«Estaba de los dioses que ocurriera, y me es imposible desoír el requerimiento si alguien como él me lo pide de esta manera. Negarme, ante algo que pudiera parecer tan simple, constituiría un agravio directo».
―Aun a riego de importunar, he de pediros que prestéis oídos a la solicitud que he de haceros y de igual forma os concierne, ya que tan importante como nombrar a un nuevo maestro de ceremonias, es que desalojemos al que lo fue antes que el jardín vuelva a ser transitable ―advirtió con una afabilidad que hacía que, tras aquella protocolaria petición, asomaran los aparentes trazos de una súplica comedida.
―Sabéis que nada puede hacerse al respecto. El cuerpo ha de permanecer hasta el alba. Con su llegada se desalojar los restos y que pueda ser visto o no habrá de quedar en manos del destino ―respondió tajante.
«¡Vuélvete, maldito seas! No soy quién te lo pide».
―Disculpad mi insistencia, ¿pero no existe el modo de que os mostréis más indulgente en honor a quién os lo pide, y la forma en que se presta ha hacerlo? ―preguntó, tratando de captar la atención del que aún le daba la espalda.
―Cómo ya os he dicho... ―comenzó a responder el capitán, visiblemente importunado mientras se volvía; mas al hacerlo, toda acritud expuesta en sus palabras murió junto con éstas en su boca, al tomar conciencia de hasta que punto la solicitud era importante.
Por más que intentó mantenerse impasible, se vio desbordado por emociones tan poco comunes en él como la sorpresa y la admiración. Hondamente caló en su persona semejante visión, tanto que, pese a que los ojos llorosos e irritados eran un síntoma subsiguiente de todo el que entrara en comunión con los dioses, no faltó, hallándose éstos tan propensos a ello, el que alguna de las fugaces lágrimas fuese vertida en honor al grado de implicación de un caballero que, ostentando un cargo equivalente al suyo, denotaba en la petición conmovedora humildad.
―Es decisión mía que cuanto tenga que hacerse con el cuerpo delegue al alba en aquél que por vuestra boca lo pide.
»Haced saber a vuestro señor que, salvo para el que venga con el caballero, la apertura del jardín se demorará ―estableció el capitán de los heraldos, con la suficiente displicencia como para que la inherente pesadumbre de aquella situación se viera convenientemente atenuada.
«No lo hace por mostrar condescendencia. Percibo honestidad, y como reprime la emoción producida por la nobleza del gesto. La bestia tiene alma y un corazón aprensivo. Bien hiciste al esconder tras tus maneras una debilidad tan grande».
―Pese a lo contrariado que el Señor de Bánum habrá de quedar, no dudo que se hará cargo y tendrá en cuenta vuestra deferencia. Permitid, hasta que el momento hubiera de llegar, que sea este humilde siervo el que os lo agradezca en su nombre ―dijo el anciano, que ofreció, junto con las palabras de reconocimiento, una profusa reverencia.
Dado el consentimiento el caballero se puso en pie con su capa extendida sobre el antebrazo, para, acto seguido, desprenderse del broche que la sostenía. De este modo exponía a los fortuitos testigos lo que improvisadamente sería usado como sudario para atenuar la vergüenza del cuerpo caído, y cobijarlo, en la medida de lo posible, de las inclementes miradas e ingratos comentarios de los que junto a él tendrían que pasar la noche. Tras este significativo gesto y a una señal de capitán uno de los heraldos salió de las filas, para iniciar, exento de toda ceremonia, el camino hacía la salida, sin condicionamientos a adoptar actitud alguna; y a cierta distancia el caballero le siguió. Sólo al encontrarse próximos al cadáver se vió el grado de compromiso por parte del escolta, que tras haber pasado junto a éste sin tan siquiera mirarlo, tuvo a bien detenerse a unos diez pasos de él, para que el caballero diera cumplimiento a tan improvisadas exequias. Dadas las circunstancias, no dispuso del tiempo para honrarlo como era menester, y es por ello que se limitó a salvaguardar los restos, a la vez que era salmodiada en su honor una brevísima plegaria, en la que pidió con humildad que se tuviera en cuenta el modo en que entregó la vida para purgar su pecado, para que parte de su virtud le fuera restituida. Y al término se reanudó la marcha sin más, dejando atrás al difunto a cada paso, pasos que se sucedieron con amargura más allá de los muros que delimitaban el jardín.
4 comentarios:
Hola Angel, ya sé que normalmente no hago muchos comentarios pero, sobran las palabras y para demostrártelo, pásate por el club de lectura, que tengo un regalito para ti.
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―Aun a riego de importunar,
¿riego de importunar? ¿que importuna, con agua? ;)
Con su llegada se desalojar los restos y que pueda ser visto o no habrá de quedar en manos del destino ―respondió tajante.
¿se desalojar? ese tiempo verbal no lo conozco.
Si sigues así terminará por gustarme Garin. Un saludo Angelito ;)
Vaya gracias Belén.
Siempre se agradace que se acuerden de uno.
Un beso grnade. Nos leemos
―Aun a riego de importunar,
¿riego de importunar? ¿que importuna, con agua? ;)
Serás mamón, ejejeje.
Pero tuviste gracias, a cada cual lo suyo, jejeje
Si sigues así terminará por gustarme Garin. Un saludo Angelito ;)
A mí Garin me mola bastante, creo que tiene mucha chicha.
Venga un abrazo, y gracias por los apuntes ;)
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