Debido a su acusada falta de fervor tanto artístico como religioso, y el hecho de que recibiera o hubiera visto recibir correspondencia de esta índole con asiduidad, el caballero le restó importancia. Para unos ojos tan profanos como los suyos no era más que una simple carta, sin más valor que el del mensaje que portaba, siendo la singular llaneza con la que llevó acabo aquella acción, a su criterio intrascendente, lo que fue considerado por el heraldo como un acto de suprema humildad. Y tan abrumado quedo que necesitaba agradecérselo, aunque en verdad no supiera cómo hacerlo.
[1]
―Que todos, salvo los que se ocupan del hermano caído, escolten al Señor de La Casa de Thárin y a su guardia al exterior; y cuando halláis terminado retomad vuestros quehaceres ―ordenó el capitán, al tiempo que comunicaba de un modo tan poco protocolario la noticia de que el nombramiento había tenido lugar.
En el más respetuoso de los silencios, Garin y el capitán se despidieron del que debía partir. Pero apenas se inició la marcha, se vería interrumpida.
―¡Señor! ―exclamó el capitán de los heraldos, alzando la voz lo estrictamente necesario para hacerse oír.
Pese a la ambigüedad del llamamiento la comitiva se detuvo, y al volverse, Sionel mostró desconcierto al saberse aludido.
―Os agradezco que me creyerais digno de compartirlo― se limitó a decir.
A pesar de la aparente inquietud que su acusado azoramiento mostraba, las palabras consiguieron desembocar en sus labios, al no poder soportar la presión que sobre su espíritu ejercía una conciencia necesitada de hacer valer para con él su deuda.
En ese momento todo adquirió para Sionel suma transparencia, por lo que acogió con gratitud el que tuviera a bien mostrarle, mediante el gesto de fervor que por el escrito sentía, parte de una humanidad confinada.
Y conmovido por ello, pese a las circunstancias, no pudo evitar sorprenderse al pensar en lo fácil que fue colmarlo de alegría con un mero gesto, y como, con la misma sencillez, podía hacer que ese regusto perdurara.
―Cómo bien sabéis preciso de él. Me acredita y da vigencia allí donde voy, mas cuando expíe el plazo y pierda su oficialidad, su valor o interés se verá supeditado al criterio que sobre él se tuviera desde un punto de vista religioso o artístico.
Sea como fuere he notado vuestra admiración por él, y es por ello que me sería grato cedéroslo; si en verdad tal admiración existe y no encontráis inconveniente.
Pese a expresarse de un modo tan poco coloquial, obligado por el refinamiento, dicho ofrecimiento representó la más sincera humildad. Ofrecimiento que tuvo de matizar al advertir que producía en el heraldo cierta desazón.
―No toméis a mal mi obsequio, puesto que junto con él os doy mi palabra de que no trato de apelar a vuestra indulgencia. Si os lo brindo es por el interés y la pasión que hacía él profesáis. La cual os honra, y demuestra, lejos de toda duda, que vos lo merecéis más que yo. Os ruego que lo aceptéis sin que ello deba obligaros en nada para conmigo, a cambio de él recibo el saber de vuestra dicha.
[2] Poseerlo os reportará una felicidad que a mí habría de estarme negada. Tras un breve instante de silencio que acentuó un tono de amargura poco adecuado, Sionel optó por encauzar con más palabras su aparente rumbo.
―¿Y quién sabe?, tal vez los dioses tengan a bien concederme, algún día, aquello que habrá de darme esa felicidad que hasta hoy me ha sido negada y desde mí nacimiento añoró ―aludió con media sonrisa que, pese a tratar de atenuar el sinsabor de su anterior comentario, no hizo más que agravar el ingrato reflejo de su profunda aflicción.
―Si mereciéndola la buscáis, terminaréis hallándola ―afirmó el heraldo con total convicción―. Rezaré por vos ―añadió, dedicándole una profusa reverencia, al tiempo que su mano derecha se posaba sobre el corazón, dejando ver con este gesto que su agradecimiento era sincero y trascendía más allá de las palabras.
[1] N. del autor: El portador de uno de aquellos edictos no está obligado a mostrar o rebelar su contenido, puesto que en este sentido las leyes habrán de ampararlo, siempre y cuando le hubiera sido enviado directamente y pueda demostrarse su titularidad.
Todo el que tratara de rebatir su credibilidad, en cuestiones que tuvieran que ver con el documento, incurrirían en una falta grave.
[2] N. del autor: Pese a que no puede obligarse, las normas de cortesía dictan que cuando alguien hace un regalo, y más aún si es de envergadura, debe ser correspondido con algo cuyo valor fuera equiparable desde un punto de vista monetario o sentimental.