17/7/09

Un buen momento para pronunciarse

Bueno pues tras bastante tiempo se dejó atras otra de las partes de la novela. Antes que nada dar las gracias a los que comentais por aquí, a los más discretos que lo haceis por messenger y a los que tengo la suerte de tenenos cerquita. Gracias por leerme, gracias por compartir conmigo esta experiencia tan interesante, gracias en el caso de algunos por convertirse casi en padrinos del textos y dedicar tanto tiempo a analizarlo y hacerme ver errores de todo tipo, por abrirme los ojos en tantos aspectos y hacerme ver buena parte de lo que estaba mal o era mejorable. Creo que el texto, aunque sigue necesitando algunos cuidados más mejoró bastante.

Deciros que lo más parecido a la versión más pulida la teneis en Ngc3660, por si alguno gusta de ver los posibles cambios. Hubo muchas correciones y sobre todo poda (creo que más de 30 folios).

Y todo lo que está colgado hasta aquí se dejará reposar un tiempo y ya volvere a mirarlo para lo que espero sea el pulido definitivo, al menos por mi parte.

Comentaros tambien que hay escrita parte 3 y 4(y desde ya os adelanto algo más de acción y cierto toque más oscuro, incluso con tintes de terror en algunos casos), aunque quiero mirarmelos con algo más de calma antes de volver a la carga.


Y bueno no quiero dar mucho calor con el tema, pero si alguien se mojara en hacer una critica general de esta parte 2 le quedaría muy agradecido. La verdad es que tengo serías dudas en según que aspectos y me gustaría que quedaran atras.


Un abrazo. Y gracias a todos por estar ahí

14/7/09

Cap 11 (8)

Apoyándose pesadamente en la pared y tratando de valerse de unas piernas que se negaban a responderle se giró como pudo, para buscar el auxilio de la única persona próxima, y al hacerlo lo descubrió a su lado, exponiendo una quietud que en modo alguno resultaba corriente. De entre todos los factores a tener en cuenta cabía destacar el más imperceptible, uno que nunca habría sido pasada por alto por personas más receptivas. Personas entre las que el maestro de ceremonia se habría encontrado de no ser por las circunstancias. Pese a que el joven no se hallaba tan cerca de la ventana como para verse expuesto a la luz estaba envuelto por ella, como si ésta, hubiera recorrido la estancia para acceder a él. Y bañado por su ignominioso influjo aquel cuerpo desnudo adquirió un halo antinatural. Mas en momentos en los que uno se siente tan próximo a la extinción, la muerte del sentido común precede a la propia, no habiendo cabida para otro pensamiento que no fuera el de aferrarse a la esperanza que el joven pudiera traer consigo. Fue entonces cuando el maestro de ceremonias intentó apelar a él, como si la necesidad de ayuda no resultara evidente, pero por más que quiso valerse de las palabras, éstas, ajenas a su bienestar, se negaron a cumplir su cometido, impidiendo que se expresara de un modo coherente.

―No os entiendo, señor ―le respondió el muchacho con incontestables trazas de ironía.

Sin perder su sobriedad el efebo se acercó a la agonizante figura a la que fue ofrendado, aparentando que se esforzaba por oír cuanto tuviera que decirle, siendo su fingido interés lo que alentó al maestro a volver a repetir con angustioso énfasis su petición, sin que el resultado de ésta hubiera de diferir del anterior.

―Disculpad, pero no puedo complaceros si no sé que se os ofrece ―declaró el muchacho parcamente, mientras contemplaba gozoso como el pánico campeaba por el rostro de su “anfitrión”.

La desesperación instó al maestro a precipitarse sobre el muchacho, extendiendo los brazos para asirse a él. Pero éste tomando conciencia decidió apartarse y dejarlo caer, para acto seguido arrodillarse junto a él. Lo observó y al hacerlo se encontró con su desconsolado mirar, al tiempo que de sus labios emergió un intento de palabra que bien podría haberse parecido a ayuda.

―¿Queréis que os ayude? Por su puesto. Permitidme señor ―dijo agarrándolo por debajo de los brazos. Y una vez alzado, no sin cierta dificultad, lo apoyó contra la pared, para asirlo de manera más cómoda. Apenas en los brazos del muchacho creyó que los síntomas remitían, que el dolor que tan abruptamente sobrevino lo abandonaba de forma lenta pero progresiva.

―No os preocupéis, porque estoy resuelto a hacer cuanto esté en mi mano para acabar con vuestro sufrimiento ―afirmó el muchacho mientras lo cargaba, y al pasar frente a la ventana lo arrojó por ella de un violento empellón.

13/7/09

Cap 11 (7)

Durante un instante se mantuvo inmerso en la duda, temeroso de retomar la vigilia. Y aunque tratándose de él la curiosidad estaría más presente que el de temor decidió actuar con cautela. Próximo al marco de la ventana aguzó el oído, sintiéndose al hacerlo aliviado y por ende exento de todo peligro al comprobar que se mantenía la charla, o al menos alcanzaba a oir la voz del cortesano aunque considerablemente más baja. Aquello le hizo intuir que ambas comitivas se alejaban, e impelido a conocer el desenlace retomó con negligencia a su pernicioso pasatiempo. Y pese a no ser visto, lo hizo justo cuando el capitán de los Heraldos impuso el ojo al ver la sombra del muchacho.

Dándose por descubierto y conocedor de lo que la imposición representaba fue incapaz de sobrellevar el creciente desasosiego ejercido por un influjo más allá de lo humano. Influjo que arrancó un lamento. Apenas tomó conciencia de que había sido maldecido el castigo se hizo presente en su cuerpo, como una ola que se encrespa antes de golpear con avidez las rocas para librarlas de toda inmundicia, presagiándose su desenlace. Fue como si cuantas dolencias lo acompañaron en estos últimos años acometieran al unísono con un ímpetu desconocido. La rigidez se apoderó de su cuerpo al sentir como un brazo invisible se introducía por su garganta negándole el aire, ansioso de asir su corazón con la mano, de aferrarse a él con sus fornidos dedos invasores. La sudoración y el mareo precedieron al vómito, y aquel lacerante dolor del pecho se propagó hasta afectar a la espalda y el brazo izquierdo. En aquellos instantes en los que la vida se iba, parecía representar un enorme pez abotargado, arrancado del agua y arrojado a la orilla para esperar entre estertores una indigna muerte. Pero pese a lo precaria que resultaba una situación como ésa, mayor si cabe para alguien con una carencia de estoicidad tan acusada, se aferró indómitamente a la vida, siendo el mismo miedo a morir quien lo predisponía a hacerlo. Más allá del ahogo se entreoía una palabra con tendencia a morir antes de consumarse, una palabra imposible de articular mientras boqueaba nerviosamente, y no era otra que piedad.

11/7/09

Cap 11 (6)

―¿Qué ocurre, señor? ―preguntó con una voz que casi no le salía del cuerpo. Mas no obtuvo respuesta. ―¿Señor? ―insistió, al tiempo que se levantaba para acercarse. Pero advirtiendo el maestro de ceremonias, ahora sí, una presencia que se le antojó molesta, se limitó a mandarlo callar con desprecio, siendo esto lo que fomentó que el joven sintiera curiosidad. Y sin hacer ruido se aproximó, para una vez allí asomarse con naturalidad, como si nada hubiera de temer al hacerlo.

Al tomar consciencia de ello el maestro lo derribó de un violento manotazo, y acto seguido se volvió amenazante, tratando de paliar la ira y temor que tomó posesión de sus nervios. Todo aire le resultara escaso, y ante esto se limitó, al igual que en pretéritos envites, a posar la mano sobre el pecho para aquietar su latir. Mientras el habla le estuvo vedada todo resentimiento fue expresado con su ojeroso mirar de sapo, y con su vuelta, se dirigió al muchacho con crueldad. Y éste, lejos de mostrar miedo o nerviosismo, se limitó a asentir sin apartar la mano de la parte del rostro golpeada, tras la cual, y a resulta de un labio roto, asomaron entre sus dedos un par de gotas de sangre, que se derramaron sin reservas por el dorso de ésta.

―¡Maldito seas muchacho! No sé si te habrán visto ¡Pero te juro que como esto afecte a mí persona haré que te desuellen vivo! ¿Me has oído? ―inquirió. ―¡Ahora vuelve a la cama y quédate en ella! ¡Y ay de ti si vuelves a importunarme! ―añadió amenazante, y manteniendo sobre él su mirada hasta que acató su mandato. Tras lo cual dio la espalda al que parecía ser el mensajero enviado por el destino para evitar que la exposición al pecado se prolongara.

9/7/09

Cap 11 (5)

Instantes más tarde se incorporó, apreciando un murmullo que enturbiaba la unión entre el silencio y la sombra. Y todo reducto de pereza se vio desterrado cuando sus ojos fueron testigos de una verdad que no supo asumir. Pese a lo absurda o risible que dicha visión hubiera parecido en otras circunstancias, toda sensación quedó supeditada al desconcierto. Resultaba difícil aceptar el encontrar al maestro de ceremonias en actitud tan impropia. Allí estaba acuclillado e intentando cubrir con la manta su voluminoso cuerpo, como si se tratara de un chiquillo que exento de recato se entregara a sus travesuras sin que hubiera de importarle nada más. Lo apreció agitado y como sus cambios de postura arrancaban a sus labios cuantiosas quejas, todos ellos teñidos de manifiesta amargura, al tiempo que con ambas manos se friccionaba con fuerza muslos y tobillos, intentando combatir sin resultado hormigueos y calambres. Más allá de lo que indicaba el sentido común se mantenía en aquel lugar, no importándole cumplir una penitencia que para alguien como él habría de resultar especialmente severa.

7/7/09

Cap 11 (4)

Larga fue la tregua que el destino le concedió antes de que tan prolongada charla empezara a hacer mella. Su interés por seguir allí entró en conflicto con el lacerante dolor de unas piernas que cansadas de soportar la postura y el peso exigían descanso. Los cambios de posición para evitar calambres se hicieron constantes, hasta que en uno de ellos se le mostró a Garin algo que por el momento éste habría de omitir. Encubrió al que más tarde delataría. Mientras tanto su desenfrenado apetito contribuyó a su permanencia e hizo el martirio más llevadero. Y aún hostigado todo fue bien hasta que irrumpió una corriente de aire, que además de arrancar a los ocupantes temblores desveló al que aún dormía, el cual no tardó en extrañar la manta. Y tras una breve e infructuosa búsqueda a tientas y con los ojos cerrados descubrió que con ella desapareció su anfitrión, mas la pereza salió airosa, y tras emitir un gruñido se encogió para mostrar la indiferencia propia de quien bajo el influjo del sueño trataba de encomendarse a él. Mas quiso el destino enviarle una segunda ráfaga, como si no contento con el resultado pretendiera seguir hostigándolo, hasta terminar con su reticencia e instarlo a reanudar la búsqueda de algo con lo que paliar el frío.

5/7/09

Cap 11 (3)

Aún siendo conocedor de cuanto acontecía, su interés se mantuvo, estaba maravillado por la destreza de los contendientes al blandir el verbo. Y en tanto se mantenía expectante, implorando que el espectáculo se demorara cuanto fuera posible, comenzó a cavilar, al igual que el estratega que evalúa una oposición de fuerzas para decantarse por un ganador. Cada reflexión se convirtió, a su criterio, en un triunfo de la lógica, y como tales los atesoró, jactándose de cuanto creía apreciar. Creyó advertir que entre ambos contendientes habían nacido rencores que se acrecentaron con la palabra y que alentaban su entrega, haciendo que ceder no fuera una opción. Era como si hasta los más simples comentarios se tornaran ingratos, y el fluir de estos los alejaba de un acuerdo satisfactorio.

3/7/09

Cap 11 (2)

Pese a tratarse de un ser pusilánime y sin carácter, tan escaso en virtudes como sobrado de imperfecciones, había algo en el maestro de festejos que podía confundirse con arrojo o valentía, mas nunca estas cualidades subyugaron sus miedos. Sólo la curiosidad, su mayor defecto, le infundía determinación. Y como tantas otras veces fue incapaz de desoír la sugerente dulzura que encontró en aquel reclamo.

Con pesadez se levantó del lecho y, tras cubrir su desnudez torpe y apresuradamente con la manta que compartía, encaminó sus furtivos pasos hacia lo prohibido, ansioso de agenciarse respuestas.

Durante bastante rato se mantuvo agazapado junto al quicio de la ventana, para contemplar con impunidad cuanto aconteció desde que Sionel e Iliandra discutieron. Uno tras otro continuó dando profusos sorbos al creciente manantial de imágenes y palabras sin que la necesidad mermara, alcanzando un soberano grado de curiosidad con la aparición de unos heraldos que fueron sucedidos por el séquito de los tutores. Y el entusiasmo adquirió su cenit cuando tras atar algunos cabos y aguzar la vista tomó conciencia de la relevancia de los implicados.

1/7/09

Cap 11 (1)

* Esto más que un capitulo, es como una especie de relato vinculado a la historia, un pequeño pasaje que aporta cierta luz a un suceso del jardín. Espero que os guste.




Una historia jamás contada: Ajusticiamiento



LA CLARIDAD DE LOS NECIOS




¿Cómo sopesar una acción, tratando de ser consciente de sus consecuencias, cuando se alberga a tus ojos una oportunidad tan clara de éxito?


Súlian de Edar



Pese a sentir en sus orondas carnes el cansancio acumulado por supervisar todos y cada uno de los preparativos, fue arrancado de una agradable lasitud próxima al sueño por los gritos y lamentos de un varón. Y tras concederse uno de los breves instantes que solían serle necesarios para recuperar la quietud, miró al joven que compartía su lecho en calidad de presente, mas no halló respuesta en él, gozaba de un profundo sueño. Durante este intervalo permaneció en silencio, envuelto por la desapacible negrura que la noche trae consigo y ansioso por desvelar el origen de lamentos que con la misma certidumbre podría haber traído el viento o formar parte del nutrido devenir de pesadillas con tendencia a abordarlo. Mas escasa fue la incertidumbre recolectada en tan corta espera, puesto que un nuevo lamento proveniente del jardín disipó toda duda. Un jardín que sin el amparo de la luz había permanecido mudo hasta ese día. Aún aguardándolo tras la primera escucha un escalofrió recorrió su cuerpo, mas toda intranquilidad se vio eclipsada por su necesidad de saber. Desde aquel momento sus ojos se tornaron centinelas, fijos en la ventana por la que irrumpió tan acusado penar. Y pese a saber que asomarse a horas tan intempestivas se consideraba una falta grave, no veía el modo de evitarlo. Aquel irrefrenable deseo devoraba con avidez sensatez y temor.

29/6/09

Cap 10 (integro)

Santuario: Retazos De Una Pasada Existencia

Atribulado se dejó guiar por los que preservaron su vida, ansiaba llegar a su habitación y hacia ella se dirigía con la esperanza de abstraerse. Qué no daría por alcanzar un sueño que le reportara quietud, por alejarse de un malestar que se nutría de lagrimas y rencores, de la impotencia y del firme deseo de amar. Durante el trayecto el tutelado permaneció inmerso en sus cavilaciones, incluso andar se tornó secuencial, y así se mantuvo hasta encontrarse a las puertas de su reino. Cuán desconcertante resultó hallarse ante ellas, como revivir un sueño en otro tiempo cotidiano. ¿Cómo olvidar su rostro esculpido en ellas o la inscripción sobre el umbral? (apéndice)


Dejando atrás al sequito, franqueó la puerta, y el saberse al otro lado le reportó alivio, un momento de paz que empañó el pensamiento: «Honda huella dejó mi regreso. ¿Qué acontecerá mañana?» Mas no quería, no podía pensar. Con todo, y pese a la esterilidad de sus cavilaciones la necesidad de convicción le dio fuerzas para enmudecer cuanto daño se adhería al alma. Y tras una pausa se internó en la estancia, a la búsqueda de esa familiaridad que le permitiría volver a sentirse parte de ella.


La primera sensación de remembranza que acarició sus sentidos vino con aquella fragancia, que ambientaba la sala de día y la inundaba de noche. Allí, sobre las ascuas de media docena de pebeteros de bronce repartidos por la estancia, se consumían las plantas que habrían de producirla, siendo un hecho probado que pese a no enriquecer su aroma, las setas adheridas a ellas acrecentaban su efecto tranquilizador. «Este fue el aroma que nos envolvió en buena parte de nuestras vivencias» pensó, mientras observaba como largas y profusas volutas de humo se perdían en tan abovedados techos.


Durante el día y desde numerosos puntos la habitación se inundaba de luz, mas con el caer de la noche dicha labor se encomendaba a la llama. Ésta, tan serena y tenue como enérgica cuando se hallaba a merced del viento, se manifestaba lo suficiente como para recorrer el lugar. Además de en numerosas mechas que surgían de un gran candil en forma de árbol, se la encontraba en imponentes antorchas de bruñido azabache, a las que se les dio la apariencia de aves en actitud beligerante. Y tan complacido quedó por la primera impresión, que optó por continuar impregnándose de recuerdos.


No advirtió cambios en el mobiliario o la decoración, mas al llegar donde se exponían los galardones concedidos en justas descubrió un notable aumento. Tanto era así, que aunque no se paró a contarlas, estaba seguro de que donde había algo más de una veintena, se exhibían casi un centenar. Eran muchas, muchísimas, una cantidad impensable para caballero tan cargado de años. [1]


Otra de las cosas que llamó poderosamente su atención fueron aquellos objetos que parecían haber menguado, objetos tales como la armadura dorada cuyo yelmo representaba su semblante de niño en expresión combativa, el suntuoso trono tallado en mármol o el centro que sobre él descansaba. Se aproximó, y tras apartar el cetro se arrellanó en él, para permanecer largo rato, recordando que en otro tiempo, al sentarse, le colgaban las piernas.


Hallándose, ahora si, más cerca, advirtió el rumor del agua. Al igual que en los grandes salones, venía desde las alturas, aunque en este caso terminaba en un imponente arriate que se engalanaba con salvinias y jacintos del agua, del que brotaban pródigamente plantas trepadoras de diversas especies que, manipuladas, cortadas e injertadas a su vez en puntos estratégicos, conformaban la parte viviente de aquel mural, que rememoraba el día en que el señor de Bánum le hizo entrega del reino.


Al otro extremo de la sala, cercado por maderos, se dispuso un espacio de tierra batida, provisto de un generoso armero, un testaferro, y en derredor, como mudos testigos de pasadas justas, se exhibían armaduras de infantes. Jóvenes señores de lejanos reinos que lo desafiaron exponiendo mil y un motivos, desde la mera alusión a una mayor bravura, hasta la resolución de afrentas, pasando por peticiones de amor a Iliandra, en las cuales se aludía a su falta de merecimiento para desposarla en un futuro. Y tras vencer a todos y cada uno, dichas armaduras se convirtieron en trofeos.[2] El amor por ella y el miedo a que se la arrebatasen no solo disipó su repulsa a toda actividad marcial, sino que hizo que se entregase a éstas con fruición.


Y entre tantos pensamientos y visiones recordó algo inconcluso. Fue entonces cuando extrajo un pergamino ya escrito, y añadió lo siguiente: “Mi buen amigo, como quisiera estar cuando comience la cacería, mas mis quehaceres me retienen. Confió en que tus lebreles levanten la presa”. Y una vez sellada la depositó sobre una bandeja para estos fines y marchó a dormir.


Apéndice

“Viajero que hasta aquí encaminaste tus pasos, ante ti se levanta el insigne reino de Sionel. Sea lo que fuere lo que hasta él te trajo de seguro habrás de hallarlo. En igual medida habremos de ser dadivosos, ya sea dando al amigo hospitalidad, como al enemigo acero”.




[1] N. del autor: Aquel caballero que hacía las veces de paladín, instructor, consejero, y regente en su ausencia, le fue cedido por su padre. Y cuando no se hallaba en su compañía o cumpliendo cualquier mandato residía junto a los suyos en una casona en las afueras, circundada por las viviendas de los campesinos y éstas a su vez por el terruño dedicado al cultivo.


[2] N. del autor: Estas, al igual que otras muchas apariciones, fueron fomentadas por el señor de Bánum. De este modo se pretendió aleccionar al joven para cuantos envites le deparara el futuro.

26/6/09

Cap 9 (integro)

El dulzor de una mentira: Historia del Joven heraldo

INGRATA REALIDAD

Exigua fue la existencia de un esperado brote,
que apenas en contacto con la realidad murió.


Lanaiel

Al día siguiente salieron en busca de aquellos que por sus dotes de declamación y la expresividad de sus adiestradas voces ejercían de oradores, para encomendarles una importante labor. Haciendo alarde de una consumada organización se diseminaron con premura por las prefecturas de Bánum, con el precepto no solo de informar, sino de acallar y desacreditar habladurías. De esta forma se difundió la historia de lo acontecido aquella noche. Fueron sus privilegiadas voces las encargadas de adornar y convertir tan dramático suceso en un hermoso y apasionado cantar de gesta. Las que lo entonaron a modo de plegaria para enternecer el corazón del pueblo. Y juntos lloraron la pérdida del joven heraldo, muerto la pasada víspera cuando trataba de impedir que un ladrón que había franqueado los muros accediera a las estancias de los señores. Y juntos alabaron el valor y la entrega al dedicar su último aliento para alertar a sus hermanos, los cuales dieron caza al que derramó su sangre, siendo el mismo capitán de la guardia quien ajustició al criminal.

Bien acogido sea por los dioses aquel cuya lealtad le llevó a sacrificar su vida en pos de nuestra prosperidad.

Epitafio dirigido a integrantes de La Orden que dieron su vida por una causa que se estimó justa.

Así fue como esta fábula tomó cuerpo, no faltando quién tristemente embaucado se tornaba, cuando la situación era propicia, en improvisado mensajero. Un mensajero que sin gracia pero con pasión relataba tan conmovedora mentira a cuantos tuvieran a bien escucharla. Y tan prospera fue su propagación que aquel cuento llegó a traspasar las fronteras de Bánum antes de que el tiempo lo erosionara hasta matar su recuerdo. Y como cabía esperar no faltaron por parte de La Casa de Bánum alabanzas y donaciones para agradecer a La Orden que uno de sus hijos hubiera ofrecido su sangre para evitar que la de uno ellos fuese derramada.


BASTARÁ UN MOTIVO

Soy uno de los hijos desheredados que alcanzan a entrever el holocausto de una decrépita civilización en la que los valores humanos son moneda en desuso, y en la que el ser humano predica el canibalismo de la virtud. Cada día contemplo entristecido como una parte de ella perece, y la inocencia perdida adolece de realidad.

Corrompidos por la envidia los paganos adoradores del dinero cubren sus caras con grotescas mascaras de falsedad, y en mi impotencia no puedo más que odiar vuestra superficialidad y renegar de todo lo plenamente establecido, como orgulloso ateo de vuestra doctrina enferma.

Y ahora, desde donde me hallo condenado al ostracismo, me entristece confesarlo pero sé que sois el futuro, siendo esta certeza la que amargamente me hace peregrinar a la búsqueda de esa virtud, con la esperanza de encontrar entre las sobras, con que alimentar un espíritu que trata con desesperación de aferrarse a argumentos convincentes para que el mero hecho de vivir tenga sentido.


Ólonam

24/6/09

13º pasaje, Cap 8

Al amanecer, antes de que el jardín se abriera a los invitados, el capitán de Bánun se personó con media docena de hombres de ambos colectivos, los cuales tras envolver con dedicación sendos cadáveres los izaron, para encaminar sus pasos al interior. Entretanto, y pese ha haber concluido con sus deberes, el capitán de los heraldos permaneció allí, contemplando como un grupo de aprendices del gremio de historiadores trataban, ajenos a la revelación, de borrar con presteza los restos de uno sangre que no hacía mucho que se había secado.

PRISIONERO CIRCUNSTANCIAL


Allí, confinado sordamente en el pecho, habitaba un corazón que discreta y profusamente se entregó al llanto, al tiempo que la viveza de su latir se acrecentó hasta quedar sumido en la opresiva y convulsa agitación que la impotencia le hacía sentir a su portador. De esta forma, se vio sometido por el influjo que sobre él ejercía la palabra dada a mantenerse parco y esquivo en ellas, en tanto que las verdades que le quemaban en la boca morían en silencio. Negando así justo descanso a un condiscípulo próximo a perecer.

Uno de tantos poemas que nacieron del corazón, y que, debido a las circunstancias que condicionaron su creación quedaron confinados en el alma.

22/6/09

12º pasaje, Cap 8

Horas más tarde tras repetidas genuflexiones el penitente se puso en pie para contemplar el exánime cuerpo, al igual que cuanta de su esencia se había derramado en el indigno suelo. Mucha sangre lo abandonó antes de que la hemorragia fuera detenida, sangre que liberada de su prisión de carne optó por abrirse camino entre las junturas de la roca formando diversos ramales, como si hubiera huido deliberadamente de él al tiempo que lo vaciaba de vida. Pero aunque aquella sangre que parecía no haberse secado del todo no aparentaba ser más que eso: la sangre derramada de un hombre, lo que allí se expuso al condicionado y metódico mirar del capitán distaba de estar sujeto a convencionalismos o casualidades. Tanto era así que lo que allí se manifestaba cambió su vida para siempre.

Numerosos factores debieron reunirse para hacer posible tan insólita representación, que de no ser por su crueldad hubiera podido tratarse como algo artístico. El caído, cubierto con lo que fue su habito rojo fuego, parecía conformar la figura de un árbol de ramas carmesí cuyo tronco hubiera empezado a secarse.[1] Tal visión para espectadores tan devotos como iletrados habría sido acogida con temor, al dar la impresión de que los dioses le arrancaran la vida movidos por un incontrolable arrebato de creatividad, mas para alguien como el capitán era una señal, una hermosa manera de glorificar al que yacía y tal vez, sólo tal vez, una reprimenda, en la que pretendían hacerle saber cuán descontentos estaban con el trato a uno de sus hijos y, en definitiva, de como terminaron las cosas.

[1] N. del autor: El árbol, además de ser el distintivo de los portadores del ojo de dioses, es uno de los más representativos símbolos sagrados.

20/6/09

11º pasaje, Cap 8

―Gracia…madre ―dijo con voz queda al sentir el agua en sus labios. Y tras intentar vislumbrar su entorno continuó hablando. ―Está oscuro,…aún es pronto…para salir a los campos…con el padre,…dormiré un poco más…Dame una manta, madre,…tengo frió ―solicitó este, mostrando cierta placidez cuando sintió como su cuerpo fue arropado por la misma túnica de la que le desposeyeron para atender la herida.

«Su vida se apaga. Le estoy perdiendo. Se va. Dioses no permitáis que se lleve verdades que podrían cambiarlo todo».

―Óyeme bien. Contesta a mi requerimiento y podrás descansaras cuanto quieras. ¿Él dijo que la mataría? ―preguntó el capitán apremiante, como si el pasar de cada latido contara, y con él creciera su desazón. ―Aún en tu estado te está permitiendo servir a los dioses. ¿Te das cuenta?
―Los dioses…debo ofrendarme…a ellos ―indicó turbado, como si aquella fuera la única palabra con cabida en su conciencia. Ante la proximidad de la muerte debía elevar a los dioses “La última plegaria”, para que tuvieran a bien acoger su alma.

―Guiad mi plegaria,…hermano mayor,…no quiero errar… ―demandó suplicante, como si temiera perecer sin ella más que a la misma muerte, mientras a tientas conseguía aferrarse al brazo del capitán para reforzar su requerimiento. Dicho esto toda posibilidad de continuar con el interrogatorio se esfumó. No podía, por más que lo hubiese querido, negarse a compartir la última plegaria con un hermano moribundo.

Entre sus manos tomó las del joven y comenzó una oración lenta y pausada, a veces recitada a la par, a veces repitiéndose lo manifestado previamente. Y así, de forma lenta y tortuosa, prosiguieron, hasta que la segunda voz se extinguió, dejado huérfana a la que habría de subsistir hasta concluir la plegaria. Sólo entonces el capitán posó su mano en uno de los lugares donde el pasar de la sangre se mostraba al tacto, para descubrir el débil palpitar.

Dada las restricciones a las que lo condicionaba el acuerdo poco más podría hacer, y es por ello que se arrodilló junto a su cuerpo, para empezar una nueva plegaria que no finalizó hasta despuntar las primeras luces del alba.

Seguiré manteniendo la esperanza, hasta que la imposibilidad termine por abatirla del todo.[1]

[1] N. del autor: Comentario hecho por Súlian de Edar, poeta y guerrero, durante la defensa del último bastión de los Thurshálian, el cual hubo de defender con apenas un puñado de supervivientes de los constantes asedios de los ejércitos de las seis casas.

Lo que estaba destinado a ser el extermino de una civilización tomó tintes de esperanza cuando tras una prolongada y exitosa defensa se les planteó la anexión al imperio mediante un tratado de paz en el que no se habló de rendición, sino de compartir los privilegios y deberes que del resto de las casas, formándose así la séptima de ellas, La Casa de Úrman.

18/6/09

10º pasaje, Cap 8

―¿Matarla? ¿A qué te refieres? ―exclamó el capitán, el cual, pese a su más que aparente desconcierto, lo conminó a responder .

―Quieran los dioses perdonarme… ¿Quién soy yo… para dudar… de sus designios?

Como si él mismo fuera desconocedor de sus comentarios permaneció sumido en aquel acentuado trance, y cargado de un sopor tan contiguo a la inconsciencia que mantenía fuera de su alcance los requerimientos dirigidos a su persona.

«¿Hasta qué punto puede ser licito otorgar credibilidad a los desvaríos de un moribundo? ¿Pero acaso este testimonio no es tan inverosímil como para no descartarlo a la ligera?»

―¿Dijo que la mataría? ―inquirió el capitán. ―¡Vamos! No es momento de silencios. ¡Contesta! ¡Es La Fe quién te lo pide! ―. Y así, pese a la carencia de seguridad, persistió en instigar a cuanto perduraba en aquella carcasa privada de raciocinio. Sin embargo tan hostigadores requerimientos en nada condicionaron su actitud, tanto es así que sus ojos se cerraron con aparentes trazas de no volver a abrirse.

La desesperación se apoderó del capitán, y ante la imposibilidad de permanecer impertérrito asió del brazo al acólito y lo zarandeo, sin excesiva rudeza, pero con más brusquedad de la aconsejable en su estado. Acción que provocó que la apertura de sus ojos viniera coreada por lamentos que se ahogaban en su debilidad. Y tras el lastimoso resurgimiento ladeó la cabeza con la mirada perdida hacia la voz que le hablaba, sin identificar al que permanecía expectante al ver que sus labios se entregaban a la ardua labor de articular palabras.

―Tengo sed ―se limitó a decir.

Aniquiladas las esperanzas de una respuesta satisfactoria, la paciencia del capitán se vio condicionada al desbordamiento hasta tal punto, que llegó a sentir vivos deseos de golpearle. Mas en el último momento refrenó su mano consciente de lo absurdo e inadecuado de semejante acción. Y carente de más opciones se entregó a cumplir sus requerimientos, sabedor de que sería absurdo mantener por más tiempo la farsa.

16/6/09

9º pasaje, Cap 8

―Dirigían…nuestros actos. Sin saberlo…cumplíamos…su mandato. Tal vez ella…no me odiara, ni él…tuviera en…realidad…intención de matarla ―aseveró radiante, inmerso en una certidumbre enturbiada por el tono de su voz y el halo de delirio que acompañaba las expresiones de su macilento rostro. Mas a causa de la inesperada confesión la angustia se relegó a un segundo plano. Quiso el destino que la conciencia de aquel portador sintiera la punzada de un deber, que silenció todo el reducto de lástima que en su inquisidor corazón se albergaba.


IMPUREZAS DE TODO SER


La condición humana es lo más sucio e infame que tenemos. Una lacra que resulta tan indigna como necesaria, porqué ésta, de algún modo, impide que olvidemos nuestra insignificancia; la completa imposibilidad de una perfección que siempre nos estará negada. Este estigma que nos limita y en ocasiones nos condena representa los largos tentáculos de los que se vale el instinto para conduciros a la perdición. Toda ella no es más que un cúmulo de mediocridades y defectos, con los que habremos de lidiar hasta el fin de nuestros días para evitar que emerja lo execrable de nuestra mera mortalidad.

Extraído de una charla que Lábir Slohiun, uno de los alistadores eclesiásticos encargados de recolectar a los niños para La Orden, daba a un grupo de futuros acólitos al completar el primer semestre de aprendizaje.

14/6/09

8º pasaje, Cap 8

«¿Dónde encontrar palabras que calmen tu curiosidad sin faltar la confianza que me otorgas?»
―¿Qué podría importar? ―preguntó parco y displicente, para que su azoramiento fuera menos ostensible.

―A mí…me importa.

Su mera imagen resultaba hiriente, atribulaba la conciencia hasta hacer que el corazón diera un vuelco, mas sea cual fuere el rumbo que aquella injusticia tomara o cuán insoportable se volviera debía aguantar. Estaba obligado a continuar con tan insufrible papel por mucho que se prolongara, aunque por ello tuviera que hacer de la ruindad y la mentira su dogma.

«¿Tendrá a bien en su estado aceptar la ambigüedad por respuesta?»

―Nos sometemos, con o sin saberlo, a constantes pruebas impuestas por hombres y dioses, estando la mano de estos últimos detrás de todas por extraño que pudiera parecernos ―argumentó, tratando de insuflar a convencimiento.

―¿Y por qué…pese a ello…no logro encontrarle…sentido? ―volvió a preguntar, al tiempo que de su perdido mirar manó la inquietud y desesperación ungidas en un incesante mar de lágrimas.
«Te ruego que aceptes cuanto te ofrezco. No me fuerces a añadir una nueva falsedad a tus miserias y mi pecado».

―Todo en esta vida lo tiene aun cuando en su complejidad no lo hallemos. Tal vez hoy entregues la tuya, mas dicha entrega no habrá de verse exenta de valor. Y creo poder asegurar que si así ocurriera, formaría parte de intereses ya dictados que escaparían a la comprensión de muchos.

»Sólo puedo decirte que no está en mi mano contestar con mayor claridad. Reconfórtate pensando que en cierta manera te convertirías en un instrumento que fue útil a los propósitos de la Fe, y eso habrá de reportarte orgullo. Éste podría ser el momento para el que has nacido, y de ser así habrías cumplido y morirías en paz.

Pese a lo que cabría esperar del comentario, algo más sutil pero tan enfermo de vacuidad como el que lo precedió, obtuvo mayor resultado. Su juvenil rostro, como si de una bendición se tratara, se inundó de tranquilidad, algo que causó al capitán gran dolor. Y fue entonces cuando surcó el suyo con la mano, para advertir con desconcierto que ésta quedaba bañada en llanto. Era aquella una sensación perdida, olvidada tiempo atrás, apenas el vestigio de una niñez que ni tan siquiera pertenecía a esta vida. Es por ello que tan desapacible sensación representó la más clara muestra de su caída. A cuenta de dicha revelación sintió que, pese a sus años, nunca antes había estado tan unido a la mezquindad, y hasta tal punto se vio condicionado que, desde ese instante y para siempre, murió toda sensación de pureza. En lo sucesivo, y pese de seguir honrándola, jamás volvió a sentirse digno de pertenecer a La Orden, aun cuando hubo de ser la última vez que omitió la verdad.

12/6/09

7º pasaje, Cap 8

Cuando además de la negación se expresó el motivo, el joven cayó en la cuenta de cuán inadecuada era la petición y vergonzoso que tuviera que recordársele algo tan primario, mas se tragó el amargor. Y así, tras respuesta, concienciación, y un silencio tan breve como ingrato habló. La proximidad de la muerte hizo que dejara de lado todo comedimiento, para buscar la respuesta de una pregunta que le quemaba en la boca.

―Señor,…aliviad al menos mi sed de conocimiento. ¿Soy… víctima de una prueba que… no supe pasar? ―preguntó sin eludir la culpa y mostrando un desconcierto cercano a la obsesión. Llegado a este punto apenas le quedaba apelar a la lógica, aferrarse desesperadamente a ella como si se tratara de un solitario madero a la deriva en un mar de dudas. Unos de los exiguos restos a los que le era licito asirse después de aquel naufragio social.

Nunca hubo entre ellos ningún lazo emocional, mas verlo en aquel estado le partía el alma. Y ante aquello se sintió indigno, como nunca antes, indigno por el trato que le dispensó y el que habría de dispensarle e indigno por tener miedo, porque aunque le costara asumirlo, de entre todas las razones que le llevó a aconsejarle el descanso primó la más deshonesta, puesto que sabía que si la conversación seguía por estos derroteros aflorarían comentarios o preguntas destinados a airear tan indecoroso convenio. Y fue por ello que hubo de hostigar su conciencia, forzándola a engendrar mentiras que ofrecer al que yacía.


BAJO EL PESO DE LO QUE SE HA DE AMAR


Tan inusitado es el precio que pagan los hombres por mantenerse irreprochables, como exacerbados los remordimientos y la culpa que ellos mismos se infligen cuando han de faltar al honor.

Si pretendéis ocasionar el mayor de los daños volved dicho honor en contra de aquello que más hubiera de amar, y ellos mismo no cejará en provocarse un sufrimiento que difícilmente estaría en vuestra mano.

Garin

10/6/09

6º pasaje, Cap 8

―No lo vi venir ―confesó, expresando, con cada una de las formas que su persona tenía de hacerlo, hasta que punto se veía condicionado por la amargura, y como enfermo de desesperación se entregaba a la búsqueda de una redención que necesitaba más que el vivir. Es por ello que su mortificación aumentó cuando el capitán derramó indulgencia sobre sus heridas.

―Tengo sed… ―confesó en mitad del incomodo silencio, al tiempo que ladeaba la cabeza, ya no por encubrir la obviedad del llanto, si no porque le avergonzaba encontrarse con la mirada de su preceptor. ―¿Tuvieseis a bien…darme agua? ―solicitó con palabras carentes de aire, como si éstas se vieran cada vez más estranguladas.

«¡Te daría a beber mi sangre si pudiera! ¿Mas cómo hacerlo sin que se supiera que estamos viviendo una farsa?»

―Sabes que no puedo darte agua. Estás en mitad de un juicio de dioses. El mero hecho de hablarte ya roza lo prohibitivo.

»Déjate llevar por el sueño y descansa que pronto llegará la mañana. Con el sol en el cielo se ven las cosas de otra manera ―le indicó escuetamente. Y al igual que en anteriores ocasiones dejó que su severidad se diluyera hasta casi dulcificarse .


POR CUANTO HUBIERA DE DAROS


Pero aunque no brotara más que amor de vuestros labios, y los gestos de amistad se sucedieran en una interminable espiral de cordialidad, ¿cómo debería sentirme cuando renegáis de las palabras conductoras de mi pensamiento, no deseando de mí más que la armonía y el cariño de una silenciosa sonrisa?


Sunainen

7/6/09

5º pasaje Cap 8

―Nunca habría imaginado…el día en que os tuviera ante mí,…aguardando…que me llegara la muerte. Mas guardad cuidado,…sé…que tengo lo que merezco. Yo…yo…he deshonrado la orden ―indicó el joven con voz queda y visible abatimiento.

«¿Dioses por qué le permitisteis despertar? ¿Acaso no ha sufrido bastante?»

―Ahorra el aliento, hermano, y abstente de emitir juicios de valor ―respondió prestamente. Mas apenas proferir el comentario sintió que se había expresado con demasiada aspereza. Y no se le ocurrió otra cosa para tratar de suavizar la situación que seguir hablando. ―Dejarte llevar por las cavilaciones que no te hará bien. Relájate e intenta dormir un poco ―aconsejó el capitán, a medio camino entre consuelo y displicencia.

―¡No!…No lo entendéis. ¡No deseo!…vivir. Tengan los dioses a bien…darme una pronta muerte ―replicó alterado. ―De no ser así…os correspondería a vos…imponerla…Sois…al que más he desairado…y por ello…el adecuado para librar de mí…a La Orden ―reclamó, con una seguridad que de ninguna manera parecía condicionada por las circunstancias.

«¡No sigas por ahí! ¿Forman tus palabras parte de mi condena? ¿Acaso es éste el modo elegido por los dioses para hacerme ver que erre en mi decisión?»

―No seré yo quien se muestre incapaz de perdonar una falta. Y mucho menos permitir que ésta, por más que hubiera de desairarme, me lleve a pretender buscar justicia más allá de la que los dioses dictaran―. Con esta rotundidad le contestó, una rotundidad destinada a erradicar todo compromiso moral con él, a liberarlo de represalias al tiempo que le permitía distanciarse emocionalmente. Pero pese al cuidado al elegir los términos y el modo en que fueron expresados, apenas salió de sus labios aquel sentencioso comentario volvió a acrecentarse el caudal de lágrimas.

5/6/09

4º pasaje Cap. 8

Cuanto habría dado el capitán por poder hacer honor a lo que en verdad hubo de suceder. Cuanto por tomarlo de la mano y decirle que en modo alguno debía de sentirse causante de lo ocurrido. Que en realidad no era más que un infeliz usado como cabeza de turco. Un infeliz con el que comerciaron. Compraron con la reputación de ambos el silencio que traería tranquilidad a La Orden, siendo del todo irrelevante que hubiera o no de morir para que el acuerdo llegara a buen termino.

Sórdida y dolorosa habría sido la confesión y grande el daño. No obstante la dureza de esta realidad resultaría infinitamente más piadosa que el hecho de atribuirle la culpa, ya que al menos se le expondría como algo prescindible aunque de cierta utilidad. La historia urdida en cambio, lo presentaba como un completo estorbo, un ser cuya negligencia causó serios problemas. Y creyéndose responsable no concebía más deseo que el de morir con prontitud. Así la exposición a la vergüenza sería lo más breve posible. Cualquier opción se hubiera mostrado más decente y piadosa que la de permitir que tras aquella tortura cruzara las puertas de la muerte llevándose consigo esa mentira.

LA MENTIRA TIENE MIL CARAS, A CUAL MÁS HERMOSA

Difícilmente hallaréis ocasiones en las que la verdad resulte provechosa, puesto que ésta a de converger por un camino único e invariable. La mentira en cambio puede ser adornada como hubiera de convenir a cada ocasión, siendo esto lo que le da ese singular atractivo más acorde con nuestros anhelos; permitidnos componer en base a ilusiones pesares y miedos. De este modo el ingenio es capaz de doblegar la autenticidad dando paso a una verdad alternativa que, una vez concebida, puede llegar a asumir con tiempo y cuidados tintes de realidad.


Garin

2/6/09

3 pasaje Cap. 8

Muchas hubieron de ser las palabras que allí se dijeron, muchas las pausas para tomar aliento, y prolongadas las esperas que a éstas vinieron a sumarse debido a las continuas arremetidas de una tos que, desconocedora de recato, se extendía con exasperante dilación hasta remitir de un modo temporal. A aflicciones y achaques habría de añadirse el nerviosismo, que lo predisponía a expresarse, cuando podía, atropelladamente y con poca claridad, confiriéndole, pese al fervor y la entrega, cierto aire de irresoluta insensatez. Y entre tanto el capitán permanecía allí, tratando de soportar la implacable dureza de un castigo que recaía sobre su conciencia, la cual, debido a su condición, no dejaba de verse aguijoneada por hirientes mensajes impregnados desde un principio en el engaño, viéndose acrecentado el daño por la inocencia de su interlocutor.

PARA NO HERIRLOS


No hay peor veneno para el alma, ni que pudiera prestarse mejor a este fin, que el que extraemos del dolor, de un dolor que, con mentiras, infligimos a los que han de importarnos para evitarles un daño mayor.

Ulben Iknuar

30/5/09

2º pasaje, Cap. 8

A causa de las circunstancias se convirtió en un náufrago que aún a merced de la oscilante marea de dolor logró subsistir. No obstante, este suplicio distaba de ser el mayor de sus problemas. Por extraño que parezca se hallaba tan lejos de verse arrastrado por los condicionamientos propios de una situación como ésta, que ni tan siquiera la posibilidad de sucumbir le suponía algo a tener en cuenta. Todo mal se vio eclipsado por padecimientos que transcendía más allá de cualquier dolencia física. Saberse observado por la impasible mirada del capitán y desconocer que la aparente falta de piedad no era más que un rictus cotidiano lo que precipitó a las cimas de la desesperación. De este modo, y sin que hubiera ningún tipo de barrera moral que diera pie a que el comedimiento se mantuviera incólume, los sentimientos camparon con libertad. Esto dio lugar a un acusado mar de lágrimas que contribuyó a recrudecer aún más las suplicas y llamamientos que, con voz trémula y entrecortada, afloraron como el fiel reflejo de unos estigmas que tras ensañarse con su alma adoptaron la forma de lamentos. Así su padecer fue exteriorizado. Y sería la necesidad de hacer valer sus palabras en un cuerpo que apenas podía llevar a buen término los más simples dictados lo que espoleó al espíritu, hasta conseguir, poniendo en ello la más conmovedora entrega, sacar fuerzas de donde no cabía que las hubiera, y con las que lejos de pretender alcanzar el perdón se entregó desesperadamente a la búsqueda de un ápice de comprensión, del calor humano que aliviara su alma en los que podrían ser los últimos reductos de su existencia.

27/5/09

1º pasaje, Cap. 8

La desesperanza de los caídos: Revelación


CON CADA NUEVA HERIDA



No eres la primera ni serás la última, y sobreviviré a tenerte. No serás más que una nueva herida, una de tantas. El dolor se torna llevadero cuando en la consecución del sufrimiento uno se acostumbra a él.
Ya no espero la felicidad, ni tan siquiera la deseo; no se hizo para mí. A veces la veo como una pasajera errante que acrecienta mi angustia cuando, tras paladearla, se aleja con burlona apatía. Y tras recaer en uno de estos encuentro, sólo me consuela saber que la desesperación apenas dura un instante.


Lanaiel


Tras mancillar la honestidad y ofrecer una somera despedida, Garin fue escoltado al interior por el resto del contingente. Y allí, abandonado al juicio de dioses, quedó el caído y junto a este el capitán, aquél que expuso su vida y sacrificó, en pos de un bien mayor la integridad de ambos. Un capitán que se mantuvo inerte y rumiando lo ocurrido, en tanto su mirada se posaba sobre quien se debatía entre la inconsciencia y la muerte. En momentos como aquél apreciar que su respiración ya representaba un consuelo, al que vino a sumarse la quietud de su inconsciencia. Sería el silencio y la contemplación del cuerpo lo que lo predispuso a recluirse donde razón y conciencia discrepaban sobre lo ocurrido. Mas dicha introspección no duró, junto a la esporádica ceguera quedó abolida al quebrantarse los intangibles lazos que lo retenían en aquel estado de subconsciencia por uno de los más angustiosos lamentos que habría de oir jamás, el cual, no sin cierta dificultad, tratará de definirse, aunque de seguro su semejanza con la veracidad para todo él que no fue testigo estará condenada a revelarse más remota y menos trágica de lo en verdad fue: aquella voz que anduvo sorda y desvaída, huérfana de matices y carente de fluidez, emergió con aflicción de su garganta, como si hubiera trepado con afán por ella sin más ayuda que la de un hilo que en todo momento mostró su predisposición a romperse. Ésta estuvo precedida e inconvenientemente acompañada a intervalos por una tos hiriente, que acrecentó con saña el ingrato padecer de la herida.

24/5/09

30º pasaje, Cap 7

―Heraldo que ahí yaces, oye cuanto he de decirte y responde si es que tus fuerzas te lo permiten. ¿Sabes que dimensiones habría podido alcanzar una acción tan irreflexiva como la tuya? ¡Mínimo es el castigo que el destino ha tenido a bien imponerte! ¡Sólo tú eres el causante y quién cargará con la culpa! ―increpó el cortesano, aún sin ser capaz de precisar si le oía. Y dicho esto negó con la cabeza, e hizo un ademán en el que pretendía reflejar que hacía cierto esfuerzo por calmarse. A partir de ahí todo en él se suavizó considerablemente. ―¿Pero quién soy yo para reprobar el castigo que los dioses han resuelto imponerte? ―se dijo Garin en voz alta, como si el mismo se sorprendiese. ―Disculpa mi acritud, joven heraldo ―solicitó Garin, al tiempo que se inclinaba hasta ponerse de rodillas junto al muchacho.―Esto ya no está en manos de los hombres. Los dioses deciran tu destino ―tales palabras fueron expresadas a viva voz, para que quedara constancia de que el veredicto se tomó de mutuo acuerdo, tras lo cual volvió a dirigirse a él. ―Que vivas o mueras dependerá de que ellos puedan perdonarte.

»―Aunque tu culpabilidad está clara, sabemos que no hubo malicia, y es por ello que rogaremos para que, de un modo u otro, encuentres la paz―. Dicho esto se inclinó algo más y posó los dedos en la herida para, con la sangre que quedó adherida en ellos, dibujar en la palma de la otra mano un rudimentario símbolo de carácter religioso. Acto seguido extrajo de una bolsa colgada del cinto un alfiler de oro labrado, con el que hizo sucesivas incisiones en zonas puntuales de dicho símbolo. Hecho esto, colocó su mano a un palmo de la herida y cerrando el puño la mantuvo allí, para que las gotas de sangre que de ésta manaban se mezclaran con la del muchacho. ―Que la providencia sea contigo y te traiga el perdón ―pidió Garin para él, y asiéndolo con cuidado de la cabeza selló aquel “emotivo” encuentro con un beso en la frente a modo de bendición.

Cada uno de los pasos de este escueto ritual se efectuó fluidez, condicionado por el desconcierto y la lasitud, el mutismo y la mansedumbre propia de todo el que como él hubiera perdido una cantidad de sangre tan significativa.

21/5/09

29º pasaje, Cap. 7

Instantes más tarde los que se ocupaban del hermano caído vieron surgir de un recodo del camino a un par de figuras, que de no estar iluminadas parcialmente por la luz que la llama del báculo desprendía habrían pasado a formar parte de aquel desvaído e impersonal mar de siluetas y sombras que poblaban el jardín.

Expectación contenida se dibujaba en los escrutadores ojos de los subordinados, los cuales, a causa de su condición, sufrían con mansedumbre la dilatada espera de un veredicto que solía extraerse de la expresión sus superiores; la única explicación que no les era negada. No obstante, antes incluso de que se reunieran, despuntó un acusado brote de cólera llamado a sacudir los cimientos de la razón de cuantos allí permanecían. Así fue como de pronto y sin motivo aparente el rostro de Garin se endureció, pasó de la más aparente calma a adquirir una sobrecogedora aptitud inquisitorial, blandida con impávida decisión al tiempo que se avivaba su marcha. En apenas un instante dejó atrás al capitán, y sin oposición alguna rebasó la maltrecha línea que frente al caído esperaba. Y tras ellos, postrado y semi- inconsciente, el motivo de su avance.
Cuando creyó estar lo bastante cerca como para ser advertido se detuvo, y contempló al exánime y convulso muchacho cuya piel palideció, adquiriendo el tono ceniciento que en ocasiones precedía a la muerte.

Pese a su malestar advirtió que alguien se acercaba y al alzar la vista se topó con quien además de su sombra le imponía una mirada que estaba lejos de mostrarse afable.

17/5/09

28º pasaje, Cap 7

Innumerables insinuaciones y puntos de vista fueron expuestos por Garin, ahora sí de forma afable y despreocupada, los cuales eran desdeñados por el heraldo, hasta que muy a su pesar aceptó el que creyó menos descabellado.

Con todo acordado retornaron sobre sus pasos sin prisas, juntos y en silencio, para reunirse con los que allí quedaban. De esta forma se le otorgó al perdedor, sin necesidad de convenio, un breve intervalo durante el cual habría de reponerse de la derrota y restaurar ese halo de digna respetabilidad enturbiado en la charla.

HIJOS DEL INFORTUNIO


Pido al destino que se apiade de aquellos que, desheredados de la cordura, vagan mendigando momentos de lucidez.

Lanaiel

14/5/09

27º pasaje, Cap 7

Con cruel realismo y notoria minuciosidad era exhibido un profuso compendio de las visiones más catastrofistas que la mente del anciano fue capaz de concebir. Con cada comentario el remanente de estoicismo que el capitán atesoraba se perdía inexorablemente, y cuando la barrera burocrática que los separaba fue incapaz de mantener por más tiempo tales condicionamientos se rompió. Fue entonces cuando el cortesano, sabedor de tan ostensible padecimiento, se abrió camino con resuelta naturalidad para desbrozar a su paso cada brizna de convencimiento adherida al sentir. Y despojado el terreno de su lozano verdor sembró con generosa inquina en la aridez de su alma semillas de aflicción que no tardaron en germinar, y como malas hierbas dotadas de profundas raíces lograron erosionar los pilares de unos principios hasta la presente inamovibles.

Por más que el heraldo lo intentaba, le era imposible, sin faltar a la honestidad, hallar el modo de menoscabar o desmentir la disertación de su antagonista. Y sumido en la constricción y lejos de ofrecer una réplica, acogió, no sin sentirse por ello acusado de traición por su propia consciencia, las admoniciones del cortesano.

Todo fue bien para el oficial en tanto que no pasó de ser una exposición de conceptos, en la que cada uno trataba de hacer valer sus ideas para alcanzar un acuerdo lo más ventajoso posible. ¿Mas como defenderse cuando el mismo comenzaba a creer en ese inherente mal que, fomentado por la indiscreción, atentaría contra la hegemonía de La Orden? Y desconcertado, inmerso en el fatalismo de una onírica visión adoptada por un subconsciente con tendencia a atribuir tintes de realidad a elucubradas desgracias, sucumbió el último reducto de convicción. Vagamente, en señal de conformidad, el capitán se limitó asentir, y a falta de algunos por menores la cuestión principal quedado zanjada para siempre.

POR LOS SENDEROS DEL MIEDO

Hasta de los más arraigados ideales podemos deshacernos si conducimos a su portador por los senderos del miedo.

Dejad que se confíen hasta hacerles creer que la balanza se inclina a su favor.

Dejadles hablar, porqué sus palabras descubrirán la debilidad de su alma. Únicamente apoyándoos en ellas podréis franquear a placer las puertas de su voluntad. Valeos entonces de esa recién adquirida familiaridad para aguijonear una conciencia que, llegado a este punto, debería encontrarse maltrecha. Tras esto sólo quedara esperar hasta ver como germina la simiente de discordia.

Es un hecho que todos terminaran por doblegarse al aferrarse a ese algo que interiormente resulta prioritario, y que temen perder más que su propia alma.

Garin

11/5/09

26º pasaje, Cap 7

»Salir indemnes de lo ocurrido no evitará que vuelvan a desviarse, y todo esto sin tener en cuenta que la noticia de que se les han visto juntos habrá de correr por si sola.

»Dejad que las cosas sigan su curso y no permitáis que La Orden se vea implicada en asunto de amoríos, ya que por ende el futuro Señor de Bánum se enterará de todos modos, y es mejor que no hubiera de tildarse a La Orden de indiscreción o de formar parte, en mayor o menor grado, de tan ignominioso suceso. De seguro no habréis de desconocer que al airearse casos como este, la vergüenza tiende a salpicarnos a todos. Pero olvidémonos del resto y hablemos de la parte que os toca.

»Algunos cortos de miras afirman con desatino que la hegemonía de La Orden reside en su mayor potencial bélico. Otros en cambio, lo atribuyen únicamente al hecho de que se vean amparados por los dioses, y pese a que dichos factores no habrán de verse desmerecidos o cuestionados, no son la principal causa de su poder. Es la cohesión y la marcialidad que impera en su sistema lo que la hace fuerte y predispone a todo enemigo al miedo. ¿Quién no temería arremeter contra un muro compacto carente de fallos y fisuras? Y como comprenderéis no ha de permitirse que de cuando en cuando estas irregularidades sean apreciadas. Es por ello que el desprestigio antes citado alentaría los corazones de rebeldes y sediciosos que, agazapados y sin más sustento que el odio, esperan una oportunidad como ésta para levantarse en armas contra una fe que intuirían en detrimento. Y todo esto sin que hubieran de descartarse otras posibles repercusiones fruto de un destino que podría no tener a bien el mostrarse favorable.

»Por descontado quiero pensar que supondréis que cuanto vengo a referiros no son más que meras especulaciones, mas os aconsejaría que las tuvierais en cuenta y valorarais en su justa medida. Que se diera a conocer la implicación de la orden en la muerte de los herederos de ambas casas haría que la situación se pusiera cuando menos desfavorable. Y aunque está claro que no podemos intuir el proceder de sus regentes, ¿quién os dice que el hecho de que ambas queden privadas de sucesores no se torne en el motivo de una fuerte controversia que, no con demasiada dificultad, desemboque en una nueva guerra civil? ¡Una guerra civil!, ahora que perdemos terreno frente a las islas del sur. Sólo bastaría que nuestros enemigos vieran como nos masacramos en una guerra fratricida.

»¿No creéis que al mostrar una debilidad tan aparente a contrarios tan resueltos los alentamos a que adopten la firme determinación de invadir nuestras costas? ―preguntó exaltado, como si se viera condicionado por la visión de sucesos tan horribles.

―Creo nuestro deber encontrar la forma de que esto provoque el menor daño posible ―añadió, exponiendo aún tiempo con palabras y gestos una extraña pero convincente muestra de firmeza y resignación.

8/5/09

25º pasaje, Cap 7

―Porque un juramento me une a ellos. El mismo que ha estado apunto de costarme la vida.

»¿Creéis que habría merecido la pena que hubiéramos muerto por ellos? No vos por vuestra fe y yo por mi promesa, sino por una acción burdamente irreflexiva que propició hechos que no supieron atajarse a tiempo. ¿O es qué acaso en este instante no albergáis, al igual que yo, un inconfesable desprecio hacia ellos?

»No habré de negaros que con mis palabras trato de obtener vuestro silencio, me veo condicionado a ello, pero de la misma manera os digo con sinceridad que me desagradaría, al igual que debería desagradaros a vos, ver como una reputación durante años forjada se envilece, salpicada por la falta de madurez de dos jóvenes irrespetuosos.

De este modo lo que comenzó como un consabido desdén se tornó en un insólito alarde de abrumadora franqueza, y la ausencia de negación del heraldo se interpretó como una discreta afirmación.

―Sea como fuere la decisión os corresponde a vos. El destino, o los propios Dioses, han querido que sobre vuestras manos descansen las semillas de un mal que, liberado, crecería sin conocer mesura.

»Ahora debéis ser fiel a vuestro criterio y consciente de pros y contras, y valeros o no de ellas para que arraiguen en el conocimiento o sean mantenidas a buen recaudo para evitar que se propague tan nociva simiente. Porque aunque sabemos que estaría mal no plantarlas, no desconocemos que el hacerlo sería aún peor.

»Como veis no se trata de dilucidar que es bueno o malo, correcto o no, si no de calcular el daño que habrá de provocar, teniendo siempre en cuenta que más allá de los merecedores de castigo, existen inocentes que se verán dañados. Y como podéis comprobar, el número de los que sin merecerlo sufrirán las consecuencias es demasiado cuantioso para que tal verdad resulte viable.
»Consolaos como yo hice en casos que no diferían mucho de este, pensando que, como dicen las sagradas escrituras: “No habrán de perdurar virtudes ni alegrías en la vida de los que tiende a conducirse por mal camino”.

5/5/09

24º pasaje, cap 7

―Duro será para el prestigio de vuestra Orden encajar el golpe que vos mismo pretendéis asestarle ―añadió el cortesano tras una breve pausa, instante en el cual llegó incluso a tomarse la libertad de apoyar una mano en su hombro. Y el capitán reconoció para sus adentros que el anciano decía verdad.

«Aquieta tu espíritu, aceptando de buen grado los ponzoñosos motivos que te tiendo para que alcances consuelo».

―Vos perderéis vuestro puesto y él, si sobrevive, será condenado a muerte o enviado al frente ―pronosticó mientras señalaba hacía donde habría de yacer el herido. ―¿Y qué habréis conseguido?, ni siquiera el consuelo de arrastrarlos en la caída. Sólo enturbiaréis algo más un prestigio ya enturbiado, puesto que es por todos sabido que ambos atesoran faltas y vergüenzas mayores que las aquí cometidas―. Tras la última observación volvió el silencio, y con él una leve quietud que permitió al capitán comenzar a poner en orden sus ideas.

―Si ha de ocurrir como decís, ¿por qué os afanáis en que no salga a la luz? ¿En qué modo vuestro tutelado o vos mismo os veríais perjudicados? ―dijo interrogando al cortesano, en un último y desesperado intento de evitar el fracaso.

«Aún siendo sabedor de tu derrota te obstinas absurdamente en prevalecer, como el pez que arrancado del mar coletea hasta morir sin importarle cuán lejos pudiera hallarse de la orilla».

2/5/09

23º pasaje, cap 7

«Abrázate con fervor al consejo que he de brindarte, en el que encontraras, además de respuestas, cuanto dolor me sea permitido infligirte».

―Creo que tenéis razón, “capitán”, por muy sórdido que este asunto pudiera parecer debería darse parte, que prevalezca esa verdad que proclaman las sagradas escrituras.

El hecho de que con ello disgustaseis a los señores de dos grandes Casas y que la eficiencia de la guardia eclesiástica quedara en entredicho no debe influir en vuestra inamovible decisión ―afirmó Garin con fluidez, y una resolución enturbiada de sarcasmo.

«Desconcierto. Aún no alcanza a ver lo que se le viene encima».

―Mas decidme, ¿no creéis qué por convincentes que fueran las explicaciones al respecto, no habrá quien no alcance a entender que uno de “vuestros” hombres, tan deferentemente entrenado para ocupar un puesto de responsabilidad, haya sido reducido por una cortesana joven y menuda que apenas llega a la mayoría de edad sin más ayuda que la de un puñal? ¿Qué palabras empleareis para exponer que ese enemigo a abatir, ese agresor con ínfulas de asesino, no es más que una cría remilgada que condicionada por su desgracia juega a ser señora, y que apenas ha de considérasela mujer por el desagravio que sufrió siendo aún más niña? ¿No creéis que al airear esa verdad el nombre de vuestra orden y el de vos mismo quedaría en entredicho? ¿Realmente ignoráis qué habrá buitres acechando, agazapados a la sombra de vuestro cargo, qué esperan una ocasión como ésta para pedir vuestra cabeza, y deseosos de ocupar, tras vuestra caída, el puesto por el que tanto habéis luchado? ¿No os dais cuenta de qué la sinceridad nos perjudicaría a todos más que el silencio?―. Una tras otra se sucedían hostigadoras preguntas. Preguntas que caían sobre él como un incesante aguacero, y apenas el capitán se rehacía, disponiéndose a refutarlas, una cuestión tan hiriente como la anterior era planteada, que de igual modo moría sin obtener respuesta. Por más que quiso, no ofreció más que mutismo y desconcierto.

«¿Dónde está ahora tu gallardía, heraldo del sol? ¿Dónde tu insultante expresión de jactancia? Casi me parece verte menguar a cada aseveración mía. No eres más que un peón insensato que se sostiene de pretensiones.
»¿Dónde están esos omniscientes dioses que rigen vuestros pasos al tiempo que os amparan tiernamente? Si no fuera porqué en un momento como éste es tan poco propicio para ti saberlo como para mi decírtelo te confesaría que yacen próximos a tu voluntad, junto a las almas de todos los que antes que tú cayeron subyugados bajo el peso de mi verbo».

29/4/09

22º pasaje, cap 7

―Mas es nada en comparación con lo que a la dama le espera, puesto que sobre ella caerá a un tiempo la ira de un marido, el dolor de un padre, la vergüenza y desmedro de todo un pueblo y el peso que La Orden tuviera a bien ejercer en relación a sus faltas. Ante delitos mayores que los de él no tendrá más que desamparo.

»Por lo que puedo intuir la situación está próxima a agravarse, y de ser así, tal vez no tarden en seguir mis pasos, convirtiéndose ambos en un recuerdo ―añadió con gravosa malignidad, como si se regocijara de ser precursor y participe de que hubiera de serles infligido aquel futuro padecimiento.

Fue entonces cuando, aprovechando el intervalo aquella prolífica exposición se vio interrumpida cortésmente con un gesto del cortesano, haciendo valer el permiso que se le confirió, siendo dicha petición concedida con otro gesto de idéntica cortesía.

―Temo no haberos comprendido. ¿Tendríais la gentileza de explicarme en que modo podría ella agravar dichas faltas? ―preguntó Garin, al tiempo que creía dilucidar una realidad destinada a cambiarlo todo.

―En el modo en que difiere la agresión al asesinato ―respondió el heraldo raudo y con aquietada firmeza.

«¿Podría residir algo de certidumbre en lo que alcanzo a intuir?»

―Lamento tener que confesaros que pese a lo clarificadora que pudiera resultar tal aseveración, sigo sin saber a qué os referís ―indicó el anciano, fingiendo total desconocimiento. Algo que le hacía sentir que lo que habría de serle revelado influiría en los acontecimientos.

―Tal vez el hecho de que os personarais posteriormente a la circunstancia de la que se hace alusión os ha predispuesto a defender una causa que desconocéis ―apuntó el heraldo con sarcasmo.

―Permitidme que os prive del desconocimiento si como tal existe, poniéndoos al tanto de que fue la dama, y no vuestro tutelado, la que agredió al que se halla postrado. Es por ello que aún no puede conocerse la sentencia ―argumentó gozoso.

ABANDONAR EL NIDO

¿Qué cuando estaréis preparados?
Cuando la verdad en sí misma deje de tener sentido,
y no sea más que aquello que queráis que sea.

Garin

Y fue así como el eclesiástico le proporcionó, sin tomar conciencia, el instrumento con que someterlo. Cuanto Garin argumentó hasta entonces carecía de esa solidez que el conocimiento otorga. De esta forma, predispuso el destino que el heraldo fuera derrotado por su jactancia cuando más próximo estaba de la victoria. Ebrio de seguridad blandió razonamientos que desvirtuaron la esperanza, una esperanza a la que se aferró con tal firmeza que murió por su mano. Mas privado de tal conocimiento siguió sosteniéndola. Orgullosamente mostraba su cadáver al cortesano, lejos de suponer que su indiscreción le había dado muerte.

Sin que aún se hubiese consumado, Garin pudo sentir las mieles del éxito. Debido a su veteranía, le bastaba una mirada para saber cuán cerca estaba un enemigo de ser doblegado. Y pese a que la contienda había tocado a su fin, la conversación habría de verse dilatada el tiempo que Garin creyó adecuado.

Antes de asestar el golpe definitivo, el cortesano tuvo a bien prolongar el martirio de su adversario hasta que la satisfacción que con ello sintiera, mitigara con creces los trastornos que fueron ocasionados por este encuentro.


ANTE LOS HERMANOS DE LA ORDEN


Libraos de todo obstáculo antes de recorrer el camino. Desconfiad de todo aquél cuyos pasos se vean regidos por la fe, porque un hombre que no piensa por sí mismo puede ser más peligroso que el peor conjurador.

Aunque de algún modo parecen predecibles, son conocedores de lo que de ellos espera, y capaces de relegar cualquier sentimiento en pos de causas lidiadas en su nombre.

Corromped si podéis a aquellos fanáticos, hasta que mueran ahogados por la misma justicia que proclaman.

Garin

26/4/09

21º pasaje, cap 7

―Si tenemos en cuenta que la falta está clara, y que la disparidad de rango no ha de ser lo suficientemente grande entre el Señor de Thárin y el marido de la dama como para que pudiera verse eximido de ofrecer una compensación personal; y siendo un hecho que ambos caballeros son hombres de armas, no se podría dar pie ha que ningún paladín interceda sin que esto se interpretara como un claro gesto de cobardía o debilidad.[1] El heredero de La Casa de Bánum querrá hacer valer su derecho en un duelo que de seguro no será pactado a primera sangre. Y aunque con esto no pretendo desmerecer la validez de vuestro tutelado en el manejo de la espada, éste está muy lejos de llegar a ser tal que pudiera medirse con uno de los héroes vivos de nuestro tiempo. Tal vez el más grande de los paladines que la Fe haya conocido, por mucho que se hubiera acomodado. Es por ello que sólo se pospondrá su muerte. Habrá de ser la misma mano que en otro tiempo tuvo la entereza y el furor para librar a La Orden de su mayor enemigo la que dé raudo cumplimiento, restituyendo indirectamente la sentencia que el edicto ha de negarnos.

»¿No os parece qué una vez más los dioses se prestan ha enmendar errores humanos con una notoria muestra de justicia poética? ―preguntó jactancioso, convencido de que el peso de su planteamiento era tal, que no habría de existir la forma de que se viera recusado, siendo el cortesano el que permaneció en silencio en aquella ocasión.

La prolongación de aquella charla unida al constreñido mutismo que Garin adoptó, fue acogido por el capitán como el preludio de un alzamiento que al precio de su vida le conduciría a la victoria. Una nueva aseveración que venía a proclamar que su alegato era irrecusable. Con cada replica ganaba en confianza, y la bruna sombra de temor que aquel gigante protocolario ejercía sobre él comenzó a desmitificarse, al quedar expuesta de una manera tan perentoria a la luz de lo que le resultaba un razonamiento lógico.«Sigue hablando, que sean tus propias palabras las que me pongan al tanto y tu mera indiscreción lo que termine de condenarte» pensó el cortesano, manteniendo su mutismo.

[1] N. del autor: Pese a la importancia de la ofensa, resulta impropio que alguien de más alto linaje se bata en duelo con caballeros que estén por debajo de su condición, en casos como estos se nombra a un paladín.

23/4/09

20º pasaje, cap 7

―No ha de faltaros razón en buena parte de aseveraciones. Como bien habéis dicho, el breve remanente de vida que os alumbra no vale el llevar a cabo en detrimento suyo, un acto que en verdad os condenaría en exceso. Y tan verdad como esto ha de ser que el que intercedierais movido por el deber os hace participe, pero no responsable.

Después de todo, como referisteis, no sois más que un peón con escasas implicaciones; tan carente de culpa como de mérito alguno.

»Por otro lado y aunque resulte irrefutable que vuestro tutelado obtendrá la inmunidad por lo acaecido en lo que a La Orden respecta no terminan ahí sus faltas. Sólo habrá de quedar exonerado hasta que finalice el Concilio. Cuando esto ocurra se abrirá la veda, y aunque mi tiempo de cazador hubiera expirado, el Señor de Thárin no se verá favorecido por el cambio, puesto que él designado a ocupar mi lugar traerá idénticas intenciones, y una motivación mayor que la que me estaría permitido albergar.

»Sabed que aunque el castigo que sobre él se avecina no diferirá del que La Orden le hubiera impuesto, si lo harán los motivos que lo condicionen a ello, ya que estos serán más vergonzosos, y la muerte que ha de aguardarle menos piadosa que la que yo le habría otorgado.

»¿Quién desconoce que el daño infligido al que se pretende ajusticiar suele ser más remiso y acerbo cuando el deber de dar muerte viene ligado a la necesidad moral de hacerlo? Bien es sabido que todo marido tiene derecho a salvaguardar el honor si intuye que éste pudiera estar viéndose dañado o quedando su reputación en entredicho, mas si su esposa es vista de noche y a escondidas con otro caballero este derecho ha de tornarse deber, y todo hombre que se precie de serlo se hace valedor de los medios a su alcance para limpiar tal afrenta. Y como bien habréis podido apreciar nos encontramos ante uno de estos casos en el que se reúnen diversas particularidades, haciéndolo para vuestro tutelado tan insólito como contraproducente.»Pese a considerarme bastante ducho en cuanto se refiere a este tipo de leyes vos habréis de saber de ellas más que yo, por ende no os privéis de corregirme si en algo creéis que errara ―puntualizó el capitán en mitad de la charla, antes de entrar a profundizar con más firmeza.

20/4/09

19º pasaje, cap 7

»De todas formas si queréis que con un poco de sangre lave esta ofensa me ofrezco a dárosla, y si no, decid el lugar y la hora y que las espadas de nuestros paladines busquen la verdad en un encuentro a primera sangre ―se lanzó a decir el cortesano, restándole toda la importancia posible a los planteamientos que el mismo aportaba para dirimir la contienda, como si todo lo demás hubiera quedado atrás zanjado con firmeza.


SÓLO UN CAMINO CARECE DE GLORIA


Poca diferencia puede hallarse entre dos contendientes entregados por entero a sus respectivas causas.

No sólo la victoria es digna de alabanzas. Si se luchó con coraje, la derrota como tal no existe.
La vergüenza, sin embargo, sólo está reservada para los que sucumben al miedo, que retroceden o se rinden, eligiendo dicha vergüenza como una lastimera alternativa a la muerte.

Súlian de Edar


Y fue así como la animadversión que lo predispuso a dar muerte al anciano sucumbió bajo un interminable cúmulo de razonamientos, razonamientos que aunque lo condicionaron a desistir, no le hicieron doblegarse o mostrar cordialidad. Y lejos de lo que podía esperar, tras sopesar las palabras de Garín, el heraldo se vio amparado por cuantiosas verdades de cosecha propia, y que no sólo secundaban los criterios del cortesano, puesto que de igual modo trajeron consigo nuevas perspectivas que, por otros caminos, podrían desembocar en el cumplimiento de sendas sentencias. Ante semejante posibilidad cuanto derrotismo sentía quedó atrás, y henchido de esperanza, con el espíritu renovado, se valió de ellas para presentar batalla.

Abiertamente se mostró altanero. Se autoproclamó caudillo de conceptos, y tal fue su fervor, que sólo la arrogancia tuvo cabida en sus maneras; haciendo gala de uno de los preceptos iniciales del libro sagrado “Los Senderos de la Fe”: “Por numerosos que fueran los obstáculos en su camino, la justicia siempre habrá de remontarlos sin perder su cauce”.

17/4/09

18º pasaje, cap 7

»Si lo pensamos bien ni tan siquiera en la venganza podríais escudaros, porque nada hice para merecerla. No ha de atribuírsele a mi persona el mérito de haberos derrotado, puesto que correspondió desde siempre a esa misiva que tanto veneráis. Y que sería vuestra si decidierais vivir.

»Sea como fuere, creo que podréis regocijaros, pese a todo, ya que supongo que no habría de serme difícil convencer al Señor de Thárin para que, aún después de muerto, os la cediera a tiempo para que fuera quemada junto con vuestros restos ―explicó Garin sirviéndose de venenosos criterios que, pesar de su crudeza, no pudieron ser censurados al hallarse amparados por la verdad. Y todo ocurría sin que en ningún momento se quebrantase el vínculo que, de un tiempo a esta parte, se creó entre sus miradas.

―¿Tan seguro estáis de la carencia de motivos por los que debería privaros de la sangre? ―interrogó el capitán rebosarte de acritud.

―Tanto que si me dais una sola razón amparable en las leyes por la que habría de dárseme muerte, a causa del modo o maneras que para con vos he demostrado, yo mismo evitaré, aquí y ahora, que tengáis que ensuciar con mi sangre las manos de aquél que hasta este día ha contado con una inmaculada reputación ―se apresuró a responder Garin con total convicción. ―Nada podríais achacarme que hubiera de ir más lejos que una satisfacción de sangre, por haberme atrevido a tocaros para evitar que os deshonrarais.

14/4/09

17º pasaje, cap 7

«Queda claro que tu fanatismo te exonera de todo miedo a morir, y que la vida de los demás te importa menos que la tuya propia. Ya conozco tus virtudes y defectos. Quieran éstos seguir conduciéndome de la mano, ahora que me hallo a las puertas del recóndito lugar donde se esconde tu debilidad.

»¿Quieres argumentos?, pues yo te daré tantos y tan convincentes que no habrás de existir para ti nada más verosímil que las razones que habré de ofrecerte»―Todo religioso, incluso antes de ser ordenado, sabe de que la vida no es el bien más preciado que puede perder. Recordad que pese a vuestras faltas aún sois paradigma de virtud. Un heraldo que mostró tal rectitud que se hizo merecedor de portar el ojo de dioses. Es por ello que no debéis olvidar que por breve e insignificante que la vida de este hombre que tenéis ante vos pueda pareceros, tan cargada de años y exenta de virtud, tan flemática o ajena a las emociones, una vida que al fin y al cabo habría de estar tan carente de valor que, a nadie, ni tan siquiera a él mismo le importaría que le sobreviniera o no la muerte, es este hombre, pese a su insignificancia, el que habrá de arrastraros a vos si levantáis vuestra mano contra él. Si os entregáis a la sencilla labor de ejecutarlo sin contar con un “por qué” que lo justifique, estaréis escupiendo con bellaquería sobre los ideales por los que habéis vivido, y todo el sentido que hasta ese momento hubisteis de dar a la justicia moriría con él. Y dado que sabéis también como yo que ese “por qué” no existe, y que ni aún uniendo todas mis faltas tendríais una que me hiciera merecer que mi sangre fuera derramada en tal grado, creo que puedo estar tranquilo, y sentirme sabedor de que no habrá de ser el heraldo que tengo ante mí el que hoy ponga fin a mis días; aunque me resulta imposible aventurarme a ofrecer un criterio similar en lo que a vuestro “yo” primitivo se refiere.

12/4/09

16º pasaje, cap 7

«La sucesión de latidos empieza a amainar; el espíritu se aquieta. La presión sobre la empuñadura disminuye, y, pese a no deshacerse la presa, el forcejeo se atenúa. Comienza a dar muestra de su declive. Es el momento propicio para que vuelva a hostigarlo con comentarios que poco habrían de diferir con la sobria severidad paterna».

―¡Moderaos capitán!, ¡de sobra sabéis que la espada nunca estuvo destinada a solventar tales causas! ―interpeló el anciano. Y tras mantenerse unos instantes aferrado de forma preventiva a su brazo se desligó de él sin apartar la vista, para desandar los dos pasos que representaron el origen de las hostilidades. Sin embargo, y aun apaciguada considerablemente, la tensión se mostraba más reacia a desaparecer de lo que cabría esperar, dejando ver que aparte de los motivos evidentes había algo que el cortesano no supo apreciar. Pero aun así se mantuvo allí, mostrando, pese a lo palpable que resultaba su indefensión, la más circunspecta actitud, sin que por ello el arresto se viera desvirtuado.

―Antes, cuando jactancioso y ajeno a todo comedimiento impartisteis vuestro criterio sobre cómo habrían de castigarme, afirmasteis que sea como fuere yo ya estaba muerto. Pese a que conozco cada código, cada precepto, e incluso cada nueva acotación hecha en los textos sagrados, no pienso aseverar o desmentir ese axioma que con tanta seguridad habéis tenido a bien desvelarme. Mas supongamos por un instante que estáis en lo cierto, y que en realidad gozáis de una visión tan clara de mi destino. Y siendo así decidme: ¿qué habría de impedirme arrastraros conmigo? ―interrogó el heraldo con sorna, dando pie a que las palabras dejaran a su paso el amargo regusto de una latente amenaza. Una amenaza que se mantuvo suspendida en el aire y en todo momento ratificada por su expresión corporal, ya que éste, ahora conscientemente, se aferraba de un modo tan relajado como resuelto a la empuñadura.

10/4/09

15º pasaje, cap 7

«Deja que el rencor fluya más y más hasta alcanzar su cenit, puesto que habrá de bastarme sobrevivir al arrojo del primer envite. Una vez conseguido, sólo me restará instarte, con comentarios que se tornaran en pernicioso remedio, para que el plazo de desgobierno se vea considerablemente acortado, estando la vuelta de la razón tan teñida de culpa y remordimiento por el agravio que tus acciones infligieron a preceptos propios y ajenos, que aquejado de estos males tu voluntad sucumbirá con docilidad ante ellos».

―¿Desde cuándo habéis dispuesto, La Orden o vos mismo, tomar como precepto el castigar verdades? ―inquirió Garin sin demostrar más agitación que la que pudiera atribuirle el forcejeo. Y aunque al igual que en ocasiones anteriores toda réplica le estuvo negada, logró, al entrar en contacto con una razón que trataba de reconquistar un territorio que momentos antes cedido, que el reducto de inquina que se exponía en sus ojos se diluyera paulatinamente. La situación se mantuvo, y en tanto que el heraldo intentaba dirimir aquella contienda personal, entregado a ahuyentar, pese al dulzor de su llamada, los dictados concebidos por el instinto, Garin conservó trabada la mano que sostenía el arma, al tiempo que permanecía expectante, llevando un control preciso y exhaustivo de cómo oscilaban las emociones en el rostro de su adversario. Y aunque el sentimiento de animadversión se imponía, mostrándose como la nota dominante, descubrió que no perduraría al carecer de sustento. Era bien sabido por el anciano que en todo proceso de transición emocional es la duda la que impera si está implícita en él. Aquejado el individuo de tan ominosa sensación termina por perder el arrojo, al tiempo que atormentado por la vergüenza de haber llevado a cabo actos tan irreflexivos, adquiere un desmedido sentido de la sensatez que, en ocasiones, los predispone a mostrar una mayor mansedumbre.

8/4/09

14º pasaje, cap 7

―Cuidaos del influjo que la ira ejercer sobre vos. Haced acopio de estoicidad y confinadla en el lugar más recóndito que hallarais en vuestro interior, ya que apartándola imposibilitaréis que os humille campando a su antojo. Así solo le seria posible recorrer el angosto camino que la conduciría al exterior, cuando la voluntad no hubiera de ponerle impedimento alguno o, los dioses no lo quieran, tuvierais que valeros de ella para dirimir una verdadera afrenta ―expuso Garin, pese a las advertencias y sin el menor comedimiento. Fue esta perentoria conjugación de criterios y maneras, tan impregnados adrede en ominosa ironía, lo que propició que el heraldo se dejara guiar por el impulso que habría de condicionarlo a dar fiel cumplimiento a la llamada que su lado primitivo hizo a la sangre. Y con cuanta determinación se vio predispuesto se entregó a privar, de un rápido y enérgico tirón, la espada de su vaina. Mas cuando la hoja se hallaba próxima a ser liberada el intento se vio frustrado por el cortesano, el cual, con ambas manos y echando el cuerpo, la restituyó a su lugar de origen. Sin embargo, y pese al desconcierto, el capitán no cejó en su empeño, e infructuosamente trató de zafarse de su oponente. Y fue durante el breve intervalo, en el que ambos se debatieron por hacer valer sus propósitos en tan impropia pugna, cuando el cortesano tuvo a bien dirigirse a su contendiente sin apartar la mirada, y con palabras en las que imperaba un apremio carente de temor.

6/4/09

13º pasaje, cap 7

Pese a dar la firme impresión de que a Garin se le iba la contienda de las manos innecesariamente, o que desconocía lo cerca que estaba de convertirse en la inminente víctima de uno de aquellos repentinos brotes de irracionalidad que amedrentaron a algunos y privaron de existencia a otros, no era así. Hasta tal punto creyó tener, desde que se perfilaron los primeros indicios del rencor, plena conciencia del modo en que debía de llevarse esta situación, que no sólo optó por mantenerse al tanto, siguiendo encarecidamente su progresión, sino que se entregó con metódica determinación a contribuir en su desarrollo. Y así fue como valiéndose apenas de un puñado de alusiones, encausó sus formas e instigó al inherente mal que en él moraba, para que en ningún momento se viera truncado tan prospero crecimiento.

Lejos de amilanarse y fiel a la aplicación de unos procedimientos tan eficaces como poco ortodoxos, el viejo cortesano hizo desaparecer, en apenas un par de pasos y sin perder el contacto visual, la distancia que los separaba. Con aquel gesto, primero de otros que habrían de sucederlo, se ponía de manifiesto todo un alarde de la más calmosa sobriedad. Y fue cuando el trayecto difícilmente hubiera podido ser más corto, que dejó que sus fríos y huesudos dedos descansaran con convicción sobre el anverso la mano que sostenía la espada.

Un gesto que no estaría exento de contrariedad, pese a que dicha contrariedad guardó más relación con el descubrimiento que hizo por medio de él, que con la repulsa sentida por tan inapropiada toma de contacto. Y mientras se bandeaba a merced del desconcierto en mitad de aquel alubión de dudas descollaron varias ideas, condenadas a mantenerse a la espera de saber cual acogería como valida, siendo una de las que más se perfilaba para ello, la que afirmaba que aquella acción involuntaria no era más que una sutil arenga de los dioses para librar a la Fe de tan pernicioso elemento.

«Esto ya dura demasiado, y es mi paciencia la que empieza a agotarse. Me obligas a adoptar medidas drásticas ante situaciones que debieron caer por su peso.
»Acabemos de una vez».

4/4/09

12º pasaje, cap 7

«Apenas un paso y terminará tu angosto camino. Y cuando estés al borde del abismo yo estaré allí para ofrecerte un incentivo que no hallaras en ti mismo».

―Sabed que sí por el motivo que fuese lo considerarais adecuado, ni tan siquiera tendríais que hacer referencia de ello, con un simple adiós salido de vuestros labios haríais que cada segundo de esta aciaga noche se tornará en un mal sueño, que con el devenir del tiempo dejaría de tener cabida en la memoria ―expuso Garin, brindándole una salida relativamente digna. Y pese a que fue su propio interés lo que motivó la búsqueda de un acuerdo que no se hallara exento de sensatez, no hizo más que inducir al heraldo a abjurar aún más de perentoria anexión de criterios. Hasta tal punto fue así, que cada una de las insinuaciones que conformaban esta propuesta lapidaron salvajemente el ánimo y la quietud de aquel irascible instinto, acrecentado su ira cuando se hallaba próxima a tomar una forma definida.

―Tal vez, al igual que en ocasiones anteriores, queráis achacar las ofensivas incoherencias diseminadas a lo largo de vuestra amplia exposición a otro de esos repentinos ataques de ancianidad de los que antes os lamentabais con viveza. De ser así, y por consideración a tan desapacibles trastornos que tan molestamente vienen y van, me mostraré para con vos más paciente, aunque también más claro.

Debido a las circunstancias, quiero hacer especial hincapié en un punto que se ha de considerar vital. No deseo, ni estoy dispuesto a consentir, que sigáis dándome vuestra opinión en lo que respecta a mi persona. Y es por ello que quiero pediros encarecidamente que hagáis cuanto vuestras insuficiencias os permitan para recordar esta petición como si de un precepto se tratara.

»Sabed que, pese a lo arduo que pudiera pareceros llevar a cabo semejante ejercicio de concienciación, seria muy acertado por vuestra parte que os entregarais a él respetando mi voluntad, ya que con esto no sólo daréis pie a que las negociaciones lleguen a buen término, sino que además se impedirá que, consciente o inconscientemente, sigáis tratando de escudar o empequeñecer las faltas de vuestro tutelado o de la dama al compararlas con las mías. Tenéis que entender que me sería muy difícil contenerme si proseguís con la exposición de conceptos y criterio que, a mi modo de ver, resultan tan mezquinos como inconsecuentes ―aclaró el capitán, al tiempo que dejaba entrever que, tras la ominosa quietud de su acusado cinismo, no existía más sustento que el de unos ánimos enervados por el pernicioso efecto que sobre ellos ejercía la furia, furia que al no hallar acomodo en su cuerpo lo hacia estremecer.

2/4/09

La clausula de lo portadores del ojo de dioses (Apéndice)

Pese a ello, y lejos de que les fuera ofrecida algún tipo de inmunidad, debían cumplir castigo por las faltas que sobre estos hubieran de pesar. La única diferencia es que en según que casos se purgaban de otra forma. En éste en concreto podría serle aplicada la mayor de las penas que se le infringía a uno de los escogidos, la cual no era otra que la muerte social.
Durante un ritual que ha de allbergar cierta similitud con el que se le realiza a los enemigos de la Fe en el que se procede a la excomunión antes de darles muerte ; estos son desposeídos del don, previa amputación del brazo que posee la marca, de este modo, le es restituida parcialmente su humanidad. Y a excepción de dicha fe, se les obliga a dejar atrás todo aquello que de alguna manera estuviera ligado a cualquiera de sus vidas pasadas.*
A cambio del cumplimiento de estos requisitos se les ofrece un nuevo comienzo privado de dignidad, en el que habrán de dedicarse íntegramente a la redención.

A pesar de su escaso numero, pueden hallarse en alguna de las colonias más alejadas del continente, algún que otro sacerdote que, lisiado y relegado de cargo, deambula cumpliendo sus muchos quehaceres. De este modo la indirecta exposición de su vergüenza es menor y habrá de estar mejor avenida, debido al hecho de que sólo habrá de hacerse extensible a los escasos desconocidos que compartan con él este recóndito lugar por motivos similares. Y si por algún casual alguien cometiera la indiscreción de preguntar por él, al tomar conciencia de su prolongada ausencia o incluso sabiendo de su paradero, o hubiera de aludir a su persona, se haría referencia con visible severidad que aquel que portó del ojo de dioses ha muerto.

*(2) N. del autor: Cuando un aprendiz toma los votos pierde todo vínculo con sus orígenes y familiares empezando desde cero una nueva vida; y del mismo modo ocurre con los que son desbeatificados.

31/3/09

11º pasaje, cap 7

»En estos momentos tendréis la cabeza atestada de preguntas. Preguntas que con facilidad contestaríais si vuestro temperamento no os obligara a abdicar de la razón, para convertir algo tan simple en un notable dilema moral. Preguntas tales como: ¿Tiene algún sentido que dirimamos un caso que podría zanjarse con sencillez? ¿En verdad este error merece tal castigo? ¿Qué después de una vida de abnegada dedicación, vuestra existencia a quedar supeditada a la crueldad que el destino quiso mostrar contra vos esta noche? ―inquirió Garin en una brevísima pausa, que apenas duro el tiempo de percatarse de que no recibiría respuesta alguna.

«Pese a su insólito aguante los signos se acentúan. Bastará con que la presión se mantenga».

―No seáis necio, capitán, y daos la oportunidad de lidiar causas que se presten a ser defendidas. Evitar el castigo posibilitará nuevas victorias, y éstas, junto con el pasar del tiempo, os ofrecerán oportuno consuelo.

»Creedme cuando os digo que por exacerbada os parezca la impotencia ligada a vuestra alma, es un sentimiento pasajero. Un sentimiento destinado a desaparecer o cuando menos a atenuarse, al asumir que la derrota fue desde siempre un hecho. Nunca estuvo condicionada a que obrarais de un modo u otro. La mera existencia del documento hacía que la contienda estuviera perdida de antemano; y nadie que como vos se hubiera regido por lo que está dictado, habría salido indemne ―aclaró el cortesano, expresando, de un modo tan distendido como conciliador, criterios que, veraces o no, se prestarían a desavenencias.Mas en esta ocasión, el hecho de que Garin estuviera versado en cuanto tenía que ver con las leyes, fueran o no eclesiásticas, no lo proveía del conocimiento adecuado. En cualquier caso, resultaba más que improbable que supiera de la existencia de una cláusula que, por la carencia de su aplicación y la privacidad con la que se llevaba a cabo, era poco conocida incluso dentro de La Orden. Dicha cláusula eximía de la muerte física a los que alguna vez portaron el ojo de dioses, debido a la implicación que en vida tuvieron con lo divino.(Apéndice)