3/7/09

Cap 11 (2)

Pese a tratarse de un ser pusilánime y sin carácter, tan escaso en virtudes como sobrado de imperfecciones, había algo en el maestro de festejos que podía confundirse con arrojo o valentía, mas nunca estas cualidades subyugaron sus miedos. Sólo la curiosidad, su mayor defecto, le infundía determinación. Y como tantas otras veces fue incapaz de desoír la sugerente dulzura que encontró en aquel reclamo.

Con pesadez se levantó del lecho y, tras cubrir su desnudez torpe y apresuradamente con la manta que compartía, encaminó sus furtivos pasos hacia lo prohibido, ansioso de agenciarse respuestas.

Durante bastante rato se mantuvo agazapado junto al quicio de la ventana, para contemplar con impunidad cuanto aconteció desde que Sionel e Iliandra discutieron. Uno tras otro continuó dando profusos sorbos al creciente manantial de imágenes y palabras sin que la necesidad mermara, alcanzando un soberano grado de curiosidad con la aparición de unos heraldos que fueron sucedidos por el séquito de los tutores. Y el entusiasmo adquirió su cenit cuando tras atar algunos cabos y aguzar la vista tomó conciencia de la relevancia de los implicados.

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