10/8/08

Preludio, (2º pasaje del Cap 3)

Durante unos segundos nadie pronunció palabra alguna, hasta que el hombre grueso se vio resuelto a iniciar la conversación.
―¿Por qué entráis como un fantasma? ―preguntó el que aguardaba, desposeído de su último reducto de quietud.

«Está más intranquilo de lo que suele ser habitual en él. Ya lo sabe» advirtió el recién llegado.

―Lo siento, señor. Sólo quería que vierais que no se ha perdido ni un ápice de mis cualidades al haberme acomodado ―explicó aquella oscuridad, sin ningún tipo de matiz en su sibilante voz.

―La próxima vez haceos notar ―ordenó rescatando parte de una autoridad que, junto con su compostura, se había esfumado.

―Así lo haré si ese es vuestro deseo, mi señor.

―¿Por qué habéis tardado tanto?

―He venido en cuanto las circunstancias y vuestros invitados me lo han permitido. No creí prudente ni cortés ausentarme tan rápidamente, y menos aún hallándose en el gran salón asistentes de todas las casas ―respondió, como si no le afectaran las críticas y reproches de alguien que con claridad ostentaba un cargo superior.

―Bueno, olvídadlo, eso ahora no importa. Debemos tratar con presteza un delicado contratiempo que se halla pendiente de ser solventado ―indicó el hombre grueso con una firme interrupción que castró sus disculpas―. ¿Tenéis idea de por qué os mandé llamar? ―añadió, intentando estar al tanto de si el conflicto había llegado a hacerse público y, en el caso de que así fuese, averiguar qué repercusión tuvo entre los conocedores de la noticia.

«Ni tan siquiera es capaz de referírmelo abiertamente. Si sigue manteniendo ese grado de inquietud se derrumbará».

―En realidad, señor, no alcanzo a imaginar motivos tan extremadamente delicados como para que requiráis mis servicios. Mas si son ciertos los comentarios divulgados entre las gentes de la corte, podría hacerme una ligera idea.

―¿Así qué ya se ha extendido el rumor? ―dijo como para sí, sopesando la gravedad de que este se propagara más allá de sus fronteras.

«Debo decírselo sin demora, la ausencia de saber habrá de dañarlo más que la propia verdad»

―Me temo que sí, señor. Sería sumamente raro que en esta hora haya alguien en la corte que desconozca al menos el hecho de su partida. Aunque sólo entre unos pocos se alude a la remota posibilidad de que no regrese.

»Incluso he querido entreoír con vaguedad algo referente a una carta de despedida…―. Mientras hablaba, el señor tomaba conciencia de todos los rumores y cuchicheos rescatados para él por unos oídos adiestrados que proporcionaban a los labios de su vasallo esta historia; mas cuando fue referida la existencia de la carta, se hizo pedazos la sobriedad que tan arduamente mantuviera desde el inicio la conversación. Y viéndose traicionado por los nervios al confirmarse sus temores, fue doblegada la voluntad que hasta entonces hubo mantenido a raya emociones que no era lícito exteriorizar.

―¿Dónde conseguisteis tal información? ―interrogó el señor con frenesí, pregunta ante la cual la oscura forma permaneció inmutable, como si pareciera estudiarlo, sin mostrar el menor indicio de turbación o temor, en tanto que contemplaba con secreto placer cómo la ira tomaba posesión de él.

«No seré yo quien se alegre de tu dolor, mas no puedo evitar que me divierta el comprobar cuán verdadero es que este no conoce clases».

―En los brazos de una de tantas doncellas del servicio. Es allí donde suele ser más fiable ―respondió la sombra confesando sin ningún pudor, haber mantenido reiteradas relaciones con personas pertenecientes a una condición social tan por debajo de la suya.

―¿Recordáis su nombre? ―inquirió tratando de sonsacarlo, a la vez que dejaba entrever en su modo de preguntar las horribles medidas a seguir para terminar, en su nacimiento, con tan temido rumor.

―En efecto ―respondió sin más, a sabiendas de lo que esto conllevaría.

―Bien. Cuando salgáis, hacedlo saber a uno de los centinelas, al igual que el lugar donde puede hallársela, y que se le comunique que es inmediatamente requerida a mi presencia ―ordenó con ciertos síntomas de serenidad, consolándose al pensar que, si este problema era erradicado a tiempo, no pasaría de ser un cuchicheo entre una mínima parte de la servidumbre. Y que como tal acabaría por disiparse, de la misma forma que ocurriera en anteriores circunstancias.

―Así se hará, señor ―dijo corroborando con insultante frialdad aquella anunciada sentencia de muerte, dictada en clandestinidad; al tiempo que venía a su memoria un fragmento del romance herético que Lanaiel escribió, de seguro, basándose en una situación que no hubo de distar demasiado de esta: “Ofreciendo con falsedad la sombra de una efímera noche de amor, abocada a desvelar el secreto de unos labios sellados que él profanó con besos y robó con caricias”.

―¿Qué pensáis vos de todo esto? ―preguntó el señor, compartiendo con su vasallo el peso de sus cavilaciones.

«¿Acaso no está lo suficientemente claro? ¿A qué absurda esperanza pretendes acogerte?»

―No creo, en realidad, que pueda importar lo que yo piense al respecto, señor. Tan sólo alcanzaría a conjeturar basándome en una lógica que no tendría por qué ser necesariamente compartida ―respondió haciendo alarde de una diplomacia con la que pretendía mantenerse al margen.

―Aun así, deseo conocer vuestra opinión.

«Sobre ese asunto estás ciego. Y no me corresponde a mí tratar de librarte de una ceguera que no sabes ni quieres asumir».
―Si a pesar de lo dicho requerís de parecer ―comenzó a decir presa de una desgana que su frialdad hacía imperceptible ―, os diré que tal vez os estéis preocupando en exceso, porque, como bien sabéis, todo esto podría no ser más que un rumor infundado, al igual que tantos otros que deambulan por ahí. Es algo que, al menos a mí, se me antoja impensable. Sería tan absurdo creer que no volverá… ¿Qué sentido tendría su marcha? ¿Acaso aquí no tiene cuanto pudiera desear? Esas habladurías no serán más que humo hasta poseer una prueba de lo contrario ―argumentó la sombra, restando importancia a un asunto que, hasta la presente, se sostenía sobre hipótesis que, al no poder ser respaldadas, había considerado plenamente irracionales.

―Ojalá sólo fuera eso, pero tengo esas pruebas de las que me habláis, y son tan concluyentes que me hacen no albergar la menor duda de su marcha ―dijo arrojándole un abultado pergamino, previamente extraído de entre los pliegues del manto. Este cayó sobre la mesa, siendo su inconsistencia mayor de la que hubiera cabido esperar de un documento que mantuviera la privacidad.

5 comentarios:

Ángel Vela dijo...

Bueno pues ahí os lo dejo algo antes de tiempo ;)

Por cierto no quedé muy contento con el tema de las fotos, por lo que si alguno tiene a bien pasarme alguna que pudiera ser adecuada le quedaría muy agradecido ;)


Un abrazo, nos leemos.

Vito Márquez dijo...

Buen dialogo, lleno de tensión. Por su estructura recuerda más al teatro que a la novela. Me gusta. ¿Es un recurso para este capítulo o seguirá siendo así para toda la novela? Espero que lo segundo.

No se si la muerte de la cotilla ha de aparecer aquí. Creo que quedaría mejor al final del capítulo, sellándo la crueldad y determinación del noble con tal de mantener en secreto la carta que aparece más adelante.

Ángel Vela dijo...

Buen dialogo, lleno de tensión. Por su estructura recuerda más al teatro que a la novela. Me gusta. ¿Es un recurso para este capítulo o seguirá siendo así para toda la novela? Espero que lo segundo.

Buenas caballero, como siempre un placer tenerte por aquí ;)

En cuanto al dialogo, viene a ser la pauta general, (siempre condicionada por el nivel cultural de los personajes,la situación, demás, ect..)

En mi caso el teatro es algo que me gusta mucho, aunque no entiendo tanto como quisiera. Lo que si es cierto, es que desde siempre, sobre todo en las obras clasicas, quedaba maravillado de los dialogos.Dialogos que dificilmente encontraba en las novelas, y supongo que de alguna manera me he visto condicionado a buscar el un acercamiento en ese sentido.

Dos de los mayores causantes,Shakespeare, Hebbel(que yo sepa solo tiene una obra, "Los Nibelungos" para mi sublime (es jodilla de encontrar, pero desde aquí se la recomiendo a todo el que le vaya este rollo lirico y caballeresco. En tu caso, solo tienes que pedirmela) ;)


No se si la muerte de la cotilla ha de aparecer aquí. Creo que quedaría mejor al final del capítulo, sellándo la crueldad y determinación del noble con tal de mantener en secreto la carta que aparece más adelante.

pues a decir verdad, no tenía pensado sacar esa escena(quedaba a la imaginación del lector). Supongo que sería cuestión de plantearselo, pero así en frio creo que queda mejor sin ella, o dejarlo como posible idea para un cuentito futuro (no es por flojedad, jajaaj).

Ya me dices que te parece, y si alguien quiere opinar que se moje, que para eso están los comentarios :)

Un abrazo grande Vito, nos leemos

Vito Márquez dijo...

Yo me refería a la sentencia dictada en la clandestinidad, no al acto físico del asesinato. Es esa condena la que pondría como cierre... aunque dejemos esta discusión hasta que lea el capítulo completo. Quizás en su conjunto no encaje mi sugerencia y quede cual esquimal en Tombuctú.

Ángel Vela dijo...

Ya falta menos para que termine este y los siguientes capitulos, y con ellos la parte 1

Y bueno creo que el cierre es bastante adecuado, pero esperaré a ver tu opinión, siempre valorada y muy tenida en cuenta. ;)

Venga nos seguimos leyendo, un abrazo ;)