―Sea ―respondió el heraldo a regañadientes, sin dejar de mostrar el desagrado por tener que tomar semejante decisión―. Tendré a bien concederos vuestra petición. El bloqueo que pesa sobre su persona se levantará en el momento en que vuestro tutelado, como es costumbre, empeñe su palabra de no ausentarse hasta que dicho tema quede zanjado.
«La primera parte está hecha. Mas no conviene mostrarse condescendiente, podría tomarlo como un signo de sometimiento».
―¿No creéis que resulta ofensivo el pedir la palabra de aquél… ―comenzó a decir Garin, antes de verse interrumpido por su airado antagonista.
―¡Nadie pretende ofender poniendo en tela de juicio la honradez de su palabra! ¡Ni he de ser quién, para cuestionarlo sin que hubiera para ello un motivo probable! Me ciñó a los parámetros establecidos para estos casos ―declaró tajante, aviniéndose con resolución a las leyes, para que esta decisión no suscitara malentendidos que dieran pie a un posible agravio. Y antes de que el cortesano pudiera hacer frente a la adusta firmeza contenida en las últimas palabras de aquel formidable envite, la mano de Sionel se posó con afecto en su hombro, eximiéndolo, con cuanto tacto le fue posible exteriorizar, de su deber para con él mientras ésta permaneciera allí.
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