7/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 16º pasaje, Cap 3

Tras desandar aquel trecho sobrevino el reencuentro. Un reencuentro en el que la dama presenció cuán indignamente yacía doblegado por sus emociones el que tanto amaba.

Roto el halo de respetabilidad poco importaban las lágrimas; lágrimas que sin mostrar el menor indicio de mesura se derramaban por su rostro. Ella se aproximó, como un pequeño gorrión que, decidido a traer consuelo, viniera a posarse con piadosa dulzura sobre la bestia herida; ante la que extendió sus alas para, sin aparente miedo, recibirlo en su pecho.

Él, en tanto, tan avergonzado y abatido como huérfano de cariño, sintió que buena parte del dolor lo abandonaba; moría al ser acogido en el afectuoso abrazo de aquélla que sin mediar palabras le otorgaba el perdón. Pero pese a tornarse el regazo cálido bálsamo y oasis de quietud, donde confluyeron cuantas atenciones quiso brindarle, nada hubiera podido calmarlo después de lo acontecido. ¿En qué modo evitar que emergiera fruto de su maltrecha conciencia un nuevo temor, más espantoso que cualquiera de los que fue capaz de vislumbrar en aquellas interminables noches de vigilia? Noches en las que infructuosamente se rebelaba para no sucumbir a un sueño que lo convertiría en la inexorable víctima de una permanente traición. Pero a pesar de la inclemencia y el grado de cotidianidad que llegó a alcanzar la tortura, hasta ese día ésta no pasó de mostrar oníricas visiones engendradas por su aflicción. Campar de hostigadores fantasmas que, convocados con asiduidad por la conciencia, corrompía la pureza de sus deseos, impregnando en realidad cada sueño antes de ser inmolado. Tormento que perdura hasta quedar entre las ascuas de mil y una representaciones, el acuse de su carencia y el pretexto que dio lugar a ella. Sin embargo, salvo por las heridas que hubieran de desprenderse de tan ingrata remembranza, cuanto fuera conjurado en los escasos instantes de sueño arrancado a frecuentes duermevelas perdían con el despertar la veracidad. En cualquier caso estaba al corriente de cuán distinto había de ser. De cómo la constante exposición a ellas socavó tanto su lucidez que, tras volver a quedar expuesto al foco de origen, la intangible agonía que durante años se había retorcido difusamente en su alma comenzó a materializarse, a adquirir una forma bien conocida. Y mientras se contemplaba en ésta, presa de un temor ingente, no pudo evitar preguntarse, enfrascado en la más funesta aflicción, quién protegería de su locura a la mujer que amaba. Tales cotas alcanzó la sensación de desasosiego al verse inducida por lo que tomó como una muestra inequívoca del más diáfano raciocinio, que por privarse de ella llegó a desear que le sobreviniera la mayor de las calmas, aunque por ende se viera condicionada a traer consigo una perentoria extinción. Allí, incapaz de vislumbrar una opción que se le antojaba viable, la muerte se le ofrendaba, mostrándose como el único remedio para erradicar el calvario que representaba la prolongación de una existencia vacía; sin más sentido que el de acuñar dolor. Fue entonces cuando la vergüenza no contuvo por más tiempo sus palabras, y éstas manaron sin mesura como de una herida abierta, para exponer, exentas del menor pudor, la momentánea sinceridad de una mente febril. Una mente que exigía manifestarse, y ante la que por más que se afanaba no conseguía el control.



CON CUANTO HUBIERA DE TRAER CONMIGO

Y al serle negada a su conciencia toda posibilidad de redención,
ésta se debatió conocedora de su condena;
tratando de hacer fructífero hasta el más postrero suspiro.

2 comentarios:

Vito Márquez dijo...

Vuelvo a retomar tu lectura...

Espero tener un período de estabilidad para poder dedicártelo como mereces.

Ángel Vela dijo...

Pues no sabes lo que me alegra saberlo ;)

Y espero que ese tiempo no te falte. Eres de los pocos que se dignan a dejar mensajes.

Venga un abrazo. Y felices lecturas ;)