Muchas hubieron de ser las palabras que allí se dijeron, muchas las pausas para tomar aliento, y prolongadas las esperas que a éstas vinieron a sumarse debido a las continuas arremetidas de una tos que, desconocedora de recato, se extendía con exasperante dilación hasta remitir de un modo temporal. A aflicciones y achaques habría de añadirse el nerviosismo, que lo predisponía a expresarse, cuando podía, atropelladamente y con poca claridad, confiriéndole, pese al fervor y la entrega, cierto aire de irresoluta insensatez. Y entre tanto el capitán permanecía allí, tratando de soportar la implacable dureza de un castigo que recaía sobre su conciencia, la cual, debido a su condición, no dejaba de verse aguijoneada por hirientes mensajes impregnados desde un principio en el engaño, viéndose acrecentado el daño por la inocencia de su interlocutor.
PARA NO HERIRLOS
No hay peor veneno para el alma, ni que pudiera prestarse mejor a este fin, que el que extraemos del dolor, de un dolor que, con mentiras, infligimos a los que han de importarnos para evitarles un daño mayor.
Ulben Iknuar
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