30/5/09

2º pasaje, Cap. 8

A causa de las circunstancias se convirtió en un náufrago que aún a merced de la oscilante marea de dolor logró subsistir. No obstante, este suplicio distaba de ser el mayor de sus problemas. Por extraño que parezca se hallaba tan lejos de verse arrastrado por los condicionamientos propios de una situación como ésta, que ni tan siquiera la posibilidad de sucumbir le suponía algo a tener en cuenta. Todo mal se vio eclipsado por padecimientos que transcendía más allá de cualquier dolencia física. Saberse observado por la impasible mirada del capitán y desconocer que la aparente falta de piedad no era más que un rictus cotidiano lo que precipitó a las cimas de la desesperación. De este modo, y sin que hubiera ningún tipo de barrera moral que diera pie a que el comedimiento se mantuviera incólume, los sentimientos camparon con libertad. Esto dio lugar a un acusado mar de lágrimas que contribuyó a recrudecer aún más las suplicas y llamamientos que, con voz trémula y entrecortada, afloraron como el fiel reflejo de unos estigmas que tras ensañarse con su alma adoptaron la forma de lamentos. Así su padecer fue exteriorizado. Y sería la necesidad de hacer valer sus palabras en un cuerpo que apenas podía llevar a buen término los más simples dictados lo que espoleó al espíritu, hasta conseguir, poniendo en ello la más conmovedora entrega, sacar fuerzas de donde no cabía que las hubiera, y con las que lejos de pretender alcanzar el perdón se entregó desesperadamente a la búsqueda de un ápice de comprensión, del calor humano que aliviara su alma en los que podrían ser los últimos reductos de su existencia.

27/5/09

1º pasaje, Cap. 8

La desesperanza de los caídos: Revelación


CON CADA NUEVA HERIDA



No eres la primera ni serás la última, y sobreviviré a tenerte. No serás más que una nueva herida, una de tantas. El dolor se torna llevadero cuando en la consecución del sufrimiento uno se acostumbra a él.
Ya no espero la felicidad, ni tan siquiera la deseo; no se hizo para mí. A veces la veo como una pasajera errante que acrecienta mi angustia cuando, tras paladearla, se aleja con burlona apatía. Y tras recaer en uno de estos encuentro, sólo me consuela saber que la desesperación apenas dura un instante.


Lanaiel


Tras mancillar la honestidad y ofrecer una somera despedida, Garin fue escoltado al interior por el resto del contingente. Y allí, abandonado al juicio de dioses, quedó el caído y junto a este el capitán, aquél que expuso su vida y sacrificó, en pos de un bien mayor la integridad de ambos. Un capitán que se mantuvo inerte y rumiando lo ocurrido, en tanto su mirada se posaba sobre quien se debatía entre la inconsciencia y la muerte. En momentos como aquél apreciar que su respiración ya representaba un consuelo, al que vino a sumarse la quietud de su inconsciencia. Sería el silencio y la contemplación del cuerpo lo que lo predispuso a recluirse donde razón y conciencia discrepaban sobre lo ocurrido. Mas dicha introspección no duró, junto a la esporádica ceguera quedó abolida al quebrantarse los intangibles lazos que lo retenían en aquel estado de subconsciencia por uno de los más angustiosos lamentos que habría de oir jamás, el cual, no sin cierta dificultad, tratará de definirse, aunque de seguro su semejanza con la veracidad para todo él que no fue testigo estará condenada a revelarse más remota y menos trágica de lo en verdad fue: aquella voz que anduvo sorda y desvaída, huérfana de matices y carente de fluidez, emergió con aflicción de su garganta, como si hubiera trepado con afán por ella sin más ayuda que la de un hilo que en todo momento mostró su predisposición a romperse. Ésta estuvo precedida e inconvenientemente acompañada a intervalos por una tos hiriente, que acrecentó con saña el ingrato padecer de la herida.

24/5/09

30º pasaje, Cap 7

―Heraldo que ahí yaces, oye cuanto he de decirte y responde si es que tus fuerzas te lo permiten. ¿Sabes que dimensiones habría podido alcanzar una acción tan irreflexiva como la tuya? ¡Mínimo es el castigo que el destino ha tenido a bien imponerte! ¡Sólo tú eres el causante y quién cargará con la culpa! ―increpó el cortesano, aún sin ser capaz de precisar si le oía. Y dicho esto negó con la cabeza, e hizo un ademán en el que pretendía reflejar que hacía cierto esfuerzo por calmarse. A partir de ahí todo en él se suavizó considerablemente. ―¿Pero quién soy yo para reprobar el castigo que los dioses han resuelto imponerte? ―se dijo Garin en voz alta, como si el mismo se sorprendiese. ―Disculpa mi acritud, joven heraldo ―solicitó Garin, al tiempo que se inclinaba hasta ponerse de rodillas junto al muchacho.―Esto ya no está en manos de los hombres. Los dioses deciran tu destino ―tales palabras fueron expresadas a viva voz, para que quedara constancia de que el veredicto se tomó de mutuo acuerdo, tras lo cual volvió a dirigirse a él. ―Que vivas o mueras dependerá de que ellos puedan perdonarte.

»―Aunque tu culpabilidad está clara, sabemos que no hubo malicia, y es por ello que rogaremos para que, de un modo u otro, encuentres la paz―. Dicho esto se inclinó algo más y posó los dedos en la herida para, con la sangre que quedó adherida en ellos, dibujar en la palma de la otra mano un rudimentario símbolo de carácter religioso. Acto seguido extrajo de una bolsa colgada del cinto un alfiler de oro labrado, con el que hizo sucesivas incisiones en zonas puntuales de dicho símbolo. Hecho esto, colocó su mano a un palmo de la herida y cerrando el puño la mantuvo allí, para que las gotas de sangre que de ésta manaban se mezclaran con la del muchacho. ―Que la providencia sea contigo y te traiga el perdón ―pidió Garin para él, y asiéndolo con cuidado de la cabeza selló aquel “emotivo” encuentro con un beso en la frente a modo de bendición.

Cada uno de los pasos de este escueto ritual se efectuó fluidez, condicionado por el desconcierto y la lasitud, el mutismo y la mansedumbre propia de todo el que como él hubiera perdido una cantidad de sangre tan significativa.

21/5/09

29º pasaje, Cap. 7

Instantes más tarde los que se ocupaban del hermano caído vieron surgir de un recodo del camino a un par de figuras, que de no estar iluminadas parcialmente por la luz que la llama del báculo desprendía habrían pasado a formar parte de aquel desvaído e impersonal mar de siluetas y sombras que poblaban el jardín.

Expectación contenida se dibujaba en los escrutadores ojos de los subordinados, los cuales, a causa de su condición, sufrían con mansedumbre la dilatada espera de un veredicto que solía extraerse de la expresión sus superiores; la única explicación que no les era negada. No obstante, antes incluso de que se reunieran, despuntó un acusado brote de cólera llamado a sacudir los cimientos de la razón de cuantos allí permanecían. Así fue como de pronto y sin motivo aparente el rostro de Garin se endureció, pasó de la más aparente calma a adquirir una sobrecogedora aptitud inquisitorial, blandida con impávida decisión al tiempo que se avivaba su marcha. En apenas un instante dejó atrás al capitán, y sin oposición alguna rebasó la maltrecha línea que frente al caído esperaba. Y tras ellos, postrado y semi- inconsciente, el motivo de su avance.
Cuando creyó estar lo bastante cerca como para ser advertido se detuvo, y contempló al exánime y convulso muchacho cuya piel palideció, adquiriendo el tono ceniciento que en ocasiones precedía a la muerte.

Pese a su malestar advirtió que alguien se acercaba y al alzar la vista se topó con quien además de su sombra le imponía una mirada que estaba lejos de mostrarse afable.

17/5/09

28º pasaje, Cap 7

Innumerables insinuaciones y puntos de vista fueron expuestos por Garin, ahora sí de forma afable y despreocupada, los cuales eran desdeñados por el heraldo, hasta que muy a su pesar aceptó el que creyó menos descabellado.

Con todo acordado retornaron sobre sus pasos sin prisas, juntos y en silencio, para reunirse con los que allí quedaban. De esta forma se le otorgó al perdedor, sin necesidad de convenio, un breve intervalo durante el cual habría de reponerse de la derrota y restaurar ese halo de digna respetabilidad enturbiado en la charla.

HIJOS DEL INFORTUNIO


Pido al destino que se apiade de aquellos que, desheredados de la cordura, vagan mendigando momentos de lucidez.

Lanaiel

14/5/09

27º pasaje, Cap 7

Con cruel realismo y notoria minuciosidad era exhibido un profuso compendio de las visiones más catastrofistas que la mente del anciano fue capaz de concebir. Con cada comentario el remanente de estoicismo que el capitán atesoraba se perdía inexorablemente, y cuando la barrera burocrática que los separaba fue incapaz de mantener por más tiempo tales condicionamientos se rompió. Fue entonces cuando el cortesano, sabedor de tan ostensible padecimiento, se abrió camino con resuelta naturalidad para desbrozar a su paso cada brizna de convencimiento adherida al sentir. Y despojado el terreno de su lozano verdor sembró con generosa inquina en la aridez de su alma semillas de aflicción que no tardaron en germinar, y como malas hierbas dotadas de profundas raíces lograron erosionar los pilares de unos principios hasta la presente inamovibles.

Por más que el heraldo lo intentaba, le era imposible, sin faltar a la honestidad, hallar el modo de menoscabar o desmentir la disertación de su antagonista. Y sumido en la constricción y lejos de ofrecer una réplica, acogió, no sin sentirse por ello acusado de traición por su propia consciencia, las admoniciones del cortesano.

Todo fue bien para el oficial en tanto que no pasó de ser una exposición de conceptos, en la que cada uno trataba de hacer valer sus ideas para alcanzar un acuerdo lo más ventajoso posible. ¿Mas como defenderse cuando el mismo comenzaba a creer en ese inherente mal que, fomentado por la indiscreción, atentaría contra la hegemonía de La Orden? Y desconcertado, inmerso en el fatalismo de una onírica visión adoptada por un subconsciente con tendencia a atribuir tintes de realidad a elucubradas desgracias, sucumbió el último reducto de convicción. Vagamente, en señal de conformidad, el capitán se limitó asentir, y a falta de algunos por menores la cuestión principal quedado zanjada para siempre.

POR LOS SENDEROS DEL MIEDO

Hasta de los más arraigados ideales podemos deshacernos si conducimos a su portador por los senderos del miedo.

Dejad que se confíen hasta hacerles creer que la balanza se inclina a su favor.

Dejadles hablar, porqué sus palabras descubrirán la debilidad de su alma. Únicamente apoyándoos en ellas podréis franquear a placer las puertas de su voluntad. Valeos entonces de esa recién adquirida familiaridad para aguijonear una conciencia que, llegado a este punto, debería encontrarse maltrecha. Tras esto sólo quedara esperar hasta ver como germina la simiente de discordia.

Es un hecho que todos terminaran por doblegarse al aferrarse a ese algo que interiormente resulta prioritario, y que temen perder más que su propia alma.

Garin

11/5/09

26º pasaje, Cap 7

»Salir indemnes de lo ocurrido no evitará que vuelvan a desviarse, y todo esto sin tener en cuenta que la noticia de que se les han visto juntos habrá de correr por si sola.

»Dejad que las cosas sigan su curso y no permitáis que La Orden se vea implicada en asunto de amoríos, ya que por ende el futuro Señor de Bánum se enterará de todos modos, y es mejor que no hubiera de tildarse a La Orden de indiscreción o de formar parte, en mayor o menor grado, de tan ignominioso suceso. De seguro no habréis de desconocer que al airearse casos como este, la vergüenza tiende a salpicarnos a todos. Pero olvidémonos del resto y hablemos de la parte que os toca.

»Algunos cortos de miras afirman con desatino que la hegemonía de La Orden reside en su mayor potencial bélico. Otros en cambio, lo atribuyen únicamente al hecho de que se vean amparados por los dioses, y pese a que dichos factores no habrán de verse desmerecidos o cuestionados, no son la principal causa de su poder. Es la cohesión y la marcialidad que impera en su sistema lo que la hace fuerte y predispone a todo enemigo al miedo. ¿Quién no temería arremeter contra un muro compacto carente de fallos y fisuras? Y como comprenderéis no ha de permitirse que de cuando en cuando estas irregularidades sean apreciadas. Es por ello que el desprestigio antes citado alentaría los corazones de rebeldes y sediciosos que, agazapados y sin más sustento que el odio, esperan una oportunidad como ésta para levantarse en armas contra una fe que intuirían en detrimento. Y todo esto sin que hubieran de descartarse otras posibles repercusiones fruto de un destino que podría no tener a bien el mostrarse favorable.

»Por descontado quiero pensar que supondréis que cuanto vengo a referiros no son más que meras especulaciones, mas os aconsejaría que las tuvierais en cuenta y valorarais en su justa medida. Que se diera a conocer la implicación de la orden en la muerte de los herederos de ambas casas haría que la situación se pusiera cuando menos desfavorable. Y aunque está claro que no podemos intuir el proceder de sus regentes, ¿quién os dice que el hecho de que ambas queden privadas de sucesores no se torne en el motivo de una fuerte controversia que, no con demasiada dificultad, desemboque en una nueva guerra civil? ¡Una guerra civil!, ahora que perdemos terreno frente a las islas del sur. Sólo bastaría que nuestros enemigos vieran como nos masacramos en una guerra fratricida.

»¿No creéis que al mostrar una debilidad tan aparente a contrarios tan resueltos los alentamos a que adopten la firme determinación de invadir nuestras costas? ―preguntó exaltado, como si se viera condicionado por la visión de sucesos tan horribles.

―Creo nuestro deber encontrar la forma de que esto provoque el menor daño posible ―añadió, exponiendo aún tiempo con palabras y gestos una extraña pero convincente muestra de firmeza y resignación.

8/5/09

25º pasaje, Cap 7

―Porque un juramento me une a ellos. El mismo que ha estado apunto de costarme la vida.

»¿Creéis que habría merecido la pena que hubiéramos muerto por ellos? No vos por vuestra fe y yo por mi promesa, sino por una acción burdamente irreflexiva que propició hechos que no supieron atajarse a tiempo. ¿O es qué acaso en este instante no albergáis, al igual que yo, un inconfesable desprecio hacia ellos?

»No habré de negaros que con mis palabras trato de obtener vuestro silencio, me veo condicionado a ello, pero de la misma manera os digo con sinceridad que me desagradaría, al igual que debería desagradaros a vos, ver como una reputación durante años forjada se envilece, salpicada por la falta de madurez de dos jóvenes irrespetuosos.

De este modo lo que comenzó como un consabido desdén se tornó en un insólito alarde de abrumadora franqueza, y la ausencia de negación del heraldo se interpretó como una discreta afirmación.

―Sea como fuere la decisión os corresponde a vos. El destino, o los propios Dioses, han querido que sobre vuestras manos descansen las semillas de un mal que, liberado, crecería sin conocer mesura.

»Ahora debéis ser fiel a vuestro criterio y consciente de pros y contras, y valeros o no de ellas para que arraiguen en el conocimiento o sean mantenidas a buen recaudo para evitar que se propague tan nociva simiente. Porque aunque sabemos que estaría mal no plantarlas, no desconocemos que el hacerlo sería aún peor.

»Como veis no se trata de dilucidar que es bueno o malo, correcto o no, si no de calcular el daño que habrá de provocar, teniendo siempre en cuenta que más allá de los merecedores de castigo, existen inocentes que se verán dañados. Y como podéis comprobar, el número de los que sin merecerlo sufrirán las consecuencias es demasiado cuantioso para que tal verdad resulte viable.
»Consolaos como yo hice en casos que no diferían mucho de este, pensando que, como dicen las sagradas escrituras: “No habrán de perdurar virtudes ni alegrías en la vida de los que tiende a conducirse por mal camino”.

5/5/09

24º pasaje, cap 7

―Duro será para el prestigio de vuestra Orden encajar el golpe que vos mismo pretendéis asestarle ―añadió el cortesano tras una breve pausa, instante en el cual llegó incluso a tomarse la libertad de apoyar una mano en su hombro. Y el capitán reconoció para sus adentros que el anciano decía verdad.

«Aquieta tu espíritu, aceptando de buen grado los ponzoñosos motivos que te tiendo para que alcances consuelo».

―Vos perderéis vuestro puesto y él, si sobrevive, será condenado a muerte o enviado al frente ―pronosticó mientras señalaba hacía donde habría de yacer el herido. ―¿Y qué habréis conseguido?, ni siquiera el consuelo de arrastrarlos en la caída. Sólo enturbiaréis algo más un prestigio ya enturbiado, puesto que es por todos sabido que ambos atesoran faltas y vergüenzas mayores que las aquí cometidas―. Tras la última observación volvió el silencio, y con él una leve quietud que permitió al capitán comenzar a poner en orden sus ideas.

―Si ha de ocurrir como decís, ¿por qué os afanáis en que no salga a la luz? ¿En qué modo vuestro tutelado o vos mismo os veríais perjudicados? ―dijo interrogando al cortesano, en un último y desesperado intento de evitar el fracaso.

«Aún siendo sabedor de tu derrota te obstinas absurdamente en prevalecer, como el pez que arrancado del mar coletea hasta morir sin importarle cuán lejos pudiera hallarse de la orilla».

2/5/09

23º pasaje, cap 7

«Abrázate con fervor al consejo que he de brindarte, en el que encontraras, además de respuestas, cuanto dolor me sea permitido infligirte».

―Creo que tenéis razón, “capitán”, por muy sórdido que este asunto pudiera parecer debería darse parte, que prevalezca esa verdad que proclaman las sagradas escrituras.

El hecho de que con ello disgustaseis a los señores de dos grandes Casas y que la eficiencia de la guardia eclesiástica quedara en entredicho no debe influir en vuestra inamovible decisión ―afirmó Garin con fluidez, y una resolución enturbiada de sarcasmo.

«Desconcierto. Aún no alcanza a ver lo que se le viene encima».

―Mas decidme, ¿no creéis qué por convincentes que fueran las explicaciones al respecto, no habrá quien no alcance a entender que uno de “vuestros” hombres, tan deferentemente entrenado para ocupar un puesto de responsabilidad, haya sido reducido por una cortesana joven y menuda que apenas llega a la mayoría de edad sin más ayuda que la de un puñal? ¿Qué palabras empleareis para exponer que ese enemigo a abatir, ese agresor con ínfulas de asesino, no es más que una cría remilgada que condicionada por su desgracia juega a ser señora, y que apenas ha de considérasela mujer por el desagravio que sufrió siendo aún más niña? ¿No creéis que al airear esa verdad el nombre de vuestra orden y el de vos mismo quedaría en entredicho? ¿Realmente ignoráis qué habrá buitres acechando, agazapados a la sombra de vuestro cargo, qué esperan una ocasión como ésta para pedir vuestra cabeza, y deseosos de ocupar, tras vuestra caída, el puesto por el que tanto habéis luchado? ¿No os dais cuenta de qué la sinceridad nos perjudicaría a todos más que el silencio?―. Una tras otra se sucedían hostigadoras preguntas. Preguntas que caían sobre él como un incesante aguacero, y apenas el capitán se rehacía, disponiéndose a refutarlas, una cuestión tan hiriente como la anterior era planteada, que de igual modo moría sin obtener respuesta. Por más que quiso, no ofreció más que mutismo y desconcierto.

«¿Dónde está ahora tu gallardía, heraldo del sol? ¿Dónde tu insultante expresión de jactancia? Casi me parece verte menguar a cada aseveración mía. No eres más que un peón insensato que se sostiene de pretensiones.
»¿Dónde están esos omniscientes dioses que rigen vuestros pasos al tiempo que os amparan tiernamente? Si no fuera porqué en un momento como éste es tan poco propicio para ti saberlo como para mi decírtelo te confesaría que yacen próximos a tu voluntad, junto a las almas de todos los que antes que tú cayeron subyugados bajo el peso de mi verbo».