29/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 5º pasaje, Cap 4

Solo los adiestrados sentidos de otro cortesano habrían podido percibir el ligero aire de ansiedad que empañaba tan precipitada actuación. Una actuación que, pese a todo, resultaba convincente cuando solo se trataba de conseguir el silencio de los guardias del jardín, puesto que su condición y el rudimentario entrenamiento que les ofrecían hacía que estos se volvieran dóciles en sus adiestradas manos. Aunque, a decir verdad, poco importaba como de magistrales pudieran ser las alocuciones utilizadas en un caso como este, ya que no eran más que el hilo conductor para establecer la primera conexión empática con su improvisada víctima. Era la dulzura de su voz, y aquella singular hermosura que tan convenientemente venía asistida por un cúmulo de bien sabidas virtudes, lo que había de temerse de la joven, puesto que armonizar a la perfección con cada uno de sus gestos. La cadencia de aquella sucesión de movimientos llenos de gracia y naturalidad parecían encarnar una sutil danza hipnótica, en la que se fue viendo ligado a los sentimientos e intereses de ella por invisibles hilos de admiración y deseo, hasta que estos alcanzaron tal consistencia que se encontró sin saberlo a su merced, aguardando con mansedumbre que devorara su voluntad. Y como era de esperar aquel ardid no tardó en causar en el heraldo el efecto deseado, puesto que, al fin y al cabo, pensó ella, iban dirigidas a un campesino al que se había reeducado para ocupar un cargo de no demasiada importancia.

Una vez amansado por la calidez y libre de toda preocupación quedó absorto por su encanto, al tiempo que trataba de asimilar que alguien de tan elevada condición posara sus ojos en él para disculparse de una forma tan llana y directa que por más que buscó, víctima de una comprensible desconfianza, no logró percibir en su manera de proceder ni el más leve atisbo de la acostumbrada superioridad que solía reinar en toda conversación entre miembros de distintas clases sociales.

«Tus cándidos ojos me muestran cuán dulcemente has sido sometido. Fue fácil. Eres aún más débil de lo que cabría imaginar. Ahora lárgate antes de que Sionel dificulte las cosas rompiendo este bendito silencio».

―“No permitamos que el mal que provocó la noche perdure hasta la llegada del Sol” ―añadió, poniendo de este modo el broche final a una nueva victoria. Por más que quiso no supo responder a la mujer, estaba demasiado desconcertado para articular el increíble caudal de palabras que se arremolinaban en su cabeza. Palabras que fueron rápidamente desechadas al juzgarlas de una pobreza indigna de ella. Y tras envainar el arma la obsequió con una larga y solemne reverencia acompañada de las correspondientes inflexiones propias del credo, mientras una mueca de satisfacción se dibujaba en su cara al oír como era referida en voz alta la cita extraída del libro sagrado.

25/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 4º pasaje, Cap 4

«Quiere hablar y apenas le salen las palabras del cuerpo. Percibo como a cada instante el cerco se va cerrando sobre él, al verse emboscado férreamente por sus propias emociones. Es un acólito joven, con apenas trazas que denoten determinación. Está claro que pese a ser símbolo de ley carece de redaños. No posee más que esa mascara inútil; incapaz de impedir que se muestre a mis ojos su confusión. Sus insuficiencias tienen a bien allanarme buena parte de un camino que de otro modo se mostraría intransitable. Debo insuflar en ese apocado espíritu, a todas luces maleable, convicción de tranquilidad y silencio, algo que carecería de complicación si Sionel no hubiera tomado a bien convertirse en antagonista de todo vestigio de quietud. Tal habrá de ser la persuasión y el encanto que derramaré sobre él, que no será capaz de percibir más presencia que la mía».

―Del mismo modo, debo pediros a vos que nos disculpéis por alterar la ronda. No sabéis cómo lamento ser el origen de vuestra turbación sin un motivo que así lo justificara.

Quedad tranquilo, pues esta acalorada discusión de viejos amigos ha sido zanjada. Y podéis, si así lo creéis conveniente, seguir con la guardia. Os doy mi palabra de que en breve abandonaremos el jardín y no os molestaremos más. Nos iremos esperando que a causa de este desafortunado percance no os dejáramos, a nuestro paso por él, el corazón henchido de cualquier sentimiento de inquietud o animadversión. De ser así ruego me lo hagáis saber para elevar una plegaria a los padres del cielo, en la que habré de pedir que vos quedéis libre de resentimiento, y que consigáis otorgar perdón y olvido a cuanto aquí aconteció.

Haciendo gala de una formalidad deliberadamente enturbiada por su fingida excitación, expuso a ambos palabras portadoras de paz y sosiego, las cuales representaban un llamamiento ineludible al sentido común.

21/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 3º pasaje, Cap 4

Cada uno de los presentes campeaba el temporal de emociones como podía. Algunos en beneficio o detrimento de lo que estas dictaban o era aconsejable. Algunos más o menos supeditados a su influjo, pero en cualquier caso solos. En estos instantes exentos de la bendición del, sol ni tan siquiera la más fervorosa plegaria se habría atendido. Es por ello que toda súplica o petición se encontraría con el patente abandono de la luna, la cual, como en tantas ocasiones, los contemplaba impávida, ajena al dolor, y lejos de mostrar en mayor o menor grado algo tan mundano como la piedad.

«No me es dado rogar, ni hacer saber lo que aquí acontece al recién llegado. No puedo más que embaucarlo, al tiempo que habré, con las mismas palabras, de infundir razón al que valiéndose de cuantos medios tiene a su alcance trata de precipitarse inexorablemente por los acantilados de la irreflexión».

―¡No digáis más! Ruego refrenéis vuestra lengua, la cual se debate airada a causa de mi falta de tacto y el soez lenguaje con el que os dispensé. Lamento haber mostrado para con vos una necedad impropia de personas de nuestra posición.

»No os dejéis llevar, al igual que yo, por fútiles impulsos que arrancarían traidoramente de vuestros labios atolondradas apostillas de las que más tarde pudierais arrepentiros ―solicitó la dama con afligidas palabras expuestas con decorosa sobriedad, al tiempo que su rostro le imploraba con acusado temor que desistiera de semejante actitud. Y dicho esto se giró, para dirigirse al recién llegado.

18/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 2º pasaje, Cap 4

―¡Loados sean los dioses que se dignaron ha acceder a mi plegaria! ¿Eres tú el que envían en mi busca? ―preguntó al joven acólito de forma apremiante. ―Sea como ellos quieran. ―añadió ofreciéndose con convicción la respuesta, sabedor de que no habría de obtenerla del cohibido muchacho.

―¡Adelántate! Deja que tus pasos te traigan hasta aquí para dulcificar la agonía de unas heridas que por más que quisiera no podría mostrarte.

»¡Vamos! Da buen uso a esa espada que ahora empuñas librándome con ella de la abrumadora carga de tan miserable existencia.

»¿Por qué refrenas tu mano renegando del deber? ―inquirió al recién llegado con una contrahecha expresión de incredulidad.

»¡No dudes! Con ello solo retrasar lo inevitable. ¡Vamos, ya tardas! ―prorrumpió con marcialidad, exhortándolo a cumplir la orden que había sido dada. Pero a pesar del tesón todos los intentos resultaban infructuosos, no consiguiendo otra cosa que promover su creciente estado de duda y nerviosismo.

Entretanto la mujer visiblemente alterada, aunque algo más repuesta de semejante esconcierto, logró confinar en sus adentros cuantas muestras de temor sentía, para aventurarse a atajar el demencial monologo iniciado por el caballero, sin que por ello quedara privada del aciago sentir de que, pese a todas las pequeñas victorias con las que postergó el fatídico momento, era como si el destino se obstinara en que se perpetrase tan insustancial derramamiento de sangre.

15/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 1º pasaje, Cap 4



Descubiertos: Sendas muestras de cariño


CASTIGO A UN SOÑADOR

Pero aquel idílico pensamiento se disipó con rapidez, sin que hubiera de quedar más que la humillación y el engaño que sobre él proyectaría a perpetuidad una imborrable mueca de burlona satisfacción.

Dalial

Sobresaltado por la crudeza de los gritos antes proferidos, uno de los heraldos que se hallaba próximo inició una vertiginosa carrera en busca del foco de origen; entregándose a su labor de un modo tan frenético como irreflexivo.

―¡Daos a conocer en nombre de la fe! ―exclamó el recién llegado, dando muestra del acusado desaliento que semejante galopada le provocó.

Una vez frente a ellos extendió con cautela el brazo que sostenía la antorcha, buscando despojar de su anonimato a aquellos que al amparo de la oscuridad habían quebrantado las leyes. Así, espada en mano, increpó a las difusas figuras que frente a él se hallaban, recrudeciendo infructuosamente el tono para infundir respeto.

La trémula luz se abría camino hacia ellos junto con el surgir de palabras, la cuales se quebraron en el momento en que arrancó de tan encubridora negrura el rostro de Iliandra.

A pesar del breve período transcurrido desde su ordenación y reciente traslado a estas tierras, bien conocida eran para él la identidad de la transgresora. Muy al contrario que la del acompañante, que no pasaba de ser una figura arrodillada que sin pretenderlo mantenía entre sombras un rostro en el que aún perduraba el vestigio de lágrimas que recientemente lo surcaron. Allí permaneció el acólito víctima del desconcierto; y sin saber como obrar ante tan insólita situación su mutismo se sumó al de ellos, apenas durante el escaso instante que Sionel quiso que perdurara.

13/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 18º pasaje, Cap 2

Fue así como la mujer alcanzó el efecto deseado, ya que al oír aquella respuesta, más concluyente que la más rotunda negativa, el caballero se apartó con cierta reserva, dejando entrever la angustiosa impotencia que daría pie al rencor experimentado por todo el que encontró rechazo al exponer algo cuya importancia creía vital.

―¡Si te niegas a que me valga de ti, forzaré a otros para que ocupen tu lugar! Suscitaré el odio de cuantos encuentre a mi paso, hasta que el hecho de matarme se torne para ellos ineludible tarea ―exclamó ciego de ira, y muy lejos de recordar las palabras que tuvo que oír de labios de su madre cuando decidió ingresar en la escuela de estrategas: “¿Desconoces qué tu vida, y cuanto te liga a ella, no es un presente que puedas o no rechazar? ¿Has olvidado quién eres, Sionel? ¿Y lo qué de ti se espera? Cíñete a cuantas verdades conoces, futuro Señor de Thárin, y olvídate de lo demás. ¿O es qué en verdad eres tan ingenuo como para pretender encontrar en el exilio un bálsamo contra la infelicidad?

Atiende a este consejo que te dan los años: “Si no sueñas con poseer lo que no habrá de estar a tu alcance, ni demandas a nadie lo que de sobra sabes que no pueden darte, todo padecimiento quedará reducido a los esporádicos pesares que el destino tenga a bien poner en tu camino”.

Prolongada fue la pausa tras proferir futuras intenciones, y cuando al fin se dispuso hablar, sus palabras quedaron interrumpidas al percibir el resonar en la piedra de presurosos pasos que pretendían dejarse oír.

IMPLORANDO UN FINAL

…y que de un solo golpe ciegue el alma,
que al sucio suelo mis restos caigan,
que la vida cese,
que se consuma el ascua.


Fragmento final de un poema funerario encontrado junto a la tumba de un viejo ermitaño. Se cree que dicho poema fue escrito por un poeta local que lo conocía, y que al igual que él, compartía su amor por la vida errante.

11/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 18º pasaje, Cap 3

―¡Regálame con la muerte Iliandra! Carezco del valor para poner fin al sufrimiento ―rogó, depositando el arma en manos de ella.

Mientras lo escuchaba, Iliandra advirtió el peso del puñal y, sin tomar demasiada conciencia de sus actos, asió la empuñadura. Durante unos instantes se mantuvo absorta, contemplando el arma que sostenía sobre él, incapaz de asimilar como de la nada se había llegado a semejante situación.

―Ahora sé, que por más que quisiera no podría volver a alejarme de ti. Y después de lo ocurrido hoy, siento que no estarías segura a mi lado ―añadió, buscando que alcanzara el grado de compresión que posibilitaría su cometido.

Cuando todo estuvo dicho, no quedó entre ellos más que un apremiante e incómodo silencio que delató la agitada respiración de la joven.

Él, sabedor de lo ardua que esta tarea se le presentaba apartó la vista y permaneció postrado, como el cordero que en su ignorancia espera con mansedumbre ser degollado.

Ella, enmascarando la preocupación, trató de mostrar frialdad, porque sólo su disfrazada templanza lograría servir de sustento a aquél que, tras caer presa de sí mismo, estaba siendo devorado ante sus ojos por un irrefrenable desasosiego.

«¿En qué palabras encontraría el bálsamo que lo restituyera de su aflicción?» pensó Iliandra, en tanto se debatía en la incansable búsqueda de una respuesta. Fue entonces cuando recordó aquella frase que en más de una ocasión oyó decir al padre, la cual, sin saber porqué, dejó en su espíritu tan honda huella.

«Lamento tener que valerme de una frialdad no sentida, que de seguro habrá de exponerme ante ti como un ser incisivo y tajante, mas no concibo otro medio de aniquilar la ingrata firmeza de ese deseo de extinción que con tanta premura me solicitas. Tan arraigado se muestra tu padecer, que sería imposible desvincularte de él sin que hubieras de sufrir las inclementes heridas que te infringiré con el verbo».

―¿No crees que ya es bastante duro para mí el contemplar tu caída, como para que asimismo me pidas que me torne en el verdugo que convierta en un hecho tu derrota?

A pesar del tiempo transcurrido volvió a sopesarla mientras salía de sus labios con cuanta firmeza permitió su hipocresía; avivándose el recuerdo de cómo trató en varias ocasiones de ahondar en su significado, anhelando apreciar el alcance de una frase que para ella se mostró tan coherente, que no dejó de repetírsela hasta que las palabras que la conformaban quedaron en la memoria grabadas a fuego.

9/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 17º pasaje, Cap 3

―Esta situación no ha de proseguir… Hemos de rendirnos ante tan clara evidencia, porque ¿de qué nos serviría preservar ascuas de amistad cuando ésta ha sido condenada de antemano por la testarudez de un corazón que se niega a transigir?― Tras la pregunta Sionel alzó la cabeza para mirarla, inmerso en un mar de sentidas lágrimas en el que no conseguía ahogar vergüenza y determinación.

MIL DERROTAS DE UNA MISMA HERIDA

Sumido en la incomprensión,
la tristeza devoraba ávidamente su corazón aprensivo,
hasta que hubo llegado el día en que este insaciable carroñero
no dejó de él nada que mereciera la pena salvar.

Dalial.

Por más que quiso, ella no fue capaz de apartar la vista de un rostro que pese a todo mostraba la exigua quietud del que alcanza, tras interminables cavilaciones, un momento de lucidez; siendo ésta la que le permitió llegar a una conclusión tan triste como deseada. Y sirviéndose de la proximidad del abrazo, el caballero extrajo, sin que ella se percatase, un puñal.

7/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 16º pasaje, Cap 3

Tras desandar aquel trecho sobrevino el reencuentro. Un reencuentro en el que la dama presenció cuán indignamente yacía doblegado por sus emociones el que tanto amaba.

Roto el halo de respetabilidad poco importaban las lágrimas; lágrimas que sin mostrar el menor indicio de mesura se derramaban por su rostro. Ella se aproximó, como un pequeño gorrión que, decidido a traer consuelo, viniera a posarse con piadosa dulzura sobre la bestia herida; ante la que extendió sus alas para, sin aparente miedo, recibirlo en su pecho.

Él, en tanto, tan avergonzado y abatido como huérfano de cariño, sintió que buena parte del dolor lo abandonaba; moría al ser acogido en el afectuoso abrazo de aquélla que sin mediar palabras le otorgaba el perdón. Pero pese a tornarse el regazo cálido bálsamo y oasis de quietud, donde confluyeron cuantas atenciones quiso brindarle, nada hubiera podido calmarlo después de lo acontecido. ¿En qué modo evitar que emergiera fruto de su maltrecha conciencia un nuevo temor, más espantoso que cualquiera de los que fue capaz de vislumbrar en aquellas interminables noches de vigilia? Noches en las que infructuosamente se rebelaba para no sucumbir a un sueño que lo convertiría en la inexorable víctima de una permanente traición. Pero a pesar de la inclemencia y el grado de cotidianidad que llegó a alcanzar la tortura, hasta ese día ésta no pasó de mostrar oníricas visiones engendradas por su aflicción. Campar de hostigadores fantasmas que, convocados con asiduidad por la conciencia, corrompía la pureza de sus deseos, impregnando en realidad cada sueño antes de ser inmolado. Tormento que perdura hasta quedar entre las ascuas de mil y una representaciones, el acuse de su carencia y el pretexto que dio lugar a ella. Sin embargo, salvo por las heridas que hubieran de desprenderse de tan ingrata remembranza, cuanto fuera conjurado en los escasos instantes de sueño arrancado a frecuentes duermevelas perdían con el despertar la veracidad. En cualquier caso estaba al corriente de cuán distinto había de ser. De cómo la constante exposición a ellas socavó tanto su lucidez que, tras volver a quedar expuesto al foco de origen, la intangible agonía que durante años se había retorcido difusamente en su alma comenzó a materializarse, a adquirir una forma bien conocida. Y mientras se contemplaba en ésta, presa de un temor ingente, no pudo evitar preguntarse, enfrascado en la más funesta aflicción, quién protegería de su locura a la mujer que amaba. Tales cotas alcanzó la sensación de desasosiego al verse inducida por lo que tomó como una muestra inequívoca del más diáfano raciocinio, que por privarse de ella llegó a desear que le sobreviniera la mayor de las calmas, aunque por ende se viera condicionada a traer consigo una perentoria extinción. Allí, incapaz de vislumbrar una opción que se le antojaba viable, la muerte se le ofrendaba, mostrándose como el único remedio para erradicar el calvario que representaba la prolongación de una existencia vacía; sin más sentido que el de acuñar dolor. Fue entonces cuando la vergüenza no contuvo por más tiempo sus palabras, y éstas manaron sin mesura como de una herida abierta, para exponer, exentas del menor pudor, la momentánea sinceridad de una mente febril. Una mente que exigía manifestarse, y ante la que por más que se afanaba no conseguía el control.



CON CUANTO HUBIERA DE TRAER CONMIGO

Y al serle negada a su conciencia toda posibilidad de redención,
ésta se debatió conocedora de su condena;
tratando de hacer fructífero hasta el más postrero suspiro.

5/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 15º pasaje, Cap 3

Las preguntas se sucedían. Preguntas que conducían, con insólita claridad, a la única respuesta que podía ofrecer.

Fue la intensidad de sus emociones lo que acabó por dejar de manifiesto la fragilidad de almas que, tras verse atrapadas en aquella espiral de turbaciones, perdieron el control con relativa facilidad, demostrando que tras refinados modales y ostentosos trajes no se hallaba más que el padecer de dos seres, que aquejados por numerosos varapalos vieron condicionada su corta existencia. Espíritus ajados, enfermos, cargados de pesares. Un par de criaturas nerviosas y asustadizas que se mostraban, apenas completada su floración, demasiado próximas a sucumbir a los dictados de una demencia que le impedía tomar las riendas de sus vidas.

Con suma premura se entregó al retorno, decidida por entero a acunar sus lamentos. A evitarle cuanto daño estuviera es su mano. A extirpar, de su mal avenida conciencia, cuanto de pernicioso hubiera de subsistir. A estar a su lado, por y para él.

3/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 14º pasaje, Cap 3

Liberada de la presa huyó sin rumbo aparente, como un animal herido que, sabiendo cuán próximo estuvo de su extinción, procurara por todos los medios desligarse del que se erigió depredador.


Corrió tan aprisa como le fue posible. Corrió sin mirar atrás. Corrió alentada por un temor que, pese a alejarse, tuvo a bien mantenerse a su lado. Corrió hasta que un alarido de desesperación ahogado en el llanto quebrantó el silencio de la noche. Era Sionel quien gritaba, expresando suplicas ligadas al nombre de Iliandra; no siendo capaz, al oírlas, de avanzar un paso más; quedando a merced de la duda, inmóvil en la oscuridad. Mas la incertidumbre duró escasamente un instante. Apenas el tiempo de que su implacable conciencia cayera sobre ella como un reproche de ingratitud que la hizo avergonzarse.


«¿Cómo alejarme al verlo presa de sus pasiones cuando soy la causa del dolor? ¿Qué clase de amor le profesaría si mi miedo fuese tan fuerte que me impidiera tender la mano a aquél que siempre la tuvo tendida para mí?»

1/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 13º pasaje, Cap 3

La continúa exposición al dolor mermó su fortaleza, acrecentando el padecimiento hasta volverlo insoportable; estado en el que apenas alcanzó a pensar que de seguir así en cualquier momento cuerpo y alma se quebrantarían, para no quedar de ellos más que los pedazos de ambos en manos de su inesperado verdugo.
Tras abrirse camino arduamente más allá de una garganta atenazada por el temor, las palabras emergieron de ella, testimoniando, entre sollozos y repetidas lamentaciones, el calvario infligido; apelando a una piedad que podría conducirla a tan ansiada liberación. Mas dicha liberación no estaba en manos del caballero. Era un acusado arrebato de odio quien dictaba sus acciones, el mismo que le hacía desoír una petición de clemencia que en otras circunstancias se ofrecería antes incluso de ser reclamada.

―¡Maldita seas, Iliandra! ¡Y mil veces maldito el amor que por ti siento! Nada me hubiera proporcionado mayor alegría que encontrarte muerta a mi regreso. Porqué sólo la privación de tu existencia podría haber paliado esta imperecedera sensación de tormento.

Un segundo más tarde, tomó conciencia de la funesta sentencia que la exaltación profirió a sus labios; y tras soltar a la dama se desplomó, como abatido violentamente por su propio manifiesto. Y allí permaneció deshonrado, hundido por el peso de tan execrable acción.

SEMILLAS DE MALQUERENCIA




Al sobrevenirnos la inexorable pérdida de cuanto para nosotros dio sentido a la vida, nos abandonamos a ésta; consumiéndonos en la vacuidad de lo que se muestra como una mísera existencia. Y sólo cuando la amargura es mayor que la necesidad de amar, terminamos por arrancar efímeras verdades a unos labios carentes de consideración, que ansían aplacar el orgullo herido. De este modo, paradójicamente hacemos partícipes de dicho mal a cuantos han de amamos.


Dalial.