31/3/09

11º pasaje, cap 7

»En estos momentos tendréis la cabeza atestada de preguntas. Preguntas que con facilidad contestaríais si vuestro temperamento no os obligara a abdicar de la razón, para convertir algo tan simple en un notable dilema moral. Preguntas tales como: ¿Tiene algún sentido que dirimamos un caso que podría zanjarse con sencillez? ¿En verdad este error merece tal castigo? ¿Qué después de una vida de abnegada dedicación, vuestra existencia a quedar supeditada a la crueldad que el destino quiso mostrar contra vos esta noche? ―inquirió Garin en una brevísima pausa, que apenas duro el tiempo de percatarse de que no recibiría respuesta alguna.

«Pese a su insólito aguante los signos se acentúan. Bastará con que la presión se mantenga».

―No seáis necio, capitán, y daos la oportunidad de lidiar causas que se presten a ser defendidas. Evitar el castigo posibilitará nuevas victorias, y éstas, junto con el pasar del tiempo, os ofrecerán oportuno consuelo.

»Creedme cuando os digo que por exacerbada os parezca la impotencia ligada a vuestra alma, es un sentimiento pasajero. Un sentimiento destinado a desaparecer o cuando menos a atenuarse, al asumir que la derrota fue desde siempre un hecho. Nunca estuvo condicionada a que obrarais de un modo u otro. La mera existencia del documento hacía que la contienda estuviera perdida de antemano; y nadie que como vos se hubiera regido por lo que está dictado, habría salido indemne ―aclaró el cortesano, expresando, de un modo tan distendido como conciliador, criterios que, veraces o no, se prestarían a desavenencias.Mas en esta ocasión, el hecho de que Garin estuviera versado en cuanto tenía que ver con las leyes, fueran o no eclesiásticas, no lo proveía del conocimiento adecuado. En cualquier caso, resultaba más que improbable que supiera de la existencia de una cláusula que, por la carencia de su aplicación y la privacidad con la que se llevaba a cabo, era poco conocida incluso dentro de La Orden. Dicha cláusula eximía de la muerte física a los que alguna vez portaron el ojo de dioses, debido a la implicación que en vida tuvieron con lo divino.(Apéndice)

29/3/09

10º pasaje, cap 7

«La respiración se agita, el rostro se vuelve rígido, su atención se pierde al mirar sin ver nada. Pese a su reticencia, está inmerso en los mensajes ofrecidos por sendas conciencias, y acumula ingentes cantidades de rencor. ¡Reacciona maldito seas!»

―Mas aun así, y pese a ser conciente de cuanto os he referido, estimáis acertado obviar mis palabras ―constató Garin manifiestamente atribulado.

»Puesto que no me da la impresión de que lo hagáis por eludir el enfrentamiento, tal vez sea más correcto pensar que estáis llamado a creer erróneamente que la estoicidad que tratáis de adoptar habrá de engrandeceros, mostrándoos como un ser virtuoso y sin tacha, víctima de adversas circunstancias. Más si así fuera, poco influiría ante ellos o ante mí. Por mucho que aguantéis el temple o mantengáis esa mirada de escepticismo, la ley está escrita. De hecho, y teniendo en cuenta la inmunidad que el caballero Sionel posee a día de hoy, creo que más que probable que lo eximan de sus faltas para atenuar de algún modo la afrenta que vuestro desconocimiento le confirió. Sin embargo esto no habrás de exoneraros, apenas corroborará ante los que serán vuestros verdugos que dicho gesto carecía de premeditación. No obstante, pese a la ausencia de intención, el agravio permanece y os declararan culpable.

»Creo poder aseguraros, remitiéndome a mis conocimientos, que las más altas cotas a las que aspirareis en el supuesto de que asuman la falta de premeditación, no serán otras que las de redimiros de cuanta indignidad precedería a la consumación de tan perentoria sentencia. Y si tenemos en cuenta que la muerte no es algo que suela resultar grato o cuando menos indiferente, doy por hecho que nadie que no tuviera por costumbre contar la vehemencia entre sus virtudes, afrontaría tan aciago destino con total indolencia. Es por ello que me inclino a pensar que sabéis interiorizar magistralmente la inquietud, al tiempo que os valéis de tan silencioso desdén para prestar mayor atención al cúmulo de pensamientos que estaréis tratando de poner en orden.

27/3/09

9º pasaje, cap 7

―Agradezco la atención prestada a mis circunstancias, mas no olvidéis que estáis aquí para defender a vuestro tutelado. Es por ello que os recomiendo que os limitéis a cumplir con dicha labor, y obviéis lo que yo hiciera o dejara de hacer. Me basto y me sobro para entender y asumir mis faltas, y cuando llegue el momento no tendré reparo en responder ante quién deba hacerlo.

»¿Me he expresado con suficiente claridad? ―inquirió el heraldo, desplegando cuanta arrogancia se vio condicionado a exteriorizar. De esta forma le negó el proferir palabras que, pese a lo hiriente de su influjo, no traían más que sinceridad, siendo su incesante exposición a ellas lo que propició que volviera a aflorar aquel instinto adormecido. Un instinto que estuvo condenado a asentarse sobre los cimientos de aquella irremisible sensación de impotencia. Y sin que se percatara de ello, el rencor guió subconscientemente la mano que hubo cernirse sobre la empuñadura de la espada con una firmeza del todo impropia.

«¡Me amenaza! ¿En verdad vas a sucumbir tan pronto? Ni tan siquiera eres consciente de lo próxima que está tu voluntad de romperse. La siguiente embestida habrá de decirme con relativa certeza cuán cercano te hallas del abismo».

―Viendo que me habláis de ese modo, no puedo evitar preguntarme si en realidad sois consciente de las repercusiones que podrían haberle sido atribuidas a la consecución de unos actos que gracias a mí providencial intervención no fueron llevados a cabo, ya que, por varias razones que no habré de enumeraros, no sólo habría imperado la carecía de sentido común, sino que como tal atentaría contra él directamente. Vos mismo, sin pretenderlo, habéis estado a punto de atentar, con una gravedad difícil emular, contra esa misma fe que con viveza defendéis. ¿Os habéis parado a pensar en cuantas veces mayor habría sido el pecado de dar muerte al portador de un edicto, que el de que éste, por las razones que fueran, se hallara en un lugar indebido? ―preguntó el anciano, con palabras que se disiparon en un silencio que trajo consigo una acompasada negación. Y siguió hablando, aun sabiendo que no encontraría respuesta alguna.

25/3/09

8º pasaje, cap 7

«¿Tratas de eludir mis requerimientos?»

―Estos factores no os son ajenos, ¿verdad? ―inquirió con una sobriedad carente de matices. Pero lejos de ofrecer respuesta a tan capciosa pregunta, el heraldo se limitó a mirarlo con relativo desdén antes de apartar el rostro y proseguir la marcha.

«¿Realmente crees que escudándote en la aridez del silencio eludirás mis envites? No preciso de tus palabras para seguir hiriéndote, sé de ti lo suficiente como para hacer, con tu aportación o si ella, que tu padecer se haga interminable».

―No contestéis si no lo estimáis adecuado, en casos como este tendréis el respaldo de un silencio que podrá hacerlo con diligencia por vos ―aclaró Garin, complacido por la irreverente tosquedad con la que se expresó una repulsa tan impropia como verosímil.

«¿Tratas de omitir a regañadientes la realidad?, ¿o es que en verdad deseas inmolarte junto con ellos y tus principios? ¿Es posible que el fanatismo expuesto no sea, como pensé, fruto del artificio, y esté fundamentado en sólidos valores morales que han de importarte más que la propia existencia? Sea como fuere adquiriré adecuados tintes de conciencia. Me anexionaré, al tiempo que busco el lugar más propicio donde aceptarte el golpe, a esa voz interior que te niegas a oír».

―Como os decía, dudo que se os pasara por alto el que, pese a ser vuestros hermanos quienes sopesen las faltas y evalúen el castigo, no sólo no quedareis exento de su imparcialidad, sino que esto acrecentará, si cabe, el veredicto por el mero hecho de ser uno de ellos ―explicó sosegado a modo de advertencia, imbuyendo cierta dosis de realismo a la conversación, al tiempo que se escudaba en lo que podría parecer deferencia para arremeter contra él, para blandir con maestría el intangible dedo acusador que lo señalaba como el principal responsable: pero al igual que la vez anterior, explicaciones y consejos estuvieron destinados a caer en saco roto.

23/3/09

7º pasaje, cap 7

En apenas un instante se vio mortificado por un significativo número de especulaciones que terminaron por convertirlo en la víctima de su propia desazón. Instante en que la ausencia de seguridad disfrazó la duda de realismo, y arrastrado por esa sensación contempló con ojos derrotistas las escasas posibilidades de salir airoso. Mas aún al corriente de cuantos impedimentos, justificados o no, se amparaban en dicho realismo, era una batalla que no podía eludir. Y es por ello que acunados los temores de tan maltrecha conciencia se entregó a su deber, a retomar los pasos que habrían de llevarlo a recorrer la senda, siendo lo más insólito del retorno el encontrar en la adversidad un poderoso aliado. Sólo la aprensión al ridículo y el odio que le profesaba por lo que le hizo sentir, le insuflaron las fuerzas para mantenerse firme en tan desfavorable circunstancia. Circunstancia ante la que optó por acogerse a los dictados de la fe, juzgándolos una verdad incuestionable.

―En las sagradas escrituras, como supongo sabréis, nos es revelado que, exceptuando a los ilustres padres de nuestra Fe, todos somos iguales ante los dioses ―respondió, obligándose a mostrar la tranquilidad del que posee una total convicción.

Garin encajó la impersonalidad de aquella cita costumbrista con una socarrona sonrisa, sonrisa que, al tiempo que reflejaba su desacuerdo, exponía un mudo reproche.

Tras de aquello, Garin lo invitó a apartarse del resto. Dado el cariz que el asunto empezaba a tomar, optó por otorgarle la privacidad que como tal requería.

«La pobreza de tu alocución no hace más que corroborar cuán próximo estas de la caída. Estoy cerca. Apenas derribar unas cuantas barreras y tu voluntad quedará supeditada a la mía».

―Sobradamente conozco y respeto lo escrito en los sagrados textos, mas supongo que coincidiréis conmigo en que al igual que lo que nuestra doctrina nos dicta, existe una jerarquía que va unida a la ley de los hombres, y que también estamos obligados a acatar. Vos, al igual que yo, conocéis dichas leyes, y es por ello que confió en que entendáis lo que voy a deciros sin que creáis ver en mis palabras el más leve indicio de herejía: Sería conveniente que os pararais a pensar que no serán los dioses, ni los santos padres los que habrán de juzgaros. Os digo esto porqué a lo largo de la conversación he podido recolectar evidencias más que suficientes para confirmar, sin temor a errar en mi criterio, el grado de conocimientos con el que contáis en lo que se refiere a los parámetros a seguir a la hora de dictar las leyes. El cual ha demostrado ser lo bastante amplio como para que no supierais cuán contraproducente sería exponer íntegramente el caso. La escasez de dudas en lo que a este asunto se refiere me impide, valiéndome del raciocinio, concebir el enfoque que le queréis dar ―dicho esto, el cortesano hizo un alto en el paseo que fue secundado por su acompañante; y pese a ser inducido por distintas razones, este hecho propició que ambos se buscaran con la mirada, y cuando esto tuvo lugar el anciano volvió a dirigirse a él.

21/3/09

6º pasaje, cap 7

Pese a llevar a cabo su cometido de un modo tan parco, no era por hallarse falto de sentido común o carecer de retórica para validar sus acciones, sólo lo creía fuera de lugar. Para él la validez de los hechos hacía que el verbo dejara de tener cabida. Es por ello que, manteniéndose fiel a la rudeza que este criterio exigía, se dedicó a exterminar a todo furtivo que cayó en sus manos; y aunque en principio la toma de medidas tan drásticas fue acogida favorablemente, no tardó en levantar subsiguientes polémicas cuando, para sorpresa de muchos, empezaron a engrosar en el memorial personajes que gozaban de relativa importancia. Aun así, el capitán se las arregló para hacer ver que su intervención se hizo necesaria en cada caso. Desmitificó dichas muertes escudándolas en argumentos o pruebas que no siempre fueron fidedignas.[1]

El que se hallara lejos de prever el inherente potencial que el cortesano tuvo a bien mantener soterrado, no hizo más que propiciar la crecida de un desconcierto que lo sumió en un estado de aturdimiento transitorio, estado en el que, sabiéndose preso de las circunstancias, se limitó a contemplar como era eclipsado por la temible sombra que sobre él proyectó con su despertar aquel gigante protocolario. Tan desalentadora fue la primera toma de contacto con aquella evocadora soberbia que, junto a la parca agudeza y el relativo comedimiento del decrépito álter ego que el anciano dejó atrás, se marchitó la validez de cuantos preceptos se establecieron en la charla anterior.
EL PESO DE LA EXISTENCIA

Sintió como una a una se cerraban las puertas al desandar lo andado.
Sintió el deseo de respuestas, pese a que con cada pregunta no hacía más que evocar la necesidad de plantear una docena de nuevas cuestiones.
Sintió que se encontraba ante un principió más escabroso y desalentador que el peor de los finales que hubiera podido imaginar.


Lanaiel

[1] N. del autor: Pese a que dicha medida estaba tipificada de un modo un tanto genérico a criterio de muchos, se había presentado recientemente al respecto, por parte de los nobles, una moción de censura a la espera de saber si había sido acogida, debido a la carencia de víctimas ilustres que con su muerte o absolución pudieran corroborarlo.

19/3/09

5º pasaje, cap 7

Veteranía y una firmeza nada común, atemperó las consecuencias de quedar expuesto al influjo de un hombre que con su mera presencia subyugaba voluntades. Su estoicidad impidió que sucumbiera, mas se resintió ante tal acometida. Al llegar a este punto, no le quedaba otra opción que procurar que aquel menoscabo, pese a producirse, no se diera a conocer. Sin embargo, por más encomio que puso, no consiguió reprimir esa huella de indefensión, una huella que antes de ser abatida logró arrancarle traidoramente un escalofrió que, pese a su levedad, no pasó desapercibido. Cuán difícil resultaba para el capitán asimilar tal brote de indefensión, y más cuando era impuesto por un hombre desarmado y próximo a doblarle la edad. Debido a la homogeneidad social de su adversario, y que el asunto se viera condicionado por un cúmulo de factores adversos, la situación se complicaba, imposibilitando que se dirimiera ejerciendo sobre él el peso de una autoridad que por costumbre impartía con el filo de la espada.

PIEDAD

¿Qué habría de importar lo que dijéramos o pudieran decirnos si el hecho de encontrarse en el jardín los condena? ¿No te das cuenta de que al oír sus suplicas les concedes la falsa esperanza de que podrán vivir? Has de saber que todo lo que no implique darles muerte en el acto de la forma más indolora posible, representa para con ellos un gesto de crueldad.

Reprimenda que el capitán dio a uno de los acólitos tras ajusticiar a un infiltrado.

17/3/09

4º pasaje, cap 7

―Palabras, muchas y muy bien expresadas en diversos aspectos, mas no por ello os figuréis que se antepondrán a la realidad, la cual no es otra que la de que ambos han cometido una falta cuya gravedad tiende a penarse con la muerte ―indicó el capitán sin amedrentarse, aunque no dejaba de ser cierto que el cambio en el anciano, que seguía mirando la partida de su tutelado ofreciéndole indecorosamente la espalda, despertó cierta desazón.

MALHADADO INFLUJO

Y quiso el infortunio que las palabras se convirtieran en un desatinado soplo de viento, que lejos de extinguir la llama de su interior la alentó a crecer, a revolverse embravecida contra todo lo que no gozaba de su aprobación.


Súlian de Edar


―¡¿Insinuáis que la heredera de Bánum y el Señor de Thárin merecen ser ajusticiados como vulgares rateros?! ―exclamó el anciano, volviéndose para recriminar con vehemencia un comentario que consideró demasiado a la ligera. Fue entonces cuando la hostilidad hizo su aparición en la salvaje mirada del cortesano. Hostilidad que evidenció de un modo categórico su sentimiento de supremacía. Aquel adversario aparentaba, pese a sus años, la entereza de un inquebrantable muro. Un muro en el que a simple vista no se apercibían las fisuras comúnmente producidas por debilidades humanas. Por más que se le escrutara no hallarían en él indicios de duda o miedo, ni tan siquiera la inquietud propia de todo el que estuviera en proceso de dirimir un encuentro como éste. Mas la transfiguración de su rostro no sólo aseveró la inherente sobriedad de sus maneras, expuso odio, un desmesurado odio que, sin llegar a pronunciarse, se dejaba ver más allá de unos reproches endulzados por la ejemplaridad de sus maneras.

15/3/09

3º pasaje, cap7

«Contrariamente a lo que quieras pensar, y pese a tu rabia, eres presa del desconcierto, muestra inequívoca de que mis coacciones surten efecto. Es el momento idóneo para sentar las bases, y que más de un concepto te quede claro».

―Hasta cierto punto es comprensible que mis palabras os hagan reaccionar de ese modo; que no me conocéis es un hecho que vuestras acciones aseveran por sí mismas. Tal vez sea lo que os predispone a pensar que intento importunaros, mas debéis creerme cuando os digo que me limito a constatar lo fehaciente. Nada en este instante está más lejos de mi intención.

Debéis relajaros, evitar que el hecho de que estemos aquí para litigar coarte vuestra quietud o violente el espíritu. En cualquier caso, dudo que el encuentro se prolongué lo suficiente como para que deje de ser llevadero. Asumo que sois un hombre inteligente, de los que no buscan lo que no desean encontrar; algo que nos beneficia a ambos. Y en lo que a mis actos se refiere, sabed que no suelen prestarse a confusión. Si en algún momento mi intención fuera molestar o dañar, la acción que emprendería seria tal, que los lamentos no daría pie a equivoco.

»¡Pero qué barbaridades digo!, seguro que nos entendemos bien. Aun así, y en pos de un mayor entendimiento, convendría que supierais algo de mí, algo que de seguro no os agradará, mas no por ello tendría que condenarse a la omisión.

Deploro comunicaros que no poseo esa humilde bondad que tan alegremente ha querido derramar sobre vos mi tutelado. Mis virtudes, como apreciaréis muy pronto, son otras. Y de ningún modo tengo por costumbre aferrarme a la corrección hasta el punto de que ésta me impida desestimar verdades que favorezcan mis causas.

»Como bien sabéis soy su tutor, y no me debo a criterios sino a deberes. Es por ello que estimo conveniente el pediros disculpas de antemano, por si se da el caso de que mi carácter, o esa sinceridad impropia que a veces tiendo a adoptar os incomodara ―expuso el cortesano, haciendo que las palabras que conformaban tan sofisticada telaraña de coacción se enlazara con parsimoniosa laboriosidad en torno a la víctima que el destino le proporcionaba.

13/3/09

2 pasaje, cap 7

«Libre del negativo condicionante que por sus pasos se aleja nada te ampara. Pronto descubrirás que, lejos de ser un contendiente digno, apenas aspiras a pieza interesante de cobrar».

―Que sea uno de los más importantes invitados de mí señor tal vez os traiga sin cuidado, mas decidme; ahora que sabéis a ciencia cierta quién es, que tomasteis conciencia de la mención de los santos padres, y sois testigo, a la vez que beneficiario, de un gesto tan hermoso como desinteresado, ¿creéis correcto el trato dispensado? ―preguntó dándole aún la espalda mientras dedicaba una última reverencia a su tutelado.

Pese a que los términos poseyeron en apariencia idéntica cordialidad, el modo de exponerlos varió considerablemente. Algo difícil de determinar nació en ellos, algo corrupto y malsano que parecía tomar cuerpo con cada comentario. De las exiguas y perecederas cenizas de una voz cascada que en ocasiones perdía el aliento emergió un enérgico torrente, hasta entonces soterrado, capaz de mostrar a un tiempo directa firmeza y vigorosa altivez. Virtudes que otorgaban tal propiedad al que se supiera servir de ellas, que hasta la mayor mentira se hubiera cuestionado apadrinada por semejantes auspicios. Así mismo, y sin que se disipara la despótica aridez recién adquirida, el cortesano hizo alarde de virtuosismo, controlando con donaire la modulación de una voz que comenzó a oscilar, a ofrecer matices destinados a robustecer la naturaleza de cada expresión.

―En ningún momento fue cuestión de lo que yo creyera o dejara de creer. Mis hermanos y yo, no ceñimos a órdenes establecidas: Dar caza a los que transiten el jardín al amparo de la noche ―manifestó escueto y marcial, apenas tras un breve instante de desconcierto producido por tan notable cambio en su antagonista.

―Y en lo que a dicho presente se refiere, si el caballero Sionel afirmó que no se serviría de él, ¿creéis que sería correcto que lo hicierais vos? ―inquirió con mordacidad, molesto ante un comentario de lo más impropio. ―Si es vuestra intención importunarme… ―añadió con cierto aire de amenaza, ante de verse interrumpido en la manera que el decoro le permitía.

11/3/09

1º pasaje, cap 7

Con el caer de la máscara: El cazador y su presa




LA PALABRA


Sabed que cada palabra puede blandirse, convertirse en un instrumento eficaz. Y no olvidéis que pocas llegan a ser tan mortíferas como aquellas que siendo propias son adoptadas por otros, doblegadas y deformadas hasta adquirir su impronta antes de sernos devueltas, mientras apreciamos como parte de nuestro veneno perdura en ellas.



Garin


Alejándose Sionel junto a sendas comitivas, se brindó a los contendientes la intimidad adecuada. Desvincularse de la presión ejercida por una treintena de hombres armados permitía proseguir de un modo más sereno. No obstante la perspectiva de Garin estuvo destinada a diferir de lo que cabria esperar. Con la ausencia del sequito no sólo se descartaba la posibilidad de un conflicto armado, puesto que de la misma forma desaparecieron cuantos factores subyacentes le obligaban a mostrar comedimiento. Aquel entorno se presentaba propicio para desposeerse de su recatado disfraz; en vista de lo cual el avezado demonio que durante la charla aguardaba, emergió de ajada carcasa.

9/3/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 25º pasaje, Cap 6

Debido a su acusada falta de fervor tanto artístico como religioso, y el hecho de que recibiera o hubiera visto recibir correspondencia de esta índole con asiduidad, el caballero le restó importancia. Para unos ojos tan profanos como los suyos no era más que una simple carta, sin más valor que el del mensaje que portaba, siendo la singular llaneza con la que llevó acabo aquella acción, a su criterio intrascendente, lo que fue considerado por el heraldo como un acto de suprema humildad. Y tan abrumado quedo que necesitaba agradecérselo, aunque en verdad no supiera cómo hacerlo. [1]

―Que todos, salvo los que se ocupan del hermano caído, escolten al Señor de La Casa de Thárin y a su guardia al exterior; y cuando halláis terminado retomad vuestros quehaceres ―ordenó el capitán, al tiempo que comunicaba de un modo tan poco protocolario la noticia de que el nombramiento había tenido lugar.

En el más respetuoso de los silencios, Garin y el capitán se despidieron del que debía partir. Pero apenas se inició la marcha, se vería interrumpida.

―¡Señor! ―exclamó el capitán de los heraldos, alzando la voz lo estrictamente necesario para hacerse oír.

Pese a la ambigüedad del llamamiento la comitiva se detuvo, y al volverse, Sionel mostró desconcierto al saberse aludido.

―Os agradezco que me creyerais digno de compartirlo― se limitó a decir.

A pesar de la aparente inquietud que su acusado azoramiento mostraba, las palabras consiguieron desembocar en sus labios, al no poder soportar la presión que sobre su espíritu ejercía una conciencia necesitada de hacer valer para con él su deuda.

En ese momento todo adquirió para Sionel suma transparencia, por lo que acogió con gratitud el que tuviera a bien mostrarle, mediante el gesto de fervor que por el escrito sentía, parte de una humanidad confinada.

Y conmovido por ello, pese a las circunstancias, no pudo evitar sorprenderse al pensar en lo fácil que fue colmarlo de alegría con un mero gesto, y como, con la misma sencillez, podía hacer que ese regusto perdurara.

―Cómo bien sabéis preciso de él. Me acredita y da vigencia allí donde voy, mas cuando expíe el plazo y pierda su oficialidad, su valor o interés se verá supeditado al criterio que sobre él se tuviera desde un punto de vista religioso o artístico.

Sea como fuere he notado vuestra admiración por él, y es por ello que me sería grato cedéroslo; si en verdad tal admiración existe y no encontráis inconveniente.

Pese a expresarse de un modo tan poco coloquial, obligado por el refinamiento, dicho ofrecimiento representó la más sincera humildad. Ofrecimiento que tuvo de matizar al advertir que producía en el heraldo cierta desazón.

―No toméis a mal mi obsequio, puesto que junto con él os doy mi palabra de que no trato de apelar a vuestra indulgencia. Si os lo brindo es por el interés y la pasión que hacía él profesáis. La cual os honra, y demuestra, lejos de toda duda, que vos lo merecéis más que yo. Os ruego que lo aceptéis sin que ello deba obligaros en nada para conmigo, a cambio de él recibo el saber de vuestra dicha. [2] Poseerlo os reportará una felicidad que a mí habría de estarme negada. Tras un breve instante de silencio que acentuó un tono de amargura poco adecuado, Sionel optó por encauzar con más palabras su aparente rumbo.

―¿Y quién sabe?, tal vez los dioses tengan a bien concederme, algún día, aquello que habrá de darme esa felicidad que hasta hoy me ha sido negada y desde mí nacimiento añoró ―aludió con media sonrisa que, pese a tratar de atenuar el sinsabor de su anterior comentario, no hizo más que agravar el ingrato reflejo de su profunda aflicción.

―Si mereciéndola la buscáis, terminaréis hallándola ―afirmó el heraldo con total convicción―. Rezaré por vos ―añadió, dedicándole una profusa reverencia, al tiempo que su mano derecha se posaba sobre el corazón, dejando ver con este gesto que su agradecimiento era sincero y trascendía más allá de las palabras.

[1] N. del autor: El portador de uno de aquellos edictos no está obligado a mostrar o rebelar su contenido, puesto que en este sentido las leyes habrán de ampararlo, siempre y cuando le hubiera sido enviado directamente y pueda demostrarse su titularidad.

Todo el que tratara de rebatir su credibilidad, en cuestiones que tuvieran que ver con el documento, incurrirían en una falta grave.

[2] N. del autor: Pese a que no puede obligarse, las normas de cortesía dictan que cuando alguien hace un regalo, y más aún si es de envergadura, debe ser correspondido con algo cuyo valor fuera equiparable desde un punto de vista monetario o sentimental.

7/3/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 24º pasaje, Cap 6

Pese a tratarse de ordenes tan concisas como ineludibles, la composición del escrito carecía de la sobriedad marcial propia de un líder. De esa propensión a jactarse de los que gozan del privilegio de no tener que rendir cuentas, y libre al mismo tiempo de la ambigua circunspección que suele mostrar el que remite ordenes sin tener por ello que dar explicación alguna. Aquel compendió de evocadoras palabras hacía que trascendiera más allá del mensaje una calidez inusitada, predisponiéndolas a atender con presteza tan sugestivo reclamo. Y esto, unido a la inusual omisión de tan ingratos factores, hacia que se hallara más similitud con la carta de un abnegado padre forzado por las circunstancias a realizar un afectuoso llamamiento, que de lo que en realidad era; un ineludible mandato directo.

Leído y agotado el tiempo impuesto por la cortesía el heraldo se vio forzado a devolver muy a su pesar el venerado pergamino, y fue justo en el instante en el que sus manos comenzaron a enrollarlo cuando Sionel se prestó a responder. Ahora que su opositor tenía constancia del edicto las palabras postergadas adquirieron razón de ser, y como tales fueron expresadas.

―Si vuestro requerimiento no contraviene lo dictado, la tenéis ―dijo Sionel con honestidad, y sin el menor asomo de presunción.

Tras descargar, pese a su ignorancia, semejante varapalo sobre el capitán de los heraldos, propios y ajenos vaticinaron el grado de irritabilidad podría alcanzar. Aún sabiendo que no perdería las formas ante tan nefasta noticia, no descartaban que se viera forzado por el rencor a mostrar una actitud sumisa pero hostil, o al menos un más que aparente desagrado y la acritud propia de ver como sus planes quedaban frustrados aunque sólo fuese de un modo temporal. Pero en lugar de eso, y para sorpresa de todos, se limitó a asentir con lacónica sobriedad, sin tan siquiera dignarse a dirigirle la mirada, como si fuera un gesto a evitar. Salvo por este hecho, no hubo nada destinado a mostrar su derrota. Mas aun así, algo fluctuaba tras aquella bien avenida sumisión, algo anómalo que incluso mostrándose claro en su comportamiento, resultaba difícil de concretar. Empero a los cuantiosos testigos, ninguno vio más allá de lo que podía considerarse cierta perturbación. Sólo Garin mostró vivo interés, alentado por la posibilidad de que resultara provechoso utilizar cuanta información surgió de éste. Y con la frialdad de un consumado depredador aguardó, atento a cuanto su lenguaje corporal tuviera a bien revelarle.

Pese a su empeño para que ningún sentimiento fuera más allá del tosco muro de apática insensibilidad que levantó ante ellos, fue traicionado por cada uno de los síntomas que conformaban su padecer. Actos que se desgranaron como las piezas de un rompecabezas que Garin se molestó en recoger. Piezas que terminaron componiendo una insólita verdad.

Su desazón nada tenía que ver con que el pergamino coartara el cumplimiento de su deber, ni tan siquiera con el pergamino en sí mismo, sino con el hecho de que Sionel se dignara a compartirlo con él.

5/3/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 23º pasaje, Cap 6

Víctima de una impaciencia que pudo ser reprimida lo desenrolló con sumo cuidado, como si se hallara ante una inestimable reliquia, digna, a su criterio, de que se depositara sobre ella todo interés y admiración. Que se tratara de un documento meramente protocolario, sin otra función que referir a su destinatario requerimientos concretos, no le restaba valor artístico. Una vez extendido no tuvo más que entregarse a tan placentero acto, siendo así como sus ojos, cortejados por la serena hermosura de cada uno de los trazos que conformaban el texto, lo surcaron hasta el final con diligente devoción. Descubriendo, a medida que su lectura avanzaba, que tan exquisita caligrafía no era más que uno de tantos dones que en él coexistían, estando la unión de todos ellos llamada a representar una muestra inequívoca de las altas cotas de virtuosismo que podían alcanzarse cuando el padre de tales palabras entraba en comunión con su escriba particular.[1]

[1] N. del autor: En la mayoría de los casos los más altos cargos, pese a tener por su educación ciertas dotes para la caligrafía, adoptan a un escriba, llamado a representar su voz más allá de las fronteras impuestas por la distancia. Dada la ponderada importancia que se le otorga a tal cometido, la búsqueda de escribas se torna en una tarea minuciosamente ardua, puesto que el trazo y la impresión que su mera visión evoca, ha de estar en consonancia con el carácter y la personalidad que poseen o creen poseer aquellos a los que han de servir.

Debido a la calidad artística que tales documentos han llegado a alcanzar, empiezan a contarse como autenticas obras de arte, llamadas a formar parte de las colecciones privadas de aquellos que las reciben, algunas de las cuales obteniendo un denotado valor tanto artístico como monetario.

3/3/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 22º pasaje, Cap 6

Éste llevado por la inercia lo tomó, mostrando ciertos aires de apática altivez, ajeno a lo trascendental del documento que sostenía en sus manos. Pero con apenas posar los ojos adquirió plena conciencia de ello. Y hasta tal punto se sintió sobrecogido por las circunstancias, que le fue imposible dominar el inusitado desconcierto de verse enfrentado, sin esperarlo, a tan inclemente sorpresa, ya que, pese a su veteranía, sólo había tenido ocasión de contemplar dicho sello en oportunidades muy señaladas. Hecho que propició que durante algunos instantes se mantuviera con él en la mano, sin saber exactamente que hacer.

―Podéis leerla si os place. No hallaréis en ella nada que hubiera de serle negado a un hombre de vuestra condición ―dijo instándolo con amabilidad a que lo hiciera, al tiempo que le ofrecía una pauta a seguir que lo sacó de tan aparente trance.

Que el caballero se dignara a compartir con él tal honor fue concebido por el heraldo como un gesto más que loable. Un gesto llamado a calar tan hondo, que consiguió que aquél que se impuso la estoicidad como norma se sintiera conmovido a la vez que halagado por tan inesperado detalle. Y tras una solemne mirada, que bien podía interpretarse como una prueba de agradecimiento, se entregó resuelto a leerlo.

1/3/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 21º pasaje, Cap 6

Dicha acción propició un cruce de miradas entre tutor y tutelado, momento en el que Sionel asintió, ofreciéndole un conciliador gesto de seguridad que poseía algo de disculpa. Un gesto con el que intentó que el anciano no se sintiera ofendido ante un acto tan inusual, y que con facilidad podía prestarse a confusión. No obstante la exquisitez de sus maneras no impidió que la frustración invadiera tácitamente el espíritu de Garin, cuando aquel torrente de palabras dispuesto con diligencia quedó varado en el instante más propicio para ser usado. Pero aun así, y pese a la rabia provocada por este inesperado gesto, el cortesano se resignó. Nada podía hacer si el caballero creía acertado que tan conveniente comentario fuera abortado antes del nacimiento. Tal vez para intercambiarlo por otro de cosecha propia, que jactanciosamente creyera más adecuado que el suyo, pensó para sí. Auque muy al contrario de lo que cabía esperar, no fue un despliegue de grandilocuentes palabras lo que Sionel brindó al heraldo, o al menos, dichas palabras no salieron de sus labios. Se limitó a extraer de los ropajes un pergamino, que fue tendido sin dilación al heraldo. Pergamino en el que aún se apreciaban, al mirarlo con cierto detenimiento, indicios más que suficientes para saber que estuvo lacrado con el más alto distintivo eclesiástico.