
Extinguida la luz de la estrella de la mañana las puertas que daban al jardín se abrieron, surgiendo de ellas varios grupos que formaban en filas de a dos, envueltos en largas túnicas granates que conferían una apariencia impersonal. Portaban antorchas e incensarios, descollando en el cinto de cada acólito la empuñadura de una hoja que no desmerecía respeto.
Al igual que tantas noches que precedieron a ésta, se dispuso el cortejo fúnebre de los Heraldos del Sol; monjes guardianes encargados de llevar luz allí donde hubiera oscuridad. Así como es dictado en la plegaria a modo de bendición con la que se les otorga al finalizar el noviciado, llamada a convertirse en la prebenda para una existencia: “Ilumina cada sendero a tu paso, arrancando la negrura que de la luz se esconde. Tú serás el estandarte llamado a proclamar a los cuatro vientos la palabra.
Ve, símbolo de pureza, y aliméntalos con tu Fe hasta que sobrevenga el despertar de sus almas, y nuestro dogma se muestre a sus ojos más preciso que la propia existencia”.
2 comentarios:
Interesantes estos Heraldos del Sol. Buen detalle.
Saludos Vito ;)
En este mundo la curia está dividida en varios contingentes, cada uno con su labor. Ya irán saliendo más de fondo de alguna que otra historia.
Un abrazo.
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