9/1/09

Al despertar la llama de sentimientos dormidos, 9º pasaje, Cap5

―Lamento que no sea el mismo Señor quién os dé la bienvenida, pero el cansancio por sus muchos quehaceres, y el ser desconocedor de vuestra llegada, hizo que se retirase a sus aposentos en busca de un merecido descanso. En su defecto, se me ha concedido el honor de daros la bienvenida en su nombre. Deciros que, al igual que en anteriores ocasiones, mi señor os desea que vuestra estancia aquí sea tan grata como duradera. También me ha encomendado que os diga que podéis disponer a vuestro antojo de cuanto se encuentre bajo su techo. Bastará una palabra, y todo aquello que deseéis será vuestro[1]―añadió el anciano, dejando ver hasta que punto era respetado por el Señor de la casa.

―Dadle las gracias en mi nombre, y decidle: “que sólo en su casa podría sentirme como en la mía”. Es por ello que el único regalo que me cabría esperar por su parte, es que durante mi estancia me permita gozar del mayor tiempo posible en su compañía ―respondió Sionel algo más repuesto con honesta solemnidad.

«Noto la inquietud representada en cada uno de tus movimientos. Cuán ansioso estás porque quede formalizado el encuentro y poder intervenir. Pongamos a prueba tu paciencia prolongando algo más la espera».

―Debido a lo avanzada que estaba la noche, di por hecho que pernoctaríais aquí; y es por ello que me he tomado la libertad de avisar a los que os sirven para que acondicionen vuestro feudo, el cual ha sido protectorado por mi señor en vuestra ausencia ―comunicó el viejo cortesano en un tono ceremonial, con una contrahecha sonrisa que consiguió dulcificar el momento.

Semejante descubrimiento llenó a Sionel de asombro. Siempre tomó lo de la estancia cedida a su persona como una broma pasajera dirigida a un niño que jugaba a ser señor, al que entregaron lo que por aquel entonces llegó a parecerle un pequeño reino, reino en el que disponía de súbditos, un ayuda de cámara, y los hijos de algunos esclavos; lugar en el que el mismo Señor de Bánum debía pedir audiencia para verlo. Y rebosante de regocijo sólo alcanzó a asentir, en tanto acudían recuerdos de tiempos pretéritos que arrancaron la sonrisa a un rostro que por un instante mostró cierta ausencia. Y fue al salir de su estado de semi-letargo cuando la sorpresa se tornó desconcierto, al advertir como el anciano lo miraba con más fijeza de lo que el protocolo permitía, con un semblante gozoso en el que asomaban las lágrimas de una emoción contenida.

―¿Os encontráis bien? ―preguntó sin tapujos el joven.

«He ahí el pie que requería para dar naturalidad a esta improvisada farsa. Veamos hasta donde puede verse dilatada por la aprensión de su candidez».

―S... sí estoy bien, señor ―dijo el anciano apresurándose a contestar al oír aquella pregunta que fingió encajar como algo inesperado. ―Disculpad el sentimentalismo de este pobre viejo, que a sus años no puede evitar dejarse llevar por la emoción al ver convertido en todo un hombre a aquel niño inquieto que desde su trono aprendiera a ser señor―. Tras una breve pausa presentó sus excusas, las cuales, iban asistidas de la explicación pertinente, como si se sintiera avergonzado por aquel arrebato de emoción, en tanto se enjugaba el nacimiento de unas lágrimas tan vacías como carentes de sinceridad. La dulce sencillez representada por este consumado actor enterneció con facilidad un corazón privado de afecto, que acabó idealizando movido por la necesidad sus ponzoñosas palabras, tornándose para sus adentros en un hermoso e inesperado regalo de bienvenida. Y hasta tal punto se vio conmovido, que sólo las indiscretas miradas de los que junto a ellos se encontraban lograron contener el ferviente deseo de corresponder a actitud tan paternalista con un tierno y honesto abrazo.

―No debéis disculparos, ni renegar de los dictados de vuestro corazón, porqué gracias a ellos me habéis ofrecido un hermoso recibimiento ―contestó Sionel, conmovido.

«Te muestras confiado. Crees que tu férreo control de las emociones me impedirá leer en ti; y pese a que no habré de negar que hay lugares a los que aún no consigo acceder, he vislumbrado lo suficiente como para saber cuán propenso eres a segregar cantidades de ira que tu espíritu es incapaz de albergar. Te esfuerzas como pocos que haya visto en disfrazar tras esa parca sobriedad el influjo de una naturaleza que no supiste abolir. Eres una bestia que con los años aprendió a controlar sus instintos. Debo hacer que retorne el animal desterrado sin soliviantarlo en exceso, porque próximo a él, hallaré los fallos y fisuras que tu voluntad esconde» pensó mientras observaba al capitán de soslayo.

―Gracias por vuestra indulgencia, señor, me hacéis sentir que aún sirvo para algo ―respondió el anciano mostrando humildad. (Apéndice)



[1] N. del autor: Este ofrecimiento se hace extensible a toda figura de renombre invitada a una de las grandes casas. Aunque es una mera formalidad, y sería considerado de mal gusto pedir algo abiertamente. A lo más que se llega, es a insinuar de forma muy discreta al anfitrión aquello que pudiera gozar de su interés, quedando a criterio de este hacerle el obsequio el día que dicho invitado desee abandonar sus tierras.

2 comentarios:

Sharly dijo...

la necesidad sus ponzoñosas palabras, tornándose para sus adentros en un hermoso he inesperado regalo de bienvenida. Y hasta tal punto se vio conmovido, que sólo las indiscretas miradas


Ese he es sin h.

Ángel Vela dijo...

vaya manera de meter la pata, jejejeje.


Eso se dice en privado, Sharly, que me hundes, jajajajaj(es coña).

Me alegra saberte por aquí;)

Ya me diras si notas muchos cambios de la versión que leiste en su tiempo :)

Un abrazo. Nos leemos