30/12/08

Retrato que Ólonam presentó de Garin

Considerables eran las particularidades que caracterizaban a aquel hombre marchito, que pese a su carencia de achaques se precipitaba inexorablemente hacia el umbral de una segunda madurez. Bajo la amplitud de su regia túnica podía encontrarse a una criatura huesuda, de aspecto apocado y decrépito, un árbol torcido y nudoso que en todo momento amenazara con quebrarse debido a la rigidez producida por su mortecina esterilidad. La acentuada lividez de aquel anguloso rostro, consumido y caduco, parecía exponerlo con crueldad como el desafortunado superviviente de una violenta erosión. Sólo en la fría dureza de sus pequeños y escrutadores ojos de comadreja se asentaba imperecedero, el último reducto consagrado a su tiránica supremacía. Lugar desde donde proclamaba abiertamente el desprecio y resentimiento que hacia el resto del mundo sentía. Cualquiera que ávido de curiosidad se hubiera atrevido a asomarse a ellos, habría advertido en la fijeza de su mirar una seguridad manifiestamente insólita, surgida de la nada para alimentar un ego insaciable que no tardó en adoptar forma definida. Y así fue como a lo largo de los años creció, hasta concebirse en la infranqueable coraza interior que con orgullo portaba.



Constantes y encarnizadas fueron las batallas de salón en las que habría de lidiar para cosechar victorias. Conduciéndose con la firmeza de un general siempre dispuesto para acaudillar con singular maestría profusos y compactos ejércitos de palabras difíciles de acallar, con las que este antiguo bastión protocolario era capaz de despedazar, sutilmente y a la vista de todos, al más encomiable adversario.



Sus reiterados triunfos lo hicieron merecedor de esta consabida gloria, que iba dejando a su paso una acentuada estela de temor y admiración, induciendo a los huéspedes enviados a esta casa a solicitar fervientemente ser tutelados por él. Sin haber llegado aún al término de sus días, aquel verdugo de voluntades ya se había hecho merecedor de que su nombre fuera evocado por propios y ajenos; no habiendo de faltar en tiempos venideros valedores de su memoria, llamados a narrar como improvisados trovadores un interminable cúmulo de gestas dejadas a su paso, en las que el grado de admiración o desprecio atribuido dependerá únicamente de la procedencia del historiador.



En cualquier caso no cabe el extenderse mucho más, puesto que por pocas que fueran, demasiadas serían las palabras empleadas para este fin. Dedicadas a un hombre que se entregó en vida a enmudecer a los demás. Es por ello que trataré de abreviar en lo que resta, sin entrar en más detalles que los necesarios.

Dadas las circunstancias, habría de ser el prolífero eco otorgado por su renombre, quien se encargó con diligencia de que su reputación no estuviera exenta de presas.

De todas partes acudieron al ineludible reclamo de su supremacía enjambres de codiciosos diplomáticos, que privados de sensatez venían a gallear ante él. Estando cada uno de estos neófitos cazadores furtivos dotados de un arrojo absurdo; y amparándose ciegamente en él se precipitaban con vehemencia al enfrentamiento, para inmolar de este modo la escasa reputación que hasta entonces hubieran podido adquirir en un vano intento de cobrar una pieza con la que ansiaban conseguir el reconocimiento de sus respectivas casas. Solo el que hoy regenta La Casa de Alerna consiguió, además de resistir, llevándose consigo su dignidad intacta, salir airoso de un reCursivañido encuentro, siendo de entre todas las confrontaciones que públicamente se hubieron celebrado, la que perdura en el recuerdo de los que la presenciaron como la más encarnizada.







Extraído del libro: “Algunas verdades palpables que nadie se atrevió a decir”, del capítulo titulado “Engendros de luz”, en el que acomete abiertamente contra algunas de las más celebres figuras del panorama político. (Este libro fue silenciado al igual que su autor).

28/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 4º pasaje, Cap 5

Durante su avance, antes de que se topara con la luz que delataría sus emociones, se efectuó el cambio. Sin esfuerzo y de forma maquinal todo en él se transfiguró de pronto, como si alguien accionara un resorte, y dichos cambios resultaran tan naturales como el mero hecho de respirar. Sólo aquellos que lo acompañaron en la precipitada búsqueda de Sionel fueron testigos de tan camaleónica maniobra, algo que incluso llegó a desconcertar a los conocedores de tan insólito don.

Su paso solemne perdió firmeza, como sí al acordarse de envejecer cayeran sobre él varias décadas, encorvándolo y haciendo que los movimientos se tornasen lentos e inseguros. A su vez las consabidas artes del engaño proveyeron a este demonio social de una sonrisa nostálgica y cansada, que parecía haberle pertenecido desde siempre. Y el cambio prosiguió, hasta que no quedó nada que lo relacionara con aquel ser que hacía escasos instantes venteaba en la frenética búsqueda de tan furtiva carga, en tanto que lanzaba entre dientes continúas maldiciones que el resto de la escolta prefirió desoír. La vitalidad demostrada entonces resultaba tan impropia de sus años, que a todos se rebeló sobrenatural, como si en sus entrañas se hallara la inagotable fuente de la que provenía la ira y el rencor que con firmeza lo sustentaban. De esta forma, víctima de su auto impuesto amansamiento, mostró a los heraldos un engañoso reflejo de decadencia, un apocado anciano con el que pretendió inspirar la quietud que aplacara la tormenta de intranquilidades desatada con su intervención. Pero a pesar de ello, su ardid conciliador no consiguió alcanzar el efecto deseado, puesto que tan brillante papel quedó eclipsado por una reputación que terminó por convertirse en una segunda sombra vinculada a su nombre, siendo sinónimo de un temor y desconfianza que acabó por asesinar dentro de cada uno de ellos toda posible sensación de seguridad. Sólo el capitán de la guardia eclesiástica, valiéndose de su veteranía, logró aguantar el tipo, aunque a causa de semejante aparición, tan conocida como inesperada, su mirada se llenó de un comprensible escepticismo. (Apéndice Retrato de Garin)

26/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 3º pasaje, Cap 5

Al igual que en circunstancias anteriores, cada vez que había un altercado, sea cual fuere el motivo, quedaba de manifiesto la rivalidad de ambos grupos, levantándose antiguas ampollas de un rencor asumido con dificultad. En aquellos instantes, todos luchaban por contener el desenfrenado latir de corazones rebosantes de acritud. El rápido fluir de la sangre les aceleró la respiración, propiciando que todo aire resultara insuficiente, como si la misma tensión que los envolvía lo hiciera cada vez más y más denso. Y fue cuando el enfrentamiento comenzó a perfilarse como algo próximo, que surgió de la escolta aquel hombre de distinguidos ropajes que avanzó hacia Sionel, mostrando una altiva severidad tras la que arduamente logró contener una rabia interior que ardía en deseos de manifestarse, para exigir la vida de cuantos frente a él se encontraban, puesto que esta estupidez colectiva podía haberle costado la suya propia. Pese al sentir median escrupulosamente las palabras, sabedores de las consecuencias que dichas disputas podrían acarrear.

Avivándose en muchos de los recién llegados las palabras que componían el juramento vigente desde el primer concilio de la segunda era, al que se consagraron para reafirmar su convicción: “Salvaguardaré con mi honor la integridad del invitado, haciéndome tan valedor de ella como si la ajena fuera propia. Todo el que incurra en falta alguna para con mi tutelado, me convierte en campeón de su causa. Y juro, aquí y ahora, dar muerte si fuere necesario a todo el que atente contra lo que hubo de ser dictado, mientras este vínculo mantenga su vigencia”.

24/12/08

Apéndice Part 2 Cap 5 (1)

LEYES DE LA HOSPITALIDAD

Dictan las leyes de hospitalidad que todo anfitrión debe consagrase a la seguridad de su huésped. Y para velar por ella, éstos se verán rodeados en cada momento por aquellos cuya lealtad hacia su casa natal estuviera libre de tacha, quedando para servir eventualmente a los distinguidos miembros de una casa vecina. En el caso de que dicho huésped se viera dañado en modo algún durante la estancia, los encargados de velar por su seguridad serían castigados en consecuencia. De esta forma se acallaría el posible rumor popular que indudablemente habría de despertarse, al tiempo que evitaría que el nombre de la casa o sus intenciones pudieran quedar en entredicho. Del mismo modo, y para reforzar el compromiso y alejar toda duda es costumbre que tales cargos sean ostentados en relación a la importancia del huésped, por lo que ha llegado a darse el caso de que las escoltas estuvieran conformadas por capitanes de la guardia, hijos de éstos, o inclusive por herederos de la casa anfitriona.

22/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 2º pasaje, Cap 5

SED DE SANGRE

¿Cómo negar al cazador que se cobre una pieza prácticamente abatida, cuando se probó con anterioridad el sabor de su sangre?



Súlian de Edar


Desde su aparición, la noche concedió total anonimato a aquel conjunto de sombras que avanzaban decididas, mostrando en su apresurado paso una remarcada actitud castrense. Avanzaron, y a medida que eran alcanzadas por la macilenta luz de las antorchas, iban adquiriendo forma definida. De este modo prosiguieron su acercamiento, hasta que la escasa distancia que los separaba permitió apercibir los colores y signos de unas armaduras que por si solas proclamaban su procedencia; encontrándose este grupo de caballeros, de expresión y atuendo tan belicista, acaudillado por un anciano de elegantes ropajes.

Aún perteneciendo a La Casa de Bánum, esta comitiva llevaba un acentuado distintivo de Thárin, que los acreditaba como la guardia personal asignada por el tiempo que se prolongara su estancia en el interior de estos muros. Así estaba escrito. (Apéndices)

20/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 1º pasaje, Cap 5

Choque de criterios: El tanteo


SIN EL CONSUELO DEL DESPERTAR

No resulta fácil para nadie asimilar el hecho de que, más allá de ese negro mar de pesadilla preñado de miedos e inseguridades que se alberga en cada subconsciente, existe una abrupta realidad con tendencia a permanecer velada hasta formar parte de nuestra existencia; y entonces, sólo entonces, comienza a dar cuenta de nosotros el verdadero dolor. Un dolor que únicamente puede compartir nombre con el que antaño conocimos. Demasiado real. Demasiado terrible para ser concebido por el alma humana.

Las pesadillas, después de todo, no son más que sueños ingratos en los que su efímero padecer apenas es proporcional al consuelo liberador que trae consigo el despertar. Pero sé que cuando dicho dolor es producido por una verdad inamovible, llega perdurar tanto como el que está destinado a sufrirlo.

Lanaiel, con el seudónimo de Nidonae

Una vez que tan macabra ceremonia fue abortada varios de sus integrantes se volvieron presa del rencor, para buscar en la penumbra de la noche al que con su irrupción los había privado de consumar lo que para algunos era considerado una secreta dependencia. El álgido instante en el que aplacar las ansias de matar producidas por una constante e irreprimible sed de sangre. Fue por ello que esta orden se hizo más difícil de acatar para los que en momentos como estos veían perecer su voluntad víctima de dicho frenesí. Y tras apelar a ella, llevados por el sentido común, consiguieron con soberano esfuerzo refrenar, junto al deseo de matar, el de manifestar abiertamente la maldición que en su interior impusieron al desconocido portador de aquellas palabras.

18/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 14º pasaje, Cap 4

Tan ciego estaba de amor que casi llegó a temer que la mujer despertara, que lo privara así del consuelo de ver endulzada la muerte con el beso que pretendía robar impunemente de su boca. Mas fue entonces cuando una voz solitaria y preñada de autoridad irrumpió sentenciosa desde el exterior, para arremeter con rotundidad contra aquellos tendenciosos cánticos, sin más amparo que el que podía ofrecerle el desconcierto producido por su inesperada presencia. La sorpresa causada por la interrupción aniquiló la pretendida solemnidad que trataban de imprimir a ese momento, sumiéndolos en un irremisible caos que terminó por someter la exaltación de un réquiem que se tornó agonizante, y comenzó a extinguirse de cada una de aquellas gargantas que involuntariamente lo condenaron a la ingratitud del silencio cuando tan próximo estaba de consumarse.

―¡Deponed las armas, caballeros de la Fe! ¡Yo así lo exijo en nombre del señor de esta Casa! ―exclamó una voz que a todos pareció salida de la nada.

16/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 13º pasaje, Cap 4

Donde solo tenía cabida un lamento aguardaban dos almas, ya que el mismo acto que habría de condenar a la mujer, abriría para el caballero las puertas de una ansiada liberación. De esta forma, y aún en la llegada de tan inclemente desenlace se le concedía una gracia, morirían juntos mientras la estrechaba entre sus brazos.

Y pese a que sus ansias de posesión no se vieron mermadas en ningún momento estaba cansado, cansado de ver como aquel furtivo amor, huérfano de toda esperanza, se alimentaba como podía de los exiguos despojos que de cuando en cuando se desprendían de una imaginación incipiente, cuya razón de existir no era otra que brindarle, como único auspicio, aquel contrahecho teatro de sueños en el que la realidad se disfrazaba con grotesco idealismo para lograr inconscientemente que una antigua herida se mantuviera abierta, impidiendo así que se ejerciera, con la sutileza acostumbrada, el favorable influjo que sobre los hombres suele producir el pasar del tiempo. Mas sería este mismo amor el encargado de distorsionar dicha realidad, hasta el punto de conseguir que la muerte quedara subyugada, que perdiera ese usual halo de importancia que solía conferírsele, llegando a convertirse en algo tan superfluo e insustancial que fue relegado del pensamiento. Y mientras aguardaba placidamente, en mitad de un insondable océano de tranquila irracionalidad, el advenimiento del fatídico instante en el que sus cuerpos serían privarlos de sangre al ser atravesados por una veintena de espadas, se limitó a posar sus ojos en ella, y al hacerlo descubrió sorprendido cuán propicia resultaba para él su indefensión, la accesibilidad de unos labios que, aún en su pasividad, parecían implorar con fervor atención y ternura.


SUPEDITADOS A MENTIR


No somos más que recipientes, llamados a albergar sentimientos que van y vienen. Podemos aprender a ocultarlos, mas no evitar que afloren en nosotros.
De nada sirve renegar de ellos, porque cuando se es esclavo de una pasión, la voluntad siempre terminará sucumbiendo al deseo.

Pensamiento enviado a los dioses en un ritual de purificación por Ólonam

14/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 12º pasaje, Cap 4

Al verse desposeído del sustento que proporciona el alma el cuerpo fue ofrendado con rudeza a la tierra, convirtiéndose en un desvencijado títere enfermo de lasitud, y condenado a un transitorio letargo que en poco habría de diferir con la muerte hasta el momento en que su espíritu le fuese restituido por los dioses, siempre y cuando esto resultara conveniente a sus ojos. Sin embargo no le faltó en la privación de conciencia, la lealtad de unos brazos que renunciando a la espada impidieron la caída. Y allí quedó ausente de sí misma, y sin más parapeto que el brindado por el cuerpo del que la acogió para fundirse con ella en el silencio de un sentido abrazo. Un abrazo del que se desprendió, junto con la muestra del más puro amor, el pérfido sedimento de esa amarga hiel que siempre nos acompaña para ensombrecer nuestra existencia desde el momento en que tomamos consciencia de que nos hallamos más próximos a la extinción de lo que cabría imaginar. Y pese a lo adversa que la situación se presentaba, y por extraño que pudiera parecer, sólo cuando se desató sobre el pecho del caballero el incesante y embravecido latir del corazón ajeno, logró el suyo recuperar parte de esa quietud de la que fue despojado por el repentino desvanecimiento de la dama; aunque exiguo se a de exponer todo consuelo ante un final que se auguraba tan próximo.

12/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 11º pasaje, Cap 4


Avanzaban. Y tal fue la sistemática sobriedad impresa en los movimientos de tan lúgubres matarifes, que consiguieron desconcertar al caballero. Avanzaban, pero aun así se mantuvo en guardia dispuesto ha hacer frente a la lluvia de acero que se les venía encima. Avanzaban, siendo la prolongada exposición de unas condiciones tan abruptas lo que sumió a la dama en un estado de nerviosismo y temor hasta esa noche vedado; y tal envergadura llegó a alcanzar la negatividad de este influjo, que terminó por despojarla transitoriamente de su maltrecha razón. Con inhumana violencia se le impuso el destierro. Un destierro que propició que junto con ésta se desprendiese del alma un grito, que expresaría con aterradora claridad la impotencia de sentir como su mutilado espíritu sucumbía ante el incesante martirio de vislumbrar la promesa de muerte en el rostro de cada heraldo. Y quiso el destino que se prolongase el daño, hasta que esta misma imposibilidad de asumir la cruenta e inesperada muestra de una justicia futura la empujara por caridad a la inconsciencia, antes de quedar sin remisión vinculada a la locura.

10/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 10º pasaje, Cap 4

De pronto, y sin previo aviso, las antorchas surcaron el cielo nocturno, como fugaces y exiguos cometas alentados adrede para caer entorno a la infeliz pareja, los cuales, con absorto nerviosismo, contemplaban el destino de un avance señalado funestamente por el fuego. Y una vez que se hallaron próximos a ellos, tras su impasible acercamiento, alzaron al unísono un acero que fue empuñado con ambas manos y la hoja hacia abajo.

El hecho de que tan desacostumbrado acto se llevara acabo al unísono y de un modo tan sistemático, propició el despertar de una visión. Visión en la que aquella encarnada comitiva adoptó la siniestra apariencia de una gigantesca y temible figura provista de desmesuradas fauces, de las que emergían, como de un frondoso bosque, singulares y amenazadoras espinas de metal destinadas a traer consigo una clara sentencia de muerte.

Sólo cuando el impertérrito silencio que vino a sumarse a su agonía se esfumó, pudieron contemplar la fría desnudez de una verdad que traía consigo claros tintes de pesadilla, y dispuesta a valerse de la palabra para cimentar aún más tan indeseable presencia.

De la garganta de esta contrahecha bestia irrumpieron al unísono los guturales sonidos de una veintena de voces, para formar ininteligibles letanías carentes de toda emoción, encomendado a los dioses sus almas en una rudimentaria ceremonia de sacrificio.

8/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 9º pasaje, Cap 4

Tan sumidos se hallaban en el póstumo desenlace de aquella irracional trifulca, que no se percataron de que numerosas antorchas se arremolinaban a su alrededor, como un abundante enjambre a la espera de caer sobre ellos en una fugaz y mortífera embestida. Sólo el silencio que acompañó al cese de las hostilidades permitió a Iliandra y Sionel, oír como un coro de espadas irrumpía al salir al unísono de sus respectivas vainas, marcando la obertura de una triste sinfonía, sinfonía cuyos acordes hacían presagiar un efímero final.

Ambos retrocedieron, tratando de retrasar absurdamente la inminente consumación de tan lacónica existencia, mas la escasa esperanza atesorada en la brevedad de esta huida desapareció, cuando sendas espaldas se encontraron con los desesperanzadores muros que delimitaban el jardín.

A pesar de la aplastante superioridad numérica, estos ocasionales sicarios de la muerte demoraban la consecución de su obra, limitándose a acortar distancias en un cauteloso avance. Fue entonces cuando el caballero, desoyendo protestas y objeciones por parte de la dama, hizo uso de la fuerza para anteponerse a ella. Y con tal vehemencia se vio impulsado a preservar la vida de la mujer que amaba, que llegó a olvidarse de sus consabidos deseos de perecer, siendo esta inusual manera la elegida por destino para que, subconscientemente, demostraran con su proceder que nada podía tener más sentido para ellos que la existencia del otro.

5/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 8º pasaje, Cap 4

Sus piernas flaquearon, y lenta y pesadamente se desplomó, para yacer, al igual que un árbol recién talado, en el ingrato suelo. Sometido por ofrecer credibilidad a la hiriente dulzura de sus mentiras. Y solo entonces, con más tristeza que miedo, el heraldo la contempló despojada del halo de divinidad que mantenía su naturaleza velada.

Sobre él, con el puñal aún en alto, permaneció Iliandra, haciendo acopio de quietud para no asentarle un sinfín de feroces cuchilladas; en tanto que los ojos de ella se eternizaban en los suyos. Ojos que habían de reflejar la dureza de un depredador que estuviera al tanto de la presa, aguardando el término de la agonía que precedería a la muerte.

En el transcurso de un breve instante, la virtud que aquella diosa terrenal representó a los ojos del heraldo fue depuesta, al tiempo que Sionel la enaltecía para sus adentros. Tal habría de ser el encomio atribuido a tan inesperado gesto de lealtad, que no perduró en él ni el más leve atisbo de reproche o incomprensión por truncar su muerte, del mismo modo que careció de importancia el hecho de que para que esto ocurriera, se entregase a otro que ocupara su lugar.

CRUELDAD ES…

Crueldad es cuando con risas acrecientas el brotar de lágrimas que en mi necesidad de consuelo creí acallarías. La misma necesidad que me llevó a vencer la vergüenza que me impedía confiar en ti para enseñarte la herida de la que ahora te burlas.
¿Cómo pueden ser mis lágrimas el precio de tu alegría?


Lanaiel.

3/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 7º pasaje, Cap 4

Tras haber sido expresadas a viva voz aquellas lapidarias palabras cargadas de herética deslealtad, el joven se volvió fuera de sí, para contemplar, dominado por una indignación que le hacía temblar de ira, cómo el blasfemo se incorporaba veloz y presto a cumplir la palabra dada. Ante esto el heraldo, movido por el incontenible impulso de preservar cuanto gozaba de su admiración, se lanzó contra la sombra; mal sin rostro que encarnaba la maldad del mundo. Y así, amparándose en el arranque de un odio hasta ahora desconocido, consiguió reunir la entereza necesaria para eludir los consabidos sentimientos de temor y duda que desde siempre habían mostrado por él un apego no deseado. Y de esta forma afrontó, libre del influjo de ambos, lo que interpretó como una esperada prueba de fe.

Cuál no sería su sorpresa, cuando al salir en defensa de la dama se vio frenado por ella. La que otrora se mostrara delicada y gentil se le encaró presa de un rencor demencial, blandiendo una daga que clavó en su hombro con tan salvaje determinación, que pareció que mil vidas dependían de la consecución de su ataque. Sólo entonces reparó en como la traidora mano de la mujer lo había despojado a un tiempo de la fuerza y arrojo que hacía un instante lo engrandecieron, para quedar degradado, hasta el punto de convertirse en el títere de una inexistente causa. Una causa en la que se volcó ciegamente para descubrir que como tal, solo existió en su enturbiada cabeza. Fue el cautivador influjo de tan engañosa gentileza, unido al lapidario manifiesto del caballero, lo que le instó a llevar acabo tan irreflexiva acción. Tras abandonar toda prudencia en aquel arrebato de resuelta insensatez, la pureza que lo produjo fue mancillada, reducida a un irracional acto de servilismo que sería castigado por ella con dureza. En esta forma se truncaron, apenas acontecer, las ensoñaciones provocadas por tan ardiente espejismo, ensoñaciones que dejaron una sensación de mediocridad e insignificancia mayor de la que habría podido soportar un espíritu tan candido.

1/12/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 6º pasaje, Cap 4

Cuando el heraldo se giró para iniciar la marcha, esta hizo lo propio, todo lo rápido que él protocolo permitió, tratando de no exteriorizar en ningún momento tan exacerbada inquietud; y sin dejar de prodigarse en comentarios carentes del menor interés dirigidos a la persona de Sionel, para que así el papel del caballero se redujera al de oyente. Lo tomó del brazo, poniendo todo su empeño en arrastrarlo con diligente cortesía hasta la salida. Pero lejos estaba Iliandra de conseguir dicho objetivo, porque aún dispensados con el mismo trato de favor la reacción de ambos resultó antagónica. El hecho de conocer la situación previa y esta que ella había suscitado no sólo impidió que Sionel sucumbiera a sus cuidadas artes de persuasión, sino que llegara incluso a tomarse a mal el gesto de hipocresía con el que parecía haber dado por tierra a sus planes. Fue la necesidad de una respuesta lo que hizo que su mente se agudizara, descartando el que se amedrentara por los continuos fracasos. Hasta que tras un breve intervalo, creyó encontrar una manera infalible de franquear las férreas barreras que el miedo y ella habían interpuesto entre ambos. Le bastó ver como el heraldo la miraba, para que se materializara en su mente la idea con la que poder dar rienda suelta a los adormecidos instintos del que tan reacio se mostraba a acceder a su voluntad.

«De poco habrá de valerte el ardid, ladina serpiente de cautivadora apariencia y capcioso verbo, puesto que serán las tan prosperas semillas de admiración que sembraste en él, las mismas de las que yo habré de servirme para llevar a buen término mi deseo».

Con la llegada de este pensamiento Sionel experimentó una maliciosa satisfacción, al saberse en plena posesión de la llave con la que arrebatarle el control de sus actos al que Iliandra acababa de someter.

―¡Maldita sea esa enferma doctrina que no consigue engendrar más que a estúpidos traidores! ¿No te das cuenta de que si no intervienes la mataré? ―aseveró con rotundidad, al contemplar como tras permanecer impasible el guardia se disponía a marcharse.


BALSAMO DE MALES

Sólo el mayor de los miedos,
puede otorgarnos el arrojo necesario para vencer pequeños temores
que una vez nos parecieron grandes.


Súlian de Edar