11/11/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 18º pasaje, Cap 3

―¡Regálame con la muerte Iliandra! Carezco del valor para poner fin al sufrimiento ―rogó, depositando el arma en manos de ella.

Mientras lo escuchaba, Iliandra advirtió el peso del puñal y, sin tomar demasiada conciencia de sus actos, asió la empuñadura. Durante unos instantes se mantuvo absorta, contemplando el arma que sostenía sobre él, incapaz de asimilar como de la nada se había llegado a semejante situación.

―Ahora sé, que por más que quisiera no podría volver a alejarme de ti. Y después de lo ocurrido hoy, siento que no estarías segura a mi lado ―añadió, buscando que alcanzara el grado de compresión que posibilitaría su cometido.

Cuando todo estuvo dicho, no quedó entre ellos más que un apremiante e incómodo silencio que delató la agitada respiración de la joven.

Él, sabedor de lo ardua que esta tarea se le presentaba apartó la vista y permaneció postrado, como el cordero que en su ignorancia espera con mansedumbre ser degollado.

Ella, enmascarando la preocupación, trató de mostrar frialdad, porque sólo su disfrazada templanza lograría servir de sustento a aquél que, tras caer presa de sí mismo, estaba siendo devorado ante sus ojos por un irrefrenable desasosiego.

«¿En qué palabras encontraría el bálsamo que lo restituyera de su aflicción?» pensó Iliandra, en tanto se debatía en la incansable búsqueda de una respuesta. Fue entonces cuando recordó aquella frase que en más de una ocasión oyó decir al padre, la cual, sin saber porqué, dejó en su espíritu tan honda huella.

«Lamento tener que valerme de una frialdad no sentida, que de seguro habrá de exponerme ante ti como un ser incisivo y tajante, mas no concibo otro medio de aniquilar la ingrata firmeza de ese deseo de extinción que con tanta premura me solicitas. Tan arraigado se muestra tu padecer, que sería imposible desvincularte de él sin que hubieras de sufrir las inclementes heridas que te infringiré con el verbo».

―¿No crees que ya es bastante duro para mí el contemplar tu caída, como para que asimismo me pidas que me torne en el verdugo que convierta en un hecho tu derrota?

A pesar del tiempo transcurrido volvió a sopesarla mientras salía de sus labios con cuanta firmeza permitió su hipocresía; avivándose el recuerdo de cómo trató en varias ocasiones de ahondar en su significado, anhelando apreciar el alcance de una frase que para ella se mostró tan coherente, que no dejó de repetírsela hasta que las palabras que la conformaban quedaron en la memoria grabadas a fuego.

2 comentarios:

Vito Márquez dijo...

Dramática escena...

Ángel Vela dijo...

Creo recordar que te dije que se leiaba ;)