Pese a llevar a cabo su cometido de un modo tan parco, no era por hallarse falto de sentido común o carecer de retórica para validar sus acciones, sólo lo creía fuera de lugar. Para él la validez de los hechos hacía que el verbo dejara de tener cabida. Es por ello que, manteniéndose fiel a la rudeza que este criterio exigía, se dedicó a exterminar a todo furtivo que cayó en sus manos; y aunque en principio la toma de medidas tan drásticas fue acogida favorablemente, no tardó en levantar subsiguientes polémicas cuando, para sorpresa de muchos, empezaron a engrosar en el memorial personajes que gozaban de relativa importancia. Aun así, el capitán se las arregló para hacer ver que su intervención se hizo necesaria en cada caso. Desmitificó dichas muertes escudándolas en argumentos o pruebas que no siempre fueron fidedignas.[1]
El que se hallara lejos de prever el inherente potencial que el cortesano tuvo a bien mantener soterrado, no hizo más que propiciar la crecida de un desconcierto que lo sumió en un estado de aturdimiento transitorio, estado en el que, sabiéndose preso de las circunstancias, se limitó a contemplar como era eclipsado por la temible sombra que sobre él proyectó con su despertar aquel gigante protocolario. Tan desalentadora fue la primera toma de contacto con aquella evocadora soberbia que, junto a la parca agudeza y el relativo comedimiento del decrépito álter ego que el anciano dejó atrás, se marchitó la validez de cuantos preceptos se establecieron en la charla anterior.
EL PESO DE LA EXISTENCIA
Sintió como una a una se cerraban las puertas al desandar lo andado.
Sintió el deseo de respuestas, pese a que con cada pregunta no hacía más que evocar la necesidad de plantear una docena de nuevas cuestiones.
Sintió que se encontraba ante un principió más escabroso y desalentador que el peor de los finales que hubiera podido imaginar.
Lanaiel
[1] N. del autor: Pese a que dicha medida estaba tipificada de un modo un tanto genérico a criterio de muchos, se había presentado recientemente al respecto, por parte de los nobles, una moción de censura a la espera de saber si había sido acogida, debido a la carencia de víctimas ilustres que con su muerte o absolución pudieran corroborarlo.
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