10/8/08

Preludio, (3º pasaje del Cap 3)

El vasallo lo tomó y, sin abrirlo, comenzó a examinarlo con detenimiento. Los exiguos restos del sello con el que fue lacrado aún estaban adheridos al escrito, siendo estos suficientes no sólo para testimoniar su autenticidad, sino para desvelar vagamente cuánto tiempo había transcurrido desde que la misiva fue escrita.

Resultó insólito para la sombra descubrir cuán pretérita era dicha carta, ya que no podía tener, en modo alguno, concordancia con unos sucesos tan recientemente acaecidos.

La bermeja viveza del lacre había empezado a deslucirse, al tiempo que adquirió el color pardusco que sobre él solía dejar el polvo y el pasar de los meses. Meses en los que la falta de determinación de su dueño la mantuvo confinada en algún recóndito lugar, a la espera del ansiado instante en que la duda y el miedo que en él moraban se le alejaran definitivamente del pensamiento. También logró advertir las acusadas marcas dejadas sobre él por su presuroso desasosiego, sorprendiéndose al percibir la rudeza empleada para profanar la confidencialidad de aquel sello que se presentaba arrancado de forma poco decorosa. De igual manera, lo surcaban en su centro otras marcas que la sombra supuso hechas a consecuencia del ataque de ira que debió de provocar su más reciente lectura.

Sin abrirlo, deslizó con sutil minuciosidad la yema de los dedos entre los pliegues del pergamino, llegando a descubrir mediante el tacto que, a pesar de ser lo primero redactado sobre él, éste estaba colmado de innumerables correcciones; sin lugar a dudas, otra irrefutable prueba de que su autor padecía esa ominosa incertidumbre que tiende a sustentarse en un miedo capaz de enturbiar a un tiempo el ánimo y la razón. Y careciendo de la necesidad de más indagaciones, aquella oscuridad concluyó la investigación restituyendo el pergamino a la mesa. Tan satisfecho quedó por sus averiguaciones que creyó del todo intrascendente proceder a la lectura.

Sólo los hechos tenían verdadero interés para alguien tan versado en la materia, y sobradamente sabía que fueran cuales fuesen las palabras que en él figuraban, estas no hubieran podido decirle más de lo ya conocido.

―Esa es la carta de la que antes hacíais mención ―terminó por añadir escuetamente el señor, como si esperara que este comentario diera pie a alguno más.

«Cuán férreamente han tenido que ser vigilados por esos ojos y oídos que tan diligentes se entregaron a servirte, para llegar a impedir que carta tan confidencial llegara a alcanzar su pretendido destino».

―¿Vuestra hija os hizo entrega de ella? ―preguntó la sombra de forma escueta, pese a conocer la respuesta.

―¡No! Ella no sabe nada. ¡Ni deberá saberlo! ―se apresuró a indicar con vivacidad, tras lo cual prosiguió hablando―. Haría que esta situación le resultara aún más dolorosa, ya que avivando en ella la falsa esperanza de que él vuelva sólo conseguiríamos prolongarle el sufrimiento. Será mejor negarle su existencia, para que, con el tiempo, consiga abjurar de este amor enfermo cuyos esponsales nunca debieron consumarse. El estar al tanto de la carta y los motivos que en ella refiere para explicar su marcha no la beneficiará. La única manera de que conozca la verdad es ocultándole su mentira, ya que sus palabras disfrazadas de promesas terminarían por persuadirla a aceptar su engaño ―explicó, sentenciando a su hija a acunar lamentos.

-Desconocedor de su vil naturaleza, di cobijo en mi casa a ese ladrón. Lo colmé de atenciones, porque creí que su nombre era sinónimo de audacia y honor, y en pago a la hospitalidad que como anfitrión le brindé, no sólo me robó la doncellez de mi única hija, sino que, al verse mancillada su virtud, nos fue negada toda posibilidad de alcanzar perseguidas ilusiones concertadas antes de su nacimiento ―y haciendo una pausa en su confesión para recapitular en el pensamiento, dio paso a un breve silencio que impregnaba este momento de amargura, tras el cual se vio obligado a proseguir con su exposición―. Aun ahora, que se han esfumado las expectativas posibles, no puedo evitar pensar con amargura que tan provechosa unión hubiera dado como fruto una firme promesa de prosperidad, garantizando así la perpetuación de mi linaje. Resulta increíble que tras fraguar el bienestar de mi casa, labor a la cual me consagré durante tantos años de una forma tan ardorosamente encomiable, y estando su consecución sumamente cercana, el más insignificante de los hombres pudiera hacer que todo se disipara como el humo.

»Y ahora que, con el pasar del tiempo, comenzaba a eclipsarse mi desilusión al verse desatendida ante la búsqueda de una tranquilidad que me hubiera llevado a aceptar esta burla del destino, ¡él la abandona!, esgrimiendo el mancillado orgullo de mi hija para asestar un duro golpe al prestigio de mi casa―.

Al terminar de exponer aquella confesión quedó durante unos segundos pensativo, con los ojos fijos en ninguna parte, analizando de nuevo lo ocurrido como si tratara de rumiar esa verdad intragable que se agarraba traidoramente a su garganta, reavivando un odio que no cejaría en su empeño de alimentarse con crueldad hasta alcanzar el deseado resarcimiento.

―¡Vos al igual que yo la habéis visto en la fiesta! ―exclamó señalando las estancias superiores, como si buscara la comprensión de alguien que hiciera excusable su abatimiento―. ¡Ausente de todo y de todos, con la mirada perdida más allá de estos muros! Desde que él se fue, deambula de un lado para otro como si se hallara ausente de sí misma, inmersa en la desesperanzada búsqueda de la dicha perdida ―añadió airado, tras lo cual hizo una pausa para intentar recuperar el control de sí mismo―. Ella aún tiene esperanzas de que vuelva, desconocedora de que, con tales esperanzas, no hará más que alimentar su desconsuelo ―afirmó llevado por la certeza que su pesimismo le aportaba. Pero aún así permanecía erguido, tratando de aparentar estoicismo ante los duros envites de esta contienda; negándole a las lágrimas la libertad que con empeño demandaban las heridas del alma―. Y es por eso por lo que aquí me tenéis, sumido en este deplorable estado de impotencia, sin poder evitar mostrarme tristemente convencido de que su partida acabó despojándola de razón. ¿Y qué podría hacer yo frente a eso? ¿De qué me sirve la posición que ostento? ¿Acaso con todas mis riquezas lograría privarla de su dolor? ¿Conseguiría con ellas comprar su alegría? ―. Y al ver con amargura que, tras una breve interrupción, todas estas preguntas pasajeras que encarnaban el fiel reflejo de su abatimiento quedaban sepultadas en la vacuidad de un ignominioso silencio, se dejó llevar por el agotamiento, y terminó por desplomarse pesadamente en la silla que se encontraba frente al escritorio, apoyando los codos en ella al tiempo que, con sus atrofiadas manos, se cubría el rostro, como si mediante una poco ortodoxa plegaria implorase sosiego.

―Con resignación fui capaz de aceptar que en su crueldad no quisiera el destino darme un hijo varón que ocupase mi lugar, ¿pero deberé permanecer impasible viendo cómo, ante mis ojos, se seca la flor de su juventud? ―Durante el transcurso de tan emotivo monólogo, aquel padre no pudo evitar exteriorizar con desagrado el cúmulo de sentimientos que manaban de él. Hecho que sería del todo impensable de no ser tratado en la discreta penumbra de una habitación en la que se impondría, sobre labios y oídos ajenos, el silencio de una demostrada lealtad, permaneciendo su vasallo, durante la explicación, en profundo y respetuoso mutismo.Y tras la sincera crudeza de sus comentarios los dos fueron regalados con la sobriedad del silencio, hasta que la mente del padre, envenenada en rencor, supo poner en su boca nuevas palabras que, una vez impregnadas en él, fueron pronunciadas. Y estas, ebrias de odio, se manifestaron como un ineludible llamamiento, haciendo inminente un próximo derramamiento de sangre que zanjaría el desagravio, aunque no por ello habría de erradicar el problema. Una sensación difícil de explicar, pero magníficamente expresada, en uno de los escritos de Sulian de Edar:

"Por más que me obstinara en buscar no hallaría la forma de restituir la pureza de la flor que sus manos profanaron. Y aún hoy siento que derramando la última gota de su sangre no haría sanar mi herida, ni restablecería, en modo alguno, el honor mancillado. Pero a pesar de ello su muerte se me antoja necesaria, porque sólo viéndolo privado de la existencia podré acallar las voces que en continuo asedio arremeten contra mi maltrecha conciencia”.

7 comentarios:

Vito Márquez dijo...

¿Quién es el misterioso seductor? Más, más, más...

Se intuye una buena trama. Esto promete.

Vito Márquez dijo...

Ah, se me olvidaba...

Creo que sería mejor que pusieses los pensamientos del intelocutor del noble en cursiva, para que visualmente se distinguiese mejor el texto.

Ángel Vela dijo...

¿Quién es el misterioso seductor? Más, más, más...

Hola de nuevo ;)

Lamento decirte que te has convertido en víctima de lo que ha dado en llamarse: "Sindrome del culebrón", jajajaja.

Más...pues haberlo hailo, y mucho, pero como corra demasiado me cojeis, que la novela no está terminada, ajajaja.

De aquí a poco tienes la continuación, (tengo que maquetarla y todo)y a ver si la gente mete un poco de presión.

Es una pena que a algunos les cueste tanto comentar, como ya dije en algún hilo, con un: "leido, sigo leyendo" ya sabría quien me lee y por donde va, y aparte de darme el alegrón me ayudaría a ponerle un ritmo a los envios :(


Se intuye una buena trama. Esto promete.

A ver ya me iras diciendo, y si ves que se me va la cabeza me das el toque.

Bueno no me enrollo más, un abrazo, nos leemos ;)

Ángel Vela dijo...

Ah, se me olvidaba...

Creo que sería mejor que pusieses los pensamientos del intelocutor del noble en cursiva, para que visualmente se distinguiese mejor el texto.

lo tengo en cuenta, no sé si es muy correcto el hacer eso,(porque,¿te refieres a todos los que preceden a los dialogos?. No me quedó muy claro).


Ya me dices lo que sea. Nos leemos ;)

Vito Márquez dijo...

Si, claro. Justo a esos.

Ángel Vela dijo...

ok, lo tengo en cuenta, gracias;)

Un abrazo.

Ángel Vela dijo...

Por cierto Vito, y como detalle curioso. Decirte que este fragmento salió a raiz de una charla telefonica que tuve contigo referente a los pergaminos, su antiguedad, como se descoloria el lacre y demás.

De manera que esta escena se la debemos a esa cabecita privilegiada que dios te ha dado, y a tu capacidad de almacenar conocimientos y mantenerlos siempre frescos, Es un cumplido, aunque parezca que te estoy comparando con un frigorifico, jajajaja).

Un abrazo grande, y gracias por estar siempre ahí.