―No obstante, y pese a lo que pudierais pensar, es la razón, y no el temor, lo que me ha conducido a tal discernimiento ―añadió Garin, en respuesta a tan impertinente sonrisa, y como si se mostrara divertido ante la desfachatez de aquel gesto, que a su criterio denotaba una insólita ingenuidad.
«A ver con un poco más».
«A ver con un poco más».
―No imagináis cuán desconcertante me resulta descubrir que con los años que tenéis en vuestro haber, y el cargo que ostentáis, se os pase por alto la más importante lección que todo hombre debe conocer.
»¿O es que nadie se dignó a advertiros lo arriesgado que resulta confiar en obtener victorias escudándose en ventajas que no se tienen? ―inquirió el viejo cortesano, añadiendo a este contrahecho halo de familiaridad, un leve matiz de provocación que fluyó junto aquel gesto de divertido asombro.
GIGANTES DE HUMO
Quien confía en una fuerza que no tiene, o se otorga dones que no posee, no es más que un estúpido que se engaña a sí mismo.
Sunainen
«Silencio, para calibrar el envite y encajar efecto; tiempo, para mostrar displicencia y aquietar el ánimo».
Ambos, agotado el momento que el desconcierto confería a esta pausa, se dispusieron a intervenir, pero antes de que uno de los dos tomara las riendas de una conversación tan delicada como irritante, se vieron interrumpidos por un profuso lamento, llamado a arrastrar consigo un puñado de incoherentes y lastimeras palabras que terminaron por sucumbir, ahogadas en la sórdida dualidad de un copioso dolor. Lamento que consiguió que los ánimos se crispasen, llegando a levantar, sin pretenderlo, latentes ampollas de animadversión.
―Pese a lo loable que en otras circunstancias me hubiera parecido tal propuesta, hemos de admitir que la que se presenta imposibilita el adoptar una actitud más positiva. ¿En realidad creíais que habría de dar valor a las palabras que tan diestramente os habíais dignado a tejer, hasta el punto de dejarme embaucar por ellas? Tal vez no lo hayáis advertido, pero esa hipotética sangre a la que aludís ya ha sido derramada ―puntualizó el heraldo con remarcada acritud, al tiempo que señalaba al compañero caído.
Ambos, agotado el momento que el desconcierto confería a esta pausa, se dispusieron a intervenir, pero antes de que uno de los dos tomara las riendas de una conversación tan delicada como irritante, se vieron interrumpidos por un profuso lamento, llamado a arrastrar consigo un puñado de incoherentes y lastimeras palabras que terminaron por sucumbir, ahogadas en la sórdida dualidad de un copioso dolor. Lamento que consiguió que los ánimos se crispasen, llegando a levantar, sin pretenderlo, latentes ampollas de animadversión.
―Pese a lo loable que en otras circunstancias me hubiera parecido tal propuesta, hemos de admitir que la que se presenta imposibilita el adoptar una actitud más positiva. ¿En realidad creíais que habría de dar valor a las palabras que tan diestramente os habíais dignado a tejer, hasta el punto de dejarme embaucar por ellas? Tal vez no lo hayáis advertido, pero esa hipotética sangre a la que aludís ya ha sido derramada ―puntualizó el heraldo con remarcada acritud, al tiempo que señalaba al compañero caído.
«Escabroso es ese terreno y los lamentos no ayudan. La sincera preocupación que siente por el herido dificulta las cosas. Aquietemos la situación un poco».
―Nadie trata de menoscabar la gravedad de lo ocurrido. Me limito a mediar para que el influjo de negatividad que dicha acción nos impone, no termine arrastrándonos a compartir con él tan desdichada situación ―respondió Garin, adoptando la sobriedad que esta citación requería.
―Qué fácil ha de resultaros abogar por la quietud cuando no es uno de vuestros hombres el abatido. Con dificultad podrían alcanzar equidad nuestros criterios, no habiéndola en la forma de sentir lo acontecido ―aludió el heraldo, adjuntando a la dureza de sus palabras unas fugaces pinceladas de sardónico desdén.
«Valora la lealtad, ejerciéndola sobremanera, y deja entrever sólidos principios morales. Eso entorpece considerablemente mis pasos. Sería conveniente mostrar respeto».
―Sabed que nunca, por muy ajeno que hubiera de resultarme, pude permanecer impasible ante el padecimiento de un ser humano ―respondió el anciano, con una rotundidad aderezada con la cantidad exacta de sorpresa e indignación. Pero todo lo que aquella categórica afirmación recibió, pese a su solemnidad, fue un ceño fruncido, y la ingratitud de un silencio que tuvo su origen en el convencimiento de un impetuoso corazón que no podía ser eclipsado por el peso de las palabras.
―Os rogaría que dejarais de exponernos vuestro criterio sobre lo acontecido o lo que debería de acontecer, y os limitarais a responder a mis requerimientos en la forma en que debiera hacerse ―inquirió el heraldo con marcialidad, tratando de subyugar al anciano sin otro respaldo que el que habría de proporcionarle su aridez inquisitorial.
«No ceja en su empeño. Testarudo. Bueno eso sólo implica que me llevará algo más de tiempo. Hasta la bestia más indómita se torna dócil cuando quebrantas su voluntad».
2 comentarios:
Cuando dices: inquirió el heraldo con marcialidad, tratando de subyugar al anciano sin otro respaldo que el que habría de proporcionarle su aridez inquisitorial.
Según el RAE Inquirir es: 1. tr. Indagar, averiguar o examinar cuidadosamente algo.
El heraldo no está inquiriendo, de hecho está afirmándose en sus opiniones
Gracias guapetón, eso me pasa por correr, tratar de tener un texto cada dos días. Tal vez debería tomarme una vacaciones novelas...
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