En su pétreo rostro se dibujaban los rasgos de un carácter airado, la seca hostilidad de un temperamento que tras varios años consiguió someter a la responsabilidad de su cargo, marcándose las pautas de alguien que tenía el oficio bien aprendido. Incluso el tono se exponía conciliador, tanto al interponerse en la conversación, como al aceptar las disculpas de ambos. Mas sus ojos, fieles al sentir, renegaron de él y de su pactada hipocresía; viva llama de una discordia que parecía que quisiera, sólo con estos, consumirlos en el fuego de su creciente odio; que clamaban, al igual que un lobo hambriento, por la sangre del caballero. Incapaz de sostener por más tiempo tan sardónico mirar, Sionel apartó la vista, en tanto que el anciano aparentaba no percibir nada anómalo.
AL SENTIRTE COMO A MÍ MISMO
Es el hecho de saber qué hay más allá de tus secretos y miedos,
lo que me impide concebir sin ti una existencia dichosa.
Dalial
Mientras se llevaba a cabo este cruce de palabras un escolta, que con anterioridad abandonó la columna a una discreta señal del cortesano, se adentró con solícita imperturbabilidad a través de los encarnados arrecifes de fe que el destino tuvo a bien emplazar en su camino. Arrecifes que, sin romper el mutismo que tras esa parca sobriedad solían esbozar sus rostros, representaban una latente amenaza dirigida a cuantos profanadores imposibilitaron con su irrupción el cumplimiento del deber.
Cuando el exánime cuerpo de la dama fue alzado, los presentes lo advirtieron envuelto con improvisada torpeza en una tupida capa de un añil intenso con ribetes dorados. Una capa que distinguía a su portador como un capitán de Bánum, y que además de preservarla del frío, otorgó a la situación un matiz más próximo a lo exigido por la corrección. Sobre los brazos del que tuvo a bien acogerla se inició con la misma solemnidad , el viaje de vuelta, siendo su solícita aptitud la que habría de enaltecer su acción, confiriéndole al cumplimiento de tan adusta orden la calidez de un hermoso gesto, más inspirado en una intrínseca caballerosidad, que en cualquier acto de devoción o servilismo inducido por la posición que ella ostentaba.
Por extraño que pudiera parecer la tierna sencillez manifestada en dicho gesto contribuyó a templar la creciente crispación, medrando los ánimos cuando se hallaban prestos a quedar a merced de una irreflexión que los habría hecho precipitarse, hasta que en el ardor del último de ellos se viera consumido por la cólera. Tal vez fuese el contraste de ambos, esa insólita mezcolanza de arrojo e indefensión proyectada conjuntamente, lo que intensificó el influjo de unas emociones que nada más nacer se arrojaron con ímpetu sobre corazones de propios y ajenos.
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