Cuando el heraldo se giró para iniciar la marcha, esta hizo lo propio, todo lo rápido que él protocolo permitió, tratando de no exteriorizar en ningún momento tan exacerbada inquietud; y sin dejar de prodigarse en comentarios carentes del menor interés dirigidos a la persona de Sionel, para que así el papel del caballero se redujera al de oyente. Lo tomó del brazo, poniendo todo su empeño en arrastrarlo con diligente cortesía hasta la salida. Pero lejos estaba Iliandra de conseguir dicho objetivo, porque aún dispensados con el mismo trato de favor la reacción de ambos resultó antagónica. El hecho de conocer la situación previa y esta que ella había suscitado no sólo impidió que Sionel sucumbiera a sus cuidadas artes de persuasión, sino que llegara incluso a tomarse a mal el gesto de hipocresía con el que parecía haber dado por tierra a sus planes. Fue la necesidad de una respuesta lo que hizo que su mente se agudizara, descartando el que se amedrentara por los continuos fracasos. Hasta que tras un breve intervalo, creyó encontrar una manera infalible de franquear las férreas barreras que el miedo y ella habían interpuesto entre ambos. Le bastó ver como el heraldo la miraba, para que se materializara en su mente la idea con la que poder dar rienda suelta a los adormecidos instintos del que tan reacio se mostraba a acceder a su voluntad.
«De poco habrá de valerte el ardid, ladina serpiente de cautivadora apariencia y capcioso verbo, puesto que serán las tan prosperas semillas de admiración que sembraste en él, las mismas de las que yo habré de servirme para llevar a buen término mi deseo».
Con la llegada de este pensamiento Sionel experimentó una maliciosa satisfacción, al saberse en plena posesión de la llave con la que arrebatarle el control de sus actos al que Iliandra acababa de someter.
―¡Maldita sea esa enferma doctrina que no consigue engendrar más que a estúpidos traidores! ¿No te das cuenta de que si no intervienes la mataré? ―aseveró con rotundidad, al contemplar como tras permanecer impasible el guardia se disponía a marcharse.
BALSAMO DE MALES
Sólo el mayor de los miedos,
puede otorgarnos el arrojo necesario para vencer pequeños temores
que una vez nos parecieron grandes.
Súlian de Edar
2 comentarios:
Hola, el blog te esta quedando genial, la historia muy buena, tienes un estilo particular haciendo incisión en el interior de los personajes. La forma de ponerlo en el blog excelente, la imagenes son buenas y las entradas cortas, algo que invita a la lectura.
Un saludo y a seguir así
Víctor
Saludos Victor ;)
Vaya pedazo de critica,ejejeje
Me alegra que te guste, y espero seguir entreteniendote con ella.
Ah, y no dejes de darme el toque si algo no te cuadra, que todas opiniones son bien recibidas, y esto no es más que el borrador previo ;)
Venga un abrazo. Nos leemos ;)
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