30/12/08

Retrato que Ólonam presentó de Garin

Considerables eran las particularidades que caracterizaban a aquel hombre marchito, que pese a su carencia de achaques se precipitaba inexorablemente hacia el umbral de una segunda madurez. Bajo la amplitud de su regia túnica podía encontrarse a una criatura huesuda, de aspecto apocado y decrépito, un árbol torcido y nudoso que en todo momento amenazara con quebrarse debido a la rigidez producida por su mortecina esterilidad. La acentuada lividez de aquel anguloso rostro, consumido y caduco, parecía exponerlo con crueldad como el desafortunado superviviente de una violenta erosión. Sólo en la fría dureza de sus pequeños y escrutadores ojos de comadreja se asentaba imperecedero, el último reducto consagrado a su tiránica supremacía. Lugar desde donde proclamaba abiertamente el desprecio y resentimiento que hacia el resto del mundo sentía. Cualquiera que ávido de curiosidad se hubiera atrevido a asomarse a ellos, habría advertido en la fijeza de su mirar una seguridad manifiestamente insólita, surgida de la nada para alimentar un ego insaciable que no tardó en adoptar forma definida. Y así fue como a lo largo de los años creció, hasta concebirse en la infranqueable coraza interior que con orgullo portaba.



Constantes y encarnizadas fueron las batallas de salón en las que habría de lidiar para cosechar victorias. Conduciéndose con la firmeza de un general siempre dispuesto para acaudillar con singular maestría profusos y compactos ejércitos de palabras difíciles de acallar, con las que este antiguo bastión protocolario era capaz de despedazar, sutilmente y a la vista de todos, al más encomiable adversario.



Sus reiterados triunfos lo hicieron merecedor de esta consabida gloria, que iba dejando a su paso una acentuada estela de temor y admiración, induciendo a los huéspedes enviados a esta casa a solicitar fervientemente ser tutelados por él. Sin haber llegado aún al término de sus días, aquel verdugo de voluntades ya se había hecho merecedor de que su nombre fuera evocado por propios y ajenos; no habiendo de faltar en tiempos venideros valedores de su memoria, llamados a narrar como improvisados trovadores un interminable cúmulo de gestas dejadas a su paso, en las que el grado de admiración o desprecio atribuido dependerá únicamente de la procedencia del historiador.



En cualquier caso no cabe el extenderse mucho más, puesto que por pocas que fueran, demasiadas serían las palabras empleadas para este fin. Dedicadas a un hombre que se entregó en vida a enmudecer a los demás. Es por ello que trataré de abreviar en lo que resta, sin entrar en más detalles que los necesarios.

Dadas las circunstancias, habría de ser el prolífero eco otorgado por su renombre, quien se encargó con diligencia de que su reputación no estuviera exenta de presas.

De todas partes acudieron al ineludible reclamo de su supremacía enjambres de codiciosos diplomáticos, que privados de sensatez venían a gallear ante él. Estando cada uno de estos neófitos cazadores furtivos dotados de un arrojo absurdo; y amparándose ciegamente en él se precipitaban con vehemencia al enfrentamiento, para inmolar de este modo la escasa reputación que hasta entonces hubieran podido adquirir en un vano intento de cobrar una pieza con la que ansiaban conseguir el reconocimiento de sus respectivas casas. Solo el que hoy regenta La Casa de Alerna consiguió, además de resistir, llevándose consigo su dignidad intacta, salir airoso de un reCursivañido encuentro, siendo de entre todas las confrontaciones que públicamente se hubieron celebrado, la que perdura en el recuerdo de los que la presenciaron como la más encarnizada.







Extraído del libro: “Algunas verdades palpables que nadie se atrevió a decir”, del capítulo titulado “Engendros de luz”, en el que acomete abiertamente contra algunas de las más celebres figuras del panorama político. (Este libro fue silenciado al igual que su autor).

28/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 4º pasaje, Cap 5

Durante su avance, antes de que se topara con la luz que delataría sus emociones, se efectuó el cambio. Sin esfuerzo y de forma maquinal todo en él se transfiguró de pronto, como si alguien accionara un resorte, y dichos cambios resultaran tan naturales como el mero hecho de respirar. Sólo aquellos que lo acompañaron en la precipitada búsqueda de Sionel fueron testigos de tan camaleónica maniobra, algo que incluso llegó a desconcertar a los conocedores de tan insólito don.

Su paso solemne perdió firmeza, como sí al acordarse de envejecer cayeran sobre él varias décadas, encorvándolo y haciendo que los movimientos se tornasen lentos e inseguros. A su vez las consabidas artes del engaño proveyeron a este demonio social de una sonrisa nostálgica y cansada, que parecía haberle pertenecido desde siempre. Y el cambio prosiguió, hasta que no quedó nada que lo relacionara con aquel ser que hacía escasos instantes venteaba en la frenética búsqueda de tan furtiva carga, en tanto que lanzaba entre dientes continúas maldiciones que el resto de la escolta prefirió desoír. La vitalidad demostrada entonces resultaba tan impropia de sus años, que a todos se rebeló sobrenatural, como si en sus entrañas se hallara la inagotable fuente de la que provenía la ira y el rencor que con firmeza lo sustentaban. De esta forma, víctima de su auto impuesto amansamiento, mostró a los heraldos un engañoso reflejo de decadencia, un apocado anciano con el que pretendió inspirar la quietud que aplacara la tormenta de intranquilidades desatada con su intervención. Pero a pesar de ello, su ardid conciliador no consiguió alcanzar el efecto deseado, puesto que tan brillante papel quedó eclipsado por una reputación que terminó por convertirse en una segunda sombra vinculada a su nombre, siendo sinónimo de un temor y desconfianza que acabó por asesinar dentro de cada uno de ellos toda posible sensación de seguridad. Sólo el capitán de la guardia eclesiástica, valiéndose de su veteranía, logró aguantar el tipo, aunque a causa de semejante aparición, tan conocida como inesperada, su mirada se llenó de un comprensible escepticismo. (Apéndice Retrato de Garin)

26/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 3º pasaje, Cap 5

Al igual que en circunstancias anteriores, cada vez que había un altercado, sea cual fuere el motivo, quedaba de manifiesto la rivalidad de ambos grupos, levantándose antiguas ampollas de un rencor asumido con dificultad. En aquellos instantes, todos luchaban por contener el desenfrenado latir de corazones rebosantes de acritud. El rápido fluir de la sangre les aceleró la respiración, propiciando que todo aire resultara insuficiente, como si la misma tensión que los envolvía lo hiciera cada vez más y más denso. Y fue cuando el enfrentamiento comenzó a perfilarse como algo próximo, que surgió de la escolta aquel hombre de distinguidos ropajes que avanzó hacia Sionel, mostrando una altiva severidad tras la que arduamente logró contener una rabia interior que ardía en deseos de manifestarse, para exigir la vida de cuantos frente a él se encontraban, puesto que esta estupidez colectiva podía haberle costado la suya propia. Pese al sentir median escrupulosamente las palabras, sabedores de las consecuencias que dichas disputas podrían acarrear.

Avivándose en muchos de los recién llegados las palabras que componían el juramento vigente desde el primer concilio de la segunda era, al que se consagraron para reafirmar su convicción: “Salvaguardaré con mi honor la integridad del invitado, haciéndome tan valedor de ella como si la ajena fuera propia. Todo el que incurra en falta alguna para con mi tutelado, me convierte en campeón de su causa. Y juro, aquí y ahora, dar muerte si fuere necesario a todo el que atente contra lo que hubo de ser dictado, mientras este vínculo mantenga su vigencia”.

24/12/08

Apéndice Part 2 Cap 5 (1)

LEYES DE LA HOSPITALIDAD

Dictan las leyes de hospitalidad que todo anfitrión debe consagrase a la seguridad de su huésped. Y para velar por ella, éstos se verán rodeados en cada momento por aquellos cuya lealtad hacia su casa natal estuviera libre de tacha, quedando para servir eventualmente a los distinguidos miembros de una casa vecina. En el caso de que dicho huésped se viera dañado en modo algún durante la estancia, los encargados de velar por su seguridad serían castigados en consecuencia. De esta forma se acallaría el posible rumor popular que indudablemente habría de despertarse, al tiempo que evitaría que el nombre de la casa o sus intenciones pudieran quedar en entredicho. Del mismo modo, y para reforzar el compromiso y alejar toda duda es costumbre que tales cargos sean ostentados en relación a la importancia del huésped, por lo que ha llegado a darse el caso de que las escoltas estuvieran conformadas por capitanes de la guardia, hijos de éstos, o inclusive por herederos de la casa anfitriona.

22/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 2º pasaje, Cap 5

SED DE SANGRE

¿Cómo negar al cazador que se cobre una pieza prácticamente abatida, cuando se probó con anterioridad el sabor de su sangre?



Súlian de Edar


Desde su aparición, la noche concedió total anonimato a aquel conjunto de sombras que avanzaban decididas, mostrando en su apresurado paso una remarcada actitud castrense. Avanzaron, y a medida que eran alcanzadas por la macilenta luz de las antorchas, iban adquiriendo forma definida. De este modo prosiguieron su acercamiento, hasta que la escasa distancia que los separaba permitió apercibir los colores y signos de unas armaduras que por si solas proclamaban su procedencia; encontrándose este grupo de caballeros, de expresión y atuendo tan belicista, acaudillado por un anciano de elegantes ropajes.

Aún perteneciendo a La Casa de Bánum, esta comitiva llevaba un acentuado distintivo de Thárin, que los acreditaba como la guardia personal asignada por el tiempo que se prolongara su estancia en el interior de estos muros. Así estaba escrito. (Apéndices)

20/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 1º pasaje, Cap 5

Choque de criterios: El tanteo


SIN EL CONSUELO DEL DESPERTAR

No resulta fácil para nadie asimilar el hecho de que, más allá de ese negro mar de pesadilla preñado de miedos e inseguridades que se alberga en cada subconsciente, existe una abrupta realidad con tendencia a permanecer velada hasta formar parte de nuestra existencia; y entonces, sólo entonces, comienza a dar cuenta de nosotros el verdadero dolor. Un dolor que únicamente puede compartir nombre con el que antaño conocimos. Demasiado real. Demasiado terrible para ser concebido por el alma humana.

Las pesadillas, después de todo, no son más que sueños ingratos en los que su efímero padecer apenas es proporcional al consuelo liberador que trae consigo el despertar. Pero sé que cuando dicho dolor es producido por una verdad inamovible, llega perdurar tanto como el que está destinado a sufrirlo.

Lanaiel, con el seudónimo de Nidonae

Una vez que tan macabra ceremonia fue abortada varios de sus integrantes se volvieron presa del rencor, para buscar en la penumbra de la noche al que con su irrupción los había privado de consumar lo que para algunos era considerado una secreta dependencia. El álgido instante en el que aplacar las ansias de matar producidas por una constante e irreprimible sed de sangre. Fue por ello que esta orden se hizo más difícil de acatar para los que en momentos como estos veían perecer su voluntad víctima de dicho frenesí. Y tras apelar a ella, llevados por el sentido común, consiguieron con soberano esfuerzo refrenar, junto al deseo de matar, el de manifestar abiertamente la maldición que en su interior impusieron al desconocido portador de aquellas palabras.

18/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 14º pasaje, Cap 4

Tan ciego estaba de amor que casi llegó a temer que la mujer despertara, que lo privara así del consuelo de ver endulzada la muerte con el beso que pretendía robar impunemente de su boca. Mas fue entonces cuando una voz solitaria y preñada de autoridad irrumpió sentenciosa desde el exterior, para arremeter con rotundidad contra aquellos tendenciosos cánticos, sin más amparo que el que podía ofrecerle el desconcierto producido por su inesperada presencia. La sorpresa causada por la interrupción aniquiló la pretendida solemnidad que trataban de imprimir a ese momento, sumiéndolos en un irremisible caos que terminó por someter la exaltación de un réquiem que se tornó agonizante, y comenzó a extinguirse de cada una de aquellas gargantas que involuntariamente lo condenaron a la ingratitud del silencio cuando tan próximo estaba de consumarse.

―¡Deponed las armas, caballeros de la Fe! ¡Yo así lo exijo en nombre del señor de esta Casa! ―exclamó una voz que a todos pareció salida de la nada.

16/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 13º pasaje, Cap 4

Donde solo tenía cabida un lamento aguardaban dos almas, ya que el mismo acto que habría de condenar a la mujer, abriría para el caballero las puertas de una ansiada liberación. De esta forma, y aún en la llegada de tan inclemente desenlace se le concedía una gracia, morirían juntos mientras la estrechaba entre sus brazos.

Y pese a que sus ansias de posesión no se vieron mermadas en ningún momento estaba cansado, cansado de ver como aquel furtivo amor, huérfano de toda esperanza, se alimentaba como podía de los exiguos despojos que de cuando en cuando se desprendían de una imaginación incipiente, cuya razón de existir no era otra que brindarle, como único auspicio, aquel contrahecho teatro de sueños en el que la realidad se disfrazaba con grotesco idealismo para lograr inconscientemente que una antigua herida se mantuviera abierta, impidiendo así que se ejerciera, con la sutileza acostumbrada, el favorable influjo que sobre los hombres suele producir el pasar del tiempo. Mas sería este mismo amor el encargado de distorsionar dicha realidad, hasta el punto de conseguir que la muerte quedara subyugada, que perdiera ese usual halo de importancia que solía conferírsele, llegando a convertirse en algo tan superfluo e insustancial que fue relegado del pensamiento. Y mientras aguardaba placidamente, en mitad de un insondable océano de tranquila irracionalidad, el advenimiento del fatídico instante en el que sus cuerpos serían privarlos de sangre al ser atravesados por una veintena de espadas, se limitó a posar sus ojos en ella, y al hacerlo descubrió sorprendido cuán propicia resultaba para él su indefensión, la accesibilidad de unos labios que, aún en su pasividad, parecían implorar con fervor atención y ternura.


SUPEDITADOS A MENTIR


No somos más que recipientes, llamados a albergar sentimientos que van y vienen. Podemos aprender a ocultarlos, mas no evitar que afloren en nosotros.
De nada sirve renegar de ellos, porque cuando se es esclavo de una pasión, la voluntad siempre terminará sucumbiendo al deseo.

Pensamiento enviado a los dioses en un ritual de purificación por Ólonam

14/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 12º pasaje, Cap 4

Al verse desposeído del sustento que proporciona el alma el cuerpo fue ofrendado con rudeza a la tierra, convirtiéndose en un desvencijado títere enfermo de lasitud, y condenado a un transitorio letargo que en poco habría de diferir con la muerte hasta el momento en que su espíritu le fuese restituido por los dioses, siempre y cuando esto resultara conveniente a sus ojos. Sin embargo no le faltó en la privación de conciencia, la lealtad de unos brazos que renunciando a la espada impidieron la caída. Y allí quedó ausente de sí misma, y sin más parapeto que el brindado por el cuerpo del que la acogió para fundirse con ella en el silencio de un sentido abrazo. Un abrazo del que se desprendió, junto con la muestra del más puro amor, el pérfido sedimento de esa amarga hiel que siempre nos acompaña para ensombrecer nuestra existencia desde el momento en que tomamos consciencia de que nos hallamos más próximos a la extinción de lo que cabría imaginar. Y pese a lo adversa que la situación se presentaba, y por extraño que pudiera parecer, sólo cuando se desató sobre el pecho del caballero el incesante y embravecido latir del corazón ajeno, logró el suyo recuperar parte de esa quietud de la que fue despojado por el repentino desvanecimiento de la dama; aunque exiguo se a de exponer todo consuelo ante un final que se auguraba tan próximo.

12/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 11º pasaje, Cap 4


Avanzaban. Y tal fue la sistemática sobriedad impresa en los movimientos de tan lúgubres matarifes, que consiguieron desconcertar al caballero. Avanzaban, pero aun así se mantuvo en guardia dispuesto ha hacer frente a la lluvia de acero que se les venía encima. Avanzaban, siendo la prolongada exposición de unas condiciones tan abruptas lo que sumió a la dama en un estado de nerviosismo y temor hasta esa noche vedado; y tal envergadura llegó a alcanzar la negatividad de este influjo, que terminó por despojarla transitoriamente de su maltrecha razón. Con inhumana violencia se le impuso el destierro. Un destierro que propició que junto con ésta se desprendiese del alma un grito, que expresaría con aterradora claridad la impotencia de sentir como su mutilado espíritu sucumbía ante el incesante martirio de vislumbrar la promesa de muerte en el rostro de cada heraldo. Y quiso el destino que se prolongase el daño, hasta que esta misma imposibilidad de asumir la cruenta e inesperada muestra de una justicia futura la empujara por caridad a la inconsciencia, antes de quedar sin remisión vinculada a la locura.

10/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 10º pasaje, Cap 4

De pronto, y sin previo aviso, las antorchas surcaron el cielo nocturno, como fugaces y exiguos cometas alentados adrede para caer entorno a la infeliz pareja, los cuales, con absorto nerviosismo, contemplaban el destino de un avance señalado funestamente por el fuego. Y una vez que se hallaron próximos a ellos, tras su impasible acercamiento, alzaron al unísono un acero que fue empuñado con ambas manos y la hoja hacia abajo.

El hecho de que tan desacostumbrado acto se llevara acabo al unísono y de un modo tan sistemático, propició el despertar de una visión. Visión en la que aquella encarnada comitiva adoptó la siniestra apariencia de una gigantesca y temible figura provista de desmesuradas fauces, de las que emergían, como de un frondoso bosque, singulares y amenazadoras espinas de metal destinadas a traer consigo una clara sentencia de muerte.

Sólo cuando el impertérrito silencio que vino a sumarse a su agonía se esfumó, pudieron contemplar la fría desnudez de una verdad que traía consigo claros tintes de pesadilla, y dispuesta a valerse de la palabra para cimentar aún más tan indeseable presencia.

De la garganta de esta contrahecha bestia irrumpieron al unísono los guturales sonidos de una veintena de voces, para formar ininteligibles letanías carentes de toda emoción, encomendado a los dioses sus almas en una rudimentaria ceremonia de sacrificio.

8/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 9º pasaje, Cap 4

Tan sumidos se hallaban en el póstumo desenlace de aquella irracional trifulca, que no se percataron de que numerosas antorchas se arremolinaban a su alrededor, como un abundante enjambre a la espera de caer sobre ellos en una fugaz y mortífera embestida. Sólo el silencio que acompañó al cese de las hostilidades permitió a Iliandra y Sionel, oír como un coro de espadas irrumpía al salir al unísono de sus respectivas vainas, marcando la obertura de una triste sinfonía, sinfonía cuyos acordes hacían presagiar un efímero final.

Ambos retrocedieron, tratando de retrasar absurdamente la inminente consumación de tan lacónica existencia, mas la escasa esperanza atesorada en la brevedad de esta huida desapareció, cuando sendas espaldas se encontraron con los desesperanzadores muros que delimitaban el jardín.

A pesar de la aplastante superioridad numérica, estos ocasionales sicarios de la muerte demoraban la consecución de su obra, limitándose a acortar distancias en un cauteloso avance. Fue entonces cuando el caballero, desoyendo protestas y objeciones por parte de la dama, hizo uso de la fuerza para anteponerse a ella. Y con tal vehemencia se vio impulsado a preservar la vida de la mujer que amaba, que llegó a olvidarse de sus consabidos deseos de perecer, siendo esta inusual manera la elegida por destino para que, subconscientemente, demostraran con su proceder que nada podía tener más sentido para ellos que la existencia del otro.

5/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 8º pasaje, Cap 4

Sus piernas flaquearon, y lenta y pesadamente se desplomó, para yacer, al igual que un árbol recién talado, en el ingrato suelo. Sometido por ofrecer credibilidad a la hiriente dulzura de sus mentiras. Y solo entonces, con más tristeza que miedo, el heraldo la contempló despojada del halo de divinidad que mantenía su naturaleza velada.

Sobre él, con el puñal aún en alto, permaneció Iliandra, haciendo acopio de quietud para no asentarle un sinfín de feroces cuchilladas; en tanto que los ojos de ella se eternizaban en los suyos. Ojos que habían de reflejar la dureza de un depredador que estuviera al tanto de la presa, aguardando el término de la agonía que precedería a la muerte.

En el transcurso de un breve instante, la virtud que aquella diosa terrenal representó a los ojos del heraldo fue depuesta, al tiempo que Sionel la enaltecía para sus adentros. Tal habría de ser el encomio atribuido a tan inesperado gesto de lealtad, que no perduró en él ni el más leve atisbo de reproche o incomprensión por truncar su muerte, del mismo modo que careció de importancia el hecho de que para que esto ocurriera, se entregase a otro que ocupara su lugar.

CRUELDAD ES…

Crueldad es cuando con risas acrecientas el brotar de lágrimas que en mi necesidad de consuelo creí acallarías. La misma necesidad que me llevó a vencer la vergüenza que me impedía confiar en ti para enseñarte la herida de la que ahora te burlas.
¿Cómo pueden ser mis lágrimas el precio de tu alegría?


Lanaiel.

3/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 7º pasaje, Cap 4

Tras haber sido expresadas a viva voz aquellas lapidarias palabras cargadas de herética deslealtad, el joven se volvió fuera de sí, para contemplar, dominado por una indignación que le hacía temblar de ira, cómo el blasfemo se incorporaba veloz y presto a cumplir la palabra dada. Ante esto el heraldo, movido por el incontenible impulso de preservar cuanto gozaba de su admiración, se lanzó contra la sombra; mal sin rostro que encarnaba la maldad del mundo. Y así, amparándose en el arranque de un odio hasta ahora desconocido, consiguió reunir la entereza necesaria para eludir los consabidos sentimientos de temor y duda que desde siempre habían mostrado por él un apego no deseado. Y de esta forma afrontó, libre del influjo de ambos, lo que interpretó como una esperada prueba de fe.

Cuál no sería su sorpresa, cuando al salir en defensa de la dama se vio frenado por ella. La que otrora se mostrara delicada y gentil se le encaró presa de un rencor demencial, blandiendo una daga que clavó en su hombro con tan salvaje determinación, que pareció que mil vidas dependían de la consecución de su ataque. Sólo entonces reparó en como la traidora mano de la mujer lo había despojado a un tiempo de la fuerza y arrojo que hacía un instante lo engrandecieron, para quedar degradado, hasta el punto de convertirse en el títere de una inexistente causa. Una causa en la que se volcó ciegamente para descubrir que como tal, solo existió en su enturbiada cabeza. Fue el cautivador influjo de tan engañosa gentileza, unido al lapidario manifiesto del caballero, lo que le instó a llevar acabo tan irreflexiva acción. Tras abandonar toda prudencia en aquel arrebato de resuelta insensatez, la pureza que lo produjo fue mancillada, reducida a un irracional acto de servilismo que sería castigado por ella con dureza. En esta forma se truncaron, apenas acontecer, las ensoñaciones provocadas por tan ardiente espejismo, ensoñaciones que dejaron una sensación de mediocridad e insignificancia mayor de la que habría podido soportar un espíritu tan candido.

1/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 6º pasaje, Cap 4

Cuando el heraldo se giró para iniciar la marcha, esta hizo lo propio, todo lo rápido que él protocolo permitió, tratando de no exteriorizar en ningún momento tan exacerbada inquietud; y sin dejar de prodigarse en comentarios carentes del menor interés dirigidos a la persona de Sionel, para que así el papel del caballero se redujera al de oyente. Lo tomó del brazo, poniendo todo su empeño en arrastrarlo con diligente cortesía hasta la salida. Pero lejos estaba Iliandra de conseguir dicho objetivo, porque aún dispensados con el mismo trato de favor la reacción de ambos resultó antagónica. El hecho de conocer la situación previa y esta que ella había suscitado no sólo impidió que Sionel sucumbiera a sus cuidadas artes de persuasión, sino que llegara incluso a tomarse a mal el gesto de hipocresía con el que parecía haber dado por tierra a sus planes. Fue la necesidad de una respuesta lo que hizo que su mente se agudizara, descartando el que se amedrentara por los continuos fracasos. Hasta que tras un breve intervalo, creyó encontrar una manera infalible de franquear las férreas barreras que el miedo y ella habían interpuesto entre ambos. Le bastó ver como el heraldo la miraba, para que se materializara en su mente la idea con la que poder dar rienda suelta a los adormecidos instintos del que tan reacio se mostraba a acceder a su voluntad.

«De poco habrá de valerte el ardid, ladina serpiente de cautivadora apariencia y capcioso verbo, puesto que serán las tan prosperas semillas de admiración que sembraste en él, las mismas de las que yo habré de servirme para llevar a buen término mi deseo».

Con la llegada de este pensamiento Sionel experimentó una maliciosa satisfacción, al saberse en plena posesión de la llave con la que arrebatarle el control de sus actos al que Iliandra acababa de someter.

―¡Maldita sea esa enferma doctrina que no consigue engendrar más que a estúpidos traidores! ¿No te das cuenta de que si no intervienes la mataré? ―aseveró con rotundidad, al contemplar como tras permanecer impasible el guardia se disponía a marcharse.


BALSAMO DE MALES

Sólo el mayor de los miedos,
puede otorgarnos el arrojo necesario para vencer pequeños temores
que una vez nos parecieron grandes.


Súlian de Edar

29/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 5º pasaje, Cap 4

Solo los adiestrados sentidos de otro cortesano habrían podido percibir el ligero aire de ansiedad que empañaba tan precipitada actuación. Una actuación que, pese a todo, resultaba convincente cuando solo se trataba de conseguir el silencio de los guardias del jardín, puesto que su condición y el rudimentario entrenamiento que les ofrecían hacía que estos se volvieran dóciles en sus adiestradas manos. Aunque, a decir verdad, poco importaba como de magistrales pudieran ser las alocuciones utilizadas en un caso como este, ya que no eran más que el hilo conductor para establecer la primera conexión empática con su improvisada víctima. Era la dulzura de su voz, y aquella singular hermosura que tan convenientemente venía asistida por un cúmulo de bien sabidas virtudes, lo que había de temerse de la joven, puesto que armonizar a la perfección con cada uno de sus gestos. La cadencia de aquella sucesión de movimientos llenos de gracia y naturalidad parecían encarnar una sutil danza hipnótica, en la que se fue viendo ligado a los sentimientos e intereses de ella por invisibles hilos de admiración y deseo, hasta que estos alcanzaron tal consistencia que se encontró sin saberlo a su merced, aguardando con mansedumbre que devorara su voluntad. Y como era de esperar aquel ardid no tardó en causar en el heraldo el efecto deseado, puesto que, al fin y al cabo, pensó ella, iban dirigidas a un campesino al que se había reeducado para ocupar un cargo de no demasiada importancia.

Una vez amansado por la calidez y libre de toda preocupación quedó absorto por su encanto, al tiempo que trataba de asimilar que alguien de tan elevada condición posara sus ojos en él para disculparse de una forma tan llana y directa que por más que buscó, víctima de una comprensible desconfianza, no logró percibir en su manera de proceder ni el más leve atisbo de la acostumbrada superioridad que solía reinar en toda conversación entre miembros de distintas clases sociales.

«Tus cándidos ojos me muestran cuán dulcemente has sido sometido. Fue fácil. Eres aún más débil de lo que cabría imaginar. Ahora lárgate antes de que Sionel dificulte las cosas rompiendo este bendito silencio».

―“No permitamos que el mal que provocó la noche perdure hasta la llegada del Sol” ―añadió, poniendo de este modo el broche final a una nueva victoria. Por más que quiso no supo responder a la mujer, estaba demasiado desconcertado para articular el increíble caudal de palabras que se arremolinaban en su cabeza. Palabras que fueron rápidamente desechadas al juzgarlas de una pobreza indigna de ella. Y tras envainar el arma la obsequió con una larga y solemne reverencia acompañada de las correspondientes inflexiones propias del credo, mientras una mueca de satisfacción se dibujaba en su cara al oír como era referida en voz alta la cita extraída del libro sagrado.

25/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 4º pasaje, Cap 4

«Quiere hablar y apenas le salen las palabras del cuerpo. Percibo como a cada instante el cerco se va cerrando sobre él, al verse emboscado férreamente por sus propias emociones. Es un acólito joven, con apenas trazas que denoten determinación. Está claro que pese a ser símbolo de ley carece de redaños. No posee más que esa mascara inútil; incapaz de impedir que se muestre a mis ojos su confusión. Sus insuficiencias tienen a bien allanarme buena parte de un camino que de otro modo se mostraría intransitable. Debo insuflar en ese apocado espíritu, a todas luces maleable, convicción de tranquilidad y silencio, algo que carecería de complicación si Sionel no hubiera tomado a bien convertirse en antagonista de todo vestigio de quietud. Tal habrá de ser la persuasión y el encanto que derramaré sobre él, que no será capaz de percibir más presencia que la mía».

―Del mismo modo, debo pediros a vos que nos disculpéis por alterar la ronda. No sabéis cómo lamento ser el origen de vuestra turbación sin un motivo que así lo justificara.

Quedad tranquilo, pues esta acalorada discusión de viejos amigos ha sido zanjada. Y podéis, si así lo creéis conveniente, seguir con la guardia. Os doy mi palabra de que en breve abandonaremos el jardín y no os molestaremos más. Nos iremos esperando que a causa de este desafortunado percance no os dejáramos, a nuestro paso por él, el corazón henchido de cualquier sentimiento de inquietud o animadversión. De ser así ruego me lo hagáis saber para elevar una plegaria a los padres del cielo, en la que habré de pedir que vos quedéis libre de resentimiento, y que consigáis otorgar perdón y olvido a cuanto aquí aconteció.

Haciendo gala de una formalidad deliberadamente enturbiada por su fingida excitación, expuso a ambos palabras portadoras de paz y sosiego, las cuales representaban un llamamiento ineludible al sentido común.

21/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 3º pasaje, Cap 4

Cada uno de los presentes campeaba el temporal de emociones como podía. Algunos en beneficio o detrimento de lo que estas dictaban o era aconsejable. Algunos más o menos supeditados a su influjo, pero en cualquier caso solos. En estos instantes exentos de la bendición del, sol ni tan siquiera la más fervorosa plegaria se habría atendido. Es por ello que toda súplica o petición se encontraría con el patente abandono de la luna, la cual, como en tantas ocasiones, los contemplaba impávida, ajena al dolor, y lejos de mostrar en mayor o menor grado algo tan mundano como la piedad.

«No me es dado rogar, ni hacer saber lo que aquí acontece al recién llegado. No puedo más que embaucarlo, al tiempo que habré, con las mismas palabras, de infundir razón al que valiéndose de cuantos medios tiene a su alcance trata de precipitarse inexorablemente por los acantilados de la irreflexión».

―¡No digáis más! Ruego refrenéis vuestra lengua, la cual se debate airada a causa de mi falta de tacto y el soez lenguaje con el que os dispensé. Lamento haber mostrado para con vos una necedad impropia de personas de nuestra posición.

»No os dejéis llevar, al igual que yo, por fútiles impulsos que arrancarían traidoramente de vuestros labios atolondradas apostillas de las que más tarde pudierais arrepentiros ―solicitó la dama con afligidas palabras expuestas con decorosa sobriedad, al tiempo que su rostro le imploraba con acusado temor que desistiera de semejante actitud. Y dicho esto se giró, para dirigirse al recién llegado.

18/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 2º pasaje, Cap 4

―¡Loados sean los dioses que se dignaron ha acceder a mi plegaria! ¿Eres tú el que envían en mi busca? ―preguntó al joven acólito de forma apremiante. ―Sea como ellos quieran. ―añadió ofreciéndose con convicción la respuesta, sabedor de que no habría de obtenerla del cohibido muchacho.

―¡Adelántate! Deja que tus pasos te traigan hasta aquí para dulcificar la agonía de unas heridas que por más que quisiera no podría mostrarte.

»¡Vamos! Da buen uso a esa espada que ahora empuñas librándome con ella de la abrumadora carga de tan miserable existencia.

»¿Por qué refrenas tu mano renegando del deber? ―inquirió al recién llegado con una contrahecha expresión de incredulidad.

»¡No dudes! Con ello solo retrasar lo inevitable. ¡Vamos, ya tardas! ―prorrumpió con marcialidad, exhortándolo a cumplir la orden que había sido dada. Pero a pesar del tesón todos los intentos resultaban infructuosos, no consiguiendo otra cosa que promover su creciente estado de duda y nerviosismo.

Entretanto la mujer visiblemente alterada, aunque algo más repuesta de semejante esconcierto, logró confinar en sus adentros cuantas muestras de temor sentía, para aventurarse a atajar el demencial monologo iniciado por el caballero, sin que por ello quedara privada del aciago sentir de que, pese a todas las pequeñas victorias con las que postergó el fatídico momento, era como si el destino se obstinara en que se perpetrase tan insustancial derramamiento de sangre.

15/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 1º pasaje, Cap 4



Descubiertos: Sendas muestras de cariño


CASTIGO A UN SOÑADOR

Pero aquel idílico pensamiento se disipó con rapidez, sin que hubiera de quedar más que la humillación y el engaño que sobre él proyectaría a perpetuidad una imborrable mueca de burlona satisfacción.

Dalial

Sobresaltado por la crudeza de los gritos antes proferidos, uno de los heraldos que se hallaba próximo inició una vertiginosa carrera en busca del foco de origen; entregándose a su labor de un modo tan frenético como irreflexivo.

―¡Daos a conocer en nombre de la fe! ―exclamó el recién llegado, dando muestra del acusado desaliento que semejante galopada le provocó.

Una vez frente a ellos extendió con cautela el brazo que sostenía la antorcha, buscando despojar de su anonimato a aquellos que al amparo de la oscuridad habían quebrantado las leyes. Así, espada en mano, increpó a las difusas figuras que frente a él se hallaban, recrudeciendo infructuosamente el tono para infundir respeto.

La trémula luz se abría camino hacia ellos junto con el surgir de palabras, la cuales se quebraron en el momento en que arrancó de tan encubridora negrura el rostro de Iliandra.

A pesar del breve período transcurrido desde su ordenación y reciente traslado a estas tierras, bien conocida eran para él la identidad de la transgresora. Muy al contrario que la del acompañante, que no pasaba de ser una figura arrodillada que sin pretenderlo mantenía entre sombras un rostro en el que aún perduraba el vestigio de lágrimas que recientemente lo surcaron. Allí permaneció el acólito víctima del desconcierto; y sin saber como obrar ante tan insólita situación su mutismo se sumó al de ellos, apenas durante el escaso instante que Sionel quiso que perdurara.

13/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 18º pasaje, Cap 2

Fue así como la mujer alcanzó el efecto deseado, ya que al oír aquella respuesta, más concluyente que la más rotunda negativa, el caballero se apartó con cierta reserva, dejando entrever la angustiosa impotencia que daría pie al rencor experimentado por todo el que encontró rechazo al exponer algo cuya importancia creía vital.

―¡Si te niegas a que me valga de ti, forzaré a otros para que ocupen tu lugar! Suscitaré el odio de cuantos encuentre a mi paso, hasta que el hecho de matarme se torne para ellos ineludible tarea ―exclamó ciego de ira, y muy lejos de recordar las palabras que tuvo que oír de labios de su madre cuando decidió ingresar en la escuela de estrategas: “¿Desconoces qué tu vida, y cuanto te liga a ella, no es un presente que puedas o no rechazar? ¿Has olvidado quién eres, Sionel? ¿Y lo qué de ti se espera? Cíñete a cuantas verdades conoces, futuro Señor de Thárin, y olvídate de lo demás. ¿O es qué en verdad eres tan ingenuo como para pretender encontrar en el exilio un bálsamo contra la infelicidad?

Atiende a este consejo que te dan los años: “Si no sueñas con poseer lo que no habrá de estar a tu alcance, ni demandas a nadie lo que de sobra sabes que no pueden darte, todo padecimiento quedará reducido a los esporádicos pesares que el destino tenga a bien poner en tu camino”.

Prolongada fue la pausa tras proferir futuras intenciones, y cuando al fin se dispuso hablar, sus palabras quedaron interrumpidas al percibir el resonar en la piedra de presurosos pasos que pretendían dejarse oír.

IMPLORANDO UN FINAL

…y que de un solo golpe ciegue el alma,
que al sucio suelo mis restos caigan,
que la vida cese,
que se consuma el ascua.


Fragmento final de un poema funerario encontrado junto a la tumba de un viejo ermitaño. Se cree que dicho poema fue escrito por un poeta local que lo conocía, y que al igual que él, compartía su amor por la vida errante.

11/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 18º pasaje, Cap 3

―¡Regálame con la muerte Iliandra! Carezco del valor para poner fin al sufrimiento ―rogó, depositando el arma en manos de ella.

Mientras lo escuchaba, Iliandra advirtió el peso del puñal y, sin tomar demasiada conciencia de sus actos, asió la empuñadura. Durante unos instantes se mantuvo absorta, contemplando el arma que sostenía sobre él, incapaz de asimilar como de la nada se había llegado a semejante situación.

―Ahora sé, que por más que quisiera no podría volver a alejarme de ti. Y después de lo ocurrido hoy, siento que no estarías segura a mi lado ―añadió, buscando que alcanzara el grado de compresión que posibilitaría su cometido.

Cuando todo estuvo dicho, no quedó entre ellos más que un apremiante e incómodo silencio que delató la agitada respiración de la joven.

Él, sabedor de lo ardua que esta tarea se le presentaba apartó la vista y permaneció postrado, como el cordero que en su ignorancia espera con mansedumbre ser degollado.

Ella, enmascarando la preocupación, trató de mostrar frialdad, porque sólo su disfrazada templanza lograría servir de sustento a aquél que, tras caer presa de sí mismo, estaba siendo devorado ante sus ojos por un irrefrenable desasosiego.

«¿En qué palabras encontraría el bálsamo que lo restituyera de su aflicción?» pensó Iliandra, en tanto se debatía en la incansable búsqueda de una respuesta. Fue entonces cuando recordó aquella frase que en más de una ocasión oyó decir al padre, la cual, sin saber porqué, dejó en su espíritu tan honda huella.

«Lamento tener que valerme de una frialdad no sentida, que de seguro habrá de exponerme ante ti como un ser incisivo y tajante, mas no concibo otro medio de aniquilar la ingrata firmeza de ese deseo de extinción que con tanta premura me solicitas. Tan arraigado se muestra tu padecer, que sería imposible desvincularte de él sin que hubieras de sufrir las inclementes heridas que te infringiré con el verbo».

―¿No crees que ya es bastante duro para mí el contemplar tu caída, como para que asimismo me pidas que me torne en el verdugo que convierta en un hecho tu derrota?

A pesar del tiempo transcurrido volvió a sopesarla mientras salía de sus labios con cuanta firmeza permitió su hipocresía; avivándose el recuerdo de cómo trató en varias ocasiones de ahondar en su significado, anhelando apreciar el alcance de una frase que para ella se mostró tan coherente, que no dejó de repetírsela hasta que las palabras que la conformaban quedaron en la memoria grabadas a fuego.

9/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 17º pasaje, Cap 3

―Esta situación no ha de proseguir… Hemos de rendirnos ante tan clara evidencia, porque ¿de qué nos serviría preservar ascuas de amistad cuando ésta ha sido condenada de antemano por la testarudez de un corazón que se niega a transigir?― Tras la pregunta Sionel alzó la cabeza para mirarla, inmerso en un mar de sentidas lágrimas en el que no conseguía ahogar vergüenza y determinación.

MIL DERROTAS DE UNA MISMA HERIDA

Sumido en la incomprensión,
la tristeza devoraba ávidamente su corazón aprensivo,
hasta que hubo llegado el día en que este insaciable carroñero
no dejó de él nada que mereciera la pena salvar.

Dalial.

Por más que quiso, ella no fue capaz de apartar la vista de un rostro que pese a todo mostraba la exigua quietud del que alcanza, tras interminables cavilaciones, un momento de lucidez; siendo ésta la que le permitió llegar a una conclusión tan triste como deseada. Y sirviéndose de la proximidad del abrazo, el caballero extrajo, sin que ella se percatase, un puñal.

7/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 16º pasaje, Cap 3

Tras desandar aquel trecho sobrevino el reencuentro. Un reencuentro en el que la dama presenció cuán indignamente yacía doblegado por sus emociones el que tanto amaba.

Roto el halo de respetabilidad poco importaban las lágrimas; lágrimas que sin mostrar el menor indicio de mesura se derramaban por su rostro. Ella se aproximó, como un pequeño gorrión que, decidido a traer consuelo, viniera a posarse con piadosa dulzura sobre la bestia herida; ante la que extendió sus alas para, sin aparente miedo, recibirlo en su pecho.

Él, en tanto, tan avergonzado y abatido como huérfano de cariño, sintió que buena parte del dolor lo abandonaba; moría al ser acogido en el afectuoso abrazo de aquélla que sin mediar palabras le otorgaba el perdón. Pero pese a tornarse el regazo cálido bálsamo y oasis de quietud, donde confluyeron cuantas atenciones quiso brindarle, nada hubiera podido calmarlo después de lo acontecido. ¿En qué modo evitar que emergiera fruto de su maltrecha conciencia un nuevo temor, más espantoso que cualquiera de los que fue capaz de vislumbrar en aquellas interminables noches de vigilia? Noches en las que infructuosamente se rebelaba para no sucumbir a un sueño que lo convertiría en la inexorable víctima de una permanente traición. Pero a pesar de la inclemencia y el grado de cotidianidad que llegó a alcanzar la tortura, hasta ese día ésta no pasó de mostrar oníricas visiones engendradas por su aflicción. Campar de hostigadores fantasmas que, convocados con asiduidad por la conciencia, corrompía la pureza de sus deseos, impregnando en realidad cada sueño antes de ser inmolado. Tormento que perdura hasta quedar entre las ascuas de mil y una representaciones, el acuse de su carencia y el pretexto que dio lugar a ella. Sin embargo, salvo por las heridas que hubieran de desprenderse de tan ingrata remembranza, cuanto fuera conjurado en los escasos instantes de sueño arrancado a frecuentes duermevelas perdían con el despertar la veracidad. En cualquier caso estaba al corriente de cuán distinto había de ser. De cómo la constante exposición a ellas socavó tanto su lucidez que, tras volver a quedar expuesto al foco de origen, la intangible agonía que durante años se había retorcido difusamente en su alma comenzó a materializarse, a adquirir una forma bien conocida. Y mientras se contemplaba en ésta, presa de un temor ingente, no pudo evitar preguntarse, enfrascado en la más funesta aflicción, quién protegería de su locura a la mujer que amaba. Tales cotas alcanzó la sensación de desasosiego al verse inducida por lo que tomó como una muestra inequívoca del más diáfano raciocinio, que por privarse de ella llegó a desear que le sobreviniera la mayor de las calmas, aunque por ende se viera condicionada a traer consigo una perentoria extinción. Allí, incapaz de vislumbrar una opción que se le antojaba viable, la muerte se le ofrendaba, mostrándose como el único remedio para erradicar el calvario que representaba la prolongación de una existencia vacía; sin más sentido que el de acuñar dolor. Fue entonces cuando la vergüenza no contuvo por más tiempo sus palabras, y éstas manaron sin mesura como de una herida abierta, para exponer, exentas del menor pudor, la momentánea sinceridad de una mente febril. Una mente que exigía manifestarse, y ante la que por más que se afanaba no conseguía el control.



CON CUANTO HUBIERA DE TRAER CONMIGO

Y al serle negada a su conciencia toda posibilidad de redención,
ésta se debatió conocedora de su condena;
tratando de hacer fructífero hasta el más postrero suspiro.

5/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 15º pasaje, Cap 3

Las preguntas se sucedían. Preguntas que conducían, con insólita claridad, a la única respuesta que podía ofrecer.

Fue la intensidad de sus emociones lo que acabó por dejar de manifiesto la fragilidad de almas que, tras verse atrapadas en aquella espiral de turbaciones, perdieron el control con relativa facilidad, demostrando que tras refinados modales y ostentosos trajes no se hallaba más que el padecer de dos seres, que aquejados por numerosos varapalos vieron condicionada su corta existencia. Espíritus ajados, enfermos, cargados de pesares. Un par de criaturas nerviosas y asustadizas que se mostraban, apenas completada su floración, demasiado próximas a sucumbir a los dictados de una demencia que le impedía tomar las riendas de sus vidas.

Con suma premura se entregó al retorno, decidida por entero a acunar sus lamentos. A evitarle cuanto daño estuviera es su mano. A extirpar, de su mal avenida conciencia, cuanto de pernicioso hubiera de subsistir. A estar a su lado, por y para él.

3/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 14º pasaje, Cap 3

Liberada de la presa huyó sin rumbo aparente, como un animal herido que, sabiendo cuán próximo estuvo de su extinción, procurara por todos los medios desligarse del que se erigió depredador.


Corrió tan aprisa como le fue posible. Corrió sin mirar atrás. Corrió alentada por un temor que, pese a alejarse, tuvo a bien mantenerse a su lado. Corrió hasta que un alarido de desesperación ahogado en el llanto quebrantó el silencio de la noche. Era Sionel quien gritaba, expresando suplicas ligadas al nombre de Iliandra; no siendo capaz, al oírlas, de avanzar un paso más; quedando a merced de la duda, inmóvil en la oscuridad. Mas la incertidumbre duró escasamente un instante. Apenas el tiempo de que su implacable conciencia cayera sobre ella como un reproche de ingratitud que la hizo avergonzarse.


«¿Cómo alejarme al verlo presa de sus pasiones cuando soy la causa del dolor? ¿Qué clase de amor le profesaría si mi miedo fuese tan fuerte que me impidiera tender la mano a aquél que siempre la tuvo tendida para mí?»

1/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 13º pasaje, Cap 3

La continúa exposición al dolor mermó su fortaleza, acrecentando el padecimiento hasta volverlo insoportable; estado en el que apenas alcanzó a pensar que de seguir así en cualquier momento cuerpo y alma se quebrantarían, para no quedar de ellos más que los pedazos de ambos en manos de su inesperado verdugo.
Tras abrirse camino arduamente más allá de una garganta atenazada por el temor, las palabras emergieron de ella, testimoniando, entre sollozos y repetidas lamentaciones, el calvario infligido; apelando a una piedad que podría conducirla a tan ansiada liberación. Mas dicha liberación no estaba en manos del caballero. Era un acusado arrebato de odio quien dictaba sus acciones, el mismo que le hacía desoír una petición de clemencia que en otras circunstancias se ofrecería antes incluso de ser reclamada.

―¡Maldita seas, Iliandra! ¡Y mil veces maldito el amor que por ti siento! Nada me hubiera proporcionado mayor alegría que encontrarte muerta a mi regreso. Porqué sólo la privación de tu existencia podría haber paliado esta imperecedera sensación de tormento.

Un segundo más tarde, tomó conciencia de la funesta sentencia que la exaltación profirió a sus labios; y tras soltar a la dama se desplomó, como abatido violentamente por su propio manifiesto. Y allí permaneció deshonrado, hundido por el peso de tan execrable acción.

SEMILLAS DE MALQUERENCIA




Al sobrevenirnos la inexorable pérdida de cuanto para nosotros dio sentido a la vida, nos abandonamos a ésta; consumiéndonos en la vacuidad de lo que se muestra como una mísera existencia. Y sólo cuando la amargura es mayor que la necesidad de amar, terminamos por arrancar efímeras verdades a unos labios carentes de consideración, que ansían aplacar el orgullo herido. De este modo, paradójicamente hacemos partícipes de dicho mal a cuantos han de amamos.


Dalial.

30/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 12º pasaje, Cap 3

―¡Contesta! ―exclamó alzando la voz hasta crisparse―. ¿Dónde han quedado ahora esas complacientes miradas y contrahechas peroratas que se muestran ante la verdad tan oscuras y vacías como tu pérfido corazón?―. A medida que proseguía aquel infructuoso interrogatorio, los gruesos y ásperos dedos del acusador se hundían más y más en su blanca carne, al tiempo que la zarandeaba instándola a responder.

―¡Contesta maldita seas! ¿O es qué pretendes humillarme aún más con tan ingrato silencio? ―exclamó, exhortándola a quebrantar su mutismo en pos de una respuesta satisfactoria.

28/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 11º pasaje, Cap 3

―¿¡Qué es lo que en mí se alberga, mostrándose a tus ojos tan horrible!?... ¿¡Qué sentido tiene el mortificarme con una actitud tan ingrata, que consigue distorsionar y envilecer ese reflejo de honestidad que creí poseían mis sentimientos!?...¿¡Por qué haces que se expongan mis pasiones o los dictados de mi corazón, como algo insano y grotesco que pareciera estar más en consonancia con los ingobernables desvaríos del febril alma de un demente?―. Las palabras de aquel antiguo pretendiente se sucedieron sin dilación ni reparo; el cual, al verse hostigado por su maltrecha conciencia, blandió cada reproche, como si se tratasen de hirientes instrumentos de tortura.

26/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 10º pasaje, Cap 3

―¿¡O es qué no merezco amar y ser del mismo modo correspondido!? ―increpó con vehemencia, en tanto seguía debatiéndose en aquel airado monólogo, buscando desesperadamente arrancar con tan violenta declaración de amor una respuesta satisfactoria. Pero ella que, sobrepasada por lo acontecido, no pudo hacer frente al firme rencor que se exponía en su mirada, cerró los ojos y apartó la cara, tratando de renegar de la pesadilla que le estaba tocando vivir.

El temor y la impresión habían paralizado su lengua, y consciente de su desamparo no le quedó más que rezar para sí, pidiendo, al tiempo que se debatía presa de visibles temblores, que su padecer terminara cuanto antes.

24/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 9º pasaje, Cap 3

Las recias manos del enamorado atenazaron sus gráciles brazos, y con relativa facilidad la arrancaron del suelo, alzándola hasta que sus rostros quedaron a tan escasa distancia que, pese a la exigua luz, la dama pudo ver con claridad la nueva expresión que en él instauró el odio. Éste se desencajó, contrayéndose en reveladoras muecas de irreflexión que dejaba de manifiesto que su temperamento se había desbocado hasta el punto de hacer huir la razón. Sus ojos, amargos manantiales de lágrimas, la eligieron como víctima de su desprecio. La rabia creció más y más, hasta llegar a un punto en el que parecía no poder ser por más tiempo contenida. La respiración del caballero se volvió agitada, y al sentir todo aire escaso comenzó a resollar mientras apretaba con fuerza los dientes, mostrándolos visibles y amenazadores, como si en cualquier momento fuera a arremeter contra ella para propinarle salvajes dentelladas.

23/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 8º pasaje, Cap 3

Fue el dolor lo que le hizo renegar de la prudencia acostumbrada. El dolor, lo que derribó barreras impuestas por el comedimiento; y libre de ataduras se desprendió sobre ella en un irreprimible alud de crueles preguntas e ingratos reproches.

―¿Realmente creías que sería tan sencillo? ¿Qué sólo con alejarme de tu lado el tiempo me enseñaría a olvidarte?... ¿Cómo has podido llegar a pensar que lo que sentía por ti no era más que un capricho de juventud que tarde o temprano terminaría disipándose como la niebla? ―exclamó aquél que al borde la exaltación exigía ser comprendido.


AQUEJADOS DE AMOR

¿Qué oscuro poder tenía aquello que envenenaba el alma, tornando en locura el amor?

Dalial



―¿¡Tan difícil resulta de entender!? ―inquirió el caballero que, ciego de ira y enfermo de amor, se abalanzó sobre ella manifestando la rudeza de sus más primitivos instintos.

20/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 7º pasaje, Cap 3

A pesar de la autoimpuesta tregua, no trajo el tiempo cambios ni la distancia olvido; y del mismo modo en que antaño sucedió, volvió a quedar preso de sus pasiones sin poder compartir sentimientos que maduraron con él, y a los que dicho tiempo se negaba a ofrecer una muerte piadosa. Aun así trató inútilmente de asimilar su indignación, ¿Mas cómo asumir esa sensación de ridícula insignificancia sin proferir un lamento que se elevara para arrancar lágrimas al cielo? Como en la última frase de aquella oda al hombre solo escrita por Lanaiel: “En algunos días de lluvia he llegado a pensar, en un intento estúpido de encontrar consuelo, que el cielo se hermana conmigo, y juntos lloramos mi pena”.

Seguía perdido, como un peregrino sin rumbo en las lagunas del entendimiento. Aunque más que a ella, no conseguía entenderse a sí mismo. ¿Qué hacía allí después de lo ocurrido? ¿Qué extraña fuerza lo arrastraba, permitiéndole dejar a un lado su mancillando orgullo y que quedara en evidencia una dignidad que ya se mostraba maltrecha de un tiempo a esta parte? ¿Y cómo es que pese a tomar plena conciencia de ello, estos periodos de humillación no representaban para él un serio problema si podía pasarlos en su compañía?

EL TRIUNFO DE LA SINRAZÓN

¿De qué nos sirve la razón cuando es el corazón quien decide?

Súlian de Edar


De nada le serviría engañarse. El amor que sentía era más fuerte que su voluntad, y tan pernicioso, que a su lado el mayor padecer llegaba a adquirir insustancialidad. Así fue como tan puro sentimiento pereció en presencia de la inaccesible dama; emergiendo de sus cenizas un inquebrantable adversario que le obligara a quedar postrado ante sí mismo, a tomar conciencia de una debilidad tan patente que resultaría innegable a los ojos de cualquiera.

El hecho de que su latir se mostrara ingobernable no le restaba lucidez, por lo que estaba al tanto de aquella extraña mezcla de estupidez y cobardía que, carente de escrúpulos, lo envolvían; haciendo que en ocasiones se tornara artífice de unos actos que denotaban la carencia de toda racionalidad.

POR TI

Sobre el altar de mis principios sacrificaré el orgullo,
asesinando dulcemente el sentido de mi vida.


Lanaiel.

18/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 6º pasaje, Cap 3

―Nada ha cambiado para ti… ¿verdad?―. A pesar de lo obvia que la respuesta resultaba dirigió hacia él dicha pregunta, que, si bien estaba cargada de la más directa indiscreción, sonaba liviana en sus labios; como si llevada por el tacto consiguiera de algún modo atenuar la vergonzosa exposición de sus ignominiosos matices, para imprimir a tan delicado asunto cierta naturalidad. El tono de su voz destilaba comprensión y quietud, y tal vez el caballero hubiera apreciado la reconfortante calidez con la que ésta le obsequiaba, nutriéndose de ella como en tantas ocasiones pasadas, si las palabras no se hubieran mostrado como fieles delatoras de su carencia de entendimiento, de su hiriente hipocresía, y de lo ajena que en realidad estaba de entender la magnitud de semejante padecer. Por más que quiso no pudo evitar sentirse indignado ante aquella inesperada pregunta, que se rebelaba como un vano intento de suavizar lo ocurrido. El hecho de que en lo concerniente a tan delicado asunto ella hiciera gala de su apatía se antojó cruel a los ojos del caballero, el cual consideró que con tan irreflexiva consulta se desvirtuaban los preceptos de su propia existencia y que para nada se hacía cargo de la ardiente pasión que hasta ese día coexistió en su pecho, como una etérea acompañante llamada a acrecentar la soledad que progresivamente devoraba la vitalidad de un espíritu de por sí frágil; proporcionando un amargo sustento, mientras se mantenía a la espera de recoger el utópico fruto de unos anhelos que darían sentido a su vida.

Quiso el destino que las firmes convicciones que hasta aquí lo trajeron para enfrentarse con el arrojo del victorioso a esta determinante prueba, fueran menguando gradualmente tras verse emboscadas por las mieles de la cordialidad; las cuales ablandaron un corazón que él, en este largo periodo de recogimiento, había tratado en vano de robustecer. Pensamiento que formó parte de su próxima plegaria de purificación: “¿De qué podía haberme servido el respaldo de la madurez o el blandir un razonamiento cuya simpleza lo hacía inapelable, si antes incluso de presentar batalla me veo desarmado con sonrisas y abatido por aquella dulce calidez que siempre estuvo presente en su palabra?”

16/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 5º pasaje, Cap 3

Entre tanto, desde otro punto del jardín, la furtiva pareja presenciaba los instantes que antecedieron la extinción del sol. Y encontrándose próximos a quedar sumidos en una profunda oscuridad fueron sorprendidos, y sacados de la negrura, por alguien que, ajeno a ellos, iluminó una estancia del edificio contiguo. Tenuemente se desprendió de una de las ventanas la cálida luz que hubo de envolverlos, sin que por se le restara a la situación ni un ápice de privacidad.
Ambos sabían que no era lícito continuar en el jardín con la caída del sol, y aun así continuaron; en el caso de ella por omisión, en el de él, por estar ajeno a luz u oscuridad, a criterios, leyes, y al mismísimo pasar del tiempo; nada había más allá de saberse en sus brazos. Es por ello que pese a todo se mantuvieron unidos, juntos en un mudo arrullo que hubo de perdurar hasta que ella, tiernamente, se entregó a atusar un mechón alborotado por las surgidas ráfagas de una brisa que la noche trajo consigo. Mientras esto ocurría Sionel tomó su mano, y al posarla sobre el rostro cerró los ojos, como si con ello pudiera disfrutar más intensamente de la magia de un momento más cercano a extinguirse de lo que para él cabría imaginar, puesto que, por más que así lo quiso, su acompañante no consiguió retener por más tiempo aquella pregunta que parecía quemarle los labios. Y sin sopesar las consecuencias que ésta acarreara, dio plena libertad a las palabras portadoras de su pensamiento en el preciso instante en que la luz de la ventana se apagó.

14/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 4º pasaje, Cap 3

Cuando el último de ellos franqueó los portones se cerraron, produciéndose en el silencio de la noche un sonido metálico que expiró con brevedad. Inertes y en completo mutismo aguardaron, hasta que habiendo transcurrido un instante, la cavernosa garganta de uno de ellos emitió las primeras notas de una sobria oración, con la que a modo de réquiem despedían al astro rey. A la señal del precursor, y tras la consumación del primer compás, el resto de voces se alzaron para hermanarse con él, y juntas hubieron de proseguir hasta concluir la salmodia; siendo el momento establecido para iniciar una marcha en la que quedaba de manifiesto a cada paso, la remarcada sobriedad impresa en su parsimonioso avance.

La trémula luz de las antorchas permitía entrever los marmóreos e inexpresivos semblantes que bajo las capuchas se encontraban; semblantes que parecían marcados por el mismo estigma, el cual hacía que, pese a sus diferencias, se hallasen en ellos cierta semejanza. Según decían resultaba habitual que incluso antes de ser ordenados sus caras se tornaran opacas, como la corteza de un árbol muerto; siendo presumiblemente el hecho de que se vieran tan colmados de abnegación, lo que hacía que no quedara lugar para expresión que reflejara en ellas el más leve atisbo de conciencia o voluntad. Cómo si tras sumirse en un profundo trance se hubieran convertido en las apáticas marionetas de un macabro hacedor, que, para exhibirlos como espectros que tras sus etéreas vestimentas aún conservaban la carne, erradicó de sus semblantes ese algo que nos hace humanos.

Pese a iniciar la marcha desde diversos lugares, el cortejo confluyó en un punto del jardín; y habiendo llegado a éste comenzaron a dispersarse, para perderse en su interior como rutilantes luciérnagas.



AL BRILLAR SIN ALMA

Caballeros de la Fe y Heraldos del Sol. ¿De qué habrían de servirles tan notables títulos si no quedará de ellos más que un caparazón vacío cuando la religión termine de carcomer sus almas?

Ólonam

13/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 3º pasaje, Cap 3

A pesar de debatirse hasta el último momento postergando su partida, el encuentro que del mismo modo el sol y la luna libraban en el cielo tocaba a su fin; no habiendo quien no supiera de antemano que tal contienda estaba perdida irremediablemente.

Extinguida la luz de la estrella de la mañana las puertas que daban al jardín se abrieron, surgiendo de ellas varios grupos que formaban en filas de a dos, envueltos en largas túnicas granates que conferían una apariencia impersonal. Portaban antorchas e incensarios, descollando en el cinto de cada acólito la empuñadura de una hoja que no desmerecía respeto.

Al igual que tantas noches que precedieron a ésta, se dispuso el cortejo fúnebre de los Heraldos del Sol; monjes guardianes encargados de llevar luz allí donde hubiera oscuridad. Así como es dictado en la plegaria a modo de bendición con la que se les otorga al finalizar el noviciado, llamada a convertirse en la prebenda para una existencia: “Ilumina cada sendero a tu paso, arrancando la negrura que de la luz se esconde. Tú serás el estandarte llamado a proclamar a los cuatro vientos la palabra.

Ve, símbolo de pureza, y aliméntalos con tu Fe hasta que sobrevenga el despertar de sus almas, y nuestro dogma se muestre a sus ojos más preciso que la propia existencia”.

11/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 2º pasaje, Cap 3

Y fue cuando toda emoción fluía libre en aquella atmósfera rebosante de jovialidad, en la que cada broma estaba dulcemente impregnada de nostalgia y todo comentario era un singular presente, que el caballero se volvió, ocultando su rostro con la cabeza agachada; en apariencia compungido por algo que resultaba inexplicable.

Al verlo se levantó alarmada y, dirigiéndose rauda a él, lo tomó del brazo.
«No permita el destino que nada que hubiera surgido de mí le causara dolor».
―¿He dicho algo que pudiera herirte? ―inquirió desconsolada, al advertir la afluencia de lágrimas.

―No has de ser culpa, sino causa, puesto que tú lograste que hasta este punto me sintiera dichoso de estar aquí ―confesó, intentado esconder parte de esa emoción por la que se vio desbordado.

«¿Cómo no habría de sentir lo que por ti siento? ¿Podría existir un cariño más grande que el tuyo?»
―Y yo de que estés ―contestó abrazándolo por detrás con su mejilla posada sobre la espalda de éste; amparándolo con la dedicación y ternura de una aptitud puramente fraternal. Orgullosa y conmovida se aferraba a él con denotada determinación, en agradecimiento a la dulce espontaneidad de tan hermoso gesto, puesto que como tal proclamaba en sí mismo la más clara prueba de un inquebrantable afecto. Manifestándose sin ningún tipo de duda, que tras aquella máscara de aparente frialdad forjada en la crudeza del combate seguía encontrándose Sionel, tal y como ella lo recordaba.

Al OFRENDAR, EN POS DE NUEVOS ESTIGMAS, VIRTUD

Tal vez nos acomodarnos al conformismo de una tranquila monotonía persuadidos de que al menos en este estado de semi-letargo el sufrimiento, pese a existir, se torna más llevadero.
A veces en la infancia, y siempre a las puertas de la edad adulta, nos entregamos a la búsqueda, ansiosos de hallar un sendero al que poder acogernos; el cual, desde que plantemos un pie en él, habrá de regir nuestros pasos con firmeza. Y si fielmente lo seguimos, más pronto o más tarde alcanzaremos lo que algunos llaman madurez. Descubriendo con amargura que, sin apenas darnos cuenta, en el camino nos olvidamos de ser felices.


Lanaiel.