
Ambos retrocedieron, tratando de retrasar absurdamente la inminente consumación de tan lacónica existencia, mas la escasa esperanza atesorada en la brevedad de esta huida desapareció, cuando sendas espaldas se encontraron con los desesperanzadores muros que delimitaban el jardín.
A pesar de la aplastante superioridad numérica, estos ocasionales sicarios de la muerte demoraban la consecución de su obra, limitándose a acortar distancias en un cauteloso avance. Fue entonces cuando el caballero, desoyendo protestas y objeciones por parte de la dama, hizo uso de la fuerza para anteponerse a ella. Y con tal vehemencia se vio impulsado a preservar la vida de la mujer que amaba, que llegó a olvidarse de sus consabidos deseos de perecer, siendo esta inusual manera la elegida por destino para que, subconscientemente, demostraran con su proceder que nada podía tener más sentido para ellos que la existencia del otro.
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