29/9/08

Apéndice Part 2. Cap 2. (3)

PRESENTACIÓN EN SOCIEDAD DE ILIANDRA

¡Acercaos, hijos de La Casa de Bánum, para contemplar con orgullo el póstumo regalo que vuestra señora tuvo a bien entregaros antes de que su luz se extinguiera!

¡Acercaos! Porque aún podréis encontrar cierto regocijo, si vuestras conciencias os permiten ver más allá de este insufrible padecimiento, al descubrir el fruto de esperanza que su encomiable perseverancia nos legó.

¡Qué se acerquen también quienes estén conmigo en comunión con el dolor, porque no es solo dolor lo que en este día estoy dispuesto a compartir con vosotros!
Sé que sabéis lo mucho que habrán de tardar las alegrías en desecar el amargo manantial de lágrimas que brotará de nosotros, al ser éstas alentadas por el recuerdo. Aunque para los que como yo la querían la muerte no habrá de representar en ningún momento una barrera para amarla. Pero consolaos al pensar que ella no se ha ido sin más, ya que antes de su marcha se acordó, en su infinita bondad, de cada uno de los que habitan sus tierras, dejando tras de sí una nueva simiente que estará llamada a repoblar a su paso, la alegría que se hubiera marchitado en cada rostro.

¡Pero acercaos os digo! No permitáis que mi posición coarte vuestros deseos. En momentos como estos no hay señores ni vasallos. Solo los hijos de un mismo padre que habrán de permanecer unidos hasta el final de los tiempos, compartiendo, con la misma abnegación, sufrimiento y gozo. ¿O es qué acaso no veis cómo mis brazos, ahora portadores de felicidad, vienen acunando un antídoto capaz de erradicar esta unánime aflicción?

Para obtener consuelo bastará con que poséis vuestros ojos sobre este pequeño milagro que extrajeron de su vientre, puesto que su mera visión consigue arrancar la negra herrumbre que, en corazón y alma, hayan podido dejar las penas.

26/9/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 10º pasaje, Cap 2

Tras el desconcierto de una insólita desaprobación quedó ahogado el silencio bajo un embravecido mar de caprichosas lágrimas, del que no cesaron de emerger un sinfín de protestas preñadas de una incomprensión propia de la edad. Aquella inesperada rabieta obligó al Señor de Bánum a hacer acopio de una paciencia tan ajena a su condición que solía permanecer en desuso, pero que no le costaba asumir siempre que se tratara de ella. Tal era el amor sentido por su hija, que incluso el mayor de los sacrificios estaba llamado a quedarse en nada al compararlo con el constante e ineludible espíritu de sobreprotección que surgió en él en el mismo momento en que le fue entregado aquel valioso presente. Presente que, sin duda alguna, había sido enviado por los dioses para prolongar un linaje que desde un principio parecía condenado a la extinción.

Ni tan siquiera el hecho de que le fuese negado un varón pudo enturbiar la alegría de ver cumplido, a las puertas de su segunda madurez, aquel dulce deseo de juventud. Y pese a la costosa pérdida, todo el dolor y la frustración de aquella vida de espera desaparecieron en el preciso instante en que sostuvo en sus brazos el inestimable fruto que terminaría con sus desvelos. Momento que quedó registrado por un copista mientras acontecía.


Apéndice

24/9/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 9º pasaje, Cap 2

A pesar de que ese olor era tan conocido para ella como podía serlo la misma flor, su intensidad la dejó aturdida. Nunca antes la fragancia había resultado tan penetrante como hasta ahora. Y solo un instante después se acordó de cierto día, hacía ya algunos años, cuando pretendiendo huir de las escudriñadoras miradas de compañeros de juego fue a esconderse tras unos setos. Hecho que propició que escuchara en clandestinidad, un breve fragmento de la pecaminosa conversación que, en privado, mantenían dos aprendices del gremio de historiadores. Uno de ellos aseguraba con rotundidad que la fragancia de estas genuinas flores se intensificaba con el crepúsculo, en tanto el otro, aun prestando oídos a esta licenciosa observación, se mostraba visiblemente nervioso, y sin otro afán que el de verse liberado de la férrea presa que aquel rudo confesor ejercía sobre su brazo. El impuesto monólogo prosiguió, avivándose en los labios del declamador el fuego de un arrojo insostenible. Y el grado de obcecación que llegó a alcanzar aquel apasionado orador fue tal, que hubo de desoír con suma indiferencia cada uno de los ruegos que su cautivo oyente hacía en nombre de una razón sustentada en el miedo, siendo esto lo que le impedía aceptar la osada invitación de transgredir las leyes para, al amparo de la noche, llenar los pulmones con la pureza de aquel aire impregnado de una enriquecida fragancia. Del mismo modo, aquello la llevó a recordar cómo tan singular descubrimiento la instó a partir a toda prisa, viéndose impulsada, por la vehemente candidez que experimenta al nacer toda pasión infantil, a iniciar una afanosa búsqueda que no habría de concluir hasta alcanzar el consentimiento de un padre que solía mostrarse tan seco y abrupto para con todos, como generoso y complaciente con ella. Pero aciago hubo de ser el recuerdo que en ella dejara un encuentro en el que no solo vio morir uno de sus deseos antes de que se realizara, ya que semejante hecho trajo consigo, irremediablemente, la primera negación recibida de labios de su progenitor.

23/9/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 8º pasaje, Cap 2

Haciendo un adecuado uso de dichas artes logró alejarse, sorteando, con una sutileza empañada de nerviosismo, los arrecifes impuestos por tan desapacible situación. En apenas unos instantes se acrecentó la distancia entre ellos sin que pareciera premeditado. Y al juzgarla adecuada, abandonó tan discreta huida.


Solo cuando consiguió desligarse en su abstracción de gran parte de la inquietud que la había forzado a marcar distancias entre ella y el foco de incertidumbre, pudo abrir de nuevo los ojos para mirar al mundo; y al hacerlo halló algo externo a ellos, algo que consiguió llamarle bastante la atención. Entre aquella innumerable diversidad de flores que adornaban el jardín se sintió atraída irremisiblemente por la exuberante belleza de una de ellas, la cual destacaba entre las de su clase por lo inusual del tamaño y la viveza del color. Semejante hallazgo hizo que lo demás perdiera importancia, viéndose relegado del pensamiento cuanto no estuviera relacionado con el placer de inclinarse para respirar su esencia. Y, haciendo alarde de espontánea sencillez, le rindió merecida pleitesía antes de tomarla delicadamente con ambas manos y aspirar con avidez hasta llenarse de ella, quedando al hacerlo tan embriagada por su abrupto aroma que llegó a experimentar una leve sensación de desvanecimiento.

15/9/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 7º pasaje, Cap 2

Durante un breve intervalo se cernió sobre ellos un desconcertante mutismo, que dio fe de hasta qué punto cada uno de ellos se hallaba a disgusto con una reacción que para ambos había resultado tan molesta como inevitable. Fue entonces cuando se giró, tratando de adoptar, tras la brusca espontaneidad de tal acción, un incipiente halo de naturalidad destinado a atenuar en la medida de lo posible el amargor producido por tan enojoso incidente. Valiéndose de artes bien aprendidas la joven señora escenificó una ambigua representación, en la que palabras y gestos se sucedían en una interminable espiral de deliberada frivolidad que, al menos en parte, consiguió negar al caballero ese escaso respiro que habría de resultarle necesario para tomar conciencia de cuanto permanecía velado tras aquel simple gesto, como se había especificado en el “Tratado del conocimiento del hombre” que Garin escribió: “Si no queréis que una ofensa directa se convierta en llamamiento a la sangre, cuidaos en todo momento de que la dosis de odio que estéis dispuestos a generar sea la adecuada. Y no os olvidéis de que, si por el motivo que fuere, os excedéis en vuestras provocaciones, deberéis seguir hablando. Permitid que vuestras palabras fluyan mansamente, porque en casos como estos nada puede acrecentar más el odio que el propio silencio”.

14/9/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 6º pasaje, Cap 2

Tras permanecer durante largo rato abrazados, ebrios de una quietud bendecida por el silencio, Iliandra se desunió para volver a contemplar el nuevo rostro de aquel que no veía hace años, convencida de que de él extraería la panacea para aliviarle el padecimiento de tan recientes heridas. Mas fue entonces cuando su idílica placidez se truncó, al tropezar con una mirada que la privó de sosiego. Una mirada que conocía, pero a la que premeditadamente dejó morir no dándole cabida entre los recuerdos; y que no solo creía haber desterrado de la memoria, sino que confiaba que trascurridos todos estos años se hubiera extinguido, al carecer del sustento que hubiera podido proporcionar una mínima esperanza. Sin embargo, nada estaba más lejos de la verdad, puesto que, si cabía, su expresión era aún más intensa. Esto hizo que por un momento ella se estremeciera, llegando incluso a sentir cierto temor de aquel que, hacía escasos instantes, fuera heraldo de serenidad, tornándose en un símbolo pronto a desvanecerse cuando dejara de encarnar la más sincera fuente de regocijo. Hubo de ser aquel repentino sobresalto lo que la instó a dar un paso atrás, a apartarse con una brusquedad a todas luces notoria, al no poder sostener el peso de la ardiente pasión que el semblante del caballero desprendía.

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 5º pasaje, Cap 2

―Nada sería más doloroso para mí que descubrir que es mi regreso el motivo de que esos ojos se llenen de lágrimas ―confesó Sionel en voz baja, a fin de dotar a las palabras con las que pretendía impartir consuelo de la firmeza necesaria para erradicar posibles pesares. Mas pobres comentarios salieron de su boca, con los que trató inútilmente de infundirle un sosiego que ya había alcanzado, puesto que su mera presencia era para ella el bálsamo que siempre eclipsaría todo aliento expresado con palabras.

―Ni nada estaría más alejado de la verdad, porque estas lágrimas son la clara muestra de que me hallo rebosante de alegría ―replicó nerviosa, desconcertada ante el brotar de unas lágrimas que nunca antes estuvieron condicionadas por el bienestar. Y rendida ante aquella verdad se entregó a sus emociones, mostrándolas con orgullo.

―Mis plegarias han debido llegar hasta los dioses. Porque ahora que sucumbo de soledad y preocupación, estás aquí. ¡Ellos te han enviado cuando más te necesitaba! ―confesó jubilosa, exponiéndole neciamente y sin ningún pudor el regocijo de unos pensamientos que con torpeza dejaban entrever el estigma de su dolor.

―Pero dime, ¿qué es aquello que te perturba, Iliandra? ―le preguntó el caballero de forma apremiante, mostrándose afligido al advertir la amargura destilada por semejante confesión.
―Sea lo que fuere lo he olvidado. Nada he de temer ya de fantasmas del pasado. Ahora que tú estás conmigo, nada lograría dañarme ―contestó ella con voz tenue, como si hablara dormida, sumergida en los placeres de un bello sueño.

HERMANDAD

Fúndete conmigo en un abrazo del alma.
No necesito tu cariño,
únicamente saber que no estoy solo.




Súlian de Edar

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 4º pasaje, Cap 2

―Pensé que aún servías en las campañas de las islas del sur. No imaginas cuánto ansiaba volver a verte; hacía meses que los emisarios no traían noticias de tu paradero. Cuán doloroso ha sido vivir sin saber de ti. Cuánto desasosiego sentía al pensar que, expuesto como estabas a innumerables peligros, podía haberte ocurrido algo que me privara de tu presencia para siempre ―exclamó exteriorizando tal alegría, que de la negra nube que ensombrecía sus pensamientos no subsistió ni el recuerdo.

«¿Quién mejor que él me serviría de apoyo para evitar que recaiga en la vacuidad que la temida soledad ofrece?» pensó mientras lo abrazaba férreamente, como si fuera la respuesta a una plegaria no pronunciada.

―Así es. Y aunque la guerra aún sigue, me he visto obligado a volver; cuestiones familiares me retendrán unos días ―contestó de forma escueta y con relativo desconcierto, sin saber cómo afrontar en este deseado encuentro el peso que sobre él ejercían los años y la privación de libertad de ella. Eran estas y otras cuestiones las que lo sometían al recatado distanciamiento que en él provocaba la ausencia de una difunta niñez atesorada en la memoria.

Siendo ella la que en principio tenía más que perder, se entregó por entero a la embriagadora magia que la situación le hacía sentir. Entretanto él, a pesar de estar disfrutando del momento tanto o más que la dama, no podía evitar desligarse de una realidad que le obligaba a mostrarse receloso; que reclamaba en pos de la discreción las continuas miradas que furtivamente dirigía en todas direcciones, temeroso de ver reflejada su inmoralidad en el gesto de desaprobación de algún paseante inoportuno.

Ella notó desde el principio la rigidez del que la estrechaba sus brazos, y la pasividad a la que el pudor lo condicionaba. Pero hizo caso omiso de ello, y se concentró en extraer cuanta felicidad le fue posible; siendo tal vez ese ápice de egoísmo lo que impidió que se rompiera la espontánea armonía que manó de su rescatada inocencia, dotando a este insólito reencuentro una cautivadora ternura. Sin embargo, y pese al adverso influjo que la aprensión y el desconcierto ejercían, condicionándolo al rechazo, la singular emotividad que con calidez los envolvía no tardó en tomar posesión del recién llegado, haciendo que tan impropia rigidez se esfumara por momentos, hasta que, escudándose en la seguridad que le proporcionaba esta ferviente muestra de cariño, se entregó sin restricciones al agradable contacto que producía el sentirse unidos como un solo ser; corroborando con una rotundidad incuestionable que sus lazos de amistad eran más fuertes que todos los preceptos sobre los que se sustentaban las estrictas normas eclesiásticas. Y fue amparándose en la placentera privacidad de aquel completo mutismo donde dio rienda suelta a reprimidas emociones, brotando de su mirar un llanto, llamado a encarnar el fruto de su creciente entusiasmo.
Escasos instantes transcurrieron antes de que el caballero reparara en su estado. Y siendo desconocedor de los sentimientos que lo había originado, no pudo menos que alarmarse. Intentó apartarla, con la esperanza de vislumbrar en su rostro el motivo de tamaña aflicción. Pero la joven se aferró aún con más fuerza, como si en estos instantes su mero contacto fuera para ella más preciso que el mismo aire.

9/9/08

Apéndice Part 2. Cap 2. (2)

LA MUJER

Toda nacida mujer es concebida para pertenecer únicamente al que estuviera llamado a ser su señor. Cualquiera de ellas que incumpliera dicha norma abandonándose a los impúdicos sentimientos de los que se nutre la lascivia, y viéndose por ello arrastrada a los brazos de otro hombre, transgredirá, con la indignidad de su hiriente deshonra, los principios básicos de la existencia misma. Toda la que sea desenmascarada en indecorosa actitud quedará marcada para siempre, porque no existe manera alguna de expiar tan grave pecado. Deberá ser tachada de adúltera, y repudiada hasta el fin de sus días por cuantos rijan sus pasos por los senderos que nuestra fe establece.

Solo aquéllas que fueron consagradas al templo de la fe habrán de yacer con más de un hombre; porque no nacieron para servir a hombre alguno, sino a una causa que por encima de ellos se encuentra. Ellas serán la tierra fértil de la que brotará nuestra simiente, las orgullosas madres destinadas a engendrar el fruto de una nueva generación.

Al despertar la llama de sentimientos dormidos,3º pasaje, cap 2

En la carrera la elaborada diadema de oro ornamentada con diversas flores que descansaba sobre su cabeza cayó al suelo y quedó atrás. Y al verse libre de ataduras, su extenso y ensortijado cabello cobró vida favorecido por el viento, convirtiéndose, a causa de la abundancia y docilidad con la que lo mecía el aire, en un insólito espectáculo colmado de una resplandeciente hermosura.

Escasos instantes transcurrieron hasta ver finalizada tan precipitada huida, no tardando en encontrar un lugar apropiado para la ocasión. Al detenerse, la dama volvió a posar sus ojos sobre él, obsequiándolo con la dulzura de una mirada rebosante de alegría, que manifestaba sin inhibiciones la pureza de un cariño ingente. En tanto que el joven permaneció absorto, tratando de asimilar el cálido torrente de emociones que se precipitaba sobre su persona, viéndose impregnado hondamente por la magnificencia de cada detalle, de cada uno de los gestos vinculados a la apariencia de aquella diosa terrenal; sumergido en el hipnótico balanceo de aquella melena un tanto alborotada, llamada a enmarcar el excelso rostro del que manaba con conmovedora generosidad una vivaracha sonrisa, que solo a veces se desdibujaba cuando obligada por la fatiga abría la boca para coger ligeras bocanadas de aire, tras las cuales se mostraba divertida al pensar lo en absurda que debía verse.

Del mismo modo, y para deleite del caballero, la repentina carrera encendió sus mejillas, y estas, en conjunción con sus ojos, resaltaron intensamente en una tez tan clara; siendo estos y otros pequeños detalles los que deshicieron esa imagen de sofisticada dama de la aristocracia, confiriéndole la adorable sencillez de una niña traviesa. En ese instante, Sionel recordó las palabras de un soldado referidas a la mujer amada. Palabras que podrían haber nacido de él, de no carecer del don de plasmar con ellas sus sentimientos: “No recuerdo más gozo, ni momento en el que me hallara más cerca de la divinidad, que la primera vez que advertí ese brillo en sus ojos, los cuales refulgieron, obsequiándome con la profunda magnificencia de su dulzura cuando estaban siendo bañados por el sol”.

Y tomando al recién llegado de ambas manos se dirigió a él: ―¡Oh Sionel, estás aquí! ¿Es posible que seas realmente tú? ―exclamó la joven, sorprendida, no pudiendo evitar verse cautivada; como si bastara su mera presencia para ofrecerle un consuelo capaz de colmar el vacío dejado por su esposo, puesto que, a pesar del largo periodo transcurrido desde el último encuentro, aún conservaba innumerables recuerdos que atestiguaban que el afecto mutuo había sobrevivido a la erosión que sobre él solía producir el paso del tiempo. Fue la desbordante emoción que sintió al tener frente a ella a alguien que creía perdido, lo que hizo que se dejara llevar, y evocando súbitamente el espíritu de la infancia se entregó a él llena de entusiasmo, abrazándolo con una efusividad que hubiera resultado impropia incluso tratándose de un familiar. Y aunque de sobra conocían la trascendencia de dicha acción, en estos momentos era algo que en el fondo a ninguno de los dos importaba, pese a representar una grave falta para toda mujer entregada en matrimonio. Como era recogido en tantos preceptos de las Sagradas Escrituras.

Apéndices, La mujer

6/9/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 2º pasaje, cap 2

Fue entonces cuando la incertidumbre cesó, restando cierto protagonismo a aquella voz del ayer que la instaba a regresar de entre perdidos pensamientos. Una voz que no había vuelto a oír hacía años, pero que se mantuvo perenne en la memoria. Y junto con ella retornaron placenteros momentos de una época pasada, en los que la vida se mostraba como un huerto rebosante de fertilidad del que recolectar copiosas alegrías antes de que la etiqueta requerida por la mayoría de edad lo hiciera todo tan complicado; marchitándose con ello más de una ilusión. Uno tras otro los recuerdos desfilaron con fugacidad frente a ella, y al contemplarlos sintió cómo se henchía el corazón, alimentando un agitado espíritu hambriento de sosiego y llenándola de una satisfacción tan inmensa que le hizo olvidar la ausencia de la persona amada en tal grado, que si este mismo se hubiera presentado el regocijo no podría haber sido mayor.

Qué generosidad demostraba el destino al permitir que aquel madurado reencuentro aconteciera de tan idílica forma: pareciendo extraído de la deliciosa imaginación de un apasionado autor, que en el cenit de su esplendor fue capaz de concebirla. Ella se giró, para recibir al recién llegado con una sonrisa que sería correspondida. Y encontrándose el uno frente al otro, se contemplaron por primera vez como hombre y mujer.

Tales cotas alcanzó en ella la sensación de bienestar, que dejándose llevar por un indebido arranque de emoción cogió al recién llegado de la mano y, súbitamente, sin mediar palabra alguna, lo condujo con resuelta determinación lejos de la luz, buscando en precipitada huida la clandestina privacidad con que la noche les obsequiaba, permitiéndoles ocultar tan impropio comportamiento bajo desvirtuadas máscaras de sombras que siempre se mostraban dispuestas a ofrecer intimidad a cuantos, condicionados por sus acciones, se vieron necesitados de amparo.