20/6/09

11º pasaje, Cap 8

―Gracia…madre ―dijo con voz queda al sentir el agua en sus labios. Y tras intentar vislumbrar su entorno continuó hablando. ―Está oscuro,…aún es pronto…para salir a los campos…con el padre,…dormiré un poco más…Dame una manta, madre,…tengo frió ―solicitó este, mostrando cierta placidez cuando sintió como su cuerpo fue arropado por la misma túnica de la que le desposeyeron para atender la herida.

«Su vida se apaga. Le estoy perdiendo. Se va. Dioses no permitáis que se lleve verdades que podrían cambiarlo todo».

―Óyeme bien. Contesta a mi requerimiento y podrás descansaras cuanto quieras. ¿Él dijo que la mataría? ―preguntó el capitán apremiante, como si el pasar de cada latido contara, y con él creciera su desazón. ―Aún en tu estado te está permitiendo servir a los dioses. ¿Te das cuenta?
―Los dioses…debo ofrendarme…a ellos ―indicó turbado, como si aquella fuera la única palabra con cabida en su conciencia. Ante la proximidad de la muerte debía elevar a los dioses “La última plegaria”, para que tuvieran a bien acoger su alma.

―Guiad mi plegaria,…hermano mayor,…no quiero errar… ―demandó suplicante, como si temiera perecer sin ella más que a la misma muerte, mientras a tientas conseguía aferrarse al brazo del capitán para reforzar su requerimiento. Dicho esto toda posibilidad de continuar con el interrogatorio se esfumó. No podía, por más que lo hubiese querido, negarse a compartir la última plegaria con un hermano moribundo.

Entre sus manos tomó las del joven y comenzó una oración lenta y pausada, a veces recitada a la par, a veces repitiéndose lo manifestado previamente. Y así, de forma lenta y tortuosa, prosiguieron, hasta que la segunda voz se extinguió, dejado huérfana a la que habría de subsistir hasta concluir la plegaria. Sólo entonces el capitán posó su mano en uno de los lugares donde el pasar de la sangre se mostraba al tacto, para descubrir el débil palpitar.

Dada las restricciones a las que lo condicionaba el acuerdo poco más podría hacer, y es por ello que se arrodilló junto a su cuerpo, para empezar una nueva plegaria que no finalizó hasta despuntar las primeras luces del alba.

Seguiré manteniendo la esperanza, hasta que la imposibilidad termine por abatirla del todo.[1]

[1] N. del autor: Comentario hecho por Súlian de Edar, poeta y guerrero, durante la defensa del último bastión de los Thurshálian, el cual hubo de defender con apenas un puñado de supervivientes de los constantes asedios de los ejércitos de las seis casas.

Lo que estaba destinado a ser el extermino de una civilización tomó tintes de esperanza cuando tras una prolongada y exitosa defensa se les planteó la anexión al imperio mediante un tratado de paz en el que no se habló de rendición, sino de compartir los privilegios y deberes que del resto de las casas, formándose así la séptima de ellas, La Casa de Úrman.

2 comentarios:

dafd dijo...

"Óyeme bien. Contesta a mi requerimiento y podrás descansaras". ¿Será descansar?

"Aún en tu estado te está permitiendo servir a los dioses". ¿Permitiendo o permitido?

"... sino de compartir los privilegios y deberes que...". Este último "que" a lo mejor sobra.

Ángel Vela dijo...

soy un desastre... :(

Gracias por los apuntes. En cuanto pueda le hecho una visual ;)

Un abrazo.