»De todas formas si queréis que con un poco de sangre lave esta ofensa me ofrezco a dárosla, y si no, decid el lugar y la hora y que las espadas de nuestros paladines busquen la verdad en un encuentro a primera sangre ―se lanzó a decir el cortesano, restándole toda la importancia posible a los planteamientos que el mismo aportaba para dirimir la contienda, como si todo lo demás hubiera quedado atrás zanjado con firmeza.
SÓLO UN CAMINO CARECE DE GLORIA
Poca diferencia puede hallarse entre dos contendientes entregados por entero a sus respectivas causas.
No sólo la victoria es digna de alabanzas. Si se luchó con coraje, la derrota como tal no existe.
La vergüenza, sin embargo, sólo está reservada para los que sucumben al miedo, que retroceden o se rinden, eligiendo dicha vergüenza como una lastimera alternativa a la muerte.
Súlian de Edar
Y fue así como la animadversión que lo predispuso a dar muerte al anciano sucumbió bajo un interminable cúmulo de razonamientos, razonamientos que aunque lo condicionaron a desistir, no le hicieron doblegarse o mostrar cordialidad. Y lejos de lo que podía esperar, tras sopesar las palabras de Garín, el heraldo se vio amparado por cuantiosas verdades de cosecha propia, y que no sólo secundaban los criterios del cortesano, puesto que de igual modo trajeron consigo nuevas perspectivas que, por otros caminos, podrían desembocar en el cumplimiento de sendas sentencias. Ante semejante posibilidad cuanto derrotismo sentía quedó atrás, y henchido de esperanza, con el espíritu renovado, se valió de ellas para presentar batalla.
Abiertamente se mostró altanero. Se autoproclamó caudillo de conceptos, y tal fue su fervor, que sólo la arrogancia tuvo cabida en sus maneras; haciendo gala de uno de los preceptos iniciales del libro sagrado “Los Senderos de la Fe”: “Por numerosos que fueran los obstáculos en su camino, la justicia siempre habrá de remontarlos sin perder su cauce”.
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