29/6/09

Cap 10 (integro)

Santuario: Retazos De Una Pasada Existencia

Atribulado se dejó guiar por los que preservaron su vida, ansiaba llegar a su habitación y hacia ella se dirigía con la esperanza de abstraerse. Qué no daría por alcanzar un sueño que le reportara quietud, por alejarse de un malestar que se nutría de lagrimas y rencores, de la impotencia y del firme deseo de amar. Durante el trayecto el tutelado permaneció inmerso en sus cavilaciones, incluso andar se tornó secuencial, y así se mantuvo hasta encontrarse a las puertas de su reino. Cuán desconcertante resultó hallarse ante ellas, como revivir un sueño en otro tiempo cotidiano. ¿Cómo olvidar su rostro esculpido en ellas o la inscripción sobre el umbral? (apéndice)


Dejando atrás al sequito, franqueó la puerta, y el saberse al otro lado le reportó alivio, un momento de paz que empañó el pensamiento: «Honda huella dejó mi regreso. ¿Qué acontecerá mañana?» Mas no quería, no podía pensar. Con todo, y pese a la esterilidad de sus cavilaciones la necesidad de convicción le dio fuerzas para enmudecer cuanto daño se adhería al alma. Y tras una pausa se internó en la estancia, a la búsqueda de esa familiaridad que le permitiría volver a sentirse parte de ella.


La primera sensación de remembranza que acarició sus sentidos vino con aquella fragancia, que ambientaba la sala de día y la inundaba de noche. Allí, sobre las ascuas de media docena de pebeteros de bronce repartidos por la estancia, se consumían las plantas que habrían de producirla, siendo un hecho probado que pese a no enriquecer su aroma, las setas adheridas a ellas acrecentaban su efecto tranquilizador. «Este fue el aroma que nos envolvió en buena parte de nuestras vivencias» pensó, mientras observaba como largas y profusas volutas de humo se perdían en tan abovedados techos.


Durante el día y desde numerosos puntos la habitación se inundaba de luz, mas con el caer de la noche dicha labor se encomendaba a la llama. Ésta, tan serena y tenue como enérgica cuando se hallaba a merced del viento, se manifestaba lo suficiente como para recorrer el lugar. Además de en numerosas mechas que surgían de un gran candil en forma de árbol, se la encontraba en imponentes antorchas de bruñido azabache, a las que se les dio la apariencia de aves en actitud beligerante. Y tan complacido quedó por la primera impresión, que optó por continuar impregnándose de recuerdos.


No advirtió cambios en el mobiliario o la decoración, mas al llegar donde se exponían los galardones concedidos en justas descubrió un notable aumento. Tanto era así, que aunque no se paró a contarlas, estaba seguro de que donde había algo más de una veintena, se exhibían casi un centenar. Eran muchas, muchísimas, una cantidad impensable para caballero tan cargado de años. [1]


Otra de las cosas que llamó poderosamente su atención fueron aquellos objetos que parecían haber menguado, objetos tales como la armadura dorada cuyo yelmo representaba su semblante de niño en expresión combativa, el suntuoso trono tallado en mármol o el centro que sobre él descansaba. Se aproximó, y tras apartar el cetro se arrellanó en él, para permanecer largo rato, recordando que en otro tiempo, al sentarse, le colgaban las piernas.


Hallándose, ahora si, más cerca, advirtió el rumor del agua. Al igual que en los grandes salones, venía desde las alturas, aunque en este caso terminaba en un imponente arriate que se engalanaba con salvinias y jacintos del agua, del que brotaban pródigamente plantas trepadoras de diversas especies que, manipuladas, cortadas e injertadas a su vez en puntos estratégicos, conformaban la parte viviente de aquel mural, que rememoraba el día en que el señor de Bánum le hizo entrega del reino.


Al otro extremo de la sala, cercado por maderos, se dispuso un espacio de tierra batida, provisto de un generoso armero, un testaferro, y en derredor, como mudos testigos de pasadas justas, se exhibían armaduras de infantes. Jóvenes señores de lejanos reinos que lo desafiaron exponiendo mil y un motivos, desde la mera alusión a una mayor bravura, hasta la resolución de afrentas, pasando por peticiones de amor a Iliandra, en las cuales se aludía a su falta de merecimiento para desposarla en un futuro. Y tras vencer a todos y cada uno, dichas armaduras se convirtieron en trofeos.[2] El amor por ella y el miedo a que se la arrebatasen no solo disipó su repulsa a toda actividad marcial, sino que hizo que se entregase a éstas con fruición.


Y entre tantos pensamientos y visiones recordó algo inconcluso. Fue entonces cuando extrajo un pergamino ya escrito, y añadió lo siguiente: “Mi buen amigo, como quisiera estar cuando comience la cacería, mas mis quehaceres me retienen. Confió en que tus lebreles levanten la presa”. Y una vez sellada la depositó sobre una bandeja para estos fines y marchó a dormir.


Apéndice

“Viajero que hasta aquí encaminaste tus pasos, ante ti se levanta el insigne reino de Sionel. Sea lo que fuere lo que hasta él te trajo de seguro habrás de hallarlo. En igual medida habremos de ser dadivosos, ya sea dando al amigo hospitalidad, como al enemigo acero”.




[1] N. del autor: Aquel caballero que hacía las veces de paladín, instructor, consejero, y regente en su ausencia, le fue cedido por su padre. Y cuando no se hallaba en su compañía o cumpliendo cualquier mandato residía junto a los suyos en una casona en las afueras, circundada por las viviendas de los campesinos y éstas a su vez por el terruño dedicado al cultivo.


[2] N. del autor: Estas, al igual que otras muchas apariciones, fueron fomentadas por el señor de Bánum. De este modo se pretendió aleccionar al joven para cuantos envites le deparara el futuro.

6 comentarios:

dafd dijo...

Me ha encantado este capítulo 10

Ángel Vela dijo...

Pues contento de saberlo. La verdad es que era uno de los pocos que tenía claro. Quizás uno de los que más se diga con menos palabras.
Despues de lo que han pasado, en especial para los heraldos, que se solusione de esta manera me pareció lo más cruel.

Un abrazo ;)

Ángel Vela dijo...

Esto, se me fue la olla, ejejej.

Pensé que te referías al anterior. No lo leí, solo di por hecho que era el siguiente.

Bueno este creo que era especialmente necesario por el final, el resto creo que es un poco más por darle al lector. La verdad es que esta parte se escribió a petición de los que le agradó la idea del pequeño reino. Supongo que es una de las grandes ventajas de ir leyendo un libro a medida que se escribe, ejejej.

No me planteé recoger peticiones, pero caso que salga alguna prometo que se sopesará.


Un abrazo.

dafd dijo...

No te comenté nada del cap. 9 porque no sé... No se me ocurrió nada. Todo en él estaba perfectamente explicado. Pero sí, en efecto, es un capítulo, lo que dices, cruel.
En cuanto al 10, es una descripción. Ya tienes experiencia en varias descripciones en lo que va de novela. Ésta me gustó por la paz y serenidad. Curioso el origen del capítulo, satisfacer la curiosidad de los lectores. Qué bonito, esa relación de ida y vuelta con el lector que se convierte en fuerza inspiradora.

Ángel Vela dijo...

Curioso el origen del capítulo, satisfacer la curiosidad de los lectores. Qué bonito, esa relación de ida y vuelta con el lector que se convierte en fuerza inspiradora.

La verdad es que si. Si no fuera por lo que es, no se me ocurre una manera mejor para que salga un buen libro.

Un abrazo. Nos leemos.

Ángel Vela dijo...

Por cierto, lo olvidaba.

Hay una parte que no sé si queda clara, por si se podías mojar un poco con eso.

"Y entre tantos pensamientos y visiones recordó algo inconcluso. Fue entonces cuando extrajo un pergamino ya escrito, y añadió lo siguiente: «Mi buen amigo, cómo quisiera estar cuando comience la cacería, mas mis quehaceres me retienen. Confió en que tus lebreles levanten la presa.» Y una vez sellada la depositó sobre una bandeja para estos fines y marchó a dormir."

¿Que creis que quise decir con esto?