31/1/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 8º pasaje, cap 6

―Contemplad cuán torpemente intenta eludir vuestro mirar al abrigo de una oscuridad que le está vedada ―puntualizó el cortesano, como si se tratara de un espontáneo narrador que se atreviera, alentado por un inusitado impulso de mezquindad, a batallar incluso con la mismísima verdad con tal de recrudecer aún más si cabía hechos que giraban entorno a una grave violación del protocolo. Algo que permanecería ajeno si Garin no hubiera tenido a bien ejercer de delator. No mostrando ningún reparo en utilizar como carnaza la vida y reputación de aquel conocido furtivo, si con ello podía ofrecer mayor propiedad a su alegato.
«Un poco más».
―¿Qué creéis que estará preguntándose? ―inquirió el cortesano, dejando un vacío que no tardó en llenarse de silencio; de un silencio que, en casos como éste, resultaba propicio para que el veneno segregado por cada comentario se impregnara con mayor perjuicio en el alma.

CUIDAOS DE VUESTRO PROPIO MAL

Rezad a los dioses para que os iluminen la senda; y temed, porque más allá de ella, en el interior de cada uno de nosotros, existe un ser primitivo y salvaje que responde al nombre de ira. Un ser taimado que se limita a esperar una ocasión propicia para ocupar vuestro lugar. Os suplantará si la voluntad flaquea. Y tal magnitud puede alcanzar su influjo, que llega a destruir, en apenas un instante, cuanto hasta ese momento hayáis conseguido construir.

Extraído del libro sagrado “Los Senderos de la Fe”.

29/1/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 7º pasaje, cap 6

Sin mediar palabra y mostrando una impetuosa descortesía, el capitán eclesiástico dio la espalda a su interlocutor y, con cuanta discreción le fue posible manifestar, escrutó de soslayo la ventana de dicha torre; a la espera de obtener indicios de que tan herética situación tuviera lugar. Pero por más que aguzaba los sentidos, nada parecía indicar que la negrura estuviera habitada. Aun así optó por mantenerse a la espera de apercibir, en la difusa impersonalidad de aquel inmutable mar de sombras, la más mínima oscilación. Mas no sería esa quietud, siempre deseada, la que lo acompañaría en tan infructuosa vigilia, puesto que el anciano, en pos de su causa, estimó conveniente seguir poniéndolo a prueba, hasta calibrar con relativa precisión el grado de estoicidad que tan singular adversario poseía. Es por ello que durante el tiempo que la situación se mantuvo inmutable, Garin no cejó en su empeño de lapidar al capitán con aleatorias puyas que, al igual que las antes proferidas, no se hallaron exentas de verosimilitud, y destinadas a conformar los cimientos de una inamovible realidad.

―Nada puede importar que sea el primero de los insomnes o el único que mis viejos ojos lograron percibir, puesto que, sea como fuere, se está dando, aquí y ahora, una visión negativa de la cuál, ni que decir tiene, os lleváis sin merecerlo la peor parte. Nadie pensará que estamos siendo retenidos. La interpretación más probable sería, por triste que pareciera, la de que cuestionamos vuestra autoridad, sin que vos os dignéis a hacer nada por impedírnoslo.

Un fluido cúmulo de malsanas palabras emergió de adiestrados labios. Palabras que se enlazaron hasta conformar un hiriente manifiesto de caos. Todas ellas gestadas en el recóndito jardín de ideas de esta prolífica mente con tendencia a mostrarse pronta en cuanto concierne a mentira y artificio. Lugar donde habría de recolectar con inusitado talento los ingredientes para elaborar las más cuidadas conjuras.

«Un poco más».

27/1/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 6º pasaje, Cap 6

«No es estúpido y sabe que digo verdad, pero aun así se muestra soliviantado por ella. Tales aseveraciones producen en él un contraproducente hermetismo. Está visto que tendré que endulzarle más de un comentario».

―Y en lo que a las preguntas se refiere ―continuó diciendo Garin sin ceder el turno de palabra, ―cuestionar vuestra autoridad es algo que no se encuentra entre mis pretensiones o deberes.

»Por otro lado, el haber aludido como lo hice a tratar este asunto con más discreción, responde en parte a que, por mucho que intentara evitarse, una treintena de personas, concurridas como estamos, en un lugar donde por cuenta de los heraldos ha de imperar el silencio no me parecía adecuado. Podríamos perturbar, sin pretenderlo, sueño y quietud de cuantos descansan en el interior de los muros. ¿Y qué necesidad tenemos de que se vean forzados por las circunstancias a pensar, erróneamente, que los Heraldos del Sol no cumplen con la misión encomendada? ―añadio el anciano, sin abandonar esa analítica y taimada actitud.

―¿Quién, qué no hubiera de añorar la muerte, tendría el valor de proclamar una mentira de tal envergadura? ―espetó el capitán, desafiante.

«Ha de ser ahora, dudo que hubiera un momento más adecuado para valerme de la venturosa aparición de este nuevo exponente. Este será el primero de los reveses que habrás de encajar».

―Tal vez si os dignarais a dirigir vuestro mirar a la última ventana de aquella torre, alcanzaríais a ver al desinhibido espectador que ha tenido a bien permanecer expectante desde antes de mí llegada ―indicó Garin escuetamente, como si el tema estuviera tan carente de peso que mereciera tratarse con trivialidad.

25/1/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 5º pasaje, Cap 6

―No tengo inconveniente en proveeros de las respuestas a esas preguntas que con tanta ansia pretendéis imponerme, mas he de negarme a transigir en lo que a dicha imposición se refiere. Debéis creerme cuando os digo que detesto tener que adoptar una actitud que pudiera tildarse de irreverente, pero dado que os obstináis en mantener una conducta que niegan toda posibilidad de acuerdo, no me queda otra alternativa que aventar verdades que estaban destinadas a permanecer vedadas por el decoro. Recordad que habéis sido vos y no yo, quien propició que tan indecorosos testimonios salgan a la luz.

»Por alguna razón que desconozco os aferráis con firmeza a vuestra obcecación, adoptando una visión que difiere de la realidad.

»¿Incluso cuando se muestra tan clara ante vos, sois incapaz de tomar conciencia de lo que ella os exponer? Tal vez que nos dobléis en número sea el motivo que tiende a otorgaros esa sensación de seguridad, y la falsa impresión de que sólo por ello habréis de tener la situación controlada. Eso ha de ser lo que os lleva a creer que podéis permitiros ciertas maneras, maneras que podrían ser tildadas de abusos a criterio de personas cuya susceptibilidad sea algo mayor que la vuestra. Pero del mismo modo que no se os ha pasado por alto la cantidad de vuestros efectivos y su encomiable entrega, intuyo que habéis olvidado que no sois más que sacerdotes armados.

»Os rogaría que no interpretarais mis palabras como un signo de ofensa o menoscabo, puesto que nada está más lejos de mi intención que el dar a valer nuestra condición por encima de la vuestra. Simple y llanamente trato de constatar un hecho que resulta incuestionable.

»No han de faltarme pruebas del valor y la entrega de los Heraldos del Sol. Y tantas y tan abundantes han de ser, que para acceder a alguna de ellas tendría que remontarme en el recuerdo a varios años antes de que vos mismo fuerais concebido. Sin embargo, a estos efectos no cambia nada. Incluso la más ferviente devoción debe, en ocasiones, doblegarse ante la razón o perecer. ¿Qué posibilidades albergaríais contra la elite de los caballeros de Bánum?

»Sabed que entre estos honorables que me acompañan se encuentran capitanes y maestros de armas, todos tan bien pertrechados como si se dispusieran a entrar en batalla.

»¿Qué deshonra no caería sobre nosotros si aprovecháramos tan manifiesta ventaja para perpetrar una matanza que no podría ser justificada en modo alguno?

»Dicho esto sólo me resta reiteraros mi intención de colaborar en cuanto fuese menester, siempre y cuando vuestro proceder no atente contra mi persona o lo que como tal representa. Hasta la presente un enfrentamiento era algo incierto; mas recordad que todo puede hacerse posible cuando se rebasan con reiterada deliberación los limites de una conducta que ha de ser moneda de cambio entre personas de nuestra condición. De vuestra disposición dependerá que esa quimera adquiera tintes de realidad.

Pese al tono conciliador, más allá de la docilidad y buenas formas dulcificadas por su ancianidad, asomaba la grosera ingratitud de una verdad, que aún desposeída de jactancia resultaba hiriente. Ante tal observación el capitán estimó más juicioso volver a escudarse en el silencio. Truncar la indignación contenida y transformarla en arrogante estoicidad, siendo lo más parecido a una negativa que fue capaz de ofrecer en un momento como este. Fue así como se vería acrecentado un rencor ya existente, así como el anciano, valiéndose de tan buenas maneras, le obligaba a tragarse cada una de aquellas aseveraciones que por su veracidad tanto le repugnaban.

LA VERDAD

La verdad suele carecer de versatilidad cuando es usada como arma; mas si el que la blande es hábil, puede conseguir con ella una contundencia irreprochable.

Con esto no quiero condicionaros a que os aferréis a ella, limitaos a usarla como una más de las herramientas de las que habréis de valeros para llevar a cabo los quehaceres de vuestra profesión.



Garin

23/1/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 4º pasaje, Cap 6

―No obstante, y pese a lo que pudierais pensar, es la razón, y no el temor, lo que me ha conducido a tal discernimiento ―añadió Garin, en respuesta a tan impertinente sonrisa, y como si se mostrara divertido ante la desfachatez de aquel gesto, que a su criterio denotaba una insólita ingenuidad.

«A ver con un poco más».

―No imagináis cuán desconcertante me resulta descubrir que con los años que tenéis en vuestro haber, y el cargo que ostentáis, se os pase por alto la más importante lección que todo hombre debe conocer.

»¿O es que nadie se dignó a advertiros lo arriesgado que resulta confiar en obtener victorias escudándose en ventajas que no se tienen? ―inquirió el viejo cortesano, añadiendo a este contrahecho halo de familiaridad, un leve matiz de provocación que fluyó junto aquel gesto de divertido asombro.



GIGANTES DE HUMO

Quien confía en una fuerza que no tiene, o se otorga dones que no posee, no es más que un estúpido que se engaña a sí mismo.




Sunainen


«Silencio, para calibrar el envite y encajar efecto; tiempo, para mostrar displicencia y aquietar el ánimo».
Ambos, agotado el momento que el desconcierto confería a esta pausa, se dispusieron a intervenir, pero antes de que uno de los dos tomara las riendas de una conversación tan delicada como irritante, se vieron interrumpidos por un profuso lamento, llamado a arrastrar consigo un puñado de incoherentes y lastimeras palabras que terminaron por sucumbir, ahogadas en la sórdida dualidad de un copioso dolor. Lamento que consiguió que los ánimos se crispasen, llegando a levantar, sin pretenderlo, latentes ampollas de animadversión.

―Pese a lo loable que en otras circunstancias me hubiera parecido tal propuesta, hemos de admitir que la que se presenta imposibilita el adoptar una actitud más positiva. ¿En realidad creíais que habría de dar valor a las palabras que tan diestramente os habíais dignado a tejer, hasta el punto de dejarme embaucar por ellas? Tal vez no lo hayáis advertido, pero esa hipotética sangre a la que aludís ya ha sido derramada ―puntualizó el heraldo con remarcada acritud, al tiempo que señalaba al compañero caído.

«Escabroso es ese terreno y los lamentos no ayudan. La sincera preocupación que siente por el herido dificulta las cosas. Aquietemos la situación un poco».

―Nadie trata de menoscabar la gravedad de lo ocurrido. Me limito a mediar para que el influjo de negatividad que dicha acción nos impone, no termine arrastrándonos a compartir con él tan desdichada situación ―respondió Garin, adoptando la sobriedad que esta citación requería.

―Qué fácil ha de resultaros abogar por la quietud cuando no es uno de vuestros hombres el abatido. Con dificultad podrían alcanzar equidad nuestros criterios, no habiéndola en la forma de sentir lo acontecido ―aludió el heraldo, adjuntando a la dureza de sus palabras unas fugaces pinceladas de sardónico desdén.

«Valora la lealtad, ejerciéndola sobremanera, y deja entrever sólidos principios morales. Eso entorpece considerablemente mis pasos. Sería conveniente mostrar respeto».

―Sabed que nunca, por muy ajeno que hubiera de resultarme, pude permanecer impasible ante el padecimiento de un ser humano ―respondió el anciano, con una rotundidad aderezada con la cantidad exacta de sorpresa e indignación. Pero todo lo que aquella categórica afirmación recibió, pese a su solemnidad, fue un ceño fruncido, y la ingratitud de un silencio que tuvo su origen en el convencimiento de un impetuoso corazón que no podía ser eclipsado por el peso de las palabras.

―Os rogaría que dejarais de exponernos vuestro criterio sobre lo acontecido o lo que debería de acontecer, y os limitarais a responder a mis requerimientos en la forma en que debiera hacerse ―inquirió el heraldo con marcialidad, tratando de subyugar al anciano sin otro respaldo que el que habría de proporcionarle su aridez inquisitorial.

«No ceja en su empeño. Testarudo. Bueno eso sólo implica que me llevará algo más de tiempo. Hasta la bestia más indómita se torna dócil cuando quebrantas su voluntad».

21/1/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 3º pasaje, Cap 6

«Imposición por la fuerza y amenazas sistemáticas en las que no has querido dejarte nada por exponer. Percibo la premeditación en cada una de esas tajantes advertencias que salieron de ti con una fluidez que no ha de ser común ni tan siquiera para los que como tú han nacido puros[1]. Se ve que sabedor de la llegada de este momento te has tomado la molestia de prepararme un recibimiento adecuado. No dudes que recompensaré ese interés que te tomaste por hacer de este encuentro algo interesante».


―Pues yo quiero pensar que haríais bien en comenzar a dar criterio a cuanto hubiera de deciros ―aconsejó el anciano, al tiempo que su afabilidad se truncaba, permitiendo que se desprendiera de su rostro un fugaz vestigio de la inquietante malquerencia que mantuvo agazapada tras la cordialidad y buenas formas que adoptó para tratar con tan abrupto ser. Mas todo aquel fehaciente ímpetu de alzamiento expuesto durante la lucha de voluntades, terminó diluyéndose tras la amplitud de una contrahecha sonrisa.


«Comenzaré este juego intentando conocer tus impulsos y emociones.Tanteemos, por empezar por algo, tu grado de petulancia».


―No es necesario que os respaldéis en la fuerza para intentar doblegar voluntades que no os están siendo hostiles. También creo que no estaría de más que sopesarais con quien tratáis, y actuarais en consecuencia.


»No seré yo quien os niegue que esta actitud resultaría acertada a la hora de conseguir la adhesión de campesinos o malhechores, pero obviamente no es el caso. Tal vez penséis que hablo sin conocimiento de causa, mas creo poder asegurar que por muy drásticas que se manifestaran vuestras advertencias, carecieron desde su nacimiento de la necesidad de ser expresadas; debido a la imposibilidad de que semejante hecho termine llevándose a cabo. »Sabed que esa seguridad que yo albergo y tanto parece contrariaros, radica en la más elemental de las razones: Nunca os daríamos un motivo para ello. ¿Qué habríamos de solucionar vos o yo, si optásemos por tomar el más angosto de los caminos? Es por ello que me permito sugeriros que compartáis conmigo esa tranquilidad, conferida por unos pensamientos alentados por un firme impulso de razón. ¿O es qué no sería absurdo por mi parte esperar un gesto de fanatismo de los nacidos para abogar por la virtud y buenas formas?


»No me cabe la menor duda de que si optarais por abandonar una actitud tan belicista lograríamos con prontitud un acuerdo favorable. Sería tan fácil. Apenas bastaría con que dejásemos de contemplar el derramamiento de sangre como una posible alternativa―. Pese a la llaneza ofrecida en aquel llamamiento al diálogo, ésta sería interpretada por el capitán como un leve gesto de honrosa sumisión; y tales cotas alcanzó su sensación de triunfo, que sin el menor comedimiento se atrevió a enarbolar una sonrisa que fue creciendo hasta quedar colmada de presunción.


«Perfecto. Mejor de lo esperado. A continuación un correctivo para medir su aguante».


[1] N. del autor: Los nacidos puros, a diferencia de los que son alistado en su preadolescencia, son el fruto de integrantes de La Orden, (una sacerdotisa y un hermano de cualquiera de las congregaciones que la conforman) estos son educados desde su nacimiento, y, por regla general, suele estar llamados a ocupar cargos importantes.

19/1/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 2º pasaje, Cap 6

Garin volvió a excluir al capitán de la guardia eclesiástica, quedando velada su presencia tras un incomodo e insultante silencio que podría haberse atribuido erróneamente al olvido, y cuyo daño se acrecentaba al prolongarse.

―Salvo que vos, claro está, no encontrarais alguna objeción para retener por más tiempo a nuestro ilustre invitado ―puntualizó Garin, aparentando cierto grado de confusión y azoramiento.

―Me temo que, “dadas las circunstancias”, será imposible complacer semejante petición ―respondió el eclesiástico, mostrando sin tapujos su acritud, al tiempo que dejaba en el aire el influjo de una creciente amenaza.

«¿Son esas las pautas que has de marcarte para esta contienda? Intenta valerte de la parquedad si lo crees conveniente, hay mil maneras para hacerte hablar».

―Disculpad mi insistencia, pero, ¿en verdad no creéis que sería más juicioso llevar este asunto con algo más de discreción? ―aconsejó el cortesano, sin que la respuesta anterior dejara marcas visibles en su aparente ánimo.

―No ha de corresponderos decidir o tan siquiera opinar sobre lo que habría o no de hacerse, puesto que, lo queráis o no, estáis por entero a merced de la Fe. El recordároslo no es más que un mero formalismo. Doy por hecho que un hombre como vos, que tiene en su haber tan remarcada veteranía, ha de saber que en este caso no hay cabida para criterios ni puntos de vista. De nada sirve ser conocedor de infinidad de leyes o mandatos, puesto que, aquí y ahora, carecerán de vigencia al entrar en conflicto con un orden mayor. Es por ello que confío en que vos y vuestros subordinados estéis dispuestos a ateneros a razones, y no pretendáis interferir u obstaculizar en esta labor que, aunque os afecta, no os corresponde resolver. De no ser así me veré obligado a recordaros que como poco os doblamos en número, y que la verdad estuvo de nuestro lado desde el momento en que pusisteis un pie en el jardín. Del mismo modo he de advertiros, que hasta el último de los que me acompaña está dispuesto a todo por hacer que se cumplan los preceptos de las Sagradas Escrituras―. Y tras dedicar a su oyente unos segundos de atención, en los que permaneció infructuosamente a la espera de poder arrancar con tan amenazadores comentarios un gesto de sumisión que nunca llegó, prosiguió hablando.

―Y ahora decidme: ¿hago bien en suponer que facilitaréis las cosas? ¿Qué no habréis de incurrir en las tediosas disertaciones que tan erróneamente tienden a sostener vuestros aprendices, motivados por esa vana esperanza que juventud otorga, que los alienta a creer que podrían, con meras palabras, imponerse a una verdad que echó poderosas raíces hace siglos? ―añadió el capitán de los heraldos, haciendo, si cabía, mayor hincapié en lo referente a dicha cuestión.

Tras la invariable e impersonal carencia de matices que denotaba su voz se manifestaba aquel cerco de auto impuesta quietud, llamado a tiranizar el sentimiento suscitado por la circunspecta marea de palabras. Pero aun así se gestaba, bajo aquella fina capa de contrahecha cortesía parcialmente velada por tan fría acritud, una creciente animadversión, que comenzó a revolverse en el interior de la veterana cárcel erigida por sus principios. Cuán espinoso resultaba tratar de paliar la desconcertante impresión que en ellos dejaba la ingrata antinaturalidad de tan cotidiano proceder cuando se entregaban al cumplimiento de lo que la fe dictaba. En estos casos, por extraño que parezca, durante el transcurso de aquellas aclaraciones tan severamente tediosas no ejecutaba el menor movimiento, ni gesto alguno con la cara o las manos, negando a su ser toda expresión ostensible. Las sobrias palabras proferidas por sus labios aparentaba emerger del interior de un caparazón vació y desocupado hace mucho, un caparazón utilizado como recipiente para las fugaces encarnaciones de un avatar que a través de él tuviera a bien transmitir advertencias. Y hasta tal punto trascendió este hecho que no faltó quien sostuviera que aquella túnica roja estaba vacía, y que en el lugar donde debiera estar la cara de su portador se había dispuesto a modo de máscara un rostro humano. Dadas las circunstancias fueron muy pocos los cortesanos que consiguieron ver lo que acontecía al asomarse a las ventanas del alma, tras ese algo recóndito que imperaba en ellas, pero para su desgracia estaba ante uno que sabía mirar más allá.

17/1/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 1º pasaje, Cap 6

Choque de criterios: Primer envite

Atenuada la tensión del primer momento, y tras permitir que se dilatara la quietud que manó de aquella acción que caló en los allí congregados, se acrecentó la voluntad de dialogo entre ambas facciones. Y cuando el anciano creyó que el silencio se había nutrido de ellos lo como para allanar el camino que habría de posibilitar aún más su victoria, volvió a tomar la palabra.

―Supongo que estarán de acuerdo conmigo en que prolongar por más tiempo nuestra estancia en el jardín no sólo carece de sentido, sino que resulta tan indiscreto como contraproducente Es por ello que me atrevería a sugerir, como la opción más viable, el abandono inmediato de un número más que considerable de las almas que ahora lo ocupan; pudiendo proseguir aquí o en otro lugar convenido, aquellos cuya presencia sea ineludible para dirimir la cuestión ―planteó el viejo cortesano con una amenidad impropia en tales circunstancias; y negándose todo respiro continuó en el uso de la palabra, impidiendo que manifestaran su opinión.

«Lo primero es sacarlos de aquí. Alejar el motivo de sus desvelos suavizará bastante las cosas».

―Espero, señor, que podáis excusarme por el inadecuado gesto de descortesía que me dispongo a perpetrar contra vos, impuesto por ese mismo deber que para con vos me obliga. Aunque no dudo, dada vuestra condición, que comprenderéis en la situación que me hallo, y tendréis a bien dispensar a este viejo que con humildad os pide permiso para que, sólo en esta ocasión, prescindáis de él en lo que a acompañaros al aposento se refiere. Debo tratar con el capitán sobre lo ocurrido―. Como respuesta, Sionel se limitó a asentir distraídamente, en tanto que permanecía con la mirada perdida en aquel capitán que se alejaba con Iliandra en los brazos, sin poder evitar preguntarse hasta que punto fue el causante de todo.

PARA QUE NO ME HIERA

Dentro de cada uno de nosotros existe un lugar donde confluyen vergüenzas y miedos, donde momentos de sinsabor son condenados al olvido en pos de una plenitud que es sinónimo de alegría. De la mano de cada uno de ellos nos alejaríamos de nosotros mismos por sinuosos caminos donde las serpientes toman la forma del dolor y la duda. Y ese deseo de alejarnos de una amarga verdad nos conduciré a la sinrazón. Privados de sentido común, habrá de ser la locura quien decida hacia donde encaminar nuestros pasos.


Sunainen

15/1/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 11º pasaje, Cap 5

En su pétreo rostro se dibujaban los rasgos de un carácter airado, la seca hostilidad de un temperamento que tras varios años consiguió someter a la responsabilidad de su cargo, marcándose las pautas de alguien que tenía el oficio bien aprendido. Incluso el tono se exponía conciliador, tanto al interponerse en la conversación, como al aceptar las disculpas de ambos. Mas sus ojos, fieles al sentir, renegaron de él y de su pactada hipocresía; viva llama de una discordia que parecía que quisiera, sólo con estos, consumirlos en el fuego de su creciente odio; que clamaban, al igual que un lobo hambriento, por la sangre del caballero. Incapaz de sostener por más tiempo tan sardónico mirar, Sionel apartó la vista, en tanto que el anciano aparentaba no percibir nada anómalo.


AL SENTIRTE COMO A MÍ MISMO

Es el hecho de saber qué hay más allá de tus secretos y miedos,
lo que me impide concebir sin ti una existencia dichosa.



Dalial



Mientras se llevaba a cabo este cruce de palabras un escolta, que con anterioridad abandonó la columna a una discreta señal del cortesano, se adentró con solícita imperturbabilidad a través de los encarnados arrecifes de fe que el destino tuvo a bien emplazar en su camino. Arrecifes que, sin romper el mutismo que tras esa parca sobriedad solían esbozar sus rostros, representaban una latente amenaza dirigida a cuantos profanadores imposibilitaron con su irrupción el cumplimiento del deber.

Cuando el exánime cuerpo de la dama fue alzado, los presentes lo advirtieron envuelto con improvisada torpeza en una tupida capa de un añil intenso con ribetes dorados. Una capa que distinguía a su portador como un capitán de Bánum, y que además de preservarla del frío, otorgó a la situación un matiz más próximo a lo exigido por la corrección. Sobre los brazos del que tuvo a bien acogerla se inició con la misma solemnidad , el viaje de vuelta, siendo su solícita aptitud la que habría de enaltecer su acción, confiriéndole al cumplimiento de tan adusta orden la calidez de un hermoso gesto, más inspirado en una intrínseca caballerosidad, que en cualquier acto de devoción o servilismo inducido por la posición que ella ostentaba.

Por extraño que pudiera parecer la tierna sencillez manifestada en dicho gesto contribuyó a templar la creciente crispación, medrando los ánimos cuando se hallaban prestos a quedar a merced de una irreflexión que los habría hecho precipitarse, hasta que en el ardor del último de ellos se viera consumido por la cólera. Tal vez fuese el contraste de ambos, esa insólita mezcolanza de arrojo e indefensión proyectada conjuntamente, lo que intensificó el influjo de unas emociones que nada más nacer se arrojaron con ímpetu sobre corazones de propios y ajenos.

13/1/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 10º pasaje, Cap 5

Llegado a este punto se hacía ostensible que la conversación se prolongaba durante más tiempo del adecuado sin que se tuviera en cuenta al capitán eclesiástico, el cual no sólo estaba siendo rebajado al grado de espectador, sino que se obviaba un tema que le concernía tan directamente. Es por ello que emergió de las filas molesto, avanzando hasta quedar lo bastante cerca como para que tuviera que ser atendido.

Pese a que el atuendo no difería del de sus congéneres, empuñaba un símbolo de distinción que, sin ofrecer datos del cargo en la jerarquía religiosa, lo señalaba como el caudillo de aquella facción. Se trataba de un insólito báculo bicéfalo que se curvaba hacia atrás en lo más alto, emulando las poderosas astas de un prominente carnero; y tras ellas, en la oquedad formada en el interior, se hallaba un pequeño recipiente que a modo de palmatoria habría de descansar sobre cuatro cadenas menudas, y del que emergía con viveza la llama. Anciano y joven se volvieron hacia él, mostrándose sorprendidos, azorados por la falta de cortesía que consciente e inconscientemente demostraron hacia su persona. Sólo entonces se toparon con la fría expresión de su semblante, el cual se manifestaba como un cuadro de remarcados trazos, a través del que se vislumbraba un imperceptible acceso que conduciría al lugar donde tomaban forma sus pensamientos.


AL EXENTO DE TEMPLANZA

¿De qué habrían de servir virtudes, poseyendo la agresividad y rebeldía de un espíritu frágil?

Dalial

11/1/09

Apéndice

UN INSÓLITO PRESENTE

Yo, Áldebar, Señor de La Casa de Bánum, te saludo a ti, Sionel, y te doy la bienvenida a este tu reino.

»Desde este día serás el señor más joven que jamás se vio en estas tierras.

»Todo lo que contemplan tus ojos no pertenece a nadie más que a ti. Aprende entre estos muros a tomar responsabilidades. Consigue el respeto y la admiración de los que te han de servir. Sé justo, pero implacable: y jamás te doblegues ante la adversidad. Vive para mejorar, y conviértete en un compendio de virtudes. Porque en el futuro, si los dioses así lo quieren, al menos la mitad de estas tierras habrán de ser regidas por tu mano.

Comentario que el Señor de Bánum hizo a Sionel, el día que le entregó el enorme salón que habría de constituir su reino.

9/1/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 9º pasaje, Cap5

―Lamento que no sea el mismo Señor quién os dé la bienvenida, pero el cansancio por sus muchos quehaceres, y el ser desconocedor de vuestra llegada, hizo que se retirase a sus aposentos en busca de un merecido descanso. En su defecto, se me ha concedido el honor de daros la bienvenida en su nombre. Deciros que, al igual que en anteriores ocasiones, mi señor os desea que vuestra estancia aquí sea tan grata como duradera. También me ha encomendado que os diga que podéis disponer a vuestro antojo de cuanto se encuentre bajo su techo. Bastará una palabra, y todo aquello que deseéis será vuestro[1]―añadió el anciano, dejando ver hasta que punto era respetado por el Señor de la casa.

―Dadle las gracias en mi nombre, y decidle: “que sólo en su casa podría sentirme como en la mía”. Es por ello que el único regalo que me cabría esperar por su parte, es que durante mi estancia me permita gozar del mayor tiempo posible en su compañía ―respondió Sionel algo más repuesto con honesta solemnidad.

«Noto la inquietud representada en cada uno de tus movimientos. Cuán ansioso estás porque quede formalizado el encuentro y poder intervenir. Pongamos a prueba tu paciencia prolongando algo más la espera».

―Debido a lo avanzada que estaba la noche, di por hecho que pernoctaríais aquí; y es por ello que me he tomado la libertad de avisar a los que os sirven para que acondicionen vuestro feudo, el cual ha sido protectorado por mi señor en vuestra ausencia ―comunicó el viejo cortesano en un tono ceremonial, con una contrahecha sonrisa que consiguió dulcificar el momento.

Semejante descubrimiento llenó a Sionel de asombro. Siempre tomó lo de la estancia cedida a su persona como una broma pasajera dirigida a un niño que jugaba a ser señor, al que entregaron lo que por aquel entonces llegó a parecerle un pequeño reino, reino en el que disponía de súbditos, un ayuda de cámara, y los hijos de algunos esclavos; lugar en el que el mismo Señor de Bánum debía pedir audiencia para verlo. Y rebosante de regocijo sólo alcanzó a asentir, en tanto acudían recuerdos de tiempos pretéritos que arrancaron la sonrisa a un rostro que por un instante mostró cierta ausencia. Y fue al salir de su estado de semi-letargo cuando la sorpresa se tornó desconcierto, al advertir como el anciano lo miraba con más fijeza de lo que el protocolo permitía, con un semblante gozoso en el que asomaban las lágrimas de una emoción contenida.

―¿Os encontráis bien? ―preguntó sin tapujos el joven.

«He ahí el pie que requería para dar naturalidad a esta improvisada farsa. Veamos hasta donde puede verse dilatada por la aprensión de su candidez».

―S... sí estoy bien, señor ―dijo el anciano apresurándose a contestar al oír aquella pregunta que fingió encajar como algo inesperado. ―Disculpad el sentimentalismo de este pobre viejo, que a sus años no puede evitar dejarse llevar por la emoción al ver convertido en todo un hombre a aquel niño inquieto que desde su trono aprendiera a ser señor―. Tras una breve pausa presentó sus excusas, las cuales, iban asistidas de la explicación pertinente, como si se sintiera avergonzado por aquel arrebato de emoción, en tanto se enjugaba el nacimiento de unas lágrimas tan vacías como carentes de sinceridad. La dulce sencillez representada por este consumado actor enterneció con facilidad un corazón privado de afecto, que acabó idealizando movido por la necesidad sus ponzoñosas palabras, tornándose para sus adentros en un hermoso e inesperado regalo de bienvenida. Y hasta tal punto se vio conmovido, que sólo las indiscretas miradas de los que junto a ellos se encontraban lograron contener el ferviente deseo de corresponder a actitud tan paternalista con un tierno y honesto abrazo.

―No debéis disculparos, ni renegar de los dictados de vuestro corazón, porqué gracias a ellos me habéis ofrecido un hermoso recibimiento ―contestó Sionel, conmovido.

«Te muestras confiado. Crees que tu férreo control de las emociones me impedirá leer en ti; y pese a que no habré de negar que hay lugares a los que aún no consigo acceder, he vislumbrado lo suficiente como para saber cuán propenso eres a segregar cantidades de ira que tu espíritu es incapaz de albergar. Te esfuerzas como pocos que haya visto en disfrazar tras esa parca sobriedad el influjo de una naturaleza que no supiste abolir. Eres una bestia que con los años aprendió a controlar sus instintos. Debo hacer que retorne el animal desterrado sin soliviantarlo en exceso, porque próximo a él, hallaré los fallos y fisuras que tu voluntad esconde» pensó mientras observaba al capitán de soslayo.

―Gracias por vuestra indulgencia, señor, me hacéis sentir que aún sirvo para algo ―respondió el anciano mostrando humildad. (Apéndice)



[1] N. del autor: Este ofrecimiento se hace extensible a toda figura de renombre invitada a una de las grandes casas. Aunque es una mera formalidad, y sería considerado de mal gusto pedir algo abiertamente. A lo más que se llega, es a insinuar de forma muy discreta al anfitrión aquello que pudiera gozar de su interés, quedando a criterio de este hacerle el obsequio el día que dicho invitado desee abandonar sus tierras.

7/1/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 8º pasaje, cap 5

―Aun así espero que llegáramos en buen momento, y que en este intervalo no ocurriera nada que tengamos que lamentar―. Fue así como el enviado del Señor de Bánum presentó sus disculpas, dentro de las cuales podían encontrarse reproches, halagos y acusaciones, bajo un mismo halo de irónica cordialidad, haciendo caso omiso tanto de la joven desmayada, como del centinela herido que permanecía en el suelo.

―En buena hora aparecisteis... Y no…no oiréis de mis labios queja alguna. Tuve mi escolta cuando me vi necesitado de ella. Os eximo junto a vuestros hombres de toda culpa, esperando que vos hagáis lo mismo en vista de mi desacostumbrado proceder ―dijo Sionel apresurándose a contestar, al tiempo que trataba de tomar las riendas de la situación como correspondería a alguien de su ascendencia. Ante dicha propuesta el anciano no se aventuró a responder, sólo una afirmación a modo de reverencia expresó su conformidad, y entre ellos el asunto quedó zanjado.

Aunque Sionel hizo cuanto estuvo en su mano, no logró ocultar a los vestigios de su azoramiento. El tono de su voz le falló en un par de ocasiones, y las palabras, carentes de la firmeza necesaria, sonaron temblorosas, como si recordara una lección mal aprendida; y no era para menos, puesto que aquel cúmulo de circunstancias lo habían colocado en el epicentro de lo que podía convertirse en una improvisada carnicería.

Ambas facciones fueron ofendidas e igualmente ambas se encontraban, según las leyes, en su derecho de impartir justicia. Aquello dejaba la veda abierta para que dos falanges armadas, que quisieran castigar junto con ésta todas las ofensas pasadas, optaran por dar rienda suelta a sus más primarios instintos.

Muchos eran los cargos que pesaban sobre la infeliz pareja, y por ello la cierta inmunidad de su posición, no les otorgaba en estos instantes la menor seguridad. El hecho de hallarse en un lugar prohibido, en compañía de la mujer de otro hombre de la misma condición social, y que la sangre de un eclesiástico fuera vertida, parecía, a criterio de muchos, algo determinante y condenable en mayor o menor grado. Mas a pesar de sus convicciones nadie hizo nada, ambos bandos quedaron a la espera de una señal que no llegaba.

«Al menos es consciente de cuán delicada resulta la situación que sobre ellos pesa; cualquier muestra de altanería habría dificultado considerablemente mi labor. Es una pena que ella perdiera la conciencia, podría haberme dicho, sin palabras,[1] cuanto aconteció. Sería más fácil llevar a cabo la defensa siendo sabedor de lo de sucedido. La situación me obliga a mantenerme circunspecto en hechos, y sólo podré rebatir aquello a lo que se le atribuya veracidad».



[1] N. del autor: “Hablar sin palabras”, es un lenguaje de signos sutiles, que asociados a ciertas palabras, de un modo concreto, permite a los cortesanos de esta casa intercambiar mensaje o mantener una conversación privada que coincidiera con otra a todas luces trivial.

5/1/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 7º pasaje del cap 5

Llegado a este punto, el hecho de que algo se había roto en el interior del joven resultaba indudable incluso para él. Pero aún sintiéndose sabedor de la gravedad del daño, dedicaba su exiguo vigor a tratar de paliar desde la raíz, otro sufrimiento que trascendía más allá del dolor físico. Y aún pudiendo encontrarse en el umbral de la muerte dedicó parte sus escasas fuerzas a elevar una plegaria, en la que pediría a los dioses por el alma de la que alzó contra él su mano. Intercedía humildemente para que no la privaran del espíritu, y sólo arrancaran de su cabeza el mal que le causaba esa insólita e incontrolable sed sangre.

De este modo y pese a lo loable que parecía semejante postulado, no estuvo inducido por la caridad o el perdón, puesto que no olvidaba ni habría de perdonar. Ni tan siquiera él mismo entendía que le impulsaba a actuar así. Tal vez fuese ese algo en su fragilidad, que subconscientemente inspiraba compasión e impedía a un tiempo que se tornara en el objeto de un rencor que sin duda merecía. No obstante, y aún rodeados de gente, sentimientos y emociones estaban siendo vedados, puesto que la única vía de comunicación en curso eran aquellos sentidos lamentos, que de tanto en tanto quebrantaban con rudeza la escasa quietud que le ofrecía la noche, no habiendo de faltar en más de una ocasión, esporádicos comentarios a los que podían concedérsele mayor o menor coherencia, pero que eran expresados con un fervor que llegaba a atribuirles claros tintes de realidad antes de que murieran estrangulados a manos de su propia agonía. Lamentos secundados por las comedidas palabras de un par de recatadas voces, que trataban de inculcarle algo de sosiego para evitar que los ánimos generales fueran condicionados negativamente.

AL MIRAR ATRÁS

Siguiendo infructuosamente las huellas de pisadas que al pasar en tropel por mi alma dejaron los sentimientos, se encontraron hallazgos de una ilusión que yacía sepultada tras la angustia de una existencia rota.

Tekil Zu

Efectuados los saludos de rigor, el anciano se dirigió a su tutelado con una voz quebradiza que en nada se asemejaría a la que abortó la ejecución. Y valiéndose de la contrahecha dulzura de sus embaucadores labios, comenzó a hilar los firmes cimientos sobre los que erigiría un engaño tan sutil, que en otras circunstancias resultaría imperceptible a los ojos de todos. Era como sí a pesar de lo sabido consiguiera despertar el interés en los corazones y atraerlos hacia una ilusoria promesa de compresión, para recibir aquel contrahecho calor humano que tan intensamente manaba de él, y por medio del que lograba avivar en innumerables ocasiones el póstumo recuerdo de seres queridos que sucumbieron al paso de los años.

«¡Seas mil veces maldito! Tú que nada más llegar atentas de este modo contra el prestigio y la integridad de los que aquí te acogen. ¿Es posible qué con el pasar del tiempo no remitiera tu estupidez? ¿Qué te hubieras aferrado con tanta convicción a tu patetismo, que ni tan siquiera las vicisitudes de la guerra hubieran podido dañarlo; perdurando aún hoy ese niño apocado y exento del menor atisbo de carácter?»

―Ruego al hijo de La Casa de Thárin que perdone nuestra falta de hospitalidad al no haberle concedido a tiempo la guardia que merece. Tal vez el hecho de presentaros sin ser anunciado haya retrasado dicho trámite.

»¡Cuánto ha debido tardar el séquito asignado para que decidierais moveos solo! ―terminó por exclamar en tono catastrofista. ―En cualquier caso, que no os hubiéramos encontrado hasta ahora es culpa nuestra; pese a lo difícil que nos resultaba imaginaros en un lugar que a la caída del sol está vedado.

»Me avergüenza pensar que esta muestra de confianza que habéis depositado al creer que la guardia os era innecesaria en esta casa amiga se haya podido ver traicionada sin intención. En cuanto a los heraldos, por los cuales también quiero interceder si me lo permiten, deciros que sólo cumplían con su deber. Dudo que estuvieran al tanto de vuestra identidad ―conjeturó el cortesano. Y tras una breve pausa prosiguió hablando, para no dar pie a posibles replicas por parte de nadie.

«Se aventura una fuerte polémica. Sabíamos que esto era algo que tarde o temprano tenía que pasar, aunque nadie esperaba que aconteciera tan pronto y en tales circunstancias. Aún no se han pronunciado los santos padres en lo que a casos como estos se refiere. Poco venturosa resultará esta laguna legal.

»Ahí está, mirándome sin saberse igualmente observado, el ortodoxo capitán que parece haberse autoproclamado de un tiempo a esta parte adalid de la fe. Demasiado hemos tardado en encontrarnos tú y yo; buena cuenta tengo contigo: vivaz campesino venido a más, que conseguiste, con más carácter que intelecto, doblegar la voluntad de dos pupilos míos, habiendo el último de ellos de subir al cadalso sin que esto le otorgase solemnidad alguna. De preveer una mínima parte de lo que te espera empezarías a temer. Pronto, pese a las claras ventajas que la situación te ofrece, conocerás de mi mano nuevas fronteras de dolor. Te arrastraré donde adquiriera otro significado. Y cuando termine de lacerar tu alma y te lo haya arrebatado todo, no serás más que un amasijo de dudas, una paupérrima sombra de ti mismo; vació de espíritu y carente de motivación para seguir viviendo. Si existe un ápice de verdad en esa reputación que te precede, yo levantaré un panteón con las ruinas que hubieran de quedar de ella».

3/1/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 6º pasaje, Cap 5

A los ojos del caído era como si todo en torno a él adquiriera un ritmo desenfrenado, como si dentro de cada uno de ellos un reloj de arena perdiera su mesura ante el influjo de aquel perlado y macilento rostro que con aterradora franqueza mostraba su padecer. Era como sí el alma se le abriera de par en par, exponiendo los estigmas infligidos por la traición de la dama, y junto con estos, el modo tan grotesco que eligió para profanar, con tan lóbrega dulzura, el candor que hasta ese día poseyó su espíritu. Pero muy por encima de la ostensible mezcolanza de nerviosismo y temor, imperaba en aquellas desencajadas facciones una confusión inusitada, reflejando de forma fehaciente hasta que punto había sido superado por el devenir de tan aciagos acontecimientos.
«¿Cómo pudo truncarse la idílica hermosura manifestada en nuestro fortuito encuentro?» se preguntaba para sí aquél que se había enamorado perdidamente de un contrahecho reflejo de virtud.

Aún sumido en el desconcierto suscitado por semejante barahúnda de emociones trataba de discernir, con los ojos velados por el llanto, cuanto había a su alrededor. Ojos que al igual que escrutadores focos de malquerencia vagabundearon de una figura a otra, hasta dar con el cuerpo de su agresora, la cual permanecía apoyada con languidez sobre el ingrato muro donde Sionel la dejó privada de conciencia, y a expensas de que alguien tuviera a bien recogerla.

1/1/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 5º pasaje, Cap 5

Antes aún de que el grueso de los heraldos elevaran sus voces en un llamamiento a la sangre, se precipitaron sobre el convulso cuerpo del compañero caído un par de acólitos, que, ajenos a toda circunstancia exterior, intentaron cuanto estuvo en su mano para atajar la hemorragia y preservar el exiguo remanente de vida. Y aunque en sus inicios todo resultó infructuoso prosiguieron, negándose a sucumbir al creciente estado de impotencia al que les condenaba cada tentativa. Una y otra vez volvían sobre él, mas era como sí, pese a su total entrega, nos les quedara más que contemplar como aquel hermano del espíritu continuaba secándose.

Inmune a padecimientos el tiempo transcurría implacable, y tal precariedad alcanzó su estado, que no se podía descartar que la muerte lo rondara, que anduviera inmediata y taimada por sí se extinguía su luz; al igual que una invisible amenaza que residiera en ese mismo aire que con acusada dificultad trataba de respirar.