30/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 12º pasaje, Cap 3

―¡Contesta! ―exclamó alzando la voz hasta crisparse―. ¿Dónde han quedado ahora esas complacientes miradas y contrahechas peroratas que se muestran ante la verdad tan oscuras y vacías como tu pérfido corazón?―. A medida que proseguía aquel infructuoso interrogatorio, los gruesos y ásperos dedos del acusador se hundían más y más en su blanca carne, al tiempo que la zarandeaba instándola a responder.

―¡Contesta maldita seas! ¿O es qué pretendes humillarme aún más con tan ingrato silencio? ―exclamó, exhortándola a quebrantar su mutismo en pos de una respuesta satisfactoria.

28/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 11º pasaje, Cap 3

―¿¡Qué es lo que en mí se alberga, mostrándose a tus ojos tan horrible!?... ¿¡Qué sentido tiene el mortificarme con una actitud tan ingrata, que consigue distorsionar y envilecer ese reflejo de honestidad que creí poseían mis sentimientos!?...¿¡Por qué haces que se expongan mis pasiones o los dictados de mi corazón, como algo insano y grotesco que pareciera estar más en consonancia con los ingobernables desvaríos del febril alma de un demente?―. Las palabras de aquel antiguo pretendiente se sucedieron sin dilación ni reparo; el cual, al verse hostigado por su maltrecha conciencia, blandió cada reproche, como si se tratasen de hirientes instrumentos de tortura.

26/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 10º pasaje, Cap 3

―¿¡O es qué no merezco amar y ser del mismo modo correspondido!? ―increpó con vehemencia, en tanto seguía debatiéndose en aquel airado monólogo, buscando desesperadamente arrancar con tan violenta declaración de amor una respuesta satisfactoria. Pero ella que, sobrepasada por lo acontecido, no pudo hacer frente al firme rencor que se exponía en su mirada, cerró los ojos y apartó la cara, tratando de renegar de la pesadilla que le estaba tocando vivir.

El temor y la impresión habían paralizado su lengua, y consciente de su desamparo no le quedó más que rezar para sí, pidiendo, al tiempo que se debatía presa de visibles temblores, que su padecer terminara cuanto antes.

24/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 9º pasaje, Cap 3

Las recias manos del enamorado atenazaron sus gráciles brazos, y con relativa facilidad la arrancaron del suelo, alzándola hasta que sus rostros quedaron a tan escasa distancia que, pese a la exigua luz, la dama pudo ver con claridad la nueva expresión que en él instauró el odio. Éste se desencajó, contrayéndose en reveladoras muecas de irreflexión que dejaba de manifiesto que su temperamento se había desbocado hasta el punto de hacer huir la razón. Sus ojos, amargos manantiales de lágrimas, la eligieron como víctima de su desprecio. La rabia creció más y más, hasta llegar a un punto en el que parecía no poder ser por más tiempo contenida. La respiración del caballero se volvió agitada, y al sentir todo aire escaso comenzó a resollar mientras apretaba con fuerza los dientes, mostrándolos visibles y amenazadores, como si en cualquier momento fuera a arremeter contra ella para propinarle salvajes dentelladas.

23/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 8º pasaje, Cap 3

Fue el dolor lo que le hizo renegar de la prudencia acostumbrada. El dolor, lo que derribó barreras impuestas por el comedimiento; y libre de ataduras se desprendió sobre ella en un irreprimible alud de crueles preguntas e ingratos reproches.

―¿Realmente creías que sería tan sencillo? ¿Qué sólo con alejarme de tu lado el tiempo me enseñaría a olvidarte?... ¿Cómo has podido llegar a pensar que lo que sentía por ti no era más que un capricho de juventud que tarde o temprano terminaría disipándose como la niebla? ―exclamó aquél que al borde la exaltación exigía ser comprendido.


AQUEJADOS DE AMOR

¿Qué oscuro poder tenía aquello que envenenaba el alma, tornando en locura el amor?

Dalial



―¿¡Tan difícil resulta de entender!? ―inquirió el caballero que, ciego de ira y enfermo de amor, se abalanzó sobre ella manifestando la rudeza de sus más primitivos instintos.

20/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 7º pasaje, Cap 3

A pesar de la autoimpuesta tregua, no trajo el tiempo cambios ni la distancia olvido; y del mismo modo en que antaño sucedió, volvió a quedar preso de sus pasiones sin poder compartir sentimientos que maduraron con él, y a los que dicho tiempo se negaba a ofrecer una muerte piadosa. Aun así trató inútilmente de asimilar su indignación, ¿Mas cómo asumir esa sensación de ridícula insignificancia sin proferir un lamento que se elevara para arrancar lágrimas al cielo? Como en la última frase de aquella oda al hombre solo escrita por Lanaiel: “En algunos días de lluvia he llegado a pensar, en un intento estúpido de encontrar consuelo, que el cielo se hermana conmigo, y juntos lloramos mi pena”.

Seguía perdido, como un peregrino sin rumbo en las lagunas del entendimiento. Aunque más que a ella, no conseguía entenderse a sí mismo. ¿Qué hacía allí después de lo ocurrido? ¿Qué extraña fuerza lo arrastraba, permitiéndole dejar a un lado su mancillando orgullo y que quedara en evidencia una dignidad que ya se mostraba maltrecha de un tiempo a esta parte? ¿Y cómo es que pese a tomar plena conciencia de ello, estos periodos de humillación no representaban para él un serio problema si podía pasarlos en su compañía?

EL TRIUNFO DE LA SINRAZÓN

¿De qué nos sirve la razón cuando es el corazón quien decide?

Súlian de Edar


De nada le serviría engañarse. El amor que sentía era más fuerte que su voluntad, y tan pernicioso, que a su lado el mayor padecer llegaba a adquirir insustancialidad. Así fue como tan puro sentimiento pereció en presencia de la inaccesible dama; emergiendo de sus cenizas un inquebrantable adversario que le obligara a quedar postrado ante sí mismo, a tomar conciencia de una debilidad tan patente que resultaría innegable a los ojos de cualquiera.

El hecho de que su latir se mostrara ingobernable no le restaba lucidez, por lo que estaba al tanto de aquella extraña mezcla de estupidez y cobardía que, carente de escrúpulos, lo envolvían; haciendo que en ocasiones se tornara artífice de unos actos que denotaban la carencia de toda racionalidad.

POR TI

Sobre el altar de mis principios sacrificaré el orgullo,
asesinando dulcemente el sentido de mi vida.


Lanaiel.

18/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 6º pasaje, Cap 3

―Nada ha cambiado para ti… ¿verdad?―. A pesar de lo obvia que la respuesta resultaba dirigió hacia él dicha pregunta, que, si bien estaba cargada de la más directa indiscreción, sonaba liviana en sus labios; como si llevada por el tacto consiguiera de algún modo atenuar la vergonzosa exposición de sus ignominiosos matices, para imprimir a tan delicado asunto cierta naturalidad. El tono de su voz destilaba comprensión y quietud, y tal vez el caballero hubiera apreciado la reconfortante calidez con la que ésta le obsequiaba, nutriéndose de ella como en tantas ocasiones pasadas, si las palabras no se hubieran mostrado como fieles delatoras de su carencia de entendimiento, de su hiriente hipocresía, y de lo ajena que en realidad estaba de entender la magnitud de semejante padecer. Por más que quiso no pudo evitar sentirse indignado ante aquella inesperada pregunta, que se rebelaba como un vano intento de suavizar lo ocurrido. El hecho de que en lo concerniente a tan delicado asunto ella hiciera gala de su apatía se antojó cruel a los ojos del caballero, el cual consideró que con tan irreflexiva consulta se desvirtuaban los preceptos de su propia existencia y que para nada se hacía cargo de la ardiente pasión que hasta ese día coexistió en su pecho, como una etérea acompañante llamada a acrecentar la soledad que progresivamente devoraba la vitalidad de un espíritu de por sí frágil; proporcionando un amargo sustento, mientras se mantenía a la espera de recoger el utópico fruto de unos anhelos que darían sentido a su vida.

Quiso el destino que las firmes convicciones que hasta aquí lo trajeron para enfrentarse con el arrojo del victorioso a esta determinante prueba, fueran menguando gradualmente tras verse emboscadas por las mieles de la cordialidad; las cuales ablandaron un corazón que él, en este largo periodo de recogimiento, había tratado en vano de robustecer. Pensamiento que formó parte de su próxima plegaria de purificación: “¿De qué podía haberme servido el respaldo de la madurez o el blandir un razonamiento cuya simpleza lo hacía inapelable, si antes incluso de presentar batalla me veo desarmado con sonrisas y abatido por aquella dulce calidez que siempre estuvo presente en su palabra?”

16/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 5º pasaje, Cap 3

Entre tanto, desde otro punto del jardín, la furtiva pareja presenciaba los instantes que antecedieron la extinción del sol. Y encontrándose próximos a quedar sumidos en una profunda oscuridad fueron sorprendidos, y sacados de la negrura, por alguien que, ajeno a ellos, iluminó una estancia del edificio contiguo. Tenuemente se desprendió de una de las ventanas la cálida luz que hubo de envolverlos, sin que por se le restara a la situación ni un ápice de privacidad.
Ambos sabían que no era lícito continuar en el jardín con la caída del sol, y aun así continuaron; en el caso de ella por omisión, en el de él, por estar ajeno a luz u oscuridad, a criterios, leyes, y al mismísimo pasar del tiempo; nada había más allá de saberse en sus brazos. Es por ello que pese a todo se mantuvieron unidos, juntos en un mudo arrullo que hubo de perdurar hasta que ella, tiernamente, se entregó a atusar un mechón alborotado por las surgidas ráfagas de una brisa que la noche trajo consigo. Mientras esto ocurría Sionel tomó su mano, y al posarla sobre el rostro cerró los ojos, como si con ello pudiera disfrutar más intensamente de la magia de un momento más cercano a extinguirse de lo que para él cabría imaginar, puesto que, por más que así lo quiso, su acompañante no consiguió retener por más tiempo aquella pregunta que parecía quemarle los labios. Y sin sopesar las consecuencias que ésta acarreara, dio plena libertad a las palabras portadoras de su pensamiento en el preciso instante en que la luz de la ventana se apagó.

14/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 4º pasaje, Cap 3

Cuando el último de ellos franqueó los portones se cerraron, produciéndose en el silencio de la noche un sonido metálico que expiró con brevedad. Inertes y en completo mutismo aguardaron, hasta que habiendo transcurrido un instante, la cavernosa garganta de uno de ellos emitió las primeras notas de una sobria oración, con la que a modo de réquiem despedían al astro rey. A la señal del precursor, y tras la consumación del primer compás, el resto de voces se alzaron para hermanarse con él, y juntas hubieron de proseguir hasta concluir la salmodia; siendo el momento establecido para iniciar una marcha en la que quedaba de manifiesto a cada paso, la remarcada sobriedad impresa en su parsimonioso avance.

La trémula luz de las antorchas permitía entrever los marmóreos e inexpresivos semblantes que bajo las capuchas se encontraban; semblantes que parecían marcados por el mismo estigma, el cual hacía que, pese a sus diferencias, se hallasen en ellos cierta semejanza. Según decían resultaba habitual que incluso antes de ser ordenados sus caras se tornaran opacas, como la corteza de un árbol muerto; siendo presumiblemente el hecho de que se vieran tan colmados de abnegación, lo que hacía que no quedara lugar para expresión que reflejara en ellas el más leve atisbo de conciencia o voluntad. Cómo si tras sumirse en un profundo trance se hubieran convertido en las apáticas marionetas de un macabro hacedor, que, para exhibirlos como espectros que tras sus etéreas vestimentas aún conservaban la carne, erradicó de sus semblantes ese algo que nos hace humanos.

Pese a iniciar la marcha desde diversos lugares, el cortejo confluyó en un punto del jardín; y habiendo llegado a éste comenzaron a dispersarse, para perderse en su interior como rutilantes luciérnagas.



AL BRILLAR SIN ALMA

Caballeros de la Fe y Heraldos del Sol. ¿De qué habrían de servirles tan notables títulos si no quedará de ellos más que un caparazón vacío cuando la religión termine de carcomer sus almas?

Ólonam

13/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 3º pasaje, Cap 3

A pesar de debatirse hasta el último momento postergando su partida, el encuentro que del mismo modo el sol y la luna libraban en el cielo tocaba a su fin; no habiendo quien no supiera de antemano que tal contienda estaba perdida irremediablemente.

Extinguida la luz de la estrella de la mañana las puertas que daban al jardín se abrieron, surgiendo de ellas varios grupos que formaban en filas de a dos, envueltos en largas túnicas granates que conferían una apariencia impersonal. Portaban antorchas e incensarios, descollando en el cinto de cada acólito la empuñadura de una hoja que no desmerecía respeto.

Al igual que tantas noches que precedieron a ésta, se dispuso el cortejo fúnebre de los Heraldos del Sol; monjes guardianes encargados de llevar luz allí donde hubiera oscuridad. Así como es dictado en la plegaria a modo de bendición con la que se les otorga al finalizar el noviciado, llamada a convertirse en la prebenda para una existencia: “Ilumina cada sendero a tu paso, arrancando la negrura que de la luz se esconde. Tú serás el estandarte llamado a proclamar a los cuatro vientos la palabra.

Ve, símbolo de pureza, y aliméntalos con tu Fe hasta que sobrevenga el despertar de sus almas, y nuestro dogma se muestre a sus ojos más preciso que la propia existencia”.

11/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 2º pasaje, Cap 3

Y fue cuando toda emoción fluía libre en aquella atmósfera rebosante de jovialidad, en la que cada broma estaba dulcemente impregnada de nostalgia y todo comentario era un singular presente, que el caballero se volvió, ocultando su rostro con la cabeza agachada; en apariencia compungido por algo que resultaba inexplicable.

Al verlo se levantó alarmada y, dirigiéndose rauda a él, lo tomó del brazo.
«No permita el destino que nada que hubiera surgido de mí le causara dolor».
―¿He dicho algo que pudiera herirte? ―inquirió desconsolada, al advertir la afluencia de lágrimas.

―No has de ser culpa, sino causa, puesto que tú lograste que hasta este punto me sintiera dichoso de estar aquí ―confesó, intentado esconder parte de esa emoción por la que se vio desbordado.

«¿Cómo no habría de sentir lo que por ti siento? ¿Podría existir un cariño más grande que el tuyo?»
―Y yo de que estés ―contestó abrazándolo por detrás con su mejilla posada sobre la espalda de éste; amparándolo con la dedicación y ternura de una aptitud puramente fraternal. Orgullosa y conmovida se aferraba a él con denotada determinación, en agradecimiento a la dulce espontaneidad de tan hermoso gesto, puesto que como tal proclamaba en sí mismo la más clara prueba de un inquebrantable afecto. Manifestándose sin ningún tipo de duda, que tras aquella máscara de aparente frialdad forjada en la crudeza del combate seguía encontrándose Sionel, tal y como ella lo recordaba.

Al OFRENDAR, EN POS DE NUEVOS ESTIGMAS, VIRTUD

Tal vez nos acomodarnos al conformismo de una tranquila monotonía persuadidos de que al menos en este estado de semi-letargo el sufrimiento, pese a existir, se torna más llevadero.
A veces en la infancia, y siempre a las puertas de la edad adulta, nos entregamos a la búsqueda, ansiosos de hallar un sendero al que poder acogernos; el cual, desde que plantemos un pie en él, habrá de regir nuestros pasos con firmeza. Y si fielmente lo seguimos, más pronto o más tarde alcanzaremos lo que algunos llaman madurez. Descubriendo con amargura que, sin apenas darnos cuenta, en el camino nos olvidamos de ser felices.


Lanaiel.

9/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 1º pasaje, Cap 3

Lo peor de cada uno: Alimentando la bestia interior.


CON LA EROSIÓN DE LO QUE NOS HACE HUMANOS



Empiezo a sentir cómo se consume mi espíritu a causa de heridas demasiado insignificantes para ser defendidas, que desde que es conocedora de mi padecimiento, la alegría rehúsa abiertamente mi compañía. Ella sabe que estoy enfermo de ira, que ésta se abre camino, que se propaga; comenzando a hacer mella en los ánimos, al tiempo que se hace extensible a todo aquél que entrara en contacto conmigo.


Tekil Zu

Tras permanecer sumida de forma atemporal en otro de aquellos introspectivos periplos en los que su conciencia tenía a bien embarcarse sin previo aviso, le fue devuelta la percepción de lo externo, recordando, presa de un incomodo desconcierto, el motivo que la instó a emprender tan precipitada huida. Entretanto el caballero, actual causante a la vez que conocedor de esta insólita peculiaridad, mal que hubiera de pesarle y dadas las circunstancias, se limitó a esperar el regreso.

«¿Cómo es posible que tal sentir sobreviviera a los años sin más sustento que el de un mero esbozo de juventud?» Pensó Iliandra sin salir de su asombro.

―Habéis cambiado mucho en estos años, señor. ¿Sabríais decirme qué ha sido de aquel joven larguirucho que marchó a la guerra para convertirse en soldado?― preguntó divertida, intentando, no sin cierta dificultad, dejar a un lado la situación antes acaecida; como si pretendiera ahogar la vergüenza en una charla llena de trivialidades.

―Soy lo que de él subsiste. ¿Tanto he cambiado para qué rehúyas mirarme? ―respondió con tajante severidad.

«Semejante fiereza nunca fue propia de él ¿Cuánto habrá podido trocarte este tiempo, mi muy querido Sionel? ¿En verdad te pertenece la sombra que sobre ti se cierne infundiéndome temor?»
―Sabes bien que no, Sionel… ¿por qué me haces tal pregunta? ―dijo con voz pausada, tras encajar tan hiriente comentario.

―Discúlpame Iliandra, no pretendía ofenderte. Estos años de guerra deben estar haciéndome perder los modales ―argumentó débilmente, denotando en el tono de su voz la sinceridad de un sentido pesar; y mientras esta compungida declaración salía de sus labios se aproximó a ella, aún de espaldas, para posarle apaciblemente la mano sobre el hombro, aguardando con mansedumbre que quisiera perdonarlo.

«¡Es él! Algo entristecido en el fondo. Tal vez más parco y huraño; mas no deja por eso de ser mi Sionel. ¿Quién soy yo para juzgarte? A saber hasta que punto un espíritu como el tuyo debe haber sufrido ante el cruel influjo que la guerra ejerce. ¡Oh, dioses! ¡No permitáis que quede ahogado el dulzor de su alegría, en ese ingrato regusto que tales contiendas dejan en el alma!»
―No tienes por qué disculparte, fui yo la que actué con descortesía ―respondió la dama con sobria circunspección―. Aunque no toda la culpa es mía, y conociéndote sé que me perdonarás ―añadió mirándole de soslayo. Iluminándose su rostro al mostrar furtivamente una mueca juguetona.

―Sigues siendo una repelente niña mal criada ―afirmó con el ceño fruncido y una sonrisa de sorprendida jovialidad.

Tras ese comentario se volvió hacia él, para quedar apoyada sobre la valla que separaba el jardín del camino con las piernas cruzadas, deseosa de proseguir con una conversación que había tomado un cariz que resultaba de su agrado.

«¡No hay duda es él! Siempre ha estado ahí. Apenas tenía que mirar un poco más allá. ¡Oh Sionel, que feliz me hace volver a saberte a mi lado!»
―Y tú un viejo gruñón. Hay cosas que no cambian nunca, ¿verdad? ―preguntó divertida, tras lo cual comenzó a reírse cubriéndose la boca con la mano, como cuando era niña; haciendo gala de una encantadora sencillez repleta a un tiempo, de aquella insólita naturalidad que pocas mujeres poseen, que más que con los labios sonríen con el mirar.


SIN MÁS VOLUNTAD QUE AMARTE

Sólo con una mirada o un gesto
puedes ofrecerme o negarme una existencia dichosa.
Eres la que hace a mi corazón
debatirse entre los sentimientos más contradictorios.


Súlian de Edar.

7/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 13º pasaje, Cap 2

De esta forma pretendía imperar, sobre obediencia y razón, la tiránica y caprichosa obstinación de una conciencia incipiente que, cegada por el deseo y alentada por la pérfida conversación que tan fatídicamente había desembocado en sus oídos, no solo desoyó cada explicación, sino que se vio inducida a creer que podía desvirtuar los pretextos del padre amparándose en la información que en clandestinidad había obtenido del apasionado aprendiz de historiador. Y armada inconscientemente con su hiriente candidez atentó, sin saberlo, contra los que esa misma noche pretendían acceder furtivamente al jardín, inducida por lo que a priori había interpretado como la inadmisible confirmación de que aquellos que estaban allí para servirla gozaban de privilegios que a ella le estaban siendo negados. Era como si el destino quisiera cobrarse en su nombre las vidas de los aprendices al convertirla en la fiel delatora de los que con tanta viveza compartían su deseo. Aquello fue lo que propició que comenzara a emerger de tan temprana consciencia, aquejada a intervalos de un quimérico odio, los reproches consignados a conformar los inconexos retazos de una singular historia. Una historia que, habiendo nacido de la verdad, fue desvirtuada deliberadamente, aunque no hasta el punto de impedir al Señor de Bánum entrever la raíz del problema. Y advirtiendo este el grado de delicadeza con que dicha situación debía ser llevada, optó por dejar de lado una responsabilidad que estuvo llamada a recaer sobre Garin, ya por entonces cortesano mayor de La Casa de Bánum, el cual supo extraer de ella, con la minuciosa precisión de una pulcritud en desuso, cuanta información fue menester, para que quedara zanjado con firmeza. Y mientras la dama trataba de rumiar trabajosamente aquellos difusos recuerdos, tan ajados por el pasar de los años, cayó por primera vez en la cuenta de que, tras aquel casual encuentro, no volvió a ver a los jóvenes, siendo desconocedora, pese a intuirlo hoy, de que perecieron antes de llevar a cabo su sueño.

Son muchos los que no pueden evitar sucumbir a sus pasiones, aun siendo conscientes de lo pernicioso que llega a resultar. Y pocos los textos en los que quedó reflejado ese “irreflexivo” proceder, entre los cuales ha de contarse una carta anónima que Lanaiel encontró entre sus pertenencias, la cual estuvo destinada a convertirse en el principio de un gran amor: “Los Hermanos de la Sangre afirman que cada sentimiento debe quedar supeditado a la razón, ya que todo acto que se hubiera concebido en el corazón estará de antemano predestinado al fracaso. Yo estuve condenado a crecer manteniéndome fiel a esta idea, pero tal doctrina hubo de perecer en mí cuando te contemplé por primera vez a través de tus textos. Hoy por hoy siento que, por grandes que fueran las represalias, no podrían privarme, aunque quisieran, de tan arraigado sentir. Tanto ha prosperado desde ese día el fervor que por ti siento, que dudo que seas capaz de imaginar cuán dulcemente sucumbiría a la irreflexión para equivocarme contigo”.

5/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 12º pasaje, Cap 2

Así fue como “El príncipe mercader”, como era conocido por los comerciantes comunes, uno de los mayores estadistas de las grandes casas, tuvo que hacer frente a la ardua tarea de explicar a una cría lejos aún de abandonar su primera niñez, el porqué de unos dictados que, a pesar de estar al alcance de todos, se asumía sin entenderlos, no faltando quien maldijera para sus adentros la ambigüedad de una respuesta que habría de obligarlos a pasar por la vida a la sombra de una fe que resultaba incomprensible.

Coartado por la tierna fragilidad de aquel joven espíritu, trató de evitarle, en la medida de lo posible, la crudeza del camino recto, optando por conducir tan difusa explicación por largos y sinuosos senderos de los que, con toda seguridad, su candidez saliera indemne. Pero por más que se esforzaba en explicar, de un sinfín de formas diferentes, los motivos por los que acceder al jardín de noche era un privilegio que habría de serle negado, no llegaban estos a poseer la solidez necesaria para que dicha cuestión quedara zanjada. Y aunque en este caso concreto la razón se presentaba burdamente como exigua portadora de una inconsistencia estéril e incapaz de expresar veracidad a los ojos de nadie, nada hubiera cambiado de no haber sido así. Poco podían importar las palabras o el modo en que fueran dichas, ya que, incluso antes de que la primera de ellas llegara a nacer de labios del padre, estaría condenada, junto con aquellas que la sucedieran, al más inexorable ostracismo.

3/10/08

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 11º pasaje, Cap 2

Un sereno e incipiente halo de prosperidad se cernió apaciblemente sobre los supervivientes de esta menguada familia. Y siendo padre e hija sabedores de que sus almas hambrientas de afecto eran amparadas por él, se unieron cuanto permitía el destino entre personas cuyas edades resultaban tan dispares.

Una vez que se hubo creado este vínculo al amparo de la cotidianidad, ambos adquirieron como hábito el devorar, cada día y sin mesura, un desacostumbrado número de momentos que tendían a volverse inolvidables al quedar impregnados en la tibia pureza de un amor que manaba incesante del corazón de ambos. Es por ello que desde que fue legítimamente presentada ante todos, su progenitor intentó colmarla de atenciones. Y tal fue su entrega que llegó a consagrar una parte importante de su existencia a intentar que aquella con quien compartía sangre pasara por el sendero de la vida sin llegar a sentir en sus carnes la ingratitud de cualquier sentimiento capaz de terminar con la utópica plenitud de una dicha que parecía haberse augurado erróneamente.