habría de resultar especialmente severa.

7/7/09

Cap 11 (4)

Larga fue la tregua que el destino le concedió antes de que tan prolongada charla empezara a hacer mella. Su interés por seguir allí entró en conflicto con el lacerante dolor de unas piernas que cansadas de soportar la postura y el peso exigían descanso. Los cambios de posición para evitar calambres se hicieron constantes, hasta que en uno de ellos se le mostró a Garin algo que por el momento éste habría de omitir. Encubrió al que más tarde delataría. Mientras tanto su desenfrenado apetito contribuyó a su permanencia e hizo el martirio más llevadero. Y aún hostigado todo fue bien hasta que irrumpió una corriente de aire, que además de arrancar a los ocupantes temblores desveló al que aún dormía, el cual no tardó en extrañar la manta. Y tras una breve e infructuosa búsqueda a tientas y con los ojos cerrados descubrió que con ella desapareció su anfitrión, mas la pereza salió airosa, y tras emitir un gruñido se encogió para mostrar la indiferencia propia de quien bajo el influjo del sueño trataba de encomendarse a él. Mas quiso el destino enviarle una segunda ráfaga, como si no contento con el resultado pretendiera seguir hostigándolo, hasta terminar con su reticencia e instarlo a reanudar la búsqueda de algo con lo que paliar el frío.

5/7/09

Cap 11 (3)

Aún siendo conocedor de cuanto acontecía, su interés se mantuvo, estaba maravillado por la destreza de los contendientes al blandir el verbo. Y en tanto se mantenía expectante, implorando que el espectáculo se demorara cuanto fuera posible, comenzó a cavilar, al igual que el estratega que evalúa una oposición de fuerzas para decantarse por un ganador. Cada reflexión se convirtió, a su criterio, en un triunfo de la lógica, y como tales los atesoró, jactándose de cuanto creía apreciar. Creyó advertir que entre ambos contendientes habían nacido rencores que se acrecentaron con la palabra y que alentaban su entrega, haciendo que ceder no fuera una opción. Era como si hasta los más simples comentarios se tornaran ingratos, y el fluir de estos los alejaba de un acuerdo satisfactorio.

3/7/09

Cap 11 (2)

Pese a tratarse de un ser pusilánime y sin carácter, tan escaso en virtudes como sobrado de imperfecciones, había algo en el maestro de festejos que podía confundirse con arrojo o valentía, mas nunca estas cualidades subyugaron sus miedos. Sólo la curiosidad, su mayor defecto, le infundía determinación. Y como tantas otras veces fue incapaz de desoír la sugerente dulzura que encontró en aquel reclamo.

Con pesadez se levantó del lecho y, tras cubrir su desnudez torpe y apresuradamente con la manta que compartía, encaminó sus furtivos pasos hacia lo prohibido, ansioso de agenciarse respuestas.

Durante bastante rato se mantuvo agazapado junto al quicio de la ventana, para contemplar con impunidad cuanto aconteció desde que Sionel e Iliandra discutieron. Uno tras otro continuó dando profusos sorbos al creciente manantial de imágenes y palabras sin que la necesidad mermara, alcanzando un soberano grado de curiosidad con la aparición de unos heraldos que fueron sucedidos por el séquito de los tutores. Y el entusiasmo adquirió su cenit cuando tras atar algunos cabos y aguzar la vista tomó conciencia de la relevancia de los implicados.

1/7/09

Cap 11 (1)

* Esto más que un capitulo, es como una especie de relato vinculado a la historia, un pequeño pasaje que aporta cierta luz a un suceso del jardín. Espero que os guste.




Una historia jamás contada: Ajusticiamiento



LA CLARIDAD DE LOS NECIOS




¿Cómo sopesar una acción, tratando de ser consciente de sus consecuencias, cuando se alberga a tus ojos una oportunidad tan clara de éxito?


Súlian de Edar



Pese a sentir en sus orondas carnes el cansancio acumulado por supervisar todos y cada uno de los preparativos, fue arrancado de una agradable lasitud próxima al sueño por los gritos y lamentos de un varón. Y tras concederse uno de los breves instantes que solían serle necesarios para recuperar la quietud, miró al joven que compartía su lecho en calidad de presente, mas no halló respuesta en él, gozaba de un profundo sueño. Durante este intervalo permaneció en silencio, envuelto por la desapacible negrura que la noche trae consigo y ansioso por desvelar el origen de lamentos que con la misma certidumbre podría haber traído el viento o formar parte del nutrido devenir de pesadillas con tendencia a abordarlo. Mas escasa fue la incertidumbre recolectada en tan corta espera, puesto que un nuevo lamento proveniente del jardín disipó toda duda. Un jardín que sin el amparo de la luz había permanecido mudo hasta ese día. Aún aguardándolo tras la primera escucha un escalofrió recorrió su cuerpo, mas toda intranquilidad se vio eclipsada por su necesidad de saber. Desde aquel momento sus ojos se tornaron centinelas, fijos en la ventana por la que irrumpió tan acusado penar. Y pese a saber que asomarse a horas tan intempestivas se consideraba una falta grave, no veía el modo de evitarlo. Aquel irrefrenable deseo devoraba con avidez sensatez y temor.