22/6/09

12º pasaje, Cap 8

Horas más tarde tras repetidas genuflexiones el penitente se puso en pie para contemplar el exánime cuerpo, al igual que cuanta de su esencia se había derramado en el indigno suelo. Mucha sangre lo abandonó antes de que la hemorragia fuera detenida, sangre que liberada de su prisión de carne optó por abrirse camino entre las junturas de la roca formando diversos ramales, como si hubiera huido deliberadamente de él al tiempo que lo vaciaba de vida. Pero aunque aquella sangre que parecía no haberse secado del todo no aparentaba ser más que eso: la sangre derramada de un hombre, lo que allí se expuso al condicionado y metódico mirar del capitán distaba de estar sujeto a convencionalismos o casualidades. Tanto era así que lo que allí se manifestaba cambió su vida para siempre.

Numerosos factores debieron reunirse para hacer posible tan insólita representación, que de no ser por su crueldad hubiera podido tratarse como algo artístico. El caído, cubierto con lo que fue su habito rojo fuego, parecía conformar la figura de un árbol de ramas carmesí cuyo tronco hubiera empezado a secarse.[1] Tal visión para espectadores tan devotos como iletrados habría sido acogida con temor, al dar la impresión de que los dioses le arrancaran la vida movidos por un incontrolable arrebato de creatividad, mas para alguien como el capitán era una señal, una hermosa manera de glorificar al que yacía y tal vez, sólo tal vez, una reprimenda, en la que pretendían hacerle saber cuán descontentos estaban con el trato a uno de sus hijos y, en definitiva, de como terminaron las cosas.

[1] N. del autor: El árbol, además de ser el distintivo de los portadores del ojo de dioses, es uno de los más representativos símbolos sagrados.

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