Avanzaban. Y tal fue la sistemática sobriedad impresa en los movimientos de tan lúgubres matarifes, que consiguieron desconcertar al caballero. Avanzaban, pero aun así se mantuvo en guardia dispuesto ha hacer frente a la lluvia de acero que se les venía encima. Avanzaban, siendo la prolongada exposición de unas condiciones tan abruptas lo que sumió a la dama en un estado de nerviosismo y temor hasta esa noche vedado; y tal envergadura llegó a alcanzar la negatividad de este influjo, que terminó por despojarla transitoriamente de su maltrecha razón. Con inhumana violencia se le impuso el destierro. Un destierro que propició que junto con ésta se desprendiese del alma un grito, que expresaría con aterradora claridad la impotencia de sentir como su mutilado espíritu sucumbía ante el incesante martirio de vislumbrar la promesa de muerte en el rostro de cada heraldo. Y quiso el destino que se prolongase el daño, hasta que esta misma imposibilidad de asumir la cruenta e inesperada muestra de una justicia futura la empujara por caridad a la inconsciencia, antes de quedar sin remisión vinculada a la locura.
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